La primera disputa entre Idir y la Cultura tuvo lugar en el año 1267; la segunda en 1288. La Cultura construyó la primera nave de guerra realmente digna de tal nombre de que había dispuesto en cinco siglos en el año 1289, aunque sólo como prototipo (la excusa oficial fue que las generaciones de modelos de naves de combate generadas por las Mentes que la Cultura había ido desarrollando habían alcanzado un estadio de evolución tan avanzada que era preciso someterlas a pruebas prácticas para ver si la teoría en que se basaban estaba acorde con la realidad). En 1307 la tercera disputa produjo varias bajas (máquinas). La guerra fue discutida públicamente dentro de la Cultura como posibilidad por primera vez. En 1310 la sección de Paz de la Cultura tomó la decisión de separarse de la inmensa mayoría de la población, y la Conferencia del Pozo de Anchramin dio como resultado un acuerdo mutuo por el que se llevaría a cabo una retirada de fuerzas (decisión que los ciudadanos más miopes de Idir y la Cultura condenaron y aclamaron respectivamente).
La cuarta disputa empezó en 1323 y continuó (con la Cultura utilizando fuerzas no pertenecientes a su sociedad) hasta 1327, cuando se produjo la declaración oficial de guerra y tanto las naves como las poblaciones de la Cultura se vieron directamente involucradas. El Consejo de Guerra de la Cultura del año 1326 tuvo como resultado final el que otras partes de la Cultura anunciaran su separación formal de la sociedad, proclamando que renunciaban al uso de la violencia fueran cuales fuesen las circunstancias.
El Acuerdo de Conducción de la Guerra entre Idir y la Cultura fue ratificado en el año 1327. En 1332 los homomda empezaron a tomar parte en la guerra como aliados de Idir. Los homomda —otra especie trípeda de mayor madurez galáctica que la Cultura o los idiranos— dieron refugio a los idiranos que se convirtieron en Restos Sagrados durante el Segundo Gran Exilio (1345 - 991 antes de Jesucristo) que tuvo lugar después de la guerra entre Idir y los skankatrianos. Los Restos y sus descendientes acabaron llegando a ser las tropas de choque más aguerridas y fiables de los homomda, y después del regreso sorpresa de los idiranos y su reconquista de Idir en el año 990 antes de Jesucristo las dos especies trípedas siguieron colaborando en términos que se fueron aproximando a la igualdad a medida que iba aumentando el poder idirano.
Los homomda se pusieron de parte de los idiranos porque les inquietaba el creciente poder de la Cultura (no eran la única especie que albergaba dicha preocupación, aunque sí fueron la única que actuó abiertamente para oponerse a la Cultura). Aunque tenían relativamente pocos desacuerdos con los humanos y aunque ninguno de ellos era demasiado serio, los homomda se habían mantenido fieles durante muchas decenas de miles de años a una política básica cuyo criterio de guía era el intento de impedir que ningún grupo de la galaxia (situado dentro de su nivel tecnológico) llegara a ser excesivamente fuerte, y los homomda estaban convencidos de que la Cultura se iba aproximando a tal situación. No hubo ningún momento en el que los homomda consagraran todos sus recursos a la causa idirana; utilizaron parte de su poderosa y muy eficiente flota espacial para ir llenando los huecos de calidad que se producían en la flota idirana, y dejaron muy claro ante la Cultura que si los humanos atacaban algún planeta homomdano la guerra se volvería total (de hecho, la Cultura y los homomda siguieron manteniendo relaciones diplomáticas y culturales limitadas durante la guerra, y el comercio entre ambas sociedades nunca llegó a cesar del todo).
Hubo varios errores de cálculo. Los idiranos creían que estaban en condiciones de ganar la guerra por sí solos, y contar con el apoyo de los homomda les hizo suponer que serían invencibles. Los homomda pensaron que su influencia haría que el fiel de la balanza se acabara inclinando en favor de Idir (aunque jamás estuvieron dispuestos a poner en peligro su futuro para derrotar a la Cultura); y las Mentes de la Cultura pensaban que los homomda no se aliarían con los idiranos, por lo que ninguno de sus cálculos sobre la duración, costes y beneficios de la guerra tomaba en consideración el que los homomda participasen en el conflicto.
