Zoë volvió a la isla después de tres días de frenética actividad. Se había ocupado de la ropa y de los objetos personales de Emma y también contratado una empresa para que embalara adecuadamente todo lo frágil y metiera el resto en cajas. Los montones de fotografías antiguas y álbumes de recuerdos estaban en contenedores debidamente rotulados. Zoë no estaba segura de si su abuela quería que les echara un vistazo o no.
En cuanto llegó a la posada, Justin la evaluó con la mirada.
—Ve a dormir una siesta. Tienes pinta de estar muerta —le ordenó.
—Lo estoy. —Agradecida, se había ido a la casita y había estado durmiendo casi toda la tarde. Se despertó cuando el sol del atardecer atravesaba las cortinas beige de su dormitorio incidiendo en dedos de luz sobre la colcha. En un rincón, un maniquí de modista relucía con la colección de broches antiguos de Zoë.
Byron estaba tendido a su lado, mirándola con aquellos ojos suyos de un verde dorado. Cuando Zoë, sonriendo, se lo acercó para intentar hacerle mimos, se puso a ronronear.
—Justine te ha peinado —murmuró Zoë, pasándole los dedos por el sedoso pelo blanco—. Apuesto a que también te dio un masaje, ¿verdad?
Unos pasos se acercaron a la puerta.
—Solo para que se callara —oyó que decía Justine—. No dejaba de maullar llamándote. —Asomó la cabeza por la puerta—. ¿Qué tal estás? ¿Puedo entrar?
—Sí, me siento mucho mejor.
—Sigues teniendo ojeras. —Justine se sentó al borde de la cama y la miró con evidente preocupación.
—Aunque me ayudaban los embaladores, tardamos dos días enteros en vaciar el apartamento de Emma. Los armarios estaban hasta los topes de trastos. Perdí la cuenta de cuántos juegos de vajilla tenía. Y un montón de antiguallas: un tocadiscos, una radio con funda de cuero, una tostadora de porcelana de los años treinta… Me parecía estar en un episodio de Hoarders[1].
—Veo en tu futuro una cuenta en eBay para vender.
Zoë gimió y se sentó, pasándose los dedos por los rizos rubios.
—Tengo que hablar contigo —dijo.
—¿Quieres que vayamos a la cocina grande y preparemos un café decente?
—¿No podríamos tomar un poco de vino?
—No tendrás que pedírmelo dos veces.
Fueron hacia el edificio principal, con Byron pisándoles los talones. Zoë le contó a su prima su conversación entera con la asistente social para la tercera edad. Entraron en la cocina, grande y alegre, con las paredes empapeladas con un diseño retro de racimos de cerezas. Mientras Justine abría una botella de vino, ella miró una bandeja cubierta por una campana de cristal llena de pasteles. En su ausencia, Justine había confiado en una panadería del pueblo para surtir el desayuno de los huéspedes.
—Están buenos —dijo, respondiendo a la pregunta que Zoë no había llegado a formular—, pero nada que ver con los tuyos. Los huéspedes primerizos no estaban al tanto, así que estuvieron contentos, pero tendrías que haber oído protestar a los habituales. «¿Dónde está Zoë?», preguntaban, y decían: «Llevo mucho tiempo esperando este desayuno y ¿“esto” es lo que me sirven? No bromeo, Zoë, este lugar no es lo mismo sin ti».
Zoë sonreía.
—¡Oh, venga!
—Es verdad. —Justine le ofreció una copa de vino y se sentaron a la mesa de la cocina. Byron se subió de un salto al regazo de Zoë y se acurrucó, convertido en un ovillo de pelo blanco.
—¿Qué va a pasar? —le preguntó Justine en voz baja—. Aunque me parece que ya lo sé.
—Emma me necesita —se limitó a decir Zoë—. Va a venirse a vivir conmigo.
Justine frunció el ceño, preocupada.
—No puedes cuidarla tú sola.
—No. Buscaré a alguien que esté en casa y se ocupe de lo fundamental y de vigilar a Emma mientras yo trabaje.
