Mientras el ataúd cruzaba la calle rodando en dirección al cementerio, Charlotte imaginaba que era una especie de reina de la antigüedad a la que estaban transportando en unas andas hasta su último lugar de descanso. ¿Unas catacumbas bajo una ciudad eterna? ¿Una pirámide que se elevaba sobre las arenas del desierto? ¿Quién podría decirlo? Después de todo, era su fantasía, y ahora que estaba de nuevo viva, había empezado a creer que cualquier cosa era posible, así que dejó vagar la mente. Era todo tan romántico… Todos los ojos fijos en ella. Todos los corazones afligidos por ella. Se trataba de una sensación nueva, pues, aunque ya hubiera muerto antes, no tenía ningún recuerdo de su entierro. Algo de agradecer también, pensó.
Puede que todo fuera un estúpido montaje publicitario para vender ataúdes y conseguir algo de dinero, pero aun así había cierta solemnidad en todo ello, pensó Charlotte. El silencio dentro del ataúd se veía interrumpido únicamente por retazos del Silent Night[15] que inundaba el aire, cantado con reverencia por la multitud que la seguía, acompañándola solidariamente con velas. Podía oír y ver casi todo lo que sucedía a su alrededor, ya que se encontraba en pleno meollo; sin embargo, se sentía curiosamente alejada del exterior. Los copos que caían parecían tomar velocidad al golpear contra la tapa del ataúd y aplastarse, como moscas en un parabrisas. La muerte lo impregnaba todo, incluso los copos de nieve.
El cortejo fúnebre llegó al fin junto a la tumba, excavada anteriormente, como había dicho Wormsmoth, y con altos montones de tierra cubiertos de nieve muy cerca de los bordes. El primer rostro que Charlotte vio fue el de Damen. Parecía distraído, pero aun así logró enviarle una leve sonrisa de «No te preocupes». Wormsmoth golpeó la tapa con los nudillos y luego la abrió para ayudar a Charlotte a sentarse. La multitud aplaudió de nuevo para animarla y Charlotte los saludó con la mano, asimilándolo todo. La aprobación. La aceptación.
Solo faltaba una cuestión burocrática más que Wormsmoth, como buen vendedor que era, había reservado para el final. Del bolsillo interior de su chaqueta sacó un documento doblado en tres partes y se lo entregó a Charlotte.
—Firma este acuerdo de exención de responsabilidad y podremos empezar —dijo él—. Necesito protegerme, ya sabes.
Las Wendys también aprovecharon la interrupción para acercarse a Charlotte y Wormsmoth.
—Antes de seguir adelante, nos gustaría hacerte una breve entrevista de salida.
—¿De salida? ¿Adónde me voy?
—Bueno, nunca se sabe. Es una mera formalidad —la informó Wendy Thomas.
—En una escala de uno a diez, valora tu experiencia en esta transacción.
Charlotte empezó a meditar la cuestión, pero Wendy Thomas la interrumpió.
—Diez. Bien. Y ahora…
Scarlet estaba que echaba chispas mientras las Wendys sacaban un papel adicional para que Charlotte lo firmara.
—Este documento exime expresamente a Wendy Thomas y a mí misma de cualquier responsabilidad legal con respecto a este proyecto ahora y en el futuro y además indica que estás participando en las actividades de esta noche por voluntad propia.
Charlotte lo examinó rápidamente.
—¿Tenéis un boli?
Las Wendys le alargaron los suyos y sonrieron mientras Charlotte firmaba. Luego se volvieron hacia el director de pompas fúnebres.
—Ejem, ejem —dijo Wendy Thomas aclarándose la garganta y extendiendo la palma de la mano—. El dinero por delante.
—Primero el entierro y luego el dinero —replicó Wormsmoth indicando a Damen que procediera.
—Será mejor que no lo fastidie —advirtió Petula.
—Señorita, aún está a tiempo de echarse atrás —dijo Wormsmoth compasivamente.
—No habrá vuelta atrás —gruñó Petula—. Vamos a empezar. El centro comercial cierra a medianoche.
Scarlet las fulminó con la mirada y se volvió hacia Charlotte, hablando cada vez con más inquietud en la voz.
