VUELVO a casa en metro bastante deprimida. Cuando me siento tan abatida mi único remedio es Silvia. Y no porque sepa consolarme, al contrario: no me toma en serio, pero esa actitud aligera mis problemas. No obstante, lo mejor de todo es que resulta creíble, y por eso siempre logra convencerme de que la razón está de su parte.
Así pues, la llamo y le explico que necesito hablar con ella lo antes posible. A pesar de que es una reputada arpía, no deja de ser una persona en la que se puede confiar, de manera que a las ocho en punto está a la puerta de mi casa a bordo del Smart descapotable amarillo, hortera a más no poder, que se acaba de comprar.
—Vamos, suéltalo ya —dice sin andarse por las ramas.
Silvia lleva las gafas graduadas, y la cara sin una sola gota de maquillaje, lo que demuestra que ha salido de mala gana y con la única intención de apoyarme. Por lo general va impecable.
—Pensemos antes dónde vamos a cenar —objeto.
—En el McDonald’s, estoy sin un céntimo.
—Anda ya. Una mujer tan glamurosa como tú no debería frecuentar el Mac. ¿Qué te parece el chino que está cerca de la casa de tu hermana Laura?
—Yo no entro en un restaurante chino ni muerta, cariño. No existe un pueblo más incivilizado. En cualquier caso, incluso el chino es demasiado caro para mí.
—¿Tan mal estás?
—Pues sí, me he gastado tres cuartos del sueldo entre el alquiler y Prada. He estado a punto de dejarles también los riñones. Así que no puedo comer.
Silvia es una de esas personas que podrían ser beneficiarias de un sueldo maravilloso y, con todo, seguir sin llegar a final de mes. No hay importe suficiente para satisfacer sus caprichos.
—Te invito yo.
—No me humilles. O lo tomas o lo dejas.
—En ese caso vamos al McDonald’s —contesto resignada—. La verdad es que me trae sin cuidado. No aguanto más, necesito desahogarme, Silvia… Estoy fatal. Mi trabajo corre peligro.
Silvia frunce el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—¿Sabes quién es Boschi, la ayudante de mi jefe?
—Más o menos. ¿Qué pasa?
—Quiere…, quiere…
Ni siquiera puedo hablar, estallo en sollozos. Silvia, que siempre se siente incómoda cuando debe consolar a alguien, parece visiblemente turbada.
—¡Alice! Cálmate, por favor —dice perentoria.
—No lo entiendes. Quiere…
—Quiere, quiere. ¿Me lo cuentas de una vez o no? —suelta impaciente.
—¡Quiere hacerme repetir el curso! —exclamo de sopetón.
Hasta ese momento no se lo he dicho a nadie, mis labios han pronunciado por primera vez esas palabras. Ni mis colegas de trabajo, ni mis padres, ni Yukino, nadie sabe nada del peso que llevo sobre los hombros.
Silvia abre desmesuradamente los ojos.
—¿Puede hacerlo?
—¡Claro que sí!
—Quiero decir, ¿es legal?
—Por supuesto, Silvia, vaya ideas se te ocurren.
Parece muy confusa.
—No logro entender por qué debería hacer algo así.
Cojo los kleenex del bolso y me sueno ruidosamente la nariz.
—Porque no está satisfecha con mi trabajo. Dice que voy muy retrasada, que carezco de espíritu de iniciativa, que…
Rompo de nuevo a llorar. La serenidad que, de alguna forma, he conseguido adquirir durante las últimas semanas parece irremediablemente perdida ahora que puedo escuchar a mi voz contando el problema.
—Me ha dado un plazo… ¡Han pasado ya dos semanas y no he hecho nada que baste para salvar la situación!
Silvia, después de Claudio, claro está, es la persona más ambiciosa que conozco. Se ha quedado atónita. Desde su punto de vista, sería menos grave que le hubiese confesado que me habían pillado robando coloretes en unos grandes almacenes.
—Mierda, es realmente grave —murmura mientras pedimos la comida en la caja del McDonald—. ¿Cuándo vence el plazo?
—Al final del trimestre.
—¿Y qué puedes hacer en concreto?
—No lo sé…, cualquier cosa. Escribir un buen artículo de investigación, por ejemplo. Ocuparme de manera provechosa de un caso complejo, probarle que soy perfectamente capaz de efectuar una autopsia, ese tipo de cosas, supongo… No fue muy precisa al respecto. Dios mío, Silvia. Si tengo que repetir el curso, además de la vergüenza… ¡me quedaré sin un duro! ¡Estoy ya endeudada para los próximos cinco años! —Silvia parece ensimismada—. ¿Me oyes? —pregunto.
—¡Estoy pensando! —exclama agitada.
En el ínterin nos sirven la comida. Cogemos las bandejas y nos sentamos a la mesa más apartada.
—¿No puedes pedirle a Claudio que te ayude? Podría hacerte participar en algún trabajo, eso sería ya algo —comenta Silvia al cabo de un rato.
¿Claudio?
—Silvia, tengo que decirte una cosa.
Me mira aterrorizada.
—¿No te habrás acostado con él?
—Quizá —suelto esbozando una sonrisa desvaída y melancólica.
