Una cena especial en un bistrot de Villa Pamphili

NADA más entrar en casa recibo una llamada telefónica de Bianca Valenti.

Se muestra cortés y formal, como suele ser habitual en ella, pero un poco más natural.

—Me estoy convirtiendo en una pesadilla para ti —comenta en tono de broma.

Lo niego cordialmente, y a continuación le pregunto en qué la puedo ayudar.

—¿Podemos vernos más tarde? A cenar, si te apetece.

A buen seguro quiere hablar conmigo para saber algo sobre los análisis. Estoy agotada, porque en los últimos días hemos trabajado duro para obtener cuanto antes los resultados y, sin embargo, acepto la invitación al vuelo.

Quedamos en un bistrot que se encuentra en el interior de Villa Pamphili y que recrea maravillosamente un ambiente provenzal.

Bianca no puede ser más puntual. De hecho, me la encuentro ya sentada a una mesita, absorta en la lectura de un libro de Maupassant. Se levanta y me alarga una mano. Viste una camisa de seda de color berenjena con un lazo anudado al cuello bajo un suéter de cachemira gris, estilo años cincuenta. Lleva el pelo oscuro recogido en una coleta baja, y el maquillaje es tan sofisticado que prácticamente no se nota.

—Pareces cansada, Alice. Lo siento mucho, te estoy involucrando en esta historia y quizá se me está yendo la mano…

Está dotada de una extraordinaria voz de contralto, sin duda lo más fascinante en ella, además de la mirada, imposible de olvidar después de habérsela cruzado.

—No te preocupes. En realidad me siento ya bastante involucrada por mi cuenta. Supongo que se debe a que conocía a Giulia —le explico, a la vez que dejo el bolso en un taburete y le devuelvo la sonrisa con la esperanza de hacerlo, cuando menos, con la mitad de su gracia.

—¿Sabes? Me cuesta un poco hablar con el inspector Calligaris. Parece una persona amable, pero tengo la sospecha de que filtra mucho la información, porque jamás responde con precisión a mis preguntas.

—No esperes gran cosa de mí —contesto distraída mientras admiro los detalles que le confieren una elegancia tal que parece salida de un catálogo de Vuitton.

—Estás viviendo la investigación. Supongo que nadie está más informado que tú.

Leemos el menú sin prestarle demasiada atención. Después de todo, es un simple pretexto.

—Adoro este local —comenta—. Había venido ya porque la editorial en la que trabajo está a dos pasos. La ensalada niçoise es divina.

—En ese caso pediré una. De manera que trabajas en una editorial —digo dejando la carta a un lado.

—Sí, soy editora desde hace un año. Estudié en Nueva York y, cuando decidí volver a Italia, empecé a enviar mi currículum. No fue fácil encontrar la oportunidad adecuada, pero al final he de decir que estoy contenta. Me gusta mucho mi trabajo.

—¿Por qué regresaste a Roma? —le pregunto mientras tomo un sorbo de agua.

Bianca baja la mirada.

—Sobre todo por Giulia; la tía Olga ya no podía con ella, cada vez creaba más problemas. Durante mucho tiempo dudé sobre lo que debía hacer: por aquel entonces había organizado ya mi vida en Nueva York. Había encontrado un trabajo, además de buenos amigos. No obstante, al final prevaleció el sentido de responsabilidad por mi hermana. No fue fácil, no creas.

—Si, como dices, Giulia tenía un carácter difícil, no creo que el hecho de ser drogadicta mejorara las cosas.

—No, en efecto. Nuestra tía había empezado a sospechar algo, porque Giulia le pedía cada vez más dinero y estaba muy descentrada. En una ocasión, cuando todavía iba al instituto, se tomó una pastilla de éxtasis durante un viaje con el centro y acabó en el hospital. Mi tía casi se muere de vergüenza, porque la llamaron y tuvo que ir a Praga a recogerla. Cuando volvieron de allí me suplicó que la ayudara. No podía recurrir a Jacopo, porque él está muy ocupado con su trabajo, no tiene horarios. Se dedicaba a Giulia todo lo que podía, y eso suponía mucho tiempo, no creas, solo que no era suficiente. De manera que, como buena hermana mayor, hice las maletas y volví a Italia.

Cuenta esa elección vital, a la que, a todas luces, se vio constreñida, con un tono impasible. No se pierde en recriminaciones, porque, en el fondo, en ella prevalece siempre la circunspección. Pese a todo, intuyo que no es una persona serena.

—Así que en casa conocíais sus problemas con la droga.

—Por supuesto. Mi tía le pagaba un riñón a un psiquiatra, sin grandes resultados. Giulia pasó también una temporada en una clínica privada de Montreux, pero, teniendo en cuenta lo que ha pasado, el tratamiento tampoco sirvió para nada. Giulia siempre fue problemática, carecía de equilibrio y de sentido de la medida. Tal vez buscaba en la droga todo lo que no encontraba en la vida. A saber. Por si fuera poco, las personas que frecuentaba no le servían de gran ayuda. Una pandilla de vagos sin la menor sustancia. Sobre todo Sofia Morandini de Clés.

—Bianca… —Me callo, sin saber si hablar o no. Pero, a fin de cuentas, tarde o temprano se enterará—. Las huellas que se encontraron en la jeringuilla no pertenecen a ninguna de las personas investigadas. Ni a Sofia ni a Damiano ni a Gabriele.

Bianca recibe la noticia arrugando sus pobladas cejas oscuras.