—¿Estás segura, Charlotte?
—¿Cómo me has llamado?
—Charlotte… —respondió Scarlet vacilante—. Ese es tu nombre, ¿no?
Escuchar su nombre de labios de Scarlet la impresionó profundamente e, igual que si fuera una afirmación o un mantra, resonó por todo su cuerpo y su alma. De repente, se sintió invadida por la melancolía. Mucho tiempo atrás, ella fue Charlotte, y mediante algún tipo de intervención sobrenatural lo era de nuevo. La misma Charlotte de antes. Aunque no exactamente. Luchó como una amnésica con un trastorno de doble personalidad para confirmar su identidad a Scarlet.
—Sí, lo es.
—Está segura —insistió Petula apartando a su hermana de un empujón y alargando las manos hacia la tapa del ataúd para cerrarla—. ¿Podríamos, por favor, agilizar esto?
Scarlet estaba a punto de arrojarse sobre Petula, pero Charlotte intervino.
—No pasa nada —aseguró Charlotte rozándole el brazo con suavidad—. Solo me gustaría pedir un último deseo.
—¿De qué se trata? —preguntó Petula con impaciencia.
—¿Una foto de grupo?
Petula alzó los ojos en señal de aceptación y arrastró a las Wendys detrás del ataúd, con Charlotte sentada justo en medio. Damen y Scarlet se unieron a ellas, de pie el uno junto al otro.
—Decid patata —los animó Wormsmoth alzando un dedo en el aire para proporcionarles un foco de atención.
—Eso no será difícil —masculló Petula, dispuesta a cualquier cosa para acabar con aquel asunto.
Todos mostraron su más amplia sonrisa, incluso Scarlet, cuyo hermoso gesto no había quedado plasmado en ninguna fotografía desde preescolar.
—Inmortalizados —susurró Charlotte.
Para ella, toda esta historia ya no era cuestión de dinero, si en algún momento lo había sido realmente. El flash cegó a Charlotte y mientras se restregaba los ojos, le pareció distinguir un rostro familiar a lo lejos, aunque decidió rápidamente que se trataba o de un producto de su imaginación o de algún daño en la retina.
—Todo listo —anunció Wormsmoth indicando a Damen con un gesto que amarrara el ataúd al cabrestante.
Damen pulsó el interruptor y el cable se tensó, levantando el féretro por los aires. Accionó todas las palancas correspondientes y poco a poco lo guio hacia la fosa, encima de la cual permaneció suspendido un instante. Charlotte miró hacia arriba, hacia la nieve que caía, y a su alrededor, a las lápidas, y se sintió invadida no por la alegría o el temor, sino por la tristeza. Como semillas plantadas en suelo fértil, las fantasmales advertencias de Virginia, Prue y Pam comenzaron a brotar en su conciencia. Cerró los ojos, tratando de ahuyentar los recuerdos de sus visitantes del Más Allá. Entonces, notó una ligera sacudida y empezó a descender.
Mientras Damen la bajaba poco a poco, Charlotte abrió los ojos y trató de permanecer conectada al presente mirando fijamente a los ojos de Damen a través de la tapa del ataúd salpicada de nieve. Él hizo lo mismo, esforzándose por mantener una velocidad y una dirección constantes, totalmente concentrado en su tarea aunque se le estaban congelando las manos y sus botas se iban deslizando ligeramente por debajo de él.
—Vamos —susurró Damen dándose ánimos—. Vamos.
Charlotte aguardó satisfecha, mientras descendía más y más. Lo había logrado, era su sueño hecho realidad. Todos los ojos estaban fijos en ella. Los de Damen, Petula y las Wendys. Los de Scarlet. Charlotte empezó a sentir un cosquilleo por todo el cuerpo y su atención se distrajo momentáneamente del rostro de Damen para centrarse en el espacio que había junto a él, donde apareció una figura solitaria. Con tupé en el pelo, la postura firme, una guitarra en la mano y cantando. Charlotte contempló su rostro. Era un rostro al que amaba. Y entonces le reconoció.
Era Eric.
