Scarlet y Damen se habían quedado dormidos frente a la chimenea de la casa de los Kensington, esperando a que el reloj anunciara la medianoche del día de Nochebuena.
—Acabo de tener un sueño de lo más disparatado —dijo Scarlet aturdida.
—¿Que Papá Noel estaba a punto de llegar aquí? —gruñó Damen, aún medio dormido.
—Gracioso, pero no.
—Entonces, ¿de qué iba?
—He soñado con un objeto.
—¿Con cuál?
—Algo que siempre he querido por Navidad —le explicó Scarlet acercándose al árbol—. De hecho, voy todos los años a la casa de empeño para verlo.
—Y ¿sigue allí? —preguntó Damen—. ¿Como un huérfano?
—Supongo que nadie más lo quiere —dijo Scarlet—. Pero yo lo adoro.
—Y ¿por qué no lo has comprado nunca?
—No es el tipo de cosa que te compras a ti mismo.
—Y ¿ese ha sido tu sueño? ¿Que mirabas el escaparate como el pequeño Tim?
—No. El sueño era que me regalaban lo que quería, igual que a todos los habitantes de la ciudad. A todas las personas que se sentían diferentes. Fuera de lugar. Invisibles. Todos los que nunca recibieron lo que deseaban porque nadie los conocía lo suficiente como para encontrar los regalos perfectos.
—¿Como un Papá Noel gótico?
—Sí —respondió ella.
Damen señaló el reloj de la pared al darse cuenta de que la manecilla grande y la pequeña estaban colocadas en vertical hacia arriba, a punto de encontrarse en las doce.
—Mira —dijo Scarlet—. ¡Está nevando!
—Una sincronización perfecta —contestó él.
Damen alcanzó el mando a distancia y pulsó el botón de play. Las cálidas y nostálgicas notas de The Christmas Song llenaron la estancia mientras se inclinaba bajo las ramas del abeto y cogía un paquete con el nombre de Scarlet en la etiqueta que colgaba del lazo. Se lo acercó.
—¿Esto es de tu parte?
—Supongo que sí —dijo Damen.
—Oh, Damen —dijo ella con nerviosismo—. Yo ni siquiera he envuelto tu regalo. Nos quedamos dormidos y…
—Feliz Navidad —dijo él.
Scarlet tomó el paquete y lo sujetó un instante entre las manos antes de tirar suavemente del lazo. La cinta se aflojó y cayó al suelo al tiempo que la música aumentaba de volumen y el fuego crepitaba. El aroma a bálsamo invadió la estancia.
Scarlet levantó la tapa poco a poco, conteniéndose, mirando dentro con indecisión. Y allí estaba. El regalo de Navidad con el que llevaba soñando toda su vida. El gato negro que Petula le había arrebatado, devuelto.
—¿Cómo lo has sabido? —susurró Scarlet abrazándole con cariño y agradecimiento.
—Podría decirse que ha sido obra del espíritu de la Navidad —respondió Damen con timidez.