23

Jason estaba lleno de rabia, enfocada exclusivamente hacia sí mismo por haber puesto sus intereses, concretamente a Justine, por encima de lo que era mejor para ella. Había intentado maquinar el resultado de manera que se acomodara a lo que él quería, como si la vida fuera un maldito juego dirigido por él mismo.

Era un error que nunca volvería a cometer. Pero quizá ya fuera demasiado tarde para corregirlo.

¡Dios mío!

Eso era lo que Justine temía haberle hecho a él. Eso era lo que su madre, Sage, la abuela de Priscilla y Bean habían sufrido. Matar a los que más amaban. Solo Dios sabe cómo pudieron sobrevivir a ello.

Se dio cuenta de que hasta entonces nunca le había aterrado nada realmente.

A lo largo de los últimos diez años de su vida se había acostumbrado a la idea de su propia mortalidad. A pesar de que había decidido hacer todo lo posible por prolongar su vida, nunca se había permitido el lujo de imaginarse a sí mismo en el futuro, a una edad avanzada. Pero era crucial, imperativo para Justine tener la vida para la que estaba destinada. No quería ser responsable de quitarle siquiera un solo minuto.

Se alejó lentamente del esbelto cuerpo de Justine y abandonó la cama. Se vistió en medio de la penumbra, cogió su teléfono y salió al patio. Después de cerrar las puertas de cristal hizo una llamada.

Oyó que Sage respondía:

—¿Hola?

—Sage —dijo quedamente—. Soy Jason. El amigo de Justine.

—¡Qué sorpresa tan agradable!

—Me temo que no la encontrarás tan deliciosa después de que te cuente lo que he hecho. ¿Tienes unos minutos? Es importante.

—Sí, por supuesto.

—¿Podría ponerse Rosemary también?

Sage lo dejó en espera y fue en busca de su pareja.

Mientras Jason esperaba, supo que tendría que confesarlo todo a las dos ancianas, incluido el hecho de que había tomado prestado, que le había robado el Triscaideca a Justine.

Se frotó la frente con las yemas de los dedos, como para borrar el odio que sentía hacia sí mismo. Una cosa era racionalizar tus acciones en la privacidad de tu mente. Pero cuando tenías que dar cuenta de tus actos a otra persona éstas se tornaban más difíciles de justificar.

Oyó la voz de Rosemary.

—¿Hay algún problema con Justine? —preguntó sin más preámbulos.

—Sí. Creo que está en peligro por mi culpa. Es más, estoy seguro de ello. Os necesito a las dos para que me ayudéis a arreglarlo.

El cóctel privado se celebraba en una suite del ático del hotel de convenciones mientras que los campeonatos y las demostraciones tenían lugar en los grandes salones detrás del vestíbulo. Una pared de cristal que iba del suelo al techo ofrecía una vista del proyecto de remodelación del embarcadero del puerto, con pabellones, parques y un paseo marítimo.

Justine se sentía cómoda en medio de la atmósfera sin pretensiones de la fiesta. Las personas que habían acudido a la celebración eran, en su mayoría, lugareños y gente de la industria de los videojuegos, todos ellos amables y con los pies en la tierra. Algunos vestían con ropa de diseño; otros, camisetas y pantalones de color caqui. Justine estaba agradecida a Zoë por haber insistido en meter el pequeño vestido negro en la maleta, era perfecto para una velada como ésa.

—Pensé que sería incapaz de hablar con nadie —le dijo a Jason—. Esperaba que la conversación sería demasiado técnica, o que todos serían unos estirados. Pero de momento, todo el mundo ha sido increíblemente amable conmigo.

—Los congresos suelen ser así —contestó Jason, y le sonrió—. Todos pasamos tanto tiempo solos frente al ordenador que cuando nos juntamos con la gente de verdad es como si acabaran de soltarnos del sótano.

La voz de una joven añadió entre risas:

—Por eso me refiero a mi ordenador como mi novio cabeza cuadrada.

La mujer y dos hombres, todos ellos en la veintena, se habían acercado a ellos.