—¿Cuánto tiempo va a durar esto? Quiero decir… cuánto hasta que Emma… —Justine se calló, incómoda.
—¿Hasta que esté demasiado impedida para vivir conmigo? —terminó por ella Zoë—. No lo sé. Las cosas pueden ir rápidas o lentas. Pero cuando eso ocurra, la llevaré a un lugar que hay en Everett. Se trata de una comunidad especializada en enfermos de Alzheimer. Fui a visitarla ayer y hablé con el gerontólogo jefe, que es amabilísimo. Luego me sentí un poco menos culpable, porque me di cuenta de que cuando mi abuela no pueda andar ni lavarse sola, ellos podrán hacer que esté más cómoda y más segura de lo que yo podría.
—¿Quieres instalarla en la casita de atrás? Podéis estar ahí las dos y yo me mudaré a una de las habitaciones del edificio principal.
A Zoë la conmovió su generosidad.
—Eso es muy amable por tu parte, pero la casita es demasiado pequeña para lo que nos hará falta. Emma tiene una casa grande junto al lago, en la isla, con dos habitaciones y cocina. Me parece que probaremos cómo nos va allí.
—¿Emma tiene una finca en el lago? ¿Por qué no sé nada de ella?
—Bueno, procede de su rama familiar, los Stewart, y creo que solía pasar mucho tiempo allí cuando era bastante joven. Aunque lleva treinta años sin ir por allí. Está cerrada. Cada tanto los de la inmobiliaria van a echarle un vistazo y realizan los trabajos de mantenimiento. —Zoë dudó—: Creo que esa casa le trae un montón de recuerdos a Emma. Le pregunté por qué no la había vendido todavía, pero no quiso explicármelo… o a lo mejor simplemente estaba cansada.
—¿Te parece que quiere vivir allí?
—Sí, fue ella quien me lo sugirió.
—Exactamente, ¿dónde está?
—En Dream Lake Road.
—Apuesto a que es bastante rústica.
—Sí —admitió Zoë con pesar—. Me he acercado en coche un par de veces, pero nunca he entrado. Estoy segura que tendré que meterle dinero. Harán falta agarraderas en el baño, una ducha de mano y una rampa para salvar los escalones delanteros cuando Emma necesite ir en silla de ruedas. Cosas de ese tipo. La asistenta social me dio una lista de sugerencias para acondicionar la casa.
Justine sacudió despacio la cabeza.
—Te hará falta un montón de dinero. —Se le había escapado un mechón de la cola de caballo y se lo retorcía ausente, como solía hacer siempre que estaba inmersa en sus pensamientos—. ¿Y si compro la casa a un precio razonable y dejo que la ocupéis sin pagarme alquiler? Así podrás usar el dinero para cubrir las necesidades de Emma. Incluso puedo pagar la reforma.
Zoë abrió unos ojos como platos.
—No puedo permitir que lo hagas.
—¿Por qué no?
—No sería justo para ti.
—Recuperaré el dinero alquilándola cuando Emma… bueno, cuando las dos ya no la necesitéis.
—Ni siquiera la has visto.
—Quiero ayudar todo lo posible. Yo también soy responsable de Emma.
—De hecho, no. No soy parientes consanguíneos. Ella es tu tatarabuela política.
—Se apellida Hoffman. Con eso me basta.
Zoë sonreía. La alegre audacia de su prima se sostenía sobre los cimientos de su compasión. Justine era una buena persona. La gente no siempre se daba cuenta de hasta qué punto ni de lo vulnerable que era por ello.
—Te quiero mucho, Justine.
—Ya sé, ya sé… —Incómoda como siempre por las muestras de afecto, Justine hizo un gesto con la mano, restándole importancia—. Tenemos que encontrar a alguien que ponga a punto la casa inmediatamente. Todos los buenos contratistas estarán ocupados, e incluso los buenos son más lentos que tortugas. —Hizo una pausa—. Todos menos… puede que… bueno, no lo sé…
—¿Se te ha ocurrido alguien?
