¿No ha habido suerte? —preguntó Prue con tristeza.

—Un trozo de carbón —respondió Pam—. Creo que deberíamos contárselo a todos.

Prue indagó en lo más profundo de su ser y ladró su versión de una alborada.

—Escuchad, muertos. Pam tiene algo que anunciar.

Los becarios de Muertología se reunieron con diligencia, lentamente y esperanzados. Todos, menos Eric.

—¿Has traído a Charlotte, Pam? —preguntó Suzy.

—¿Está aquí? —añadió Mike.

Pam dejó caer la cabeza.

—Charlotte nos ha olvidado —dijo Violet.

—Qué inoportuna —exclamó CoCo.

—¡Vaya fastidio! —protestó DJ.

—Y que lo digas —gimoteó Mike, alargando su intenso lamento hasta casi acallarlo por completo.

—Un regalo navideño de parte de Charlotte —dijo Gary.

—Ha sido un buen intento —aseguró Prue rodeando el hombro de Pam con su brazo para consolarla—. Casi llegamos allí arriba.

Todos alzaron la vista con aire sombrío, hacia el cielo: el destino al que habían dedicado sus esfuerzos y que ahora se les presentaba por siempre inalcanzable.

—Todo este trabajo para nada —suspiró Kim pulsando el botón de finalización de llamada en el teléfono que llevaba incrustado en su espectral calavera.

—Os lo dije —sonrió Maddy.

Ninguno disponía de energía suficiente para discutir. Las luces y los adornos ofrecían un aspecto más lúgubre incluso que antes y se iban marchitando igual que ellos.

—Nuestra primera Navidad juntos. Y la última —susurró Pam.

—Ha sido estupendo conoceros, tíos —dijo DJ tratando de recobrar algo de energía.

—¿Qué tal si coreamos Auld Lang Syne[13]? —sugirió Mike.

Se agarraron todos de las manos.

Una sombra solitaria se aproximaba a lo lejos. Era el profesor Brain, que cojeaba hacia ellos. Fue recibido con caras largas y mal humor. Incluso por parte de Pam.

—¡Usted podría haber detenido esto! —le acusó Prue, con una ira y un resentimiento en la voz que recordaron al profesor Brain tiempos muy lejanos.

—En ocasiones, es necesario que sucedan estas cosas, Prue —le explicó Brain—. Incluso aquí, nada ni nadie es perfecto. Siempre hay algo que aprender.

—¿Quiere decir cosas como mandarnos a todos de vuelta al limbo? —preguntó Pam con tristeza—. ¿Qué le aporta eso a ella, o a nosotros? Charlotte va a regresar a una vida miserable y nosotros, a una miserable vida después de la muerte.

—La llamada del pasado, del recuerdo es poderosa —dijo Brain—. ¿Qué elegir, el ahora o el entonces?

—A nosotros o a ellos —añadió Jerry, reduciendo la decisión a su mínima expresión.

Todos sabían que esa era la esencia del problema, y la razón de que les doliera tanto.

—Es una cuestión de elección —los informó Brain—. Y Charlotte tiene la última palabra.

—Usted fue quien la convirtió en profesora —le recriminó Prue—. Y mire dónde nos ha llevado.

—El mejor maestro te conduce de nuevo a ti mismo —respondió Brain.

Un repentino estruendo sacudió el complejo. Las luces parpadearon y algunas coronas y banderolas cayeron al suelo. Comenzaron a abrirse grietas en las fachadas de los edificios y los becarios de Muertología se quedaron boquiabiertos, como si aquello fuera el presagio de un terrible desastre natural a punto de cernerse sobre ellos.

Eric escuchaba con atención a Brain y se dirigió hacia el centro del grupo, mientras su mundo comenzaba a desmoronarse.

—No sé vosotros, tíos, pero yo no pienso marcharme así —se recobró Eric—. ¿Qué tal un poco de alegría navideña?

Dicho esto, Electric Eric deslizó la fiel guitarra que colgaba a su espalda hacia la parte delantera de su cuerpo y empezó a tocar. DJ y Mike se unieron rápidamente.

—¡Despídenos con música, Eric! —le animó Gary.

—Si todavía puedes oírme, Charlotte, esta es para ti. ¡Que empiecen los créditos!

I don’t need a lot of presents

To make my Christmas bright,

I just need my baby’s arms

Wound up round me tight.