—También se refiere así a su actual novio —dijo uno de los chicos. Su rostro era estrecho y zorruno; sus ojos, brillantes y llenos de buen humor—. Soy Ross McCray —le tendió la mano a Jason—, y éstos son mis compañeros, Marlie Trevino y Troy Noggs.

Mientras los tres le daban la mano a Jason por turnos, Marlie, una rubia recia y rubicunda, dijo en una especie de susurro de apuntador:

—Los tres trabajamos para Valiant Interactive.

Jason los miró, reflexivo.

—Tenéis un juego que está programado para salir al mercado el mes que viene. Justicia en la sombra, si no me equivoco. Dicen que está muy bien.

El trío parecía emocionado.

—Soy creador de personajes —dijo Ross—, y ellos son programadores.

—Ésta es Justine Hoffman —dijo Jason, y deslizó un brazo alrededor de sus hombros—. Una amiga íntima. Es la propietaria de una posada en los San Juan.

—¡Mola! —exclamó Marlie, y le tendió la mano a Justine—. ¿Es tu primera convención? Hazme caso, no bajes a las salas de reuniones completamente sobria. Y no te sientes, en ningún caso, en uno de los pufs de las salas de competición.

Durante unos minutos, Jason prestó atención mientras le contaban que el día del lanzamiento del juego se había retrasado por culpa de unos problemas gráficos, y su preocupación por la reacción de los fans al tener que descargar un parche antes de empezar a jugar por primera vez.

—Yo no me preocuparía —dijo Jason—. Si un parche descargado el primer día significa que la experiencia es mejor, renegarán durante cinco minutos y luego se olvidarán. —Miró a Justine—. ¿Puedo ofrecerte algo para beber?

—Vino blanco, por favor.

Miró a la otra mujer y preguntó:

—¿Quieres tomar algo, Marlie?

Marlie parecía encantada y sorprendida por la oferta.

—Sí, gracias. Me gustaría probar una de esas bebidas azules que he visto que toma la gente.

—Ahora mismo vuelvo.

Marlie parecía orgullosa cuando Jason se fue al bar. Se volvió hacia Justine y dijo:

—¡Oh, Dios mío! Acabo de conocer a Jason Black y ahora va y me trae una copa. Estoy viviendo un momento total de fan adolescente.

—Siempre había oído que era un genio en el cuerpo de un modelo —dijo Ross secamente—, pero la verdad es que no lo veo.

—Es porque estás cegado por su carisma —dijo Troy.

—No es precisamente una estrella del rock —dijo Justine, y se rió.

—Es más que eso —dijo Troy—. Es una leyenda. —Al ver su reacción, añadió—: No, ahora en serio. Está al nivel de una figura de culto.

Justine lo miró con escepticismo.

—Yo pensaba que había mucha gente haciendo las mismas cosas que Jason.

El comentario fue recibido casi como una blasfemia y los tres se apresuraron a ponerla al corriente. Sí, había miles de grandes directores y desarrolladores de juegos, pero Jason hacía RPG, juegos de rol, mejor que nadie en el negocio. Los había llevado a un nivel tan superior que, en ese momento, no tenía realmente competencia. A menudo se citaba su trabajo como ejemplo de los videojuegos llevados a nivel de disciplina artística y ofrecía unos mundos tan persuasivos que cualquiera que jugara un juego de Inari, se veía irremediablemente atraído por su triste y siniestra belleza.

A pesar de que Juegos de Inari se había ganado una gran reputación por su magia técnica, así como por el asombroso realismo de los efectos de agua o los detalles en los rostros de los personajes, la verdadera magia se hallaba en la manera en que los juegos creaban conexiones de carácter emocional.

—Inari siempre te aprieta y te hace sufrir —dijo Marlie—. Hacia el final de SkyRebels todo el mundo acaba llorando como niños.

—Yo no lloré —dijo Ross.

—¡Ah, venga ya! —dijo Marlie—. ¿Cuando el tipo hiere de muerte al dragón y se da cuenta de que en realidad es su mujer?

—Y ella se marcha para morir sola en algún lugar —añadió Troy—. ¿No sentiste nada, Ross? ¿De veras?

—Es posible que se me hayan empañado los ojos por un segundo —reconoció Ross.

—Estuvo sollozando hasta deshidratarse —le dijo Marlie a Justine.

