Jason pasó gran parte del día sentado a una mesa junto con Alex Nolan firmando toneladas de documentos mientras los abogados y el agente inmobiliario lo supervisaban. Un acuerdo preliminar de diseño y construcción, declaraciones de intenciones con respecto a la compraventa, la coordinación de actividades y obligaciones y el traspaso de la propiedad. Jason los firmó todos rápidamente y sin vacilar.
Desde su primer gran éxito en Inari había querido crear un centro de formación, pensando en que tenía que hacer algo bueno en el mundo antes de abandonarlo. Para él no tenía sentido amasar una fortuna sin propósito alguno. Era mejor gastarse el dinero para crear un lugar donde la gente pudiera encontrarse e intercambiar experiencias, y aprender cosas que pudieran mejorar sus vidas.
La decisión de establecer el centro en la isla de San Juan resultó mucho más sencilla de lo esperado, ya que de este modo estaría más cerca de Justine. Los pensamientos sobre ella persistían en su mente como un suave perfume otoñal, tierra, hojas y lluvia. Eran perfectos el uno para la otra, de la misma manera en que la oscuridad se complementa con la luz, la noche con el día. La palabra japonesa que lo expresaba era Inyodo. Si Justine estaba dispuesta a hacerle sitio en su vida, él no se detendría ante nada para estar con ella.
A medida que avanzaba el día, Jason fue sintiéndose cada vez más decepcionado, aunque no le sorprendió que Justine no diese contestación a sus llamadas. Según Zoë, Justine se había ido y ya no volvería ese día. Jason sabía perfectamente por qué Justine no quería enfrentarse a él todavía. Estaba intentando asumir lo que había pasado y, sin duda, estaría buscando una estrategia para intentar lidiar con él.
Refrenó su impaciencia y organizó las maletas, preparándose para su partida al día siguiente. Estaba anocheciendo y, al ver que Justine seguía sin dar señales de vida, Jason salió a cenar con el resto del grupo de Inari. Alex y su prometida habían accedido a acompañarlos para celebrar la firma preliminar del acuerdo para el desarrollo del proyecto Dream Lake.
—Hoy no he sabido nada de Justine —le dijo Jason con aire despreocupado a Zoë durante la cena—. Espero que todo esté bien.
—Por supuesto, ella está bien… —dijo Zoë, y su piel de porcelana se tiñó de rubor—. Tenía que realizar un montón de recados.
—¿Todo el día? —no pudo resistirse a preguntar.
Zoë parecía nerviosa e incómoda. Contestó en voz baja para que ninguno de los que estaban sentados a la mesa pudiera oírla.
—Justine me dijo que necesitaba un tiempo a solas.
—¿De qué humor estaba?
—Estaba… callada. —Zoë vaciló antes de añadir—: Me dijo que conseguir que se cumpla un sueño es lo peor que le había pasado jamás.
Jason le lanzó una mirada perpleja.
—¿Con qué soñaba?
Tras largos titubeos, Zoë contestó sin mirarlo: —Creo que contigo.
Las luces en la casa de Justine estaban encendidas cuando Jason volvió a la posada después de la cena. Esperó hasta que la posada estuvo tranquila antes de cruzar el césped. La noche era clara, las estrellas titilaban como si lanzaran mensajes codificados. La inclinación de la luna en forma de guadaña parecía cortar una tira del oscuro cielo. Un chotacabras emitió un chirrido mientras perseguía mariposas nocturnas entre las sombras.
Jason llamó a la puerta principal. Tenía un nudo en el estómago. Estaba acostumbrado a asumir riesgos. En el pasado había cerrado acuerdos comerciales que comportaban impensables sumas de dinero y había lanzado juegos al mercado que, de haber fracasado, habrían hundido la compañía. Lo había manejado todo sin acobardarse. Pero nada le había perturbado tanto como la posibilidad de perder a Justine.
La puerta se abrió lentamente y desveló a una Justine con el pelo recogido en una coleta y la cara lavada. Su postura denotaba cierta incomodidad, parecía el tallo quebrado de una flor. Jason tenía unas tremendas ganas de consolarla, de confortarla, de procurarle placer y alivio.