Oh, Santa hear my plea,

Santa bring my baby back to me[14]

Eric cantó a pleno pulmón. Vibraba con cada nota, ya que era exactamente lo que sentía por Charlotte. Estaba interpretando una canción, pero al mismo tiempo, estaba confesando a todo el mundo lo miserable que se sentía sin ella. Sin el amor de su vida después de la muerte.

Marcaron el ritmo con las palmas y las chicas se unieron haciendo los coros. El profesor Brain daba golpecitos con el pie siguiendo los gloriosos compases, e incluso los ángeles en las lejanas alturas cantaban suavemente su aprobación en armonía. Nunca se había escuchado un sonido más alegre ni en el cielo ni en la tierra. La canción terminó y un absoluto silencio sustituyó a los aplausos que Eric habría esperado normalmente. Su rostro adquirió un gesto de determinación.

—¿Por qué esperar a que Papá Noel la traiga a casa? —masculló.

—¿Qué? —preguntó Prue.

—Me voy —respondió Eric totalmente decidido.

—¿Adónde?

—A buscar a mi novia.

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Petula y las Wendys se apiñaron bajo una farola del aparcamiento que brillaba con intensidad, más que las titilantes estrellas de repente oscurecidas por esponjosas nubes cargadas de humedad. Era la única fuente de calor disponible.

—Ahí viene —dijo Petula, a quien le castañeteaban los dientes—. Por fin.

—Sí, reconocería ese peinado con aspecto de nido de pájaros en cualquier lugar —afirmó Wendy Thomas.

—Pero ¿quién viene con ella? —preguntó Wendy Anderson.

—¡Oh, no! —chilló Petula—. ¡Pesadilla antes de Navidad!

—Mira a quién nos ha traído el viento —rio tontamente Wendy Anderson—. El terror de la Navidad.

Scarlet se acercó y las señaló con el dedo a una detrás de otra.

—Jou, jou, jou —disparó, convirtiendo la carcajada de Papá Noel en una gran irreverencia.

Scarlet les lanzó una mirada de desagrado. Allí de pie, temblando bajo el calor de la bombilla, aferradas a sus caros bolsos y con sus mejores galas navideñas, le recordaron terriblemente a los Reyes Magos a la inversa.

—¡Miradlas! Las tres chicas bobas —soltó Scarlet.

—No tenía ni idea de que fuerais amigas, aunque al veros juntas resulta extrañamente coherente —razonó Petula con sarcasmo, dirigiéndose a Scarlet y Charlotte.

Charlotte sonrió orgullosa, tomándolo como un cumplido.

—¿Qué os traéis entre manos? —preguntó Scarlet con severidad.

—Estamos haciendo una buena obra navideña —respondió Wendy Anderson.

—Salvando vidas —añadió Wendy Thomas.

—Sí, las suyas —dijo Petula con aire de suficiencia.

El ambiente estaba cargado de tensión, gélido, a la espera de que alguien rompiera el hielo.

—¿Por qué no entramos y echamos un vistazo? —sugirió Damen.

Él fue el primero en atravesar las puertas giratorias de la entrada que daban paso a un inmenso vestíbulo repleto de adornos navideños y letreros que anunciaban todo tipo de productos mortuorios y servicios fúnebres. El contraste no podría haber sido más marcado. Las fiestas del nacimiento y la renovación, de la muerte y la descomposición, celebrándose una junto a la otra. Siguieron las indicaciones hasta el piso donde estaba ubicada la convención, deteniéndose ocasionalmente para mirar boquiabiertos algún que otro stand.

Pasaron junto a servicios de cremación ecológica, fabricantes de urnas funerarias personalizadas, proveedores de rosas secas, muestras de llaveros de coches fúnebres, vendedores de ropa para funerales y ataúdes de diseño, productores de DVD, editores de literatura melodramática, e incluso utensilios de cocina y repostería con tema fúnebre. En el salón central, se alzaba un árbol de Navidad de crepé negro decorado con filas y filas de galletas ornamentales con forma de ataúd y azúcar espolvoreado.

—Mirad —dijo Damen al ver unos muñequitos de galleta con el ceño fruncido y sogas de caramelo en torno al cuello—. ¡Un hombre de galleta muerto!

—No tiene ninguna gracia —gimoteó Petula secándose una lágrima a punto de rodar por su mejilla al tiempo que sostenía la mirada a Scarlet, que se reía con Damen.

