CAPÍTULO XVIII

Fuera, las calles estaban llenas de gente que se arremolinaban por todas partes para dirigirse hacia REIN. Antes de que llegáramos al final de la manzana de calles, nos subimos en un transportador de velocidad media. No había sitio para dos en el otro de mayor velocidad.

Por todas partes, el murmullo de las voces se alzaba como una ola. A veces éstas quedaban apagadas por el fragor de los aplausos. Al minuto siguiente, el coche particular de Siskin se dirigía para aterrizar en el aparcamiento privado que había frente a Reactions.

De pronto me di cuenta de un signo característico que era muy significativo: No había monitores de reacción. Comprendí que su ausencia, significaba que el ARM había abandonado sus funciones, y que por consiguiente, el simulador del mundo supremo, se había quedado sin sistema de conexión.

Jinx continuaba en silencio a mi lado, con la vista al frente y el rostro apesadumbrado por las cosas que nos estaban ocurriendo.

Yo también estaba preocupado, con pensamientos lejanos. Intenté imaginarme lo que estaría haciendo el operador. Puesto que nuestros mundos estaban basados en la equivalencia en el tiempo, probablemente a estas horas ya estaría despierto. Tal vez estaría reunido con sus consejeros en aquel momento. Un hecho muy significativo era que aún no se había acoplado conmigo. Pero no me cabía la menor duda de que buscaría el lazo simuelectrónico que había entre ambos tan pronto como los formulismos de la reunión se lo permitieran. Y eso evidenciaría que el final estaba cerca.

Ante la muchedumbre que había reunida, los transportadores sólo podían avanzar muy lentamente.

Jinx me apretó la mano con mayor firmeza.

—¿Alguna señal de él?

—Todavía no. Me imagino que estará todavía reunido.

Pero en el mismo momento en que lo negaba, me di cuenta de que estaba acoplando conmigo. Notaba su presencia, mucho más débil que lo hubiera notado nunca, de todos modos.

El acoplamiento esta vez, no tuvo las repercusiones de mareos y dolor que tuvo en otras ocasiones. No sé como me di cuenta, de que por una vez se estaba limitando a observar impasiblemente. Si su intención era atormentarme, por alguna razón que yo desconocía se estaba esperando para mejor ocasión.

Miré hacia la izquierda, llevando a Jinx hacia mis sensaciones. Y entonces vi la sorpresa que se llevó al encontrarse con ella ante mí.

Inquieto, me pregunté por qué no habría empezado ya a atormentarme, o por qué no habría desfasado ya el acoplamiento del modulador. Pero comprendí la razón: Una de las más perniciosas formas de atormentar es dejar que la víctima se dé cuenta de que la angustia y el dolor son inminentes.

Como respuesta a tal pensamiento, el componente psíquico de su risa maliciosa, llegó hasta mí de una forma casi audible. Vi, que no podía perder el tiempo, cuanto más cuanto que no sabía el que me quedaba. Y esta nueva inquietud pareció proporcionarle un nuevo incremento de placer.

Abandonamos el transportador y continuamos a pie, mezclado entre la gente.

¿Hall? —pensé.

No hubo respuesta. Entonces me acordé de que el acoplamiento era en un solo sentido.

—Hall, creo que puedo salvar a este complejo simuelectrónico.

Ni el menor síntoma de reacción. ¿Me estaría escuchando? Pero naturalmente, debía saber ya lo que yo planeaba. Debía haberlo visto en el fondo de mis pensamientos.

Voy a hacer que esta muchedumbre ataque contra la máquina de Siskin. No me importa lo que a mí me ocurra.

¿Hasta qué punto le agradaría ver aquella humillación por mi parte?

—Voy a tratar de hacer las cosas de tal manera que nadie pueda soportar, ni tan siquiera oír hablar del simulador de Siskin. Llegarán incluso a destruirlo. Y eso es exactamente lo que quieres. Pero no es necesario. Créeme. Pues podemos tener a ambos, al simulador de Siskin y a los monitores de reacción. Todo cuanto tenemos que hacer es procurar que REIN sea utilizado únicamente con fines de investigación para los problemas sociológicos.

Continuaba sin darme indicación alguna de que escuchaba lo que le estaba diciendo.