Durante la primera fase de la guerra, la Cultura pasó la mayor parte del tiempo retirándose ante la veloz expansión de la esfera de influencia idirana, completando el cambio de sus factorías para adaptarlas a la producción bélica y construyendo su flota de guerra. Durante esos primeros años, la guerra espacial en el bando de la Cultura corrió a cargo de sus Unidades Generales de Contacto, que no habían sido diseñadas para servir como naves de guerra, pero estaban lo bastante bien armadas y podían alcanzar velocidades más que suficientes para convertirlas en dignas oponentes de la nave promedio idirana. Además, la tecnología de campos de la Cultura siempre había ido por delante de la idirana, con lo que las UGC poseían una ventaja decisiva en términos de resistencia y capacidad de autoprotección. Puede afirmarse que esas diferencias reflejaban hasta cierto punto la forma de pensar y los criterios culturales básicos de ambos bandos. Para los idiranos, una nave era una forma de recorrer la distancia existente entre dos planetas o un medio de protegerlos. Para la Cultura cada nave era una auténtica demostración de habilidades y recursos, casi una obra de arte. Las UGC (y las naves de guerra que fueron sustituyéndolas poco a poco) eran creadas con una combinación de entusiasmo artístico y sentido práctico orientado al mejor funcionamiento posible de la maquinaria, para el que los idiranos no tenían ninguna respuesta disponible, aunque las naves de la Cultura nunca llegaron a estar en condiciones de enfrentarse con éxito a los navíos más sofisticados de que disponían los homomda. Aun así, durante esos primeros años las UGC se encontraron en una abrumadora inferioridad numérica.
Ese estadio inicial también presenció algunas de las pérdidas de vidas más graves de toda la guerra, pues los idiranos atacaron por sorpresa a muchos Orbitales de la Cultura —que no poseían ninguna importancia bélica y que no podían influir en el curso del conflicto—, llegando a causar billones de bajas en un solo ataque. Como táctica de choque destinada a sembrar el terror, los ataques a los Orbitales fracasaron. Como estrategia militar, su resultado principal fue dispersar los recursos idiranos y aumentar todavía más el ya considerable número de tareas al que debían enfrentarse los contingentes de los Grupos Principales de Combate de la armada idirana, quienes no tardaron en descubrir lo difícil que resultaba localizar y atacar de forma efectiva los Orbitales de la Cultura, las Rocas, las fábricas y los Vehículos Generales de Sistemas que se encargaban de producir el equipamiento y materiales bélicos de la Cultura. Al mismo tiempo, los idiranos estaban intentando controlar los inmensos volúmenes de espacio y los grandes contingentes de aquellas civilizaciones, normalmente reluctantes —y, a menudo, declaradamente rebeldes—, que la retirada de la Cultura había dejado dentro de su esfera de influencia. En 1333 el Acuerdo sobre la Conducción de la Guerra fue modificado para prohibir la destrucción de hábitats no militares que contaran con poblaciones fijas, y los enfrentamientos siguieron desarrollándose de una forma algo más sometida a restricciones hasta el final de la guerra.
La guerra entró en su segunda fase en el año 1335. Los idiranos seguían intentando consolidar sus posiciones y conquistas; la Cultura ya había conseguido llevar a cabo todas las alteraciones sociales y económicas necesarias para la guerra. La Cultura atacó la esfera de influencia idirana y hubo un período bastante largo de duros combates, durante el que la política idirana osciló entre el intento de defender sus posiciones y acumular más recursos bélicos, y el enviar poderosas expediciones al resto de la galaxia en un intento de golpear a un enemigo que estaba demostrando ser irritantemente escurridizo e infligirle daños similares a los que estaba sufriendo Idir. Las expediciones de castigo tuvieron como resultado colateral el debilitar seriamente las defensas idiranas. La Cultura podía utilizar casi toda la galaxia como escondite. Toda la esencia de su sociedad y su forma de vida era móvil; incluso los Orbitales podían cambiar de posición (o, sencillamente, ser abandonados), y siempre había otro sitio al que trasladar las poblaciones. Los idiranos tenían la obligación religiosa de conquistar el máximo espacio posible y mantenerlo bajo su control. Debían mantener las fronteras y controlar los planetas y las lunas y, por encima de todo y fuera cual fuese el precio, debían impedir que Idir sufriera ningún daño. Pese a las recomendaciones hechas por los homomda, los idiranos se negaron a confinarse en volúmenes de espacio más racionales y fáciles de defender o a emprender cualquier discusión sobre un acuerdo de paz.
