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Al cabo de dos meses viviendo en el Artist’s Point, Lucy había confeccionado una lista de pisos posibles, pero todos tenían algún problema. Uno se hallaba en medio de la nada, otro resultaba demasiado caro, otro era deprimentemente oscuro, etcétera. Tendría que tomar una decisión pronto, pero Justine y Zoë la habían invitado a tomarse todo el tiempo que necesitara.

Alojarse con las dos primas le había hecho mucho bien a Lucy. Su compañía había sido el antídoto ideal para la depresión derivada de la ruptura. Cada vez que estaba baja de moral o se sentía sola, hacía compañía a Zoë en la cocina o salía a correr con Justine. Era casi imposible estar deprimida en proximidad de Justine, con su alocado sentido del humor y su inagotable energía.

—Tengo el tipo perfecto para ti —anunció Justine una tarde que ella, Zoë y Lucy preparaban la hostería para un evento mensual en el bed-and-breakfast: una fiesta de lectura en silencio.

Originariamente había sido idea de Zoë. Los participantes podían traer sus libros favoritos, o elegir entre los que había disponibles en el establecimiento. Se instalaban en los sofás y las sillas de la amplia sala comunitaria de la planta baja y tomaban queso con vino mientras leían en silencio.

Al principio Justine se había mofado de la idea —«¿Por qué la gente debería ir a un sitio a leer cuando puede hacerlo en su casa?»—, pero Zoë perseveró. Al final había resultado todo un éxito, con largas colas delante de la puerta, incluso cuando hacía mal tiempo.

—Te lo recomendaría a ti, Lucy —continuó Justine—, pero Zoë lleva más tiempo sin un hombre. Es como el triaje: tengo que dar prioridad a las que se encuentran en peor estado.

Zoë sacudió la cabeza mientras dejaba una bandeja de queso sobre un enorme aparador antiguo de la sala comunitaria.

—Yo no necesito ningún triaje. Tarde o temprano conoceré a alguien, cuando sea el momento. ¿Por qué no puedes dejar que esas cosas ocurran de forma natural?

—Dejar que las cosas ocurran de forma natural lleva demasiado tiempo —replicó Justine—. Y tienes que empezar a salir otra vez. He visto los síntomas.

—¿Cuáles son? —inquirió Zoë.

—Por un lado, pasas demasiado tiempo con Byron. Le mimas en exceso.

Zoë destinaba la mayor parte de su tiempo libre a obsequiar a su gato persa, que tenía una caja de arena higiénica hecha de caoba, una colección de collares con diamantes de imitación y un lecho de terciopelo azul. Byron era bañado y acicalado con regularidad, y tomaba su comida para gatos de diseño en platos de porcelana.

—Ese gato vive mejor que yo —prosiguió Justine.

—Sin duda tiene mejores joyas —intervino Lucy.

Zoë frunció el ceño.

—Prefiero la compañía de un gato a la de un hombre.

Justine le dirigió una mirada socarrona.

—¿Has salido alguna vez con un tipo que arrojara una bola de pelo?

—No. Pero, a diferencia de un hombre, Byron siempre llega a tiempo a la cena y no se queja nunca de mis compras.

—Pese a tu debilidad por los machos castrados —dijo Justine—, creo que te llevarías estupendamente con Sam. A ti te gusta cocinar, y él hace vino: es perfecto.

Zoë pareció dudar.

—¿Es el mismo Sam Nolan que era tan cretino en la escuela primaria?

Lucy estuvo a punto de dejar caer una pila de libros al oír ese nombre. Manoseando con torpeza, amontonó los pesados volúmenes sobre una mesilla delante de un sofá tapizado con flores.

—No era tan malo —protestó Justine.

—Por favor. Siempre andaba por ahí jugando con un cubo de Rubik. Como Gollum acariciando su anillo.

Justine se echó a reír.

—Sí, me acuerdo de eso.