Cuando Jason volvió con una copa de vino para Justine y un cóctel para Marlie, Justine le dijo:

—Tendré que probar uno de tus juegos. Acaban de contarme lo increíble que es tu trabajo.

—Es todo mérito de mi grupo en Inari, son lo mejor de todo lo que hago.

Una nueva voz se incorporó a la conversación cuando un par de jóvenes se les acercaron:

—¿Cómo puede ser que solo digas estas cosas a nuestras espaldas?

—Demasiados elogios desmotivan —contestó Jason, y les tendió la mano. Los presentó como los diseñadores de juegos de Inari que habían participado en una mesa redonda por la mañana. Entre risas, pasaron a comunicarle que ni ellos ni nadie en el grupo Inari había experimentado nunca un nivel desmotivador de elogios.

Al ver que uno de los anfitriones le hacía gestos para que se acercara al otro extremo de la sala, Jason deslizó la mano por debajo del codo de Justine.

—El alcalde y el comisionado del puerto acaban de llegar —dijo en voz baja—. ¿Me acompañas?

Justine sonrió y dijo:

—Por supuesto.

Jason se dirigió al grupo que los rodeaba:

—¿Nos disculpáis? Justine y yo tenemos que departir con una gente.

—¿No pensabas pasar el resto de la noche con nosotros? —preguntó Troy, ligeramente perplejo.

Jason sonrió.

—Ha sido un placer conoceros. Buena suerte con el lanzamiento del mes que viene.

Pero justo cuando se estaban dando la vuelta, Marlie preguntó tímidamente:

—Solo una cosa más, será rápido, Jason. ¿Hay alguna manera de que dejes que me saque una foto contigo? Tengo mi teléfono con cámara aquí mismo, y solo sería cuestión de un segundo.

Jason la miró apesadumbrado.

—Lo siento, pero hago todo lo que puedo por evitar que me saquen fotografías.

Marlie encubrió su decepción con una sonrisa.

—Me lo imaginaba. Pensé que, a pesar de todo, tenía que intentarlo.

Uno de los diseñadores de Inari dijo solapadamente:

—Tenemos una teoría acerca de la fobia que tiene Jason hacia las cámaras: teme secretamente que le puedan robar el alma.

Jason miró a Justine con un destello de complicidad divertida en los ojos.

—Una cosa más —dijo Marlie—. Después del cóctel unos cuantos asistiremos a las actividades que se organizan abajo. Si queréis, podéis acompañarnos.

—¿Qué actividades? —preguntó Justine.

—El concurso de belleza Miss Klingon.

—¡Yo solía ver Star Trek! —exclamó Justine entre risas. Miró a Jason—. ¿Qué te parece si vamos?

—Antes me corto un brazo.

—Podríamos quedarnos en el fondo de la sala —lo tentó Justine—. Nadie te verá.

—Me preocupa bastante más lo que yo pueda ver allí —dijo Jason. Pero al mirar a Justine sonrió arrepentido y murmuró—: ¿Cómo podría yo negarte algo?

Después del cóctel tomaron el ascensor hasta la planta de las salas de fiesta y de conferencias. Las puertas se abrieron para revelar un caos festivalero en el que parecía que todo estaba permitido. Prácticamente todo el mundo se había disfrazado: romulanos, robots, Soldados Imperiales, guerreros de Mortal Kombat y de Assassin’s Creed, incluso una manada de perros disfrazados del cuerpo canino de la Flota Estelar.

Jason cogió a Justine firmemente de la mano y se la llevó a través de la sala abarrotada. Una de las zonas comunes estaba especialmente cargada: resultó que alguien con un disfraz de Jabba el Hutt se había quedado atrapado en la puerta del servicio de hombres y los curiosos estaban intentando sacarlo de allí.

Alguien resolvió el dilema agujereando el traje de Jabba con un sable curvado. El público parecía muy entretenido contemplando la deflación flatulenta. Cuando el disfraz hubo encogido lo suficiente, unos voluntarios se pusieron a trabajar conjuntamente para sacar al hombre de entre metros y más metros de látex y tela. Todos estallaron en vivas cuando finalmente consiguieron liberarlo.