—El hermano de Sam Nolan, Alex. Ha construido varias casas en Roche e hizo un gran trabajo. Antes tenía fama de ser de confianza. Pero ha pasado por un divorcio y una de sus promociones inmobiliarias se fue al garete. Corre el rumor de que bebe por los codos. Así que no sé cómo está el asunto. Llevo tiempo sin verlo. Me enteraré de todo por Sam.
Zoë miró el gato que tenía en el regazo y le acarició el pelaje. Byron cambió de postura, haciéndose un ovillo.
—De hecho le conozco —dijo, intentando parecer despreocupada—. Cuando fui a Rainshadow Road a visitar a Lucy estaba haciendo unos arreglos en la casa.
—No me lo mencionaste. —Justine arqueó las cejas—. ¿Qué impresión te dio?
Zoë se encogió de hombros, incómoda.
—No cruzamos más de cuatro palabras. No tuve tiempo de formarme una opinión sobre él.
Justine sonrió.
—Eres la peor mentirosa del mundo. Cuéntamelo todo.
Zoë hizo un esfuerzo por responderle, pero no conseguía expresar lo que pensaba. ¿Cómo podía explicarle la impresión que le había causado Alex Nolan? Sorprendente, inquietante, de rasgos austeros pero perfectos, con unos ojos relucientes iluminados por su último vestigio de humanidad. Parecía absolutamente desilusionado, toda su ternura y su esperanza se habían solidificado y adquirido la dureza del diamante. Por suerte le había prestado escasa atención y apenas había notado su presencia. Zoë no lo lamentaba.
Desde la adolescencia, los hombres siempre habían hecho suposiciones acerca de ella. El resultado había sido que los hombres agradables mantenían las distancias y dejaban el campo libre a los que no lo eran tanto. Siempre se fijaban en ella los hombres que se dedicaban por deporte a seducir a las mujeres atractivas, los que se consideraban unos ganadores si se llevaban a su presa a la cama. Zoë no quería ser una marca en el cinturón de ningún tipo de ésos, ni quería que la utilizaran.
Creía que en Chris por fin había encontrado a alguien que la valoraba por lo que era. Era un hombre atento y sensible que siempre la había escuchado y tratado con respeto y honestidad. Por eso había sido incluso más devastador cuando Chris le había dicho, un año después de casarse, que se había enamorado de otra mujer. La traición había sido una sorpresa cruel, una ironía procediendo de alguien que siempre había reforzado la autoestima de Zoë. Llevaba desde entonces dos años sin enamorarse. No confiaba en su instinto en cuanto a hombres se refería. Y uno como Alex Nolan, desde luego, no estaba a su alcance.
—Me pareció guapo —consiguió decir por fin—, pero no demasiado sociable.
—Tengo la impresión de que no le gustan las mujeres.
—Te refieres a que es…
—No, no me refiero a eso… es heterosexual. Se acuesta con mujeres, pero me parece que no son de su agrado. —Justine hizo una pausa, encogiéndose de hombros—. Claro que eso no tiene nada que ver con la reforma de la casa. Así que si llamo a Sam y me dice que Alex sigue dedicándose a lo mismo, ¿qué te parecería? ¿Te molestaría que hiciera él el trabajo?
—En absoluto —dijo Zoë, aunque el estómago se le encogió un poco ante la idea de volver a verle.
—No —negó rotundamente Alex cuando Sam le habló de la llamada de Justine—. Estoy demasiado liado.
—Te lo pido como un favor personal. Es amiga de Lucy. Además, necesitas el trabajo.
El fantasma rondaba cerca de los dos hermanos mientras éstos aplicaban un medallón de resina al techo del rellano del segundo piso.
—Tiene razón —le dijo a Alex, que le puso mala cara.
—¡Me importa un bledo! —murmuró. Subido a una escalera de mano, sujetaba la parte del medallón con el adhesivo contra la escayola del techo mientras Sam, desde abajo, sostenía el palo de madera con el extremo forrado de tela que serviría de soporte hasta que secara.
