Un ataque de tos verdadera despertó a Charlotte.

—¿Me estaré poniendo… enferma? —se preguntó mientras alzaba la vista hacia la lámpara del techo, sin tener claro lo que le sucedía—. ¿Tal vez por eso me estaba tan malhumorada ayer?

Estaba perpleja. ¿Cómo era posible que volviera a toser, a enfermar?

Había una luz intensa y molesta y le resultaba imposible ver nada en absoluto.

—Agh. ¿Es que sigue encendida la maldita iluminación navideña?

Pero la luz no era lo único que le hacía sentir incómoda. De repente, sintió un intenso dolor en la espalda.

—Anoche noté el colchón bastante duro, pero esto es de locos.

Palpó a su alrededor en busca de la mesilla, de algo familiar a lo que agarrarse, en lo que apoyarse mientras se incorporaba, pero no había nada, nada excepto baldosas.

—No es posible que me haya caído de la cama, quiero decir, que me habría dado cuenta, ¿no?

Y entonces lo comprendió todo. Le debían de haber gastado una broma, en venganza por su mala leche del día anterior.

—Está bien, lo habéis conseguido. Me ha salido el tiro por la culata. Supongo que me lo merecía.

Esperó un segundo o dos a que alguien asomara por la puerta partiéndose de risa su muerto culo, pero no sucedió nada.

—¿Eric? ¿Pam? Vale ya. Habéis ganado.

Charlotte empezó a ponerse nerviosa cuando comenzó a enfocar la visión. En el techo, encima de ella, había una bombilla que nunca había estado ahí. Y al incorporarse para quedar sentada, descubrió una puerta de un tamaño y una situación que no eran los correctos, aunque no le resultara del todo desconocida. La puerta no era lo único mal ubicado, pensó Charlotte. ¿Le habrían concedido una especie de tiempo muerto sobrenatural por despreciar la Navidad?

Charlotte se aproximó a la puerta con cautela y se inclinó hacia el cristal. Estaba lleno de polvo y resultaba difícil ver a través de él, pero aun así pudo distinguir un pasillo largo y vacío. Un pasillo flanqueado por… «¡TAQUILLAS!».

—¡Hawthorne! —exclamó Charlotte con un grito ahogado—. Debo de estar soñando.

Como una de esas pesadillas del tipo «no llegué a graduarme» o «no he hecho los deberes» o «soy incapaz de encontrar mi clase» que su mente perfeccionista sufría, incluso muerta.

Colocó la mano sobre el cristal y reflexionó un instante en silencio. Este era el último lugar en el que realmente había estado. Donde verdaderamente había existido. Damen se había alejado de ella por ese pasillo mientras moría asfixiada; fue lo último que sus ojos humanos contemplaron.

Charlotte agarró el pomo de la puerta, lo giró y se internó, titubeante, en el inhóspito entorno del instituto. Siempre le había parecido estremecedor permanecer en un edificio escolar una vez acabadas las clases. Nunca había asistido a muchas actividades extraescolares ni había practicado deportes, pero las escasas ocasiones en las que se había encontrado sola en el instituto, vagando en busca de una puerta abierta por la que salir, fueron suficientes para dejarle una impresión permanente. Sin los alumnos, sin la vida y la energía que ellos aportan, era simplemente un cascarón, un mausoleo sin propósito alguno.

Avanzó lentamente, deslizando a su paso la mano por las taquillas. Si se trataba de un sueño, era lo más cercano que había experimentado a uno lúcido. Parecía todo tan real, hasta los fríos tiradores de metal pulido en las puertas de las taquillas y el tufo a cera industrial que subía del suelo. Una sobrecarga sensorial para una chica cuyos sentidos llevaban sin transmitirle nada más tiempo del que estaba dispuesta a recordar. De hecho, era algo demasiado auténtico, más parecido a una alucinación, a una exageración de la realidad, que a un sueño.

De repente, un discordante e inesperado zumbido inundó el aire, seguido inmediatamente por una vociferante estampida de estudiantes que se apresuraban a salir por todas y cada una de las puertas del pasillo. En un instante, el edificio había pasado de estar muerto a estar vivo. Había resucitado. Portazos en las taquillas, ruido de cisternas en los cuartos de baño, intercambio de cotilleos. Charlotte permaneció completamente quieta, como el ojo en calma de una tormenta que se estaba acercando demasiado como para sentirse cómoda, así que dejó que la rodeara y atravesara su fantasmal cuerpo.

Hasta que lo vio.

Su pedacito de cielo en la tierra.

Damen Dylan.

Conversaba entusiasmado con sus compañeros, trazando jugadas de fútbol sobre la palma de su mano mientras caminaban. Charlotte dio las gracias en silencio a quienquiera que hubiera hecho posible aquel sueño y le miró fijamente. Era igual a como le recordaba y, curiosamente, sus sentimientos hacia él seguían siendo los mismos. Alto, sexy, carismático y fuera de su alcance. Charlotte ladeó la cabeza y clavó los ojos en él como si fuera el centro de una diana, obviando todo y a todo el que avanzaba por el pasillo, y le pareció algo completamente natural. Las viejas costumbres son pertinaces, pensó, así que lo aceptaría sin más. Cuando Damen pasó junto a ella, Charlotte alargó la mano inconscientemente para tocarlo. Eric lo entendería, se dijo racionalizando su reacción al sentir una punzada de culpabilidad. Después de todo, era solo un sueño. Estaba segura de que Eric también soñaba con otras chicas. Al menos en aquel instante, deseó que así fuera.