—Y era tan delgaducho que teníamos que sujetarle cuando soplaba aire. ¿Ha crecido lo suficiente como para ser guapo?

—Ha crecido lo suficiente para estar como un tren —contestó Justine enfáticamente.

—En tu opinión —matizó Zoë—. Pero tú y yo tenemos gustos distintos en lo que a hombres se refiere.

Justine le dirigió una mirada perpleja.

—Duane te parece guapo, ¿no?

Zoë se encogió de hombros, incomodada.

—No lo sé. Va siempre tapado.

—¿Qué quieres decir?

—No puedo verle la cara porque lleva unas patillas del tamaño de mis sartenes de hierro. Y todos esos tatuajes.

—Solo tiene tres —protestó Justine.

—Tiene muchos más que esos tres —insistió Zoë—. He podido leerlo como un Kindle.

—Bueno, pues a mí me gustan los tatuajes. Pero puedes estar tranquila, Sam no tiene ninguno. Ni tampoco piercings. —Cuando Zoë abrió la boca, Justine añadió—: Ni patillas. —Chasqueó la lengua, exasperada—. Te conseguiré pruebas fotográficas.

—Justine tiene razón —dijo Lucy a Zoë—. Yo me lo he encontrado, y está como un tren.

Los ojos de las dos primas convergieron en ella.

—¿Te encontraste con Sam Nolan y no nos lo dijiste? —preguntó Justine.

—Bueno, solo en una ocasión, y fue muy breve. No tenía ni idea de que le conocías.

—He sido amiga de Sam desde siempre.

—¿Por qué no se ha dejado caer nunca por aquí? —inquirió Zoë.

—Sam lleva un par de años muy atareado, desde que plantó el viñedo. Tiene un equipo, pero se ocupa personalmente de muchos trabajos. —Justine devolvió su atención a Lucy—. Cuéntame cómo le conociste.

Lucy colocó copas de vino sobre un aparador mientras respondía.

—Yo iba en mi bici y… me paré un momento. Mantuvimos una breve conversación. No fue gran cosa.

—Justine, ¿por qué no sales tú con él? —preguntó Zoë.

—Lo hice en el instituto, después de que tu familia se mudara a Everett. Fue uno de esos romances de verano. En cuanto empezó la escuela, se evaporó. Desde entonces Sam y yo hemos sido amigos. —Justine se interrumpió—. El problema de Sam es que no está hecho para una relación a largo plazo. No busca nada serio con nadie. Es un alma libre. Y siempre dice abiertamente que no quiere casarse nunca. —Otra pausa estratégica—. Pregúntaselo a Denise Rausman.

Lucy identificó el nombre de una despampanante reportera rubia de televisión que hacía poco tiempo había sido elegida como la Periodista Más Atractiva de Seattle.

—¿Salió con ella?

—Sí, Denise tenía una casa de vacaciones cerca de Roche Harbor, y ella y Sam estuvieron liados casi un año. Estaba loca por él. Pero no consiguió que se comprometiera y al final se rindió. Y también está Laura Delfrancia.

—¿Quién es? —quiso saber Zoë.

—La directora de Pacific Mountain Capital…, invierte en todas esas empresas incipientes de alta tecnología y energía ecológica. Es sofisticada y está forrada, pero tampoco pudo cazar a Sam.

—Cuesta trabajo imaginarse a una mujer como ésa persiguiendo a Sam Nolan —observó Zoë—. Era demasiado cretino para pasarlo por alto.

—En defensa de los cretinos —dijo Justine—, son estupendos en la cama. Tienen mucha fantasía, por lo que son muy creativos. Y les encanta jugar con accesorios. —Mientras las otras dos se echaban a reír, Justine les pasó sendas copas de vino—. Toma. Digas lo que digas sobre Sam, hace un vino excelente.

—¿Éste es suyo? —preguntó Lucy, haciendo girar el caldo de color granate intenso en su copa.

