Pensamientos y palabras

VARIOS días más tarde, nada más llegar al instituto, noto que algo chispeante flota en el aire. La extraña agitación que se suele percibir cuando hay algo importante en juego.

—¿Me he perdido algo, Lara? —le pregunto.

Lara se hace una trenza con su cabellera pelirroja y desgreñada a la vez que me contesta con todo lujo de detalles.

—Pensaba que Claudio te había hablado ya de ello. Hoy deben presentarse varios amigos de Giulia Valenti que han sido convocados y que están involucrados en el caso. Claudio les sacará sangre para poder proceder a las correspondientes investigaciones genéticas y toxicológicas.

—Pues no me ha dicho nada.

En realidad, me parece bastante lógico que el Gran Investigador no me haya avisado. Qué desdicha haber sido borrada del círculo íntimo de sus aduladoras. Ahora bien, eso no significa que esté dispuesta a perderme el momento crucial que se va a vivir hoy. Sobre todo porque he divisado a Calligaris bebiendo un café en la sala de reuniones, en compañía de Anceschi —parecían el Gordo y el Flaco—, de manera que es más que probable que se produzca una evolución particularmente interesante.

Llamo a la puerta de Claudio y, tras recibir el permiso para entrar, le sonrío afablemente.

—Quería preguntarte si puedo presenciar los exámenes de los amigos de Giulia que se van a efectuar hoy —digo con naturalidad, como habría hecho hasta hace poco.

—Será mejor que no —contesta fríamente sin apartar la mirada de la pantalla del Mac y sin devolverme la sonrisa.

—¿Por qué? —pregunto atónita e irritada.

—Porque te has involucrado demasiado en esta historia y prefiero que, en lo que a mí respecta, te quedes al margen —responde sin dejar de escribir frenéticamente en el teclado.

—Es injusto.

—En caso de que no lo hayas comprendido, considéralo una manera de tutelarte —explica con suficiencia, privándome una vez más de su mirada.

—Me estás castigando.

Claudio alza por fin los ojos, y la mirada que me dirige irradia frialdad y sarcasmo.

—Te das demasiada importancia, Allevi. Tengo cosas mejor que hacer que castigarte, pese a que reconozco que en el pasado lo habría hecho en otra circunstancia delicada. Ahora bien, considero mi deber tutelarte. Nunca olvides que soy tu superior.

—Exageras, en cualquier caso, porque no veo qué mal puede hacerme ayudarte en ese examen.

—He elegido ya a una ayudante.

—Apuesto lo que quieras a que es Ambra —suelto con socarronería.

Él me mira con altivez.

—Exacto —confirma al cabo de unos segundos de silencio cargados de tensión.

—¿De verdad crees que Ambra es mejor que yo? —pregunto por fin con profunda amargura.

—Sí —responde resuelta y sencillamente, como si el hecho de admitirlo no le causase la menor duda o embarazo.

—Te obstinas en herir mi punto débil —observo al cabo de un rato bajando la mirada, lista para salir de su despacho con el deseo de que sea la última vez que lo hago.

—No es mi intención. Te conviene saber que siempre hay alguien mejor que nosotros. A veces la necesidad de competir con los que nos superan contribuye a mejorarnos. Pero tú, como de costumbre, te niegas a enfrentarte a la realidad y este es el resultado.

Cabeceo, decidida a no dejarme amedrentar.

—Hoy participaré en la investigación —afirmo inamovible.

—En lo que de mí depende no, Allevi. Te diré algo más: no esperes que te elogie en caso de que me pregunten qué opino sobre tu situación.

Es posible que ni siquiera piense lo que dice; conozco a Claudio y sé que cuando se enfurece lo mejor que uno puede hacer es apartarse de su camino. Pero eso no impide que me duela. Lo miro y sacudo la cabeza con melancolía.

Trabajar en ese tipo de condiciones es letal. Además del enésimo compromiso moral en una relación que me parece ya irrecuperable, lo que más lamento es no haberle preguntado por qué va a examinar también a sujetos de sexo femenino, dado que él no atribuía a ese indicio ningún valor y que pensaba transmitir al juez ese parecer.

Menos mal que, si algo no me falta, son recursos. Hay un modo para asistir a las operaciones, a pesar de que sé de antemano que le sentará a cuerno quemado. Funcionó una vez, puede funcionar dos.