Charlotte sonrió, paralizada ante su mirada, y él le devolvió la sonrisa. Eric soltó la guitarra y la dejó colgando mientras abría los brazos de par en par.
—Lo siento —dijo él—. Vuelve. Te quiero.
De repente, la multitud dejó escapar un grito ahogado tan intenso que incluso Charlotte pudo oírlo.
—Maldita sea —vociferó Damen mientras notaba cómo la palanca del cabrestante se movía inexplicablemente hacia delante—. ¡No puedo pararlo!
El ataúd se deslizó peligrosamente, fuera de control, y cayó al fondo de la tumba. Aterrizó de golpe y Charlotte hizo justamente lo que le habían advertido que no hiciera. Alargó poco a poco la mano hacia la palanca de emergencia y tiró de ella con todas sus fuerzas, haciendo saltar la tapa y provocando el derrumbe de una tonelada de tierra y nieve sobre su cuerpo.
Un entierro prematuro.
—Oh, Dios mío —gritó Scarlet abalanzándose hacia el agujero—. ¡Charlotte!
Damen ya estaba arrodillado sobre la tumba desplomada, cavando con desesperación. Scarlet se tiró al suelo y empezó a escarbar junto a él. Las Wendys y Petula echaron un vistazo a su manicura y eludieron la tarea.
—Dejemos esto a los profesionales —recomendó Petula.
—Juro que no ha sido culpa mía —aseguró Damen.
Scarlet tomó la mano de Damen, fría y sucia, y la apretó, transmitiendo un poco de calor a sus dedos y a la gélida y fúnebre escena.
Cavaron y cavaron hasta que por fin llegaron a donde se encontraba Charlotte. Juntos, la arrastraron fuera de la tumba y la colocaron sobre la nieve recién caída. Estaba pálida, tenía el pulso débil y respiraba superficialmente.
—¿Estás bien? —preguntó Scarlet con desesperación y lágrimas fluyendo de sus ojos.
Charlotte sintió cómo el cálido llanto de su amiga se mezclaba con los fríos copos de nieve, llenándola de alegría incluso mientras la vida se le escapaba. Miró fijamente a Scarlet; esta tomó su mano y le limpió la tierra de la cara.
—Parece tan tranquila… —dijo Scarlet a Damen entre lágrimas—. Está hermosa.
—Es verdad —afirmó Wendy Anderson—. No mienten sobre ese maquillaje.
—¿Puede alguien llamar a una ambulancia? —suplicó Scarlet, enfadada por que las Wendys y Petula permanecieran impasibles ante unas circunstancias tan atroces.
El señor Wormsmoth se encontraba ya en el teléfono de emergencias para llamar y con las prisas, dejó caer el contrato al suelo.
—¡Que alguien llame a un abogado! —bufó Petula a las Wendys mientras repasaba el documento firmado por Charlotte.
—¿Por qué? —preguntó Wendy Anderson.
—¡Sois unas idiotas, le hicisteis firmar el contrato con tinta invisible!
—No importa, aun así recibiremos el dinero, ¿no? —preguntó Wendy Anderson.
—Si no hay contrato, no hay dinero —aseveró Wormsmoth rompiendo el documento en sus narices.
—¡Y tampoco regalo para mí! —gimió Petula golpeando el suelo con el pie.
Las cámaras empezaron a grabar. Petula y las Wendys perdieron el control y cayeron de rodillas junto a Charlotte, formando un círculo de dolor interesado merecedor de una nominación a los premios Emmy. Un torrente de lágrimas, o de suero oftálmico, bañó a Charlotte mientras le quitaban la tierra de la cara. Charlotte les regaló una última sonrisa de complicidad y lentamente se fue apagando.
La ambulancia llegó por fin y Damen levantó a Charlotte con cuidado, ayudando al personal de emergencias a tumbarla en la camilla. Scarlet contempló cómo la metían en la ambulancia y luego bajó los ojos. En el lugar donde había estado tumbada, se podía ver la impresión de su cuerpo, como un ángel de nieve, junto al que había una bonita caja. Scarlet se arrodilló para recogerla. Levantó la tapa y encontró una etiqueta con un número de referencia y algo que le sorprendió: su nombre. La metió con cuidado en el bolsillo de su abrigo.
