¿Virginia? —Charlotte se despertó lentamente y miró a su alrededor, aún atascada en la conversación de la noche anterior con la pequeña visitante fantasma—. Qué extraño.

Se sentó al borde de la cama, estiró los brazos hacia arriba y bostezó, sintiendo cómo los músculos de la mandíbula, la garganta y el pecho se tensaban y luego se relajaban en el orden correcto mientras soltaba el aire. Parpadeó varias veces y se limpió las legañas de los ojos, con las que no había tenido que lidiar durante años. Virginia estaba en lo cierto, lo que quisiese que estuviera pasando no era un sueño.

—Sigo aquí —dijo—. Y sigo teniendo hambre.

Charlotte caminó con cuidado sobre las fotografías desparramadas por el suelo, descendió la escalera en dirección a la cocina y fue recibida por otra nota de Gladys.

«He salido a hacer compras navideñas. Hay cereales en el armario».

—Feliz Navidad para ti también, Gladys.

Charlotte agarró el tirador del armario y lo abrió, dejando a la vista varios recipientes de plástico cuidadosamente identificados, todos con indicación de medidas y el nombre de Gladys escrito con rotulador, excepto uno, en el que se podía leer: «Charlotte».

Alcanzó su recipiente y suspiró con desilusión.

—Agh. Almohadillas de trigo integral. Con lino.

Echó un rápido vistazo por la cocina y la nevera, pero fue incapaz de encontrar nada ni remotamente apetecible. Charlotte cogió un cartón de leche, comprobó la fecha de caducidad por si acaso y vertió su contenido hasta que los cuadraditos de trigo integral empezaron a cabecear en un mar blanco.

Charlotte sumergió la cuchara en el cuenco y jugueteó con los pedazos de cereal, hundiéndolos, ablandándolos antes de hincarles el diente. Mientras se llenaba la boca con aquel manjar de trigo integral rebosante de fibra, sus ojos se posaron de nuevo en la nota de Gladys.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó espurreando leche y trocitos de almohadillas de trigo sobre el cuenco—. ¡Las compras navideñas!

La Navidad todavía no se había grabado por completo en su mente. Había estado a punto de dejarla pasar de largo en el Más Allá y ahora tenía la sensación de que le faltaba tiempo, o, más importante, dinero para disfrutar de ella. Durante un instante consideró que daba igual porque no tenía a nadie a quien comprar un regalo, pero de repente se dio cuenta de que sí lo tenía. Scarlet.

—¡Esta es mi oportunidad de hacer verdaderos amigos!

Scarlet tal vez no la conociera, bueno, aún no, pero ella sí conocía a Scarlet. Charlotte empezó a pensar en ella, en lo que le gustaba, en lo que odiaba.

—Necesito, necesito encontrar… —Charlotte intentó con todas sus fuerzas conjurar una imagen en su acelerada mente. La imagen de algo que siempre hubiera deseado pero que nunca recibió—, el regalo perfecto.

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La cafetería de Hawthorne se encontraba abarrotada de personas que se habían tomado un breve descanso en sus compras navideñas para almorzar. Las ventanas estaban pintadas con copos de nieve, árboles de Navidad, coronas, Papá Noeles, elfos y muñecos de nieve —algunos con pene— realizados por los estudiantes de arte de secundaria. Las Wendys entraron en tropel y fueron conducidas hasta la mesa que tenían reservada junto al ventanal de la fachada. La camarera les endilgó las cartas y su ayudante la siguió con el agua.

—¿Se unirá la señorita Kensington a ustedes?

—Sí.

Algo rondaba a ambas Wendys por la cabeza, y como era habitual, se trataba de la misma cosa.

—No sé qué pensar de toda esta maniobra del ataúd —se inquietó Wendy Thomas deslizándose hacia el interior del reservado semicircular—. Que me entierren viva no es exactamente lo que había planeado para Navidad.

—Sí —coincidió Wendy Anderson—. Hay algo raro en el asunto.

—Querrás decir todo —aclaró Wendy Thomas.

—Pero está bien pagado.

—Tengo una idea. Vamos a subcontratar a alguien.

—¿Cómo?