—¿Le molesto, doctor Anceschi? —pregunto llamando a la puerta de su habitación.

Anceschi, que tiene siempre el aire de quien trabaja en el Instituto con la única intención de hacerle un favor al mundo, me recibe con la distancia que reserva a los asuntos terrenales.

—Entre, por favor.

—Sé que hoy se van a efectuar los análisis genéticos y toxicológicos de varios investigados del caso Valenti. ¿Asistirá usted?

—Mi presencia no es necesaria, obviamente; pero un viejo conocido suyo estará presente, el inspector Calligaris; su obstinación lo sorprendió, ¿sabe?

—Ah, bueno. —Comprendo que la situación es compleja, de manera que voy directa al grano—. Doctor Anceschi, me gustaría poder asistir a los exámenes —afirmo intentando superar la timidez.

—¿Qué problema hay? Pídaselo a Conforti —contesta entrelazando las manos y apoyándolas sobre la barriga.

—En este momento mis relaciones con el doctor Conforti no son, lo que se dice, serenas. Hemos tenido varios conflictos de naturaleza profesional y él no es objetivo en lo que a mí concierne.

Anceschi parece turbado.

—Eso no importa. No puede negarle la participación.

—Sí que puede —replico. ¡Lo ha hecho ya!

El doctor Anceschi adopta una expresión resuelta y, al mismo tiempo, vagamente divertida. Coge el auricular del teléfono y teclea un número.

—Hola, Claudio, soy Anceschi. Una advertencia: deja que todos los residentes asistan hoy a los análisis. Si mal no recuerdo, se trata de cuatro investigados ¿no? Pues bien, deja que los más pequeños lleven a cabo la toma de muestras y la correlativa investigación, así empezarán a adquirir experiencia. Sabes de sobra que eso es lo que establece el contrato de formación especial.

Le agradezco la intercesión, lo miro con dulzura.

—No lo he hecho por usted. Es justo que aprendan a hacer de todo —prosigue, aludiendo, en general, a los residentes—. A vuestra edad era capaz de hacer autopsias y exámenes de identificación personal sin la ayuda de nadie. El único modo de aprender es la observación directa, seguida de la práctica orientada.

—¿Puedo hacerle una pregunta?

Anceschi asiente afablemente con la cabeza, tan imperturbable y sereno como un Buda.

—Faltaría más.

—¿Por qué han pedido la realización de tomas de sujetos de sexo femenino? El doctor Conforti estaba convencido de que ese rastro era fruto de una contaminación.

—Veo que no está al tanto de los últimos acontecimientos. Antes que nada, ha de saber que el doctor Conforti ha efectuado un examen comparativo entre el ADN masculino que se encontró en el cilindro de la jeringuilla y el que se extrajo del líquido seminal. Y no corresponden, hecho que no se puede decir que sea irrelevante, porque significa que, con toda probabilidad, poco después de haber mantenido relaciones sexuales Giulia Valenti se drogó con otro hombre. ¿Quiénes son estos dos hombres? Además, el doctor Conforti ha comunicado al juez una conclusión, digamos, más probabilista. Le ha explicado que el ADN masculino es objeto de mayores sospechas, si bien ello no excluye que el femenino pueda pertenecer a alguien que estuviera presente esa noche, pese a que es muy posible que derive de una contaminación.

Eso es justo lo que decía yo. Esto sí que tiene el sabor de una pequeña victoria. No obstante, el precio que tendré que pagar por ella es que Claudio sentirá una antipatía aún mayor por mí.

Con este ánimo triunfal me dirijo al laboratorio.

Acabo de matar dos pájaros de un tiro: he logrado lo que quería y he privado a Ambra de su papel estelar. No obstante, dado lo triste que, en general, es mi situación, no tengo valor para saltar de alegría.

Llegará un día en que todo esto habrá pasado. En que no deberé postrarme ante mis superiores para obtener algo que me corresponde por derecho. Llegará un momento en que el nombre que figure al pie del informe pericial sea el mío. Poco importa el precio que deberé pagar por ello, las dificultades que tendré que superar para alcanzarlo, cuántos sinsabores me esperan. Jamás volveré a depender de un tipo como Claudio Conforti.