—Yo también he pensado en todo momento que Gabriele era inocente. Es una persona magnífica. No tiene nada que ver con esta historia, pondría la mano en el fuego. Pero…

Enmudece, rechaza la llamada que recibe en ese instante en el móvil, que vuelve a meter en el bolso, y me mira de nuevo a los ojos con una intensidad excepcional. Qué guapa es. Su belleza, sin embargo, no se percibe a primera vista.

—Perdona. Decía que… si hubiese tenido que señalar a alguien con el dedo, habría apuntado a Sofia. Todos estamos convencidos de que Giulia entró en el mundo de la droga con ella. Es una amoral a la que desprecio con toda mi alma. Habría sido capaz de abandonar a Giulia, y de hacer cosas aún peores. En parte porque, en los últimos tiempos, no se llevaban nada bien. Giulia me dijo que se había vuelto insoportable, que estaba celosa de Gabriele, de quien siempre ha estado enamorada. Extraño, realmente extraño.

—¿A qué te refieres?

Bianca junta las manos y las apoya en el regazo, pensativa.

—Pues que no se drogase con ella y con alguno de sus amigos. Han aparecido las huellas de un hombre, ¿verdad? No alcanzo a imaginar con quién podía estar. ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro que sí.

—Los resultados… ¿son fiables? ¿Son ciertos?

—Bueno, sí. Algunos piensan que la huella femenina que apareció en el cilindro es una contaminación y que, por tanto, no guarda ninguna relación con la muerte de Giulia. Ahora bien, eso no excluye que esa noche ella estuviese acompañada. Te diré más, es posible que la huella pertenezca a alguien que estaba esa noche con ella, pero no tengo la menor idea de quién puede ser.

La expresión de los inmensos ojos de Bianca delata cierto malhumor.

—Pero ¿cómo es posible tanta incertidumbre? Empiezo a sospechar que esta historia se está tratando con excesiva superficialidad.

—No, no, nada de superficialidad. El doctor Conforti ha repetido los análisis en varias ocasiones para ser lo más precisos posible. Por desgracia, la incertidumbre forma parte del juego. En medicina no hay nada seguro, y lo mismo vale para la especialidad forense. Solamente se puede hablar de probabilidad elevada, casi nunca de certeza.

Bianca parece aún más interesada.

—En ese caso, hablemos en términos de probabilidad. ¿Qué es más probable? ¿Que la huella femenina sea fruto de una contaminación o un auténtico indicio?

—Solo puedo decirte que el doctor Conforti considera más probable la hipótesis de la contaminación.

Bianca se calla, perpleja, como si estuviese reflexionando.

—Así pues, el resultado deja fuera de toda sospecha a Sofia.

—Bueno, aún falta saber los resultados del examen toxicológico. Quién sabe, quizá nos llevemos una sorpresa.

—Ah.

—Y, a fin de cuentas, se podría llegar también a la conclusión de que en esta historia no existen indicios de delito. ¿No lo preferirías?

—¿Qué quieres decir? —pregunta Bianca sobresaltada.

—Pues que, aunque sea igualmente trágico, tal vez sea preferible pensar que su muerte fue un accidente inevitable, y no lo contrario.

—No creo que haya nada preferible en estas circunstancias —replica Bianca fríamente.

De acuerdo, debería haberme callado, lo único que pretendía era ofrecerle una eventualidad más aceptable. No niego que tiene razón: en este caso no existen eventualidades preferibles.

Agacho la cabeza, entristecida. No obstante, me parece que es la ocasión adecuada para hacerle una pregunta que olvidé la última vez que la vi.

—Bianca… ¿puedo preguntarte qué relación existía entre Giulia y Doriana? —le suelto a bocajarro.

Parece sorprendida.

—¿Por qué quieres saberlo?

—Simple curiosidad. Dados los problemas que Giulia causaba a la familia y el hecho de que Jacopo era para ella como un hermano mayor, me preguntaba por qué tu tía no confiaba más en su futura nuera.

—Doriana es una joven extremadamente débil e introvertida. Jamás se ha integrado del todo en nuestra familia, pese a que Jacopo y ella son novios desde hace mucho tiempo. A su manera quería mucho a Giulia, aunque también la irritaban sus continuas intromisiones en la vida de mi primo.

—¿La irritaban?

—Sí…, en varias ocasiones tuve la impresión de percibir… una especie de intolerancia… Aunque nada grave. Pequeños desacuerdos, como en todas las familias. Entre otras cosas, ahora que lo pienso es probable que no sepas… Fue con ella con quien Giulia tuvo la discusión telefónica que escuchaste esa tarde. Calligaris lo ha verificado. Ahora bien, he de añadir que no se puede considerar un hecho aislado. Yo misma reñía continuamente con mi hermana. Tenía un carácter peleón y había que tenerla bajo control, porque causaba un sinfín de problemas.

El plato de Bianca sigue casi lleno; pese a ello, deja que la camarera se lo lleve. Es obvio que ha perdido el apetito: cada día me parece más delgada. Rechaza los dulces que nos proponen y yo la imito, aunque me habría gustado probar el brownie de chocolate con nata.

Pide la cuenta e insiste en pagarla.

—Me ha aliviado hablar contigo. Me tranquilizas —afirma mientras guarda la cartera en el bolso—. Deberíamos vernos más a menudo, y no solo para hablar de Giulia. Creo que tenemos muchas cosas en común —afirma con una expresión de simpatía—. Tengo pocos amigos en Roma; los fui perdiendo mientras vivía en Nueva York y estoy intentando entablar nuevas relaciones.

—Me encantaría —respondo con sinceridad.