Bianca

—BUENOS días, soy la doctora Alice Allevi. Quisiera hablar con el abogado De Andreis.

—No se retire —responde una secretaria con tono áspero. Acompañados de las notas de la Primavera de Vivaldi, los segundos transcurren lentamente, se transforman en minutos. Espero tanto que al final cuelgo y llamo de nuevo.

—Disculpe, soy otra vez Alice Allevi…

—Un instante —me interrumpe la misma secretaria de antes.

Vuelve a sonar la misma música, solo que esta vez, por suerte, la espera es más breve.

—¿Sí? —pregunta una voz con tono irritado.

—Disculpe si le molesto, abogado.

—¿Con quién hablo?

—Soy la doctora Allevi, del Instituto de Medicina Legal.

—Ah —contesta secamente—. ¿Hay algún problema?

—Esto, la verdad es que no es exactamente un problema…, sino más bien una molestia. Alguien debería venir al Instituto para recoger los efectos personales de Giulia que hemos recuperado durante la autopsia.

—Bueno, eso no será difícil. ¿La persona que vaya debe preguntar por usted?

—Sí, los tengo yo.

—Repítame su nombre, por favor.

—Alice.

El embarazoso silencio que se produce a continuación me da entender que espera algo más.

—Oh, perdone. Allevi. Alice Allevi —me apresuro a añadir.

—De acuerdo, mañana por la mañana pasará alguien de la familia a por ellos.

Estoy en mi despacho redactando con Lara el informe de una autopsia cuando un tímido golpe en la puerta nos distrae del dilema en que nos hemos sumido: ¿la tonalidad de una equimosis es violácea o más bien azulada?

—¡Adelante!

Un rostro parecido al de Giulia, pero más vivo y expresivo, se asoma por la puerta.

—Estoy buscando a la doctora Allevi… ¿Es usted? —me pregunta. Asiento con la cabeza, al tiempo que le sonrío con simpatía—. Soy Bianca Valenti. Nos vimos ayer —añade, como si temiese que no la hubiese reconocido.

—Entre, se lo ruego —la invito levantándome de la silla.

Bianca avanza con un paso elegante y femenino, no parece turbada por la angustia que, a buen seguro, siente. Tiene los ojos de una persona insomne. Luce un abrigo de cachemira azul oscuro que oscurece levemente su figura, y lleva su melena larga recogida en una coleta apretada. Es muy alta o, en cualquier caso, es más alta que Lara y yo.

Abro el cajón cerrado con llave en el que guardé las joyas de Giulia y me acerco a ella para dárselas.

Tímidamente, Bianca las coge de mis manos y parece estremecerse.

—Dios mío —susurra retrocediendo. Las lágrimas le saltan a los ojos—. Estas pulseras… —murmura con la voz quebrada por un sollozo.

—¿Quiere sentarse? —le pregunto al ver que palidece.

—¿Quiere un vaso de agua? —interviene Lara frunciendo el ceño.

—Sí, gracias —responde Bianca tras unos segundos de vacilación.

Le acerco una silla —el silloncito de Ambra ha desaparecido hoy por arte de magia— en tanto que Lara baja a toda prisa para buscar el agua.

—Disculpe. El problema es que tengo la impresión de que los recuerdos de ella viva, de las dos, caen continuamente sobre mí y yo… no tengo fuerzas para soportarlo, ¿me entiende? No puedo.

—La comprendo, no se preocupe.

Bianca saca las pulseras de la bolsa de plástico y las aprieta con los dedos.

—Nuestros tíos se las regalaron cuando cumplió dieciocho años. Giulia no se las quitaba nunca. No dejaba de decirle que eran unas joyas demasiado valiosas para llevarlas a diario; pero, al igual que hacía con la mayor parte de mis consejos, ignoraba lo que le decía. Esta la compró en un puesto en Sicilia, durante unas vacaciones, hace dos años. Está como nueva, es increíble. Es una pulsera de los deseos. ¡A saber cuál pediría cuando la eligió!

Es evidente que Bianca tiene necesidad de hablar y, a pesar de que me siento incómoda, no oso interrumpirla.

—Doctora… Perdone, no querría… Esto… Yo… Me gustaría preguntarle de qué murió mi hermana. ¿Cree que pueden haberla asesinado? He visto las fotografías: el charco de sangre en el que la encontraron… Y el inspector encargado de la investigación se va siempre por las ramas.

—Yo… debo respetar el secreto profesional, lo siento. No obstante, ¿puedo preguntarle si su hermana era alérgica a algo?