—¡Vamos, Wendy! ¿Es que nunca atiendes en la clase de Injusticia Económica? Buscaremos a una persona que haga lo del entierro por nosotras y le pagaremos una pequeña cantidad.

—Está bien, ¿a quién tienes en mente? —respondió Wendy Thomas repasando su lista de contactos.

—Definitivamente, a nadie a quien conozcamos —dijo Wendy Anderson.

—¿Qué te parece esa chica que siempre nos está persiguiendo?

—Vamos a tener que incentivarla un poco más, ¿no crees?

—Podemos decirle que es para comprar algo a Petula. Haría cualquier cosa por caerle en gracia. Y que hará de modelo. ¡Con nosotras!

—Imaginas unos usos tan creativos para la gente… Realmente te admiro por eso.

El chirrido de unos neumáticos en el aparcamiento cortó su conversación.

—¡Es Petula! No digas nada, ¿vale?

—¡Sí, señor!

Petula irrumpió en el local, pero no sola. Sorprendentemente, llevaba a su lado a Scarlet, al menos hasta que esta divisó a las Wendys y se fue derechita a la barra en vez de dirigirse a la mesa.

—¿Cómo es que has sacado a la calle a Batgirl? —preguntó Wendy Thomas.

I’m dreaming of a black Christmas, just like the ones I used to know[5]… —comenzó a cantar Wendy Anderson.

On the thirteen nights of Christmas my beloved gave to me, a raven in a dead tree[6] —añadió Wendy Thomas.

—Hemos salido a comprar los regalos de Navidad para mi madre —respondió Petula con desdén—. No se puede elegir a la familia, ¿sabéis?

—Gracias a Dios mi madre se ligó las trompas después de que yo naciera —exclamó Wendy Anderson.

—Un poco tarde, diría yo —masculló Scarlet para sí misma mientras sorbía lentamente una taza de café solo caliente.

—¿Qué vais a tomar, chicas?

—Yo quiero un té helado con leche de almendras y perlas de canela y vainilla vietnamita sin azúcar, sin grasa y semidesteinado, pero quitando el té.

—Entonces, ¿solo las perlas? —preguntó la camarera.

—¡Me has leído el pensamiento! Oh, Dios mío, eres maga.

—¡Al menos salió algo bueno de aquella guerra! —metió baza Wendy Thomas.

—Eres una verdadera historiadora, Wendy. Te envidio tanto.

—¿Y tú? —preguntó la camarera entre las risitas autocomplacientes.

Wendy Anderson soltó la carta que había estado estudiando minuciosamente y pidió:

—Déjame pensar. Nata montada. Ketchup. Hielo. Sacarina y una pajita.

—Y ¿tú?

—¿Hacéis batidos de ablandadores fecales? —preguntó Petula—. ¿No? Entonces, solo una cuchara extra.

La camarera huyó horrorizada, mostrando aparente alivio al alejarse de ellas.

Petula fue al grano. Estaba ansiosa de novedades.

—Bueno, ¿qué me ha comprado Damen?

Ninguna de las Wendys abrió la boca. Impaciente, Petula empezó a tamborilear en la mesa con los dedos. Incluso Scarlet, a la que no podría haberle importado menos el asunto, comenzó a sentir curiosidad y prestó atención.

—¿Bien?

Las Wendys se desmoronaron bajo la presión. La fulminante impaciencia de Petula las había vencido de nuevo en un tiempo récord.

—Nada.

—¡Vaya! —susurró Scarlet—. Tres. Dos. Uno. Histeria a escena.

—¿Nada? —gritó Petula perdiendo el control al tiempo que se ponía de pie en el reservado y descargaba los puños contra la mesa de formica verde—. ¿Me dediqué a escribir una lista de regalos para nada?

A Scarlet no le interesaban demasiado los rollos sobre compras navideñas. Además, nunca le regalaban lo que quería. Su madre compraba siempre lo mismo para ella y para Petula: pantalones de chándal de Victoria’s Secret, la colonia del último pseudofamoso, espejos compactos…, etc. Les regalaba a ambas cosas para Petula porque, de todas maneras, Scarlet dejaba sus paquetes bajo el árbol para que su hermana arramblara con ellos. Para su madre, se trataba solo de una visita mecánica al centro comercial. Y es que escoger algo que realmente le gustara a Scarlet habría supuesto pensar demasiado, y posiblemente una visita a algún callejón oscuro.

