Las lejanas estrellas titilaban en el frío cielo nocturno. La música inundaba el ambiente. Todo el mundo se apresuraba y trajinaba afanosamente, preparándose para el momento más mágico del año. El complejo de apartamentos, con miles de diminutas velas parpadeantes, se asemejaba a un antiguo cementerio cubierto de nieve. Estaba tan hermoso… Tan lleno de paz… Era casi Nochebuena en el Más Allá.

Charlotte Usher estaba sentada en su escritorio, con un montón de trabajos de fin de semestre esperando pacientemente a ser corregidos, cuando por la rendija de su ventana apenas abierta se coló un sonido que la distrajo, empujándola a abandonar la silla por primera vez en todo el día.

—¡Qué es ese ruido! —refunfuñó Charlotte.

Cerró la ventana de un golpe y escudriñó a través de la escarcha del cristal para descubrir el origen de los molestos tonos.

Regresó a su asiento justo cuando otro irritante sonido procedente de la puerta se fundía con el azucarado sonsonete que seguía entrando por la ventana. Era una voz que reconocía. Dejó caer la cabeza sobre las manos y la sacudió.

—¿Es que nadie se da cuenta de que estoy trabajando? —vociferó.

—¡Abre!

Aparentemente no, concluyó al tiempo que surgía un golpeteo desconcertante pero rítmico que venía a añadir un compás de 3 por 4 al barullo circundante.

A regañadientes, Charlotte se levantó de nuevo de la silla y se encaminó con lentitud hacia la puerta, sin mostrar especial interés por qué o a quién encontraría al otro lado. Agarró el pomo y abrió.

—Es Nochebuena, ¿vas a trabajar todo el día? —preguntó Eric, ataviado con una chaqueta de cuero tachonada, vaqueros, botas altas negras, el pelo engominado hacia atrás y un gorro de Papá Noel negro.

—¡Oh, mira! —rezongó Charlotte con sorpresa fingida—. Es Elvis Noel.

—I’ll have a blue Christmas without you[1]… —cantó Eric con su mejor voz de Elvis, meneando las caderas y burlándose de Charlotte.

—¿No es un crimen contra la humanidad imitar al Rey en Navidades? —preguntó Charlotte.

Eric sonrió afectuosamente y entró pavoneándose. Se arrellanó en la silla de Charlotte y con actitud despreocupada apoyó las botas sobre el escritorio, tirando algunos ejercicios al suelo.

—Vamos, Charlotte. Hemos trabajado realmente duro para llegar hasta aquí. Es normal que todos queramos divertirnos un poco.

—Todos, excepto yo.

—Oye, solo he venido a ver si querías tomarte un descanso y ayudarnos con la decoración. Tal vez a traerte un poco de alegría navideña. No tenía ni idea de que iba a encontrarme con Ebenezer Usher.

—Tengo demasiado trabajo pendiente —le cortó Charlotte.

—Veo que estás de mal humor —dijo Eric simulando consultar un reloj de pulsera imaginario—. ¿Ha pasado ya un mes? Si no estuvieras muerta, pensaría que estás con el SPM, síndrome premenstrual.

Obviamente, Eric sabía cómo sacarla de sus casillas.

—O tal vez sufras un caso de DAE, desorden afectivo estacional.

—Defunción afectiva estacional, quizás —replicó Charlotte, fastidiada—. Tú también estarías malhumorado si tuvieras que enfrentarte a mi volumen de trabajo y a mi responsabilidad. Tratando de preparar para la eternidad a la siguiente promoción de Muertología. Y a la siguiente. ¡Y a la siguiente! ¡Intenta hacer algo con ese espantoso ruido colándose sin parar por la ventana!

—¿Espantoso ruido? —la reprendió Eric—. Son ángeles que cantan, Charlotte. Que practican para Navidad. La tenemos casi encima, aunque tú no te hayas dado cuenta.

—¿Quién tiene tiempo para la Navidad, Eric?