La guerra siguió desarrollándose durante treinta años con muchas batallas, pausas, intentos de alcanzar un acuerdo pacífico a cargo de otras civilizaciones y de los homomda, grandes campañas, éxitos, fracasos, famosas victorias, errores trágicos, acciones heroicas y la conquista y reconquista de enormes volúmenes de espacio y un gran número de sistemas estelares.
Pero esas tres décadas de conflicto hicieron que los homomda acabaran hartándose. La intransigencia de los idiranos como aliados estaba a la altura de la fidelidad y devoción que habían mostrado en su calidad de mercenarios, y el enfrentamiento con las naves de la Cultura estaba cobrándose un precio demasiado alto sobre las preciadas flotas de combate de los homomda. Los homomda se pusieron en contacto con la Cultura, pidieron ciertas garantías, las recibieron y dejaron de tomar parte en el conflicto.
A partir de entonces los únicos que siguieron manteniendo dudas sobre cuál sería el resultado final del conflicto fueron los idiranos. El poder de la Cultura había aumentado de forma inmensa durante la guerra, y esos treinta años le habían permitido acumular la experiencia suficiente (añadiéndola a las experiencias vicarias que había ido recogiendo durante los milenios anteriores) para igualar y superar cualquier posible ventaja que los idiranos pudieran llevarle en cuanto a falta de escrúpulos, astucia o implacabilidad.
La guerra en el espacio llegó a su fin en el año 1367, y la guerra en los miles de planetas controlados por los idiranos —llevada a cabo básicamente con máquinas por el lado de la Cultura—, terminó oficialmente en 1375, aunque los pequeños enfrentamientos esporádicos en planetas distantes provocados por los idiranos y los contingentes de medjels que ignoraban la firma del acuerdo de paz o no estaban dispuestos a acatarlo siguieron produciéndose durante casi tres siglos.
Idir nunca fue atacado, y técnicamente hablando los idiranos jamás llegaron a rendirse. Su red de ordenadores fue infiltrada lentamente y controlada mediante el uso de armas efectoras, y —una vez liberada de las limitaciones incorporadas a su diseño—, fue autodesarrollándose hasta alcanzar la conciencia, convirtiéndose salvo de nombre en una entidad idéntica a cualquier Mente de la Cultura.
En cuanto a los idiranos, algunos pusieron fin a su existencia, otros optaron por el exilio en los planetas de los homomda (quienes accedieron a emplear sus servicios, pero se negaron a prepararles para cualquier otro ataque posterior contra la Cultura), crearon habitáis independientes nominalmente no militares dentro de otras esferas de influencia (sometidas a la atenta vigilancia de la Cultura) o huyeron hacia partes poco conocidas de las Nubes y la nebulosa de Andrómeda, o acabaron aceptando la derrota y la forma de vida de quienes les habían vencido. Algunos incluso se incorporaron a la Cultura, y hubo unos cuantos que se convirtieron en mercenarios suyos.
Duración de la guerra: cuarenta y ocho años y un mes. Número total de bajas, medjels, no combatientes y máquinas incluidas (evaluadas según una escala de conciencia logarítmica): 851,4 billones (más menos 0,3 %). Pérdidas: naves (de todas clases situadas por encima de la categoría interplanetaria) 91.215.660 (más menos 200); Orbitales 14.334; planetas y lunas mayores 53; Anillos 1; Esferas 3; estrellas (sólo se incluyen las que sufrieron una alteración en la posición de su secuencia o una pérdida de masa significativa inducida) 6.
Fue una guerra breve y de poca importancia que raramente se extendió a más del 0,02 % de la galaxia por volumen y al 0,01 % por población estelar. Sigue habiendo rumores de conflictos mucho más impresionantes que se desarrollaron a través de extensiones espaciotemporales mucho más vastas… Aun así, las crónicas de las civilizaciones más antiguas de la galaxia consideran que la guerra entre Idir y la Cultura fue el conflicto más significativo de los últimos cincuenta mil años, y uno de esos Acontecimientos singularmente interesantes que tan pocas ocasiones de presenciar tienen en estos tiempos.