Pam y Prue caminaban de la mano por el largo pasillo situado en la parte trasera del complejo de apartamentos. Estaba oscuro, pero no resultaba tenebroso, animado por el sonido de un zumbido desafinado pero alegre que salía por la puerta de la última oficina. Detestaban comunicar noticias tan amargas en una época tan feliz, pero no tenían otra opción. Se detuvieron a escasa distancia de la puerta y se miraron, esperando que fuera la otra la que llamara. Por fin, Prue se adelantó y anunció su presencia con un suave golpeteo.
—Adelante.
—¿Profesor Brain? —dijo Prue a modo de saludo.
Brain mostraba un aspecto jovial, ensimismado y desaliñado, como de costumbre.
—Hola, chicas.
Brain se echó hacia atrás un fragmento de cuero cabelludo que le colgaba de la cabeza para cubrir la brecha de su cráneo, que se había abierto de nuevo tras la desaparición de Charlotte, y procedió a adecentarse para la inesperada visita. Las muchachas se sorprendieron al ver que la herida de su mentor había reaparecido, después de haberse curado tanto tiempo atrás. Daba la sensación de que todas las viejas heridas tratadas en Muertología se habían reabierto, en más de un sentido. Ni siquiera el profesor Brain era inmune a los estragos que Charlotte estaba causando de forma involuntaria.
—¿Tiene un minuto?
—Por supuesto. ¡Estaba terminando mi lista navideña!
—¿Su lista? Pero si nosotros ya no hacemos regalos… —dijo Prue.
—Supongo que será la fuerza de la costumbre —Brain sonrió amablemente—. Ya sabéis.
Pam asintió con recelo.
—¿Qué puedo hacer por vosotras? —preguntó él.
Fueron directas al grano.
—Bueno, Charlotte se ha marchado —le comunicó Pam—. Discutió con Eric y lo siguiente que supimos es que había regresado a Hawthorne.
Pam y Prue esperaban que el rostro de Brain se cubriera de asombro, que le invadiera el terror, pero en vez de eso, regresó a su lista con actitud indiferente.
—Sí, lo sé —dijo.
—¿Lo sabe? —preguntó Pam.
Se sorprendieron, aunque no deberían haber reaccionado así. Muy poco de lo que sucedía en el Más Allá le pasaba desapercibido a Brain.
—No hay por qué preocuparse.
—¿De verdad? ¿Que Charlotte esté viva y que nosotros nos estemos desvaneciendo, por si no se había dado cuenta, no le parece ni lo más mínimamente alarmante? —preguntó Prue.
—Estas cosas suceden de vez en cuando.
Confusas, las chicas se propinaron sendos codazos. Pam y Prue empezaban a preguntarse si la reaparición de la herida en la cabeza de Brain no le habría afectado de algún modo al oído, o al cerebro.
—Virginia trató de convencerla para que regresara, pero ella no…
—¿Le mencionó el apuro en el que nos encontramos? —preguntó Brain.
—No, pensó que la disposición de ánimo de Charlotte no era la más adecuada.
—Chica lista —dijo Brain con una voz apenas audible, como si estuviera compartiendo un secreto consigo mismo.
—No era necesario que Virginia le contara nada —exclamó Prue, enfadada—. Charlotte debería saberlo. Lo que está haciendo es egoísta.
—¿Lo es? ¿Quién de nosotros no ha fantaseado con estar de nuevo allí, especialmente en Navidad? —dijo Brain con nostalgia—. Ver caer la nieve, aspirar el aroma de los pinos, saborear los bastones de caramelo de menta y beber chocolate caliente junto a una hoguera crepitante. Sentir un suave beso bajo el muérdago…
—Profesor Brain, me sorprende —le reprendió Pam—. Usted fue quien nos ayudó a aceptar nuestro destino, a superar todo eso.
—Tal vez olvidemos muchas cosas en el transcurso de nuestras vidas anteriores y posteriores a la muerte. Pero esas no. No hay nada egoísta o sorprendente en ello. La Navidad es recuerdo.
—Entonces, ¿no va a hacer nada?
—No —respondió Brain con tranquilidad—. Además, no hay mucho que podamos hacer.
—Bien, pues ¡gracias por nada! —gritó Prue rezumando frustración.
—Tiene que haber alguna solución.
—Olvídalo, Pam —continuó Prue—. El profesor debe regresar a su lista y a colocarse el cuero cabelludo. Tendremos que adivinarlo por nosotras mismas.
—¿Sabe?, lo último que Charlotte me dijo fue que ojalá no se hubiera muerto —se quejó Pam—. Yo estoy empezando a sentir lo mismo.
Brain sonrió compasivo.
—Feliz Navidad.
—Ya no estoy tan segura de que vaya a ser así —respondió Pam con desaliento.
—No te preocupes —la consoló Prue—. La traeré de regreso, ¡aunque tenga que ir yo misma y volver con ella a rastras!