—¡Démonos todos un abrazo! —exclamó uno de los rescatadores—. ¿Nos abrazamos?

Justine se rió de las travesuras y miró a Jason.

—Es divertido.

—Es de locos.

—Sí. Casi me siento normal por contraste.

Jason la rodeó con su brazo para protegerla en medio de la muchedumbre. Se sentían como una tranquila islita en medio de un mar agitado.

—Ya sabes —dijo Jason—, hay cosas mejores a las que aspirar que a ser normal.

—¿Como qué?

Jason inclinó la cabeza y le dijo al oído:

—Siendo exactamente quien eres.

—Eso es demasiado fácil.

Jason se rió quedamente y corrigió:

—Siendo exactamente quien eres y gustarte.

—Eso es demasiado difícil. —Justine levantó la mano y la encorvó contra su cara, alrededor de la curva de su marcada mandíbula. Le sobrevino una oleada de ternura y en aquel momento deseó estar a solas con él—. Oye —dijo suavemente—, ¿qué me dices si nos saltamos el concurso de belleza y volvemos al Del?

—¿Estás segura? La sala de baile está justo allí.

—Estoy segura. Me empiezan a doler los pies. Y hay demasiado ruido aquí. Además, si has visto la interpretación de un baile Klingon, ya los has visto todos.

Justine se despertó a la mañana siguiente bañada en la clase de alegría que solo podían dar dos días de gran comida, sexo y sueño.

Desgraciadamente, Jason no compartía su estado de ánimo. Estaba preocupado por algo que por lo visto no pensaba discutir con ella.

La noche anterior, Justine se había dado cuenta de que Jason estaba despierto, aunque había permanecido completamente inmóvil en la cama.

—¿Te ayudaría tomarte una copa? —le había preguntado en medio de la oscuridad—. Estoy segura de que hay vodka en el minibar.

—No, gracias, estoy bien.

—Si quieres leer o mirar la tele, lo que sea que sueles hacer en tus noches de insomnio, hazlo, no te preocupes por mí.

Jason había declinado la oferta.

Tras unos minutos de tenso silencio, Justine había dicho:

—Noto que estás preocupado por algo. ¿Podrías darme una pista? Si es algo que he dicho o hecho…

—No, no tiene nada que ver contigo. —Jason se dio la vuelta y la miró. Su mano se posó en la curva de su cadera—. Tiene que ver con el trabajo. Es demasiado técnico para explicártelo. Ya me las apañaré.

Justine se acercó a él y se incorporó sobre las rodillas.

—¿Necesitas algo que te distraiga?

—Es posible. —Su respiración se aceleró al sentir las serpentinas de su cabellera contra la piel—. ¿Tienes alguna idea?

—Solo una.

Justine lo empujó boca arriba y se colocó encima de él y empezó a trepar por su cuerpo. Él estaba debajo de ella, cada uno de sus músculos en tensión. La boca de Justine lo rozaba aquí y allá, como si estuviera guarneciéndolo con besos. Jason levantó las manos y empezó a jugar suavemente con su pelo.

Justine se montó encima de él, bajó el cuerpo con cuidado y gimió por la deliciosa y completa invasión al tiempo que empezaba a cabalgar lentamente. Él se acopló a su cadencia hasta que empezaron a moverse en ondulaciones fluidas, como si fueran criaturas proteicas, mientras una marea de sensaciones los levantaba con sus frescas olas. Eso era lo único que importaba, ese torrente de calor contra calor, amor contra amor.

—Por mucho que me esfuerce —dijo Justine a la mañana siguiente, mientras tomaban café en la cocina—, sigues preocupado.

Jason hablaba por teléfono con el ceño fruncido mientras sus dedos golpeaban velozmente la pantalla táctil.

—Mi teléfono no para de cambiar automáticamente de zona horaria y fecha. He intentado reajustarlo manualmente, pero el reajuste solo dura unos cuantos segundos. Estoy a punto de meterlo en el microondas y acabar con él de una maldita vez.