—Te he echado de menos hoy —dijo.
Justine tragó saliva.
—Tenía recados que hacer.
Jason acercó una mano a su tensa mandíbula y ladeó la cabeza suavemente para mirarla.
—Habla conmigo cinco minutos. Por favor. No puedo irme mañana por la mañana sin haber resuelto un par de asuntos.
Justine empezó a mover la cabeza antes de que Jason hubiera terminado la frase.
—No hay nada que resolver.
Jason la miró fijamente mientras consideraba las opciones que le quedaban. Encanto. Seducción. Soborno. La súplica no estaba descartada.
—Al menos hay uno. —¿Cuál?
—He venido aquí para quejarme de mi habitación —dijo en un tono de voz formal.
Los ojos de Justine se abrieron de par en par.
—¿Qué le pasa a la habitación?
—La cama es demasiado dura. Y las sábanas pican. —Al ver que Justine estaba dispuesta a discutir la valoración de la habitación que había hecho su suntuoso huésped, añadió—: Y mi orquídea se está marchitando.
—Inténtalo echándole un poco de agua.
—¿A mi cama?
Justine intentó parecer severa.
—A tu orquídea. No puedo hacer nada con la cama. Además, eres insomne, de todos modos no dormirás.
—Quiero tenerte entre mis brazos esta noche —dijo—. Nada de sexo. Solo quiero echarme a tu lado mientras duermes.
Su semblante no mudó, pero a Jason le pareció vislumbrar un destello de diversión en sus ojos.
—Te mueres por ello.
—De acuerdo, quiero sexo —admitió—. Pero después te dejaré dormir.
La insinuación de sonrisa que hacía un momento había asomado en su rostro se desvaneció.
—No puedo volver a estar contigo. Y no me obligues a explicártelo, porque ya sabes por qué.
Jason extendió el brazo para cogerla, incapaz de contenerse por más tiempo.
—No todo depende de lo que tú decidas. También depende de mí.
—No hay nada que puedas decir para…
—Dime lo que quieres, Justine. No lo que te da miedo, no lo que ya has decidido. Solo lo que hay ahí dentro.
Deslizó una mano hasta el centro de su pecho y posó la palma sobre su corazón desbocado.
Justine movió la cabeza. Parecía irresoluta, aunque decidida.
—¿No piensas admitirlo? —preguntó él en un tono de voz tiernamente burlón—. Menuda cobarde estás hecha. Entonces yo lo diré por ti: me deseas. Estás enamorada de mí. Lo que significa que tengo los días contados.
—No digas eso —le espetó Justine, e intentó alejarlo de un empujón, pero él no se lo permitió. La abrazó con fuerza, rodeándola con su calor.
—Soy un muerto viviente —dijo con la boca contra su pelo—. Estoy desahuciado. Acabado. Ha llegado mi hora. Estoy condenado.
—¡Basta ya! —gritó Justine—. ¿Cómo puedes bromear con esto?
Los brazos de Jason se tensaron.
—Una de las pocas ventajas de no tener alma es que no tienes elección, solo puedes vivir el momento. Y cualquier momento en el que te tenga entre mis brazos será un buen momento. —Besó su pelo—. Déjame entrar, Justine. Estoy muy solo aquí fuera.
Justine se calmó. Respiró hondo. Cuando levantó la mirada sus ojos brillaban de emoción.
—Solo unos minutos —dijo, y dio un paso atrás cuando él cruzó el umbral.
En cuanto cerró la puerta, Jason la estrujó entre sus brazos hasta que estuvieron totalmente pegados, frente a frente. Cogió a Justine de las muñecas y se las llevó al cuello. La respiración de Justine era rápida y ansiosa.
—Ayúdame a hacer lo correcto —le suplicó.
—Esto es lo correcto. —Jason cerró las manos alrededor de la parte posterior del cráneo de Justine y atrajo su cabeza contra su hombro. Tenerla entre los brazos lo volvía loco, las ascuas de la noche anterior volvían a reavivar el fuego.