Brain las llamó de nuevo cuando se marchaban. Su voz sonaba despreocupada, a pesar de la gravedad de la información que les transmitió.
—Chicas, la cuestión es que la intuición de Virginia era correcta. Charlotte debe regresar antes de la medianoche del día de Nochebuena. Pero por iniciativa propia.
—Entonces, estamos perdidos —concluyó Pam.
Charlotte atravesó la ciudad a pie y pasó junto a escaparates y decoraciones navideñas, deteniéndose a cada rato para admirar algo reluciente y vistoso. No para ella. Estaba acostumbrada a no esperar nada por Navidad, ni siquiera una tarjeta de felicitación. Sino para Scarlet. Buscaba algo tan lleno de significado que hablara por ella, que dijera todo lo que Charlotte se sentía incapaz de expresar, que resumiera la relación que nunca habían tenido. Todo en un solo paquete. Era un empeño noble, pero un verdadero reto teniendo en cuenta el poco dinero del que disponía. De hecho, no tenía nada.
Antes de morir, nunca habría pensado que fuera a necesitarlo. El alojamiento y la comida los tenía pagados, al igual que los libros de texto y el material escolar, y los desplazamientos los hacía en autobús o a pie. Gladys le entregaba a regañadientes la pequeña paga a la que tenía derecho, la cual gastaba casi íntegramente en ropa. No había manera de que pudiese permitirse nada de aquello. Debía conseguir rápidamente algo de dinero, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo.
Justo en ese momento, una voz aguda la llamó. La voz de un ángel o… ¡de una Wendy!
—Oye, eh…, tú —gritó vacilante Wendy Anderson desde el final de la calle, al tiempo que se acercaba.
Charlotte se quedó atónita y tuvo que mirar a su espalda y a ambos lados, solo para asegurarse de que las Wendys le estaban haciendo señas a ella.
—Charlotte. ¡Me llamo Charlotte! —dijo con orgullo.
—Eso es —exclamó Wendy Thomas—. ¿Cómo hemos podido olvidarlo?
—¿Adónde ibas?
—A comprar regalos de Navidad —respondió Charlotte entrelazando las manos vacías delante de ella.
Las dos Wendys asintieron con compasión, como si Charlotte estuviera tratando de ocultar una enfermedad terminal o un embarazo.
—Iré directa al grano —soltó Wendy Anderson—. ¿Qué te parecería ganar un poco de dinero extra para Navidad?
—Sería estupendo. Pero ¿cómo? Mañana es Nochebuena.
—¿Te puedo contar un secreto que no puede saber nadie?
Charlotte sintió que se moría de nuevo y ascendía al cielo.
—Sí, por favor —suplicó colocándose una mano junto a la oreja e inclinándose hacia Wendy Thomas.
—Estamos un poco escasas de fondos este año.
—Me imagino que te identificas con la situación —sugirió Wendy Anderson.
—Por supuesto —dijo Charlotte.
—Así que hemos decidido trabajar como modelos.
Charlotte estaba absolutamente impresionada.
—En la gran convención funeraria que se celebra mañana en la ciudad.
—Qué guay —exclamó Charlotte.
—¿Has oído hablar de ella?
—Es mi plan para Nochebuena.
—Pobre desdichada —se compadeció Wendy Thomas—, que celebra la Navidad con un puñado de fiambres.
—Entonces, ¿no tienes nada que hacer en Navidad?
—Nada que yo sepa —dijo Charlotte ansiando con todas sus fuerzas que las Wendys le propusieran algo.
—¿Crees que te interesaría hacer de modelo con nosotras? Realmente necesitamos una tercera persona.
Charlotte se quedó totalmente paralizada, incapaz siquiera de hablar. Las Wendys no supieron interpretar su lenguaje corporal, así que continuaron con su trabajo comercial.
—¿Sabes lo que es andar corto de dinero para comprar algo especial a un amigo? —insinuó Wendy Anderson.
—¡Lo sé!
La vocecita interior de Charlotte le estaba gritando una advertencia, pero cada vez más bajito, más difícil de oír. Conocía a estas chicas. Lo mercenarias y egoístas que eran. Lo poco que la necesitaban a ella, o a nadie, para aquel asunto. Pero se mostraban persuasivas. Y más sinceras de lo que jamás las había visto. Tal vez el espíritu navideño estuviera contribuyendo. Aunque bien pensado, tal vez tuviera algo que ver ella para variar. La pequeña Charlotte. ¿Trabajar de modelo con las Wendys para comprar un regalo a Scarlet y al mismo tiempo hacer algo especial por Petula? Los milagros navideños existen, pensó. ¡Es casi como lo de morirme y resucitar! Charlotte estaba fuera de sí. Como cualquier buen vendedor, las Wendys tomaron el pedido y luego se dispusieron a cerrar el acuerdo.
—Podrás incluso firmar la tarjeta de felicitación de Petula. Justo debajo de nuestros nombres. ¿Hecho?
—¡Hecho! —confirmó Charlotte.