—Tranquilo, no te acalores —le dijo Sam por no decir algo peor—. No te haría ningún mal ganar un poco de dinero.
Alex reprimió con esfuerzo su exasperación. Todavía no se había acostumbrado al hecho de que, aunque él veía y oía al fantasma, nadie más lo hacía.
—Dile que busque a otro para la reforma.
—No hay nadie más. Todos los contratistas de la isla tienen el verano cubierto menos tú, y Justine ha intentado preguntarme, con su habitual sutileza de elefante, si serías capaz de llevar a cabo la obra.
—¿Reformar la casa del lago? —Alex estaba indignado—. ¿Por qué no iba a ser capaz?
—No lo sé, Al. A lo mejor tiene algo que ver con la impresión que últimamente tiene la gente de que, representada en un gráfico circular, la mitad de tu vida estaría «como una cuba» y la otra mitad «con resaca». Sí, bueno, mírame mal si quieres, pero eso no va a cambiar el hecho de que pronto, un día de éstos, vas a estar demasiado borracho para trabajar y demasiado pelado para beber.
—En eso también tiene razón —comentó el fantasma.
—Vete a la mierda —dijo Alex, refiriéndose a ambos—. No he faltado un solo día al trabajo por nada.
Sam colocó el palo debajo del medallón mientras Alex comprobaba las marcas de lápiz del techo para asegurarse de que la pieza de resina no se desplazaba.
—Yo te creo —dijo—, pero vas a tener que salir y demostrárselo a los demás, Al. Por lo que yo sé, tu cuenta de ahorros no está muy boyante.
—¿Qué quieres decir?
—Que todo lo que tienes te cabe en el bolsillo de esos Levis.
—Tengo la promoción de Dream Lake. Solo me hace falta encontrar otros patrocinadores.
—Fantástico. Entretanto, esa casita de Zoë… Está en la carretera de Dream Lake. Seguramente has pasado por delante un centenar de veces. Dedica un par de semanas a ponérsela a punto y…
—¿Zoë? —le espetó Alex, bajando de la escalera—. ¿No decías que la casa era de Justine?
—Justine fue quien me llamó para hablarme de ella. La que va a vivir allí con su abuela, que tiene Alzheimer o algo parecido, es Zoë. Te acuerdas de ella, ¿no? Esa chica rubia de carita dulce con sus pastelitos. —Sam sonrió viendo la cara que ponía Alex—. Échame un cable. Es una de las mejores amigas de Lucy. Haz esto para que yo me beneficie de la gratitud de Lucy…
El fantasma no le quitaba ojo a Alex, divertido.
—¿Por qué no? —le preguntó—. A menos que estés asustado…
—¿Por qué iba a tener miedo? —se le escapó sin querer a Alex debido a la irritación.
—¿Miedo de qué? —le preguntó Sam, perplejo—. ¿De Zoë?
—No. —Alex estaba exasperado—. Olvídalo.
—Será sencillo —le dijo Sam—. Arreglas la casa para una mujer preciosa y su abuela. A lo mejor tienes la suerte de que te prepare la cena.
—Y si no lo haces —añadió el fantasma—, sabremos lo cobarde que eres en realidad.
—Lo haré —dijo entre dientes Alex. Estaba claro que el fantasma no pararía de chincharlo si no lo hacía, y tenía la necesidad de probarle a aquel espectro… y probablemente de probarse que Zoë Hoffman no representaba para él ningún problema—. Dame su número. Me enteraré de lo que quiere y le prepararé un presupuesto. Si no le gusta, que se busque a otro.
—Pero le harás un buen precio, ¿verdad?
—A todo el mundo se lo hago —repuso Alex glacial—. Yo no robo a mis clientes a mano armada, Sam.
—Ya lo sé —dijo rápidamente Sam—. No pretendía sugerir eso.
—Hago presupuestos ajustados, un buen trabajo y lo termino en el plazo previsto. Además, si no dejas de criticar mi modo de vivir, voy a coger este palo de sostén y te lo voy a estampar en…
—De acuerdo —se apresuró a decirle Sam.