Las Wendys, sin embargo, estaban impresionadas. No tanto por el arrebato, sino por la habilidad de Petula para erguirse por completo con tan poco espacio entre la mesa y su asiento. El asombro las dejó boquiabiertas. La cafetería se sumió en un profundo silencio, a la espera del lanzamiento del siguiente cuchillo.

—Nada todavía —añadió rápidamente Wendy Thomas, calmando un poco la situación.

—¿A qué te refieres con todavía? —despotricó Petula—. ¡La maldita Nochebuena ya está aquí!

—Damen está en ello —replicó Wendy Anderson—. Todos estamos en ello.

—¡Más vale que sea así!

Petula se marchó furiosa y nadie se atrevió a traquetear los tenedores o los vasos hasta que hubo pasado. Scarlet se planteó seguirla, pero decidió que sería mejor regresar a casa a pie, sola. Echó una ojeada a las Wendys y estas la miraron como si hubieran visto un zombi. Muertas de miedo.

—Tenemos que encontrar a la Usher —dijo Wendy Thomas.

—Lo sé, pero ¿dónde? —preguntó Wendy Anderson.

Las Wendys aunaron sus vacíos cerebros para adoptar una estrategia, cuando vieron que Scarlet se levantaba de la barra y se echaba un chal de encaje negro por los hombros.

—¡Espera! Scarlet es rara. Tal vez ello lo sepa.

Salieron disparadas para interceptar el paso a Scarlet cuando estaba llegando a la caja.

—¿Aquí no te dan vales de regalo? —preguntó Wendy Thomas con malicia.

—¿En una cafetería? —resopló Scarlet apartándolas a un lado.

—Por favor —gritó Wendy Thomas—, necesitamos realmente tu ayuda.

Scarlet se detuvo. El tono empalagoso levantó al instante sus sospechas.

—¿Mi ayuda? ¿Que vosotras necesitáis mi ayuda? —dijo.

—Hay una primera vez para todo —admitió Wendy Anderson.

—Me muero por escuchar de qué se trata —dijo Scarlet—. Desembuchad.

—¿Conoces a esa chica que no deja de seguirnos por el instituto, haciendo fotografías a Petula y a Damen y tratando de ser nuestra amiga?

—¿Charlotte? —preguntó Scarlet.

—¡Sí!, esa.

—Tenemos que encontrarla.

—¿Por qué?

—No podemos contártelo, pero tiene que ver con el regalo de Navidad de Petula.

—¡Ajá! ¿Estáis planeando ofrecérsela a mi hermana como un sacrificio humano o algo así? —se burló Scarlet, considerando lo poco que significaba para ellas Charlotte.

—No exactamente —respondió Wendy Thomas con vaguedad, pero seria.

A Scarlet no le podían importar menos las Wendys y Petula, ni siquiera Charlotte, pero resultaba obvio que maquinaban algo.

—Bien, entonces, ¿qué exactamente?

—Se nos ha presentado una oportunidad —respondió Wendy Anderson en tono formal.

Sorprendentemente, Scarlet sintió curiosidad, y se entregó gustosa a agitar unos segundos más delante de las esculturales narices de las Wendys la zanahoria informativa que estaban buscando.

—¿Una oportunidad?

—Digamos simplemente que es un asunto de vida o muerte.

Scarlet sintió que el vacuo torbellino de las Wendys la absorbía. Como un agujero negro en el espacio exterior, un lugar sin retorno. Lo que tenían planeado para Charlotte tendría que esperar de momento.

—No tengo ni idea de dónde podéis encontrarla, pero anoche la vi rondando por delante de mi casa —les comunicó Scarlet—. Se marchó hacia el extremo opuesto de la ciudad.

—Mierda —gimió Wendy Thomas—, ¿donde están todas esas tiendas de segunda mano y casas de empeño?

—¿Qué pasa? —exclamó Scarlet tomándolo como una ofensa—. Yo compro allí a veces.

—Salta a la vista —dijeron las Wendys.

—¿Como vuestra celulitis? —replicó Scarlet pasándole su cuenta a Wendy Thomas al tiempo que se largaba.