—Me voy mañana —dijo—, pero volveré dentro de una semana o incluso menos. Solo tengo que arreglar unas cuantas cosas.
—¿Qué tienes que arreglar?
—Tengo que llevar a cabo una reestructuración. No hay ninguna razón para que no pueda delegar algunas de mis responsabilidades en Inari. Las cosas que solo yo pueda hacer las haré a distancia o tendrán que esperar hasta que vuelva a la oficina.
Justine parecía aturdida.
—¿Qué estás intentando decirme?
Jason siguió el delicado borde de su oreja con el pulgar y besó su lóbulo.
—Quiero formar parte de tu vida. Tengo que hacerlo. Puesto que tienes que quedarte en la posada para hacer tu trabajo, yo me trasladaré a la isla todas las veces que pueda.
¿Dónde… dónde piensas quedarte?
—Eso depende de ti.
—Quiero que te vayas. Para siempre.
—¿Porque no te importo? ¿O porque sí te importo?
Justine no contestó, no lo miró. Jason siguió abrazándola, intentando interpretar su silencio.
—Pierdo a todo aquel que me importa —dijo finalmente—. Perdí a mi padre antes de haberle conocido. Perdí a mi madre porque no podía ser quien ella quería que fuera. Perdí a Duane porque él no podía aceptar lo que soy. Y ahora tú me pides que te meta en mi vida sabiendo que también te perderé. Bueno, pues no puedo.
La derrota le confería a cada palabra el peso de un ladrillo para el muro que estaba construyendo entre ellos.
Se escabulló de entre sus brazos y le dio la espalda.
Jason la quería y pobre del que se interpusiera. Sabía Dios que nunca había sido un hombre que se echara atrás ante los retos.
—¿Estás preocupada por la posibilidad de que pueda morir? —preguntó—. ¿O por el riesgo de que no muera?
Justine se volvió para encararlo y se ruborizó a medida que la insinuación calaba en ella.
—¡Cerdo! —exclamó.
—¿Y si no me muero? —insistió, implacable—. ¿Y si me quedo por aquí el tiempo suficiente para que tengas que lidiar con una relación de verdad? Compromiso, intimidad, perdón, sacrificio. ¿Lo sabrías manejar? No lo sabes.
Justine se lo quedó mirando fijamente.
—No estarás aquí el tiempo suficiente para poder descubrirlo.
—Todos tenemos fecha de caducidad —dijo—. Cuando amas a alguien asumes riesgos.
Justine se cubrió el rostro con las manos, estaba a punto de derrumbarse.
—Estoy intentando hacer lo mejor para ti, maldito estúpido.
Jason la sujetó contra su pecho y dejó que sintiera su fuerza, su firme determinación.
—Tú eres lo mejor para mí. Y no pienso salir huyendo por culpa de una superstición extravagante.
—No es una superstición, es… es una causalidad sobrenatural. Pasará. Y no pretendas hacerme creer que no crees en lo paranormal, señor no-tengo-alma.
Jason sonrió.
—Como budista que soy, no tengo por qué ser coherente.
Justine emitió un sonido de exasperación e intentó apartarlo, pero a él no le costó nada sujetarla. Se inclinó para besarla y juntó su boca con la suya. Justine se estremeció y se acurrucó dócilmente contra su cuerpo y pasó la mano por su espalda. Jason sintió la sutil vibración que la recorrió, una pasión apenas contenida. Quería estar dentro de aquella energía, llevarla hasta lo más alto, hasta el éxtasis.
Interrumpió el beso e inspiró la suave fragancia de su cuello, permitiendo que excitara sus sentidos.
—Deja que me quede contigo esta noche.
—Ni hablar —dijo Justine con voz apagada.
—Concédeme una noche. Si mañana por la mañana me dices que sigues queriendo que me vaya, lo haré.
—Mientes.
—Te juro que no volveré a menos que me lo pidas.
Justine maniobró entre sus brazos hasta que pudo ver su rostro.
—¿Qué estás planeando? —preguntó celosamente—. ¿Por qué crees que una sola noche lo puede cambiar todo?