—Y ¿quién no lo tiene? —Eric clavó sus ojos en ella—. A todo esto, ¿qué te pasa?

—No lo sé —respondió Charlotte bajito—. Tal vez sea esta cantidad de trabajo, que no me deja ver más allá. O…

—O ¿qué? —la interrumpió Eric—. ¿Tal vez que no estamos vivos? ¿Es eso lo que quieres decir?

—Es que no es lo mismo.

—Tienes razón —afirmó él levantándose para acercarse a ella—. Es mejor.

Su entusiasmo era casi contagioso. Casi.

—Mira, Charlotte —Eric señaló la ventana.

Charlotte se aproximó, miró al exterior y escuchó a Deadhead Jerry cantando: Angels we have heard when high[2]...

—¡Eh, Charlotte! —gritó Green Gary—. ¿Puedes echarme un ojo mientras izo a Call Me Kim a lo alto de este pino? Tengo una dendrofobia bastante fuerte. Ya sabes, después de dar un volantazo con el coche para esquivar aquel árbol y… bueno, matarme y todo eso.

—La recepción es mucho mejor ahí arriba —rio tontamente Kim marcando el número del Polo Norte. Seguía siendo incapaz de renunciar a las llamadas navideñas por el móvil, aunque nadie pudiera escucharla realmente, al menos de la manera obvia.

Parecía como si los «vicios» de todos ellos, los que habían segado sus vidas, volvieran a surgir en esta época del año. Pero no importaba, porque era Navidad, pensó Charlotte.

—No puedo. ¡Estoy trabajando! —exclamó con severidad—. Y ¿qué hay de las llamadas? Pensé que las habíamos superado…

—Solo estamos jugando, Charlotte —Kim sonrió—. En Navidad, todo el mundo se vuelve un niño.

—Parece más una regresión colectiva —comentó Charlotte a Eric en voz baja.

—Gary, yo te ayudo en cuanto termine —se ofreció amablemente Rotting Rita, sacudiendo la cabeza y esparciendo carne descompuesta sobre las ramas como si de una pútrida nevada se tratase.

Charlotte observó cómo Prue levantaba en el patio una gigantesca cabeza de Kringle, como una especie de Coloso antiguo.

—¡Que le corten la cabeza! —vociferó Prue tirando de la cuerda para indicar a los demás que la elevaran por los aires.

CoCo lo había planeado todo a la perfección, igual que una organizadora de eventos profesional. Repasó varios bocetos que había creado especialmente para la ocasión y, satisfecha con el modo en el que todo se iba desarrollando, dio la señal a Metal Mike a través de Call Me Kim, que estaba ocupada charlando con un amigo imaginario sobre las actividades de la tarde.

—¡Arriba con la cabeza! —gritó Mike entusiasmado, recorriendo como un loco el mástil de su guitarra imaginaria.

La cabeza de Papá Noel se elevó en la fría oscuridad, una visión como poco escalofriante, y con la incondicional ayuda de Simon y Simone levitó hasta ocupar su posición como una carroza en el desfile de Acción de Gracias de Macy’s. Virginia, con los ojos adecuadamente cerrados como un niño que ansía la llegada de san Nicolás, esperaba impaciente.

—Ahí fuera todos están alegres, Charlotte. Aquí no existe el sufrimiento, ni el dolor, ni la necesidad. Tampoco hay celos, ni nostalgia por nada. Es como debería ser.

—Y tampoco hay vida —Charlotte hizo una pausa y se dirigió hacia la ventana—. Míralos. Corriendo de aquí para allá, fingiendo que tienen algo que celebrar. La Navidad es sinónimo de esperanza. Y sin vida, no hay esperanza. Estamos muertos y nada puede cambiar eso, ni siquiera la Navidad. Para nosotros no hay esperanza, Eric.

—Así que, después de todo, se trata de un SPM, síndrome post mórtem. Vaya. Pensé que ya lo tenías superado y aparcado.