Las Wendys y Petula hacía rato que habían desaparecido, al confundir la sirena de la ambulancia con la de la policía.
—Tiró de la palanca —confirmó Wormsmoth mientras inspeccionaba el ataúd—. ¿Lo haría a propósito?
—¿Cómo? —exclamó Scarlet—. ¿Por qué lo habría hecho?
—Hay cosas que nunca sabremos —sentenció Damen. Luego se aproximó a Scarlet, que seguía arrodillada sobre la nieve junto al hueco dejado por Charlotte, y se postró junto a ella. Apenado.
—Tal vez —añadió Scarlet bajito.
Scarlet estaba empezando a darse cuenta de que ella era la persona especial de Charlotte.
—¿La conocías bien? —preguntó Damen en un susurro.
—No —respondió Scarlet.
—No sé por qué —dijo él—, pero desearía haberla conocido mejor.
—Yo también —coincidió Scarlet limpiándose los ojos y la nariz mocosa.
—¿Quieres que te lleve en coche? —preguntó él.
—Claro —dijo ella.
Damen la ayudó a incorporarse y ella se agarró de su brazo mientras caminaban juntos sobre la nieve recién caída. Damen le abrió la puerta y, una vez que Scarlet se hubo deslizado hacia el asiento del copiloto, la cerró.
—¿A casa? —preguntó él.
—No —dijo ella—. ¿Te importaría acercarme a la casa de empeño?
Charlotte y Eric llegaron de la mano, pasando inadvertidos, justo cuando la fiesta de Navidad del Más Allá se estaba poniendo en marcha. Los ángeles heraldos cantaban a lo lejos, a punto de finalizar su trabajo.
—Qué hermoso —dijo Charlotte, sobrecogida por la alegría y el colorido de la escena.
Eric estaba sorprendido de lo rápido que había vuelto todo a la normalidad, y orgulloso del papel que había desempeñado para lograr que aquello sucediera. Pero más que nada, se sentía orgulloso de haber recuperado a su novia y de rodearla con el brazo.
—Es Navidad —dijo Eric apretando suavemente la mano de Charlotte—. Ahora sí.
—¡Charlotte! —gritó Virginia, entusiasmada.
Todos sus compañeros de Muertología acudieron rápidamente para abrazarla.
—¡Te hemos echado de menos! —bramó Mike.
Querían hacerle un montón de preguntas, pero sobre todo una, teniendo en cuenta lo cerca que habían estado de quedar sumidos en el olvido.
—¿Qué tal lo de morirse otra vez? —preguntó Rita con nerviosismo.
—Guay, seguro —dijo Deadhead Jerry arrastrando las palabras.
—Apuesto a que fue horripilante —opinó Violet, estremeciéndose.
—Morirse dos veces, eso mola con creces —rimó DJ.
—Ya sabes lo que se dice —añadió Green Gary—, que la principal causa de muerte es la vida.
Charlotte meditó un rato la pregunta. La primera vez fue un accidente. En esta ocasión, había sido una elección.
—Fue —vaciló Charlotte— como empezar de nuevo.
—¡No te vuelvas a marchar jamás! —gritó Kim aferrándose a Charlotte como si le fuera la vida en ello.
—Nos estábamos muriendo sin ti, amiga del alma —rapeó DJ.
Charlotte estaba abrumada.
—Espero que mereciera la pena —dijo Prue dando un golpecito a Charlotte en el hombro.
—Creo que sí —confesó Charlotte—. Lloraron por mí. Incluso Petula y las Wendys.
—Tal vez tenías razón respecto a ellos, después de todo —añadió Prue abrazándola—. Pero basta de lágrimas, ¿de acuerdo? ¡Es Navidad!
Prue salió disparada para unirse a los demás y dar la bienvenida a la Nochebuena. Pam fue la última en saludarla, pero no por ello lo hizo con menos entusiasmo.
—Sin ti, nada era lo mismo —susurró Pam estrechando a su amiga con fuerza entre los brazos.
—Lo siento —respondió Charlotte también en un susurro.
Una voz amable que no era la de Pam le contestó.