—Esto debe de ser como Disneyland para ti… —dijo Wendy Anderson a Scarlet.

—Pero ¿dónde están los vampiros, los zombis y los hombres lobo? —preguntó Wendy Thomas, un tanto despistada.

—Esto no es una convención de cómics —la reprendió Wendy Anderson—. Es para narcisistas.

—Querrás decir narcolépticos —vociferó Petula—. ¡No tenéis ni idea de nada!

Cada stand resultaba más impresionante, y espeluznante, que el anterior. Sin duda alguna, no era el tipo de convención funeraria en la que organizar el entierro de tu madre. Aquí se ofrecía alta tecnología y lo más moderno del sector. Al menos, eso le parecía a Scarlet.

Encontraron un sistema de intercomunicadores para ataúdes.

—Mirad, para que tus seres queridos puedan hablar contigo… a larga distancia. Eso sí que es mantenerse en contacto —dijo Wendy Anderson.

—Esto es sin duda para mí —exclamó Scarlet echando un vistazo al paquete «Melodías eternas», que bombeaba las canciones favoritas del difunto dentro de su ataúd por toda la eternidad—. Qué me decís de este equipo de sonido. ¡Es para morirse!

Damen no pudo evitar acercarse y contemplarlo con ella.

—Mirad esto —gritó Charlotte llamando la atención del resto—. «Descanse tranquilo»; en las fiestas, te envían flores de manera anónima a tu último lugar de descanso para que nunca seas olvidado.

—Una manera mortal de poner celoso a alguien desde la tumba —comentó Petula cogiendo un folleto.

—¿Y esto? —dijo Wendy Anderson señalando una pantalla plana en la que aparecía Petula—. ¡Televisión necrológica! ¡Un nuevo canal por cable que emite entierros de personas reales durante todo el día y toda la noche!

—¡Vamos a grabar nuestro propio obituario! —propuso Wendy Anderson.

—Ahora no tenemos tiempo para eso —respondió Wendy Thomas.

—Pues a mí me interesa el paquete de tweets y perfil de Facebook post mórtem. Actualizan tus cuentas con regularidad después de que te hayas muerto para que nunca desaparezcas. Virtualmente.

—Su precio está justificado —aseguró Wendy Anderson—. Era tan triste que antes la gente se muriera sin más…

—Bueno, yo me largo a ver las cámaras para ataúdes —dijo Scarlet tratando de separarse del resto—. ¿Por qué no echáis un vistazo al estilista mortuorio? Y no os olvidéis de las bolsas con muestras promocionales funerarias —añadió dándole vueltas a un collar con un vial de líquido de embalsamar como colgante.

—Está enferma —exclamó Petula—. Espera, ¿muestras promocionales?

—Deberíamos ir. Quiero decir que es el segundo día más importante de tu vida. Un día totalmente dedicado a ti y ni siquiera estás ahí.

Scarlet y Charlotte eran las más sobrecogidas y volvían la cabeza en todas direcciones, decididas a no perderse nada.

—Yo quiero dar un repaso a los últimos accesorios para autopsias —dijo Scarlet.

—Suelen estar por allí —le indicó Charlotte.

—¿Habías estado aquí antes?

—En este día no hay nada más que hacer y está justo al lado de mi casa —dijo Charlotte—, así que vengo todas las Nochebuenas.

—¡Yo también! —los ojos de Scarlet se iluminaron—. Nunca lo habría imaginado.

—Hay muchas cosas que no sabes de mí —Charlotte sonrió.

—Hay muchas cosas que no quiero saber de ninguna de vosotras —las criticó Petula—. Este lugar me está poniendo los pelos de punta.

Scarlet alargó la mano con actitud malévola hacia la degustación de cerebros humanos de chocolate.

—Ñam, ñam —exclamó dejando que uno se derritiera en su boca—. Muerte por chocolate. ¿Quieres uno?

Daba la sensación de que Petula estuviera a punto de vomitar.

De repente, las Wendys alzaron la vista, vieron el único cartel de toda la sala que realmente las atrajo y se lo señalaron a Petula, que rápidamente recuperó la compostura.

—¡Maquillaje! —gritaron—. Nos vemos en el stand de Wormhole en diez minutos.

