A la mañana siguiente, a las ocho menos cuarto, estoy de nuevo en el instituto, atrincherada en el laboratorio.
Trabajo sin descanso, presa de una mezcla de excitación e inquietud. En un instante de lucidez —¿o debería decir de locura?— pienso que me gustaría que Wally me pillase manos a la obra, porque, si soy capaz de hacer un trabajo como este, mi situación no es tan grave.
Por suerte, y gracias a la financiación europea, el Instituto adquirió hace poco tiempo para el laboratorio los aparatos más vanguardistas del mercado de genética forense. Se trata de unas máquinas complejas que, por lo general, no puedo usar, pero, dado que no me falta espíritu de observación, repito mecánicamente las operaciones que suele llevar a cabo Claudio y todo va sobre ruedas. Para empezar, simplifico el ADN que extraje ayer para poder disponer de un número de copias muy superior al original y, por último, secuencio el ADN con la máquina por la que el Supremo tuvo que realizar en su día unas maniobras político-académicas de dimensiones faraónicas.
De esta forma obtengo el perfil genético de Doriana Fortis, reconstruido como se debe. Lo único que me queda por hacer es compararlo con el ADN que se encontró bajo las uñas de Giulia y, por escrúpulo, en la jeringuilla.
Armada de A rush of blood to the head de los Coldplay y de una considerable dosis de buena voluntad, me sumerjo en el trabajo.
He acabado hace unos instantes; antes de que me dé tiempo a metabolizar mi hazaña, recibo una llamada de Alessandra, quien, a todas luces, tiene unas enormes ganas de charlar que, por desgracia, no logro contener. Así pues, me dejo arrastrar por el río en crecida de sus agitadas confidencias y me limito a gruñir en señal de asentimiento apenas tengo la impresión de que la conversación así lo exige, a pesar de que jamás he sido muy diestra en ese terreno. De hecho, en un momento dado, Alessandra se calla de repente.
—¿Te estoy molestando? Pareces ausente.
La verdad es que ni siquiera sé de qué está hablando. Solo he logrado captar varios fragmentos de un monólogo imparable que, en otras circunstancias, me habría resultado simpático. Ahora, sin embargo, no; estoy ocupada con algo bien diferente.
—Te lo ruego, Alice, concéntrate. Necesito hablar contigo y lamento que no sea el momento, pero… tengo que hacerlo. Él quería decírtelo en persona, pero yo no puedo resistirlo.
—Ale, ¿de qué estás hablando? No entiendo una palabra.
—¡Claro, no me has escuchado! —replica ella exasperada—. Te lo repetiré. Todo empezó el día de la exposición… Empezamos a llamarnos y a partir de ese momento nos hicimos inseparables hasta que ayer… ¡sucedió, por fin! ¡Fue maravilloso! ¡Tienes un hermano fantástico, Alice!
Solo ahora mi mente desestabilizada logra centrar el problema.
—Me estás diciendo que tú y Marco…
—¡Sí! —exclama ella y, a pesar de que no la veo, estoy segura de que rebosa felicidad por todos los poros—. Te garantizo que de homosexual, nada.
—Mejor para él —comento sorprendida—. No sé qué decirte, me alegro mucho, a pesar de que jamás me lo habría imaginado.
—Porque eres una pesimista. ¡Oh, Alice, no sabes lo contenta que estoy! Él también dice que jamás había experimentado un sentimiento tan profundo. Es un hombre maravilloso.
—Ya me lo has dicho —apunto, ahora que he recibido el cotilleo, vuelvo a agitarme.
—No tienes compasión. La compañía de Silvia te ha restado ilusión por las cosas. Pensaba que eras más romántica.
—No, Ale, la noticia me ha entusiasmado. Si no te lo demuestro como debería es porque estoy ocupada con un… trabajo.
—¿Todavía estás en el Instituto? —pregunta un tanto inquieta.
—La verdad es que sí.
—¿Por qué? No es propio de ti. ¿Sufres un repentino ataque de amor por tu trabajo?
—Algo parecido —contesto sonriendo al comprobar su estupor—. Ahora debes disculparme, pero tengo que…
—Sí, lo he comprendido. Tienes que colgar. ¿Puedes llamarme mañana, o más tarde, cuando estés más receptiva?
Lamento haberme comportado de manera tan desabrida con ella. Sobre todo porque no veía la hora de comunicarme una noticia que, de por sí, es magnífica y que en cualquier otro momento habría recibido con inmensa alegría.