Bianca abre desmesuradamente los ojos, grandes y espléndidos, incluso cuando están transidos de dolor.

—Disculpe. Sé que debería tener paciencia y solo ahora me doy cuenta de que me he comportado como una auténtica maleducada. Es obvio que usted no puede contestar a mi pregunta. Sin embargo, responderé a la suya… Giulia era alérgica a un montón de cosas. Era asmática y en más de una ocasión estuvo a punto de morir por anafilaxia. ¿Puedo preguntarle si cree que esa puede haber sido la causa de su fallecimiento?

—Es posible —admito, a la vez que intento dar por zanjado el asunto.

Bianca suspira ruidosamente. El regreso de Lara pone fin al interrogatorio.

—Muchas gracias. Han sido ustedes muy amables. —Tiende el vaso vacío a Lara y le vuelve a dar las gracias. A continuación se dirige a mí—: De manera que usted conoció a Giulia poco antes de su… muerte.

—Fue una coincidencia terrible.

Lara me mira atónita.

—¿De verdad, Alice?

Les cuento a grandes rasgos el breve encuentro con Giulia. Lara parece impresionada por la casualidad; Bianca siente curiosidad por saber todos los detalles.

—¿Le pareció alterada, preocupada? Pero, sobre todo, ¿se lo ha comentado a la policía?

—Sí, a decir verdad parecía un poco inquieta. No, todavía no se lo he dicho, pero le prometo que lo haré.

Bianca exhala de nuevo un suspiro, como si no lograse contenerse. En apariencia no tiene ningún deseo de concluir la visita. Su mirada sombría se posa sobre mí.

—Hágalo, se lo ruego. Quizá se trate de algo importante.

—Se lo prometo.

—Esa sangre… No consigo olvidarla —dice en voz baja—. Lo primero que pensé fue que la habían matado.

—¿Por qué le enseñaron las fotografías? Fue contraproducente para usted.

—Me empeñé en verlas. No pudieron impedírmelo.

—Bianca, creo que puedo decirle esto sin violar el secreto de la investigación —digo—. La sangre procede de una pequeña herida que su hermana tenía en la cabeza que, sin embargo, carece de relevancia; no fue, desde luego, la causa de la muerte. No guarda ninguna relación con ella. Con toda probabilidad, Giulia se produjo esa herida cuando se desplomó al suelo, después de haber perdido el conocimiento.

Lara me mira espantada.

—Tengo que hablar contigo, Alice —interviene con un tono que intenta ser indiferente sin lograrlo.

—Perdonen, ustedes tienen que trabajar y yo… me he entretenido y las estoy molestando. Les ruego que me disculpen.

—No nos ha causado ninguna molestia, de verdad —le explico solícita.

—En cualquier caso, será mejor que me vaya. Acuérdese de hablar con el inspector Calligaris, doctora; es el encargado de la investigación.

Bianca se pone en pie con una sonrisa indecisa en su bonita cara pálida. Primero me tiende la mano a mí, y luego a Lara.

—Alice… —dice después, con su mano de piel tersa apoyada ya en el picaporte de la puerta—. En caso de que tuviese… En fin, si necesito alguna aclaración, ¿puedo ponerme en contacto con usted?

Respondo de manera instintiva y con excesiva cortesía:

—Faltaría más.

Apenas se cierra la puerta y el taconeo que retumba en el suelo se oye cada vez menos, Lara me mira iracunda a la vez que enarca una ceja.

—Eres de una superficialidad única. ¿Cómo has podido decirle algo sobre la autopsia? Si Claudio se entera…

—No se enterará —replico despreocupada.

—No seré yo quien se lo cuente, puedes estar segura; ahora bien, nunca se sabe. Esa chica no deja de ser una desconocida y se encuentra, a todas luces, bajo los efectos de una fuerte impresión. No me sorprendería que volviese a buscarte con cualquier pretexto para sonsacarte información.

—Está muy alterada por la sangre que vio en las fotografías. Es comprensible.

—De acuerdo, pero aun así no me parece conveniente intimar con los parientes de los difuntos. Hasta el Jefe lo repite una y otra vez.

—¿Desde cuándo el Supremo tiene corazón o algo que remotamente se le parezca? —le pregunto.

Lara sacude la cabeza con energía.

—En ese aspecto falla, lo reconozco, pero en lo otro tiene razón —replica secamente—. ¿Tienes algo que hacer esta noche? —pregunta a continuación, cambiando de tema.

—Nada de particular. Yukino va a hacer onigiri.

—¿Esas cosas que se ven en los dibujos animados?

—Sí.

—¿Crees que le molestará si me uno a vosotras?