Scarlet y Charlotte se alejaron hacia los últimos modelos de mesas para exámenes macroscópicos, mientras Petula y las Wendys daban una vuelta por el stand de cosméticos.

—Su stand está debajo del árbol —gritó Damen, sin estar seguro de si alguna de ellas le había escuchado—. Os espero allí.

Scarlet aprovechó aquel inesperado momento a solas con Charlotte para expresarle sus preocupaciones en privado.

—Esto no me gusta ni un pelo. No tienes que seguir con ello.

—Quiero hacerlo. No estoy asustada. Y necesito el dinero.

—Quédate aquí —le ordenó Scarlet—. Quiero hablar con Damen.

Scarlet se volvió y empezó a alejarse con paso casi marcial.

—¡Scarlet! —gritó Charlotte—. Gracias.

—No me lo agradezcas todavía.

—Eres una buena amiga.

Scarlet sonrió.

—Yo no soy tu amiga —respondió Scarlet mientras se marchaba.

—Aún —dijo Charlotte en voz baja.

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Petula, Wendy Anderson y Wendy Thomas se abrieron paso por el abarrotado centro de convenciones con tal determinación que igualmente podrían haber estado buscando el Santo Grial. Y entonces lo vieron. Todo un stand repleto de productos de belleza de última generación. Bases de maquillaje, correctores, pintalabios, brillos labiales. Lo tenían todo. Las chicas se quedaron atónitas ante tal espectáculo. Petrificadas.

Miraron la hilera de cabezas expuestas. Eran réplicas de personas y estaban todas en fila con un cartel que decía: «¿Te ha quedado el rostro destrozado en un accidente? ¡Elige la cara de tus sueños! ¡Es más barato que la cirugía plástica, y dura más!».

—Así que esto es lo que hacen cuando te abres el melón… —dijo Wendy Anderson.

—¡Petula, deberías ofrecerte de modelo para una de estas! ¡La gente se moriría por parecerse a ti! ¡Ahora pueden!

—Sí, ¡puedes empezar tu propia sociedad perfecta bajo tierra con gente igual a ti!

Mientras Petula sopesaba la idea, una voz de mujer la interrumpió.

—¡Aspecto vital!

—¿Eh? —fue todo lo que Petula pudo responder.

—Aspecto vital —repitió la mujer—. Es el nombre de nuestra línea de cosméticos.

—Oh, vaya —dijo Petula—. Resulta divertido, porque tus clientes parecen un tanto muertos, ¿no?

La vendedora la ignoró. Estaba a lo suyo.

—¿Qué es lo primero que dice la gente cuando acude a un velatorio y ve al ser querido que ha muerto ahí tumbado?

—No sé. ¿Sacadme de aquí?

—¿Hizo testamento? —añadió Wendy Anderson.

—No, dicen: «Qué buena cara tiene él o ella». ¿No es así?

—Supongo…

—Y ¿por qué tiene tan buena cara? —preguntó la mujer.

Tres rostros inexpresivos le devolvieron la mirada.

—Por lo mismo que vosotras.

—¿Por el maquillaje? —preguntó Petula con aire vacilante.

—Por el maquillaje —replicó la mujer—. Y su apariencia será incluso mejor con nuestro nuevo paquete «Aspecto vital».

—Cuéntanos más —pidió Wendy Anderson como una infiltrada entre el público en un anuncio de teletienda.

—Este kit incluye material de relleno para heridas, adhesivo, humectante labial y maquillaje en todos los tonos de piel posibles, incluido adulto, melocotón, bronceado, anciano, recién nacido y carne intenso.

—Este material tiene calidad industrial —dijo Petula, toqueteando el paquete.

—Está fabricado para durar una eternidad.

—Realmente es así, joven. De hecho, fue creado para los nuevos ataúdes transparentes que la Funeraria Wormsmoth ofrecerá la próxima temporada.

Las apagadas bombillas de sus cerebros se volvieron simultáneamente cegadoras.

—Charlotte podría acicalarse un poquito, ¿no creéis? —sugirió Wendy Thomas—. Quiero decir que si esto consigue que un muerto tenga buen aspecto, seguramente funcionará con ella.

—Nos lo llevamos —dijo Petula; agarró una bolsa de maquillaje de cuero negro con diseño patentado de coche fúnebre y llena de productos «Aspecto vital» y se dirigió en línea recta al stand de Wormsmoth.