—La Navidad anterior a que… viniera aquí fue tan bonita —caviló Charlotte con nostalgia—. Vi cómo Petula, Damen y las Wendys se hacían fotos con Papá Noel en el centro comercial. Yo me quedé al otro lado de la cuerda de terciopelo que mantiene alejados a los que no pueden pagar por la fotografía y me hice una conmigo en primer plano y ellos y Papá Noel al fondo, ya sabes, como se hace cuando no quieres que un famoso descubra que le estás tomando una foto.

Charlotte estaba divagando y Eric empezaba a enfadarse.

—¿Sabes lo que es triste? —observó él—. Que esa sonrisa sea la mayor que he visto en tu cara en semanas.

—¿Por qué te ofendes? Solo estoy contándote cómo me siento.

—Exacto, me estás hablando de cómo te sientes respecto a , respecto a todos nosotros. Por alguna razón seguimos sin ser lo bastante buenos.

—Eso no es justo.

—Por supuesto que no.

Eric cruzó los brazos y frunció los labios. Estaba cerrado en banda. Nunca la había tratado con tanta frialdad.

Charlotte trató de calmar un poco los ánimos y se inclinó para cantarle dulcemente y hacerle cosquillas con su largo y pálido dedo curvado bajo la barbilla sin afeitar.

You better not pout, you better not cry[3]

—¡Para! No me trates como a un niño. No necesito que me consuelen. He pillado lo que quieres decir.

—¿Estás celoso? ¿De eso va todo esto?

—Siempre estás que si Scarlet esto y Petula lo otro. Que si Hawthorne High y bla, bla, bla. Y Damen, Damen, Damen. ¡Te has quedado anclada en el pasado!

—Eran mis amigos, Eric. No puedes reprocharme que los eche de menos, sobre todo en Navidad.

—¿Tus amigos? Te estás quedando conmigo, ¿verdad? Ni siquiera sabían que estabas viva cuando estabas viva. Joder, si prácticamente te asesinaron. Te empujaron a hacer todo tipo de estupideces para seguirles los pasos hasta morir atragantada con aquel osito de goma.

—Eso fue hace mucho tiempo. Han cambiado. Yo los cambié.

—La gente no cambia. Son como son. Igual que nosotros somos como somos.

—Eso no es cierto. Las personas pueden cambiar.

—¿De verdad? Pues tú me engañaste al hacerme creer que habías cambiado, pero sigues con lo mismo de siempre.

—¿Que yo te engañé? No puedo creer que esté enamorada de alguien tan cínico.

—Y yo no puedo creer que esté enamorado de alguien tan insensible e iluso.

—No quiero volver a hablar contigo de esto, Eric.

—Bien, y ¿qué quieres? —preguntó él, de pie y con el gorro de Papá Noel puesto.

—Tú no puedes darme lo que quiero —respondió Charlotte, hiriendo a Eric con sus palabras—. Nadie puede.

Se miraron fijamente un instante, esperando los dos una disculpa del otro pero sin tomar ninguno la iniciativa. Eric se dirigió hacia la puerta, la franqueó parcialmente y le dio la espalda a Charlotte. Ambos habían dicho cosas que no podían retirar.

—Mañana es Nochebuena, así que espero que se cumplan todos tus deseos —dijo Eric mientras cerraba de un portazo.

Charlotte permaneció inmóvil un instante y decidió volver a casa andando. Estaba disgustada y se sentía incapaz de concentrarse en el trabajo. De repente, escuchó un agudo bocinazo que interrumpió la cháchara navideña. Al contrario que las armonías que se colaban por la ventana de su oficina, aquellos sonidos le resultaban sin duda alguna familiares. Era Pam, que silbaba mientras Silent Violet conducía.

—Hola, Charlotte —dijo Pam saludando afectuosamente a su amiga del alma.

Charlotte podía escuchar todavía las notas del flautín fantasma que emanaban de la garganta de Pam, aquel que se había tragado tanto tiempo atrás, aunque ya no estuviera ahí.