Silvia parece tranquilizarse.
—Entre todas las cosas estúpidas que podrías y querrías hacer, esa sería la peor, la más grave. Te destrozaría.
—Hay una peor: he reñido con él. La verdad es que se comportó como un canalla —le explico con un leve remordimiento.
A pesar de que hace tan solo unas tres horas que peleamos, empiezo a añorar ya al muy infame.
—Será una nube pasajera —replica ella sin darle mayor importancia mientras pesca una patata frita con el tenedor.
—No creo, fue muy duro. Me hirió, consciente de que estoy hundida.
—Ya verás como no te niega su ayuda.
—El problema es que nunca podré pedirle ayuda. Considéralo una cuestión de dignidad.
—¿La mierda te llega al cuello y me hablas de dignidad? —me pregunta mirándome con severidad—. Es un cabrón, no lo niego, pero, a su manera, te aprecia. Intenta llegar a un acuerdo con él y pídele que te eche una mano.
—Prefiero repetir curso —contesto con firmeza.
Y lo pienso de verdad, a pesar de que me aterroriza lo que pueda ocurrir.
—En ese caso, debemos buscar otra solución.
Se abstrae y permanecemos en silencio hasta que, por fin, retoma la conversación con entusiasmo.
—Pídele ayuda a tu jefe, ese que es tan simpático, un poco robusto… Explícale la situación, dile que tienes ganas de superarte y que estás dispuesta a todo para lograrlo. Podría darte alguna idea y, quién sabe, incluso interceder a tu favor.
—Boschi asegura que él tampoco está contento conmigo.
—Pero ¿cómo has podido acabar así? —estalla de repente, como si estuviese más irritada que pesarosa.
—No lo sé. No me imaginaba que las cosas me iban tan mal —le explico.
Y lo pienso en serio, quizá por eso lo que está pasando me parece aún más trágico.
Vuelvo a casa bastante tarde y, como era de esperar, el salón está vacío, Yukino no está sentada en el sofá, pegada a la televisión. Dado que no tengo sueño, aprovecho la ocasión para usurparle el trono.
En la RAI emiten por segunda vez un programa vespertino en el que una frívola entrevista a Bianca Valenti, y yo escucho sus palabras con suma atención.
Frívola con voz chillona y cabello de color rojo menopausia: Bianca, la mayor de las dos hermanas que se quedaron huérfanas siendo todavía unas niñas, se vio obligada a hacer las veces de madre de la pequeña, Giulia. ¿Quiere contarnos algo sobre ella?
Bianca Valenti: Giulia tenía una personalidad muy creativa y veleidosa. Era difícil orientarla hacia actividades que requirieran concentración y equilibrio. Aparentemente era una chica muy alegre y vivaz, pero quien la conocía más a fondo sabía que una auténtica vorágine la devoraba por dentro. Solo se sentía viva cuando experimentaba emociones fuertes, en realidad era mucho más triste y melancólica de lo que daba a entender.
F. C. V. C. Y. C. D. C. R. M.: ¿Cree que podría deberse al hecho de que era huérfana?
B.V.: Cada persona reacciona a las desgracias de manera diferente. Ella era más débil y no excluyo que nuestras circunstancias hayan podido influir en ella. Aunque, en realidad, jamás le faltó afecto. Mejor dicho, jamás nos faltó. Nuestros tíos nos acogieron en su casa como a dos hijas, nunca noté que hicieran ninguna diferencia entre nosotras y mi primo Jacopo.
F. C. V. C. Y. C. D. C. R. M.: Ese es, precisamente, otro de los puntos que quería abordar. Tras el silencio inicial de los periódicos, el abogado De Andreis ha entablado una auténtica batalla personal.
B.V.: Ningún hermano ha querido jamás a una hermana como Jacopo quería a Giulia. Es posible que la rabia, que el sentimiento de frustración que nos amarga a todos, lo esté obsesionando.
F. C. V. C. Y. C. D. C. R. M.: ¿Significa eso que no está de acuerdo con el abogado?
B.V.: Claro que lo estoy. Discrepo, sin embargo, de su comportamiento. Hay una serie de elementos que no encajan. Y, sobre todo, sé que en los últimos tiempos Giulia frecuentaba gente peligrosa.
F. C. V. C. Y. C. D. C. R. M.: ¿En qué sentido?
B.V.: Me refiero al peligro que pueden entrañar las relaciones con personas que carecen de estímulos, ricas y perversas. Es raro que acaben bien. Sí, lo cierto es que creo que los amigos de Giulia tuvieron que ver con su muerte.
F. C. V. C. Y. C. D. C. R. M.: ¿Y usted conoce a esos amigos?
B.V.: Por supuesto.
F. C. V. C. Y. C. D. C. R. M.: ¿Ha facilitado sus nombres a los investigadores?
B.V.: Obviamente.
F. C. V. C. Y. C. P. M.: ¿Qué recuerdo tiene de Giulia?
B.V.: El recuerdo de una niña eterna.
Bianca hace gala de una gran compostura y responde con una educación señorial. Las ojeras, apenas disimuladas, y la palidez, de aspecto malsano, demuestran que está muy afectada, pero su voz no delata la menor incertidumbre.