—No tienes por qué disculparte.
—¿Profesor Brain?
Brain se acercó lentamente a Charlotte y la rodeó con el brazo.
—¿Qué tal el viaje?
—Me alegro de haber regresado. A casa.
Brain le devolvió una sonrisa cómplice.
—En ocasiones, debemos alejarnos para valorar lo que ya tenemos y es necesario aprender de nuevo lo que ya deberíamos saber. A veces, ignoramos que queremos a alguien hasta que lo perdemos.
Charlotte asintió con la cabeza.
—¿Qué te empujó a regresar? —preguntó Pam.
—Sí, qué fue. Yo estaba completamente segura de que te habíamos perdido —añadió Prue—, igual que todo lo demás.
—¿Quién podría resistirse a esto? —fanfarroneó Eric deslizando las manos por su espectral figura.
—¡Eric! —le reprendió Charlotte, mientras sus fantasmales mejillas adquirían un ligerísimo tono rosado—. Escuchad todos —respondió—. Estaba tan ocupada en revivir el pasado que me olvidé del ahora.
—La Navidad presente —dijo Virginia con una sonrisa.
—El mejor regalo que puedes ofrecer —añadió Brain—. Tú mismo.
—Para progresar —reflexionó Charlotte—, imagino que es necesario seguir adelante.
—Exactamente —confirmó Brain.
—Ya no necesito volver a hablar de Hawthorne —dijo Charlotte con tono de disculpa.
—Por mí no hay problema —respondió Eric con una sonrisa.
—Usted sabía que Charlotte tomaría la decisión correcta —dijo Pam a Brain—. Por eso no intervino.
Brain sonrió y les deseó a todos una Feliz Navidad antes de regresar a sus estudios.
—Todo ha vuelto a ser como antes —dijo él.
—No —discrepó una sonriente Charlotte—. Es mejor.
El coro de voces se elevó in crescendo y una brillante estrella se elevó en el cielo, eclipsando a todas las demás e iluminando el complejo con un rayo de luz dorada.
—¿Bailas? —preguntó Eric.
—Encantada —respondió Charlotte.
Se tomaron de las manos y giraron y giraron bajo el maravilloso espectáculo y los deliciosos sonidos procedentes de las alturas.
—Gloria in excelsis Deo[16] —cantaban las voces de los ángeles.
—Qué raro que el cabrestante se rompiera en ese momento. Justo cuando nuestros ojos se encontraron —comentó Charlotte a Eric mientras disfrutaban de su vals navideño.
—¿Qué cabrestante? —replicó Eric con una alegría en los ojos casi tan intensa como el brillo de la estrella que refulgía sobre ellos.
—Estabas dispuesto a traerme de regreso… —comenzó Charlotte.
—Aunque para ello hubiera tenido que matarte.
—Mi chico —susurró Charlotte—. Qué dulce.
—Pero yo no te maté. Eso lo hiciste tú.
—Lo sé. Pobre Damen —reflexionó.
—Bueno, ya no tendrás que volver a preocuparte de eso.
—¿Por qué? —preguntó Charlotte esperanzada.
—Porque nunca sucedió.
Eric la hizo girar de nuevo al ritmo de las risas, las ovaciones y los mejores deseos de los becarios de Muertología. Cuando las campanas de medianoche tañeron anunciando la llegada de la Navidad, Eric se inclinó para besarla, pero Charlotte se puso tensa de repente.
—¡Oh, no! —gritó—. No he tenido tiempo de comprar regalos para nadie.
—Sí que lo tuviste —afirmó él.
Eric consiguió su beso y la feliz pareja se separó para desear lo mejor a todos sus amigos.
—Hablando en serio —le dijo Pam en confidencia—, ¿por qué has regresado?
—Por amor. Tan sencillo como eso —aclaró Charlotte—. Supongo que necesitaba alejarme para descubrir que mi vida después de la muerte es realmente maravillosa.
—¿Te han regalado este año lo que querías? —preguntó Eric.
Charlotte le abrazó con fuerza, le besó bajo el muérdago sobrenatural y le susurró al oído:
—Sí. Tengo todo lo que siempre deseé.