—Se llama «Keelhaul» —explicó Justine—. Una mezcla de Shiraz y Cabernet.

Lucy tomó un sorbo. El vino era sorprendentemente suave, afrutado pero sedoso, con un acabado que sabía a moca.

—Está bueno —dijo—. Merecería la pena salir con él solo para conseguir botellas gratis de esto.

—¿Diste a Sam tu número de teléfono? —preguntó Justine.

Lucy negó con la cabeza.

—Kevin acababa de dejarme.

—No pasa nada, ahora puedo ponerte en contacto con él. Siempre y cuando Zoë no tenga inconveniente.

—Ninguno —repuso Zoë con rotundidad—. No me interesa.

Justine soltó una carcajada exasperada.

—Tú te lo pierdes, Lucy se lo lleva.

—A mí tampoco me interesa —declaró Lucy—. Solo han pasado dos meses desde mi ruptura. Y la regla es que hay que esperar exactamente la mitad de lo que ha durado tu relación…, que en mi caso vendría a ser un año y medio.

—¡Ésa no es la regla! —exclamó Justine—. Solo tienes que esperar un mes por cada año de relación.

—Yo creo que todas esas reglas son absurdas —terció Zoë—. Lucy, deberías dejarte guiar por tu instinto. Ya sabrás cuándo vuelves a estar preparada.

—No confío en mi instinto en lo que respecta a los hombres —declaró Lucy—. Es como un artículo que leí el otro día sobre el descenso de la población de luciérnagas. Uno de los motivos por los que desaparecen es la iluminación artificial moderna. Las luciérnagas no pueden detectar las señales de sus parejas porque están demasiado distraídas por las luces de los porches, las farolas, los rótulos luminosos…

—Pobrecillas —dijo Zoë.

—Exacto —continuó Lucy—. Crees que has dado con la pareja ideal y te diriges hacia él, parpadeando lo más rápido que puedes, y entonces descubres que es un mechero Bic. No quiero volver a pasar por eso.

Justine movió la cabeza despacio mientras miraba a las dos.

—La vida es un banquete, y vosotras dos deambuláis con indigestión crónica.

Después de ayudar a las Hoffman con los preparativos de la fiesta de lectura, Lucy subió a su habitación. Sentada en la cama con las piernas cruzadas, consultó su correo electrónico en el ordenador portátil y encontró un mensaje de un antiguo catedrático y mentor, el doctor Alan Spellman. Hacía poco le habían nombrado coordinador de artes e industria en el mundialmente célebre Mitchell Art Center de Nueva York.

Querida Lucy:

¿Te acuerdas del programa Artista Residente que mencioné la última vez que hablamos? Un año entero, con todos los gastos pagados, trabajando con artistas de todo el mundo. Serías una candidata idónea. Creo que posees un sentido único del vidrio como medio, mientras que demasiados artistas modernos pasan por alto sus posibilidades ilusorias. Esta beca te daría la libertad para experimentar de maneras que te resultarían difíciles, si no imposibles, en tus circunstancias actuales.

Dime si te decides a probar. Te adjunto la hoja de solicitud. Ya les he hablado de ti, y están entusiasmados ante la posibilidad de que algo ocurra.

Atentamente,

Alan Spellman

La oportunidad de su vida: un año en Nueva York para estudiar y experimentar con vidrio.

Después de hacer clic en un vínculo al pie del mensaje, Lucy echó un vistazo a los requisitos para presentar la solicitud: una propuesta de una página, una carta de explicación y veinte imágenes digitales de su obra. Por un momento tentador, se permitió pensar en ello.

Un sitio nuevo…, un nuevo comienzo.

Pero la probabilidad de que la eligieran entre todos los demás solicitantes era tan remota que se preguntó para qué tomarse la molestia.

«¿Quién eres tú para creer que tienes alguna posibilidad en esto?», se dijo.

Pero entonces le vino a la mente otra idea: «¿Quién eres tú para no intentarlo por lo menos?».