Justine estiró la mano para coger su bolso, que estaba sobre la encimera, y sacó su teléfono móvil. Miró la pantalla táctil y dijo, aturdida:

—Según mi teléfono, estamos en Beijing y son las ocho de la tarde. ¿Qué está pasando? Primero el despertador y ahora esto. Me pregunto si…

—Pura coincidencia —dijo Jason bruscamente—. El despertador del dormitorio se paró por culpa de un apagón.

—¿Y qué me dices de los teléfonos móviles?

—Probablemente hayan recibido actualizaciones que han fastidiado la conectividad. —Jason volvió a meterse el teléfono en el bolsillo—. ¿Has hecho la maleta? Tenemos que irnos en un par de minutos.

—¿Quieres deshacerte de mí? —preguntó Justine en un tono de voz ligero, y devolvió su teléfono al bolso.

—No, quiero que llegues al aeropuerto con el tiempo suficiente para pasar los controles de seguridad.

Un botones apareció para llevarse sus bolsas de viaje al coche de alquiler que estaba aparcado frente al hotel. Mientras él y Jason mantenían la típica conversación la-estancia-ha-sido-de-su-agrado de rigor, Justine repasó la cabaña una última vez para asegurarse de que no se había dejado nada. Cogió el maletín que contenía el Triscaideca y siguió a Jason.

—¿Crees que alguna vez volveremos? —preguntó con nostalgia en la voz, y echó un último vistazo a la playa de Coronado.

—Si tú quieres, sí. —Jason le quitó el maletín y la cogió de la mano para volver al hotel—. Pero pensaba que no te gustaba viajar.

—A veces puedo ser flexible. Si tú estás dispuesto a visitar la isla, yo te compensaré viajando a San Francisco o a cualquier otro lugar de tu elección. Los dos tenemos que hacer un pequeño esfuerzo en una relación a distancia. —Justine hizo una pausa—. Eso es lo que tenemos, ¿no es así? ¿Una relación de verdad?

—¿Qué otra cosa podría ser?

—Bueno, pues podría ser una de esas relaciones confusas que parece una de verdad, salvo que nunca estás segura de si puedes o no dejar tu cepillo de dientes en su casa. Y en la que nunca pronuncias la palabra «relación», tan solo te refieres a ella como «eso que estamos haciendo». Y en la que no se contempla la posibilidad de que sea exclusiva, por mucho que lo desees en secreto.

—Nuestra relación no tiene nada de confusa —dijo Jason—. Sí al cepillo de dientes, no a lo de ver a otras personas.

Justine le dio un apretón. A veces podía ser tan directo… Sin embargo, seguía habiendo tantas cosas en él que le resultaban misteriosas, secretas, complejas…

—Me desperté esta mañana pensando en algo que dijeron los tipos de Valiant Interactive ayer por la noche —dijo Justine—. Me hablaron del final de uno de tus juegos, en el que un hombre hiere a un dragón y luego descubre que era su mujer y el dragón sale volando para morir en soledad.

—Sí.

—Es muy lúgubre. ¿Por qué tiene que morir al final?

—No tiene por qué morir. El juego tiene un nivel secreto. Hay jugadores que tropiezan con él casualmente y otros que han oído rumores, pero que no saben cómo acceder a él. Pero si consigues llegar hasta ese nivel el hombre tiene una oportunidad más para encontrar a su mujer y salvarla.

—¿Cuál es el secreto para acceder a ese nivel?

—Durante el tiempo que uno tarda en superar los diferentes niveles del juego, tiene que tomar miles de decisiones en cuanto a la manera en que su personaje vive, lucha, trabaja, se sacrifica por los demás. Se enfrenta constantemente a la posibilidad de coger atajos o ser fiel a sus principios. Al final, si la mayoría de sus decisiones han sido morales, el último nivel se abre solo.

—Es decir, ¿que tu personaje tiene que ser perfecto durante todo el juego?

—No tiene que ser perfecto. Solo lo suficientemente bueno para conseguirlo. Tiene que aprender de sus errores y velar por los intereses de los demás antes que por los suyos.

—Pero ¿por qué hay un nivel secreto? ¿Por qué no contárselo a la gente directamente y así incentivarla para que tome las decisiones correctas?

Jason sonrió levemente.

—Porque me gusta la idea de que a veces en la vida, o en nuestra imaginación, nos recompensen por hacer lo correcto.