—Damen —dijo Charlotte con disimulo, como si pudiera oírla.

Él se detuvo y la miró directamente. No con compasión, comprensión, ni siquiera reconocimiento, sino con confusión. Algún espectador objetivo lo podría haber calificado incluso de desdén. La veía. Tenía que verla, pensó Charlotte, aunque era imposible. Luego reflexionó, tal vez en un sueño todo fuera posible. Era su sueño. Pero antes de que pudiera pronunciar una sola palabra, sintió un dolor agudo en el hombro y su cuerpo salió propulsado de cara hacia las taquillas.

Un «Vaya» seguido de una estridente y burlona carcajada fue lo único que escuchó mientras su cuerpo se deslizaba hacia el suelo.

Charlotte se sintió dolida. No emocional, sino literal, físicamente dolida. El hombro, la cara, todo el cuerpo. Volvió la cabeza para ver quién le había jugado aquella mala pasada, pero lo único que distinguió fue tres pares de piernas perfectamente proporcionadas, bronceadas con rayos UVA y torneadas que se alejaban por el pasillo caminando con maestría sobre unos altos tacones. Sabía quiénes eran por el movimiento de sus caderas. Las Wendys. Y Petula. Habían logrado apartarla de su camino sin ni siquiera romper el ritmo. Charlotte estaba impresionada, aunque dolorida.

Dolorida. Algo no cuadraba. Ya no podía sentir dolor. ¿Por qué iba a tener un sueño en el que sí lo sintiera? El cambio de clases finalizó, los pasillos se vaciaron y Charlotte empezó a notar pánico. Otra emoción que ya no debería haberla invadido. Charlotte se llevó las manos a la garganta mientras el pánico se transformaba en absoluto terror. Pero no miedo a lo desconocido, sino a lo que acababa de descubrir en ese mismo instante. No debería haber tosido. Las chicas muertas no enferman. Damen la había visto. Petula y las Wendys también. Charlotte contaba ahora con unas magulladuras que lo demostraban. Volvió la cabeza hacia el aula y miró a través de la puerta abierta.

Y allí estaba.

La respuesta le devolvía la mirada. Era… un osito de goma. ¡EL osito de goma!

No se había asfixiado.

No se había muerto.

Charlotte se palpó los brazos, las piernas y el rostro. Dio tironcitos a su pelo, sus pestañas y sus labios. Estaban cálidos y firmes.

—No es un sueño. No solo he regresado a donde todo empezó —gritó—. Estoy viva. ¿Estoy viva? ¡ESTOY VIVA!

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—¿Alguien ha visto a Charlotte? —preguntó Piccolo Pam.

—Yo no —respondió Prue—. Vaya una aguafiestas navideña. Anoche prácticamente pisoteó la barba de Papá Noel.

—Es que hoy no ha ido a trabajar y nadie sabe nada de ella.

—Eso no es propio de Charlotte —apuntó Call Me Kim.

—Bueno, oí que se había peleado con Eric —añadió Maddy.

—¿De verdad? —saltó CoCo.

—Me muero por escuchar algún cotilleo navideño —exclamó Violet, sorprendida por su ansiosa reacción ante lo que precisamente la había conducido hasta allí.

—Ocúpate de tus asuntos, Maddy —ladró Prue—. ¿Es que no has aprendido todavía a no instigar?

—Tal vez solo necesite estar sola un tiempo —comentó CoCo colgando el último de sus vestidos de alta costura para Navidad—. Yo también me siento un poco rara hoy.

—Ahora que lo mencionas, igual que yo —corroboró Prue—. La noche pasada fue larga.

—Probablemente sea eso —asintió Pam—. Lo más seguro es que Charlotte esté en casa relajándose.

—O con Eric —sugirió Prue—. No me cabe duda de que ya se han reconciliado.

Maddy sacudió la cabeza como diciendo «no creo», lo que le valió una severa mirada de Prue y las demás chicas.

—¿Qué insinúas? ¿Que le está engañando o algo así? —preguntó Pam.

Maddy se rio.

—Eso se rumorea.

—Ignórala, Pam —dijo Prue.

No obstante, CoCo y Kim ya estaban intrigadas.

—Mejor le pregunto a Eric —Pam recordó la discusión que habían tenido la noche anterior y notó cómo un ligerísimo atisbo de sospecha asaltaba también su mente.

—Solo está tratando de volveros a todas paranoicas —exclamó Prue en un intento de reunir las tropas.

—Que tú seas una paranoica no implica que no sea cierto —dijo Maddy.

—Dondequiera que esté Charlotte no puede ser muy lejos —espetó Prue.

—Sí —dijo Pam—. No la van a pillar mirando embobada a otro tío.