—Hola, Pam. Hola, Violet —contestó Charlotte sin ningún entusiasmo—. Por lo que veo, vosotras también os sentís navideñas.

—Mira a tu alrededor, ¡quién podría resistirse! Estamos ensayando villancicos para la fiesta de esta noche. Vas a venir, ¿verdad?

—Probablemente no.

—¿Qué pasa?

—Nada, que tengo trabajo.

Violet frunció el ceño, solidarizándose con ella.

—Vamos, Charlotte, ¿dónde está tu espíritu navideño? —bromeó Pam—. No debería resultar muy difícil encontrarlo por aquí.

—Muy graciosa —respondió Charlotte, alicaída—. Ahora mismo no lo siento.

—¿Por qué no venís Eric y tú al…?

—Hemos discutido.

—Oh, no. ¿Otra vez? —exclamó Pam.

—Nos hemos dicho un montón de cosas y…

—No te agobies. Es vuestra primera Navidad juntos. Estoy segura de que haréis las paces. Solo déjale que se calme y luego lo habláis abiertamente. Como siempre.

—Si quieres que te diga la verdad, ni siquiera sé dónde está.

Violet alargó un brazo por encima de su cabeza, apuntando a lo alto.

—¿Qué pasa? —preguntó Charlotte.

Violet estiró el dedo hacia arriba con mayor ímpetu incluso, atrayendo la mirada de Charlotte hacia donde estaba señalando. Allí se encontraba Eric, en la azotea de su bloque de apartamentos, sujetando el extremo de una larga hilera de luces que recorría el complejo entero. El cable descendía y cubría todo lo que la vista alcanzaba. Charlotte y Eric se miraron un brevísimo instante e, incómodos, apartaron los ojos.

—¡Atención todo el mundo! ¿Estáis listos? —aulló Eric lanzando su grito roquero más primario.

—¡Sí! —respondieron desde cada rincón del Más Allá.

—Entonces, ¡alumbremos este tugurio!

La cuenta atrás comenzó al unísono. Charlotte se llevó las manos a las orejas tratando de aislarse de Eric y de la Navidad.

—Uno.

»Dos.

»¡Tres!

Eric se introdujo el enchufe en la boca e hizo honor a su apodo de Electric Eric. Se encendió como un árbol de Navidad y las tachuelas de su chaqueta y sus botas comenzaron a parpadear. El complejo entero resplandecía con cálidas ráfagas de luz multicolor.

—¿Esto es el cielo o Las Vegas? —refunfuñó Charlotte observando el espectáculo luminoso que la rodeaba.

Prue se acercó y saludó a Pam y a Charlotte, su rostro, ates avinagrado, ahora mostraba una sonrisa tan luminosa como el programa especial de Navidad que alegraba todo a su alrededor.

—Esto es una Navidad de verdad —dijo Prue.

—Para mí no —respondió Charlotte lacónicamente.

—Déjame adivinar. Os habéis peleado.

—Solo está fanfarroneando, Charlotte —dijo Pam—. No seas tan gruñona.

—¿Por qué te pones de su parte, Pam?

—No lo estoy haciendo, es solo que no estaría mal que dejaras de pensar únicamente en ti durante un minuto.

—Tiene razón —agregó Prue.

—¿Tú también?

—Era un simple comentario.

Charlotte estaba furiosa. Corrió hacia la puerta principal.

—Divertíos, chicas —gritó—. Pero sin mí.

—Espera, Charlotte —la llamó Pam.

Charlotte fue a su habitación para acostarse y la cama le pareció un poco más dura y la habitación un poco más fría que de costumbre. Mientras contemplaba cómo bailaban en el techo las sombras de las luces parpadeantes, permaneció totalmente quieta, con los ojos fijos y abiertos de par en par, aunque su mente estuviera corriendo un maratón. En círculos. Hacia el único pensamiento al que regresaba sin parar, inevitable, ineludiblemente. Con lágrimas fantasmales rodándole por el rostro, Charlotte susurró:

—Ojalá no me hubiera muerto.