—Creo que conseguiré derivar la opinión pública contra Siskin. Y darán rienda suelta a su desilusión lanzándose contra el Simulacron 3. Creo que yo no sería capaz de conseguirlo. Pero tú sí que puedes. Para ti sería fácil. No tienes más que desencadenar una tormenta sin precedentes en cuanto se hayan enojado conmigo, y esto les tranquilizará.

»Entretanto, puedes reprogramar a unas cuantas unidades reaccionales. Elimina a Siskin de sus problemas financieros. Haz que unos cuantos se den cuenta del verdadero propósito de esa máquina. Hazles ver que su fin primordial es la investigación de las relaciones humanas. La posición de los encuestadores en este mundo no sufriría el menor descrédito. Tendrían su razón de ser.

¿Estaría jugando conmigo? ¿Trataría con su silencio aumentar mi ansiedad? ¿O estaba preocupado por ver cómo caería la policía sobre mí, o cómo la masa de gente me maltrataría cuando les hablara de su error?

Miré hacia el cielo, para ver si había ordenado que se desencadenara la tormenta que había propuesto. Pero no vi ni una sola nube.

Nos hallábamos ya en la última manzana que nos llevaría a desembocar al edificio de Reactions. Y la calle estaba tan congestionada de gente, que apenas podía conseguir que Jinx viniera tras de mí.

Al frente se alzaba la pancarta que Siskin había hecho colocar sobre el edificio:

Evidentemente era un fraude. Heath no había tenido tiempo de reprogramar el simulador para una nueva función. Siskin le daría a la gente un discurso de tipo idealista —posiblemente con miras a un nuevo asalto legislativo contra los encuestadores— en cuanto les hubiera dejado recobrar por unas horas el resuello.

La muchedumbre se mecía de un lado a otro, arrastrándonos consigo. Y yo estaba agradecido por, la «demostración» de Siskin. Había miles de gente a mano para escuchar lo que tenía que decir.

Jinx se volvió hacia mí:

—Seguramente a estas horas ya se habrá acoplado contigo.

Pero yo estaba dirigiendo mis pensamientos hacia el operador, convirtiendo mis palabras casi en la súplica de una oración:

—Hall, si piensas en lo que te estoy diciendo, sólo me queda un par más de cosas.

»Dorothy Ford se merece más de lo que ha tenido hasta ahora. Puedes eliminar a todo cuanto de sórdido encuentres. Whitney podría desempeñar las funciones de supervisión sociológica mucho mejor que Heath. Y por último, busca un medio de que Jinx pueda salir de todo esto. Yo no he podido lograrlo.

Habíamos llegado a la intersección final, y me vi a mí mismo como un hombre que había estado rezando. La incertidumbre que siguió a mi súplica era quizás análoga al ruego efectuado a las divinidades, al menos en una cosa: En el aforismo que decía:

«No esperes una respuesta oral ni de los dioses».

De repente llegó a mí… el vértigo, los ruidos, que no eran en absoluto sonidos, las náuseas, el calor que abrasaba mis sentidos.

Había desfasado el modulador. Y en medio de aquel tormento, llegó hasta mí la impresión de su risa salvaje. Me había oído. Pero mi abyecta sumisión no había hecho más que divertirle.

Se me ocurrió pensar de pronto, que tal vez no había querido nunca, que nunca había tenido la intención de salvar a este mundo. Tal vez, después de todo, lo único que había deseado era ver el horror reflejado en los miles de unidades de reacción, mientras veían cómo el mundo se les venía encima.

El mare magnum de humanidad en que nos hallábamos atrapados, se movió de un lado a otro, y luego se inclinó hacia la izquierda. Cerca de donde nos hallábamos, dos policías, trataban de restablecer el orden.

Alzando a Jinx sobre una plataforma, me subí sobre un trozo transportador que se había averiado, y me coloqué a su lado. Dos veces nos bajaron antes de que lográramos abrirnos camino hacia la superestructura de control.

Desde allí consideré los privilegios que tenía nuestra posición.

Cogí a Jinx por los hombros y la giré hacia mí:

—No querría que fuera así, pero no me queda otro remedio.

Saqué el revólver del bolsillo, y tomándola por la cintura la puse frente a mí como si se tratara de un escudo. Blandí el arma y grité a la muchedumbre para que me prestaran atención.

Una mujer vio el revólver y chilló:

—¡Cuidado! ¡Está armado! —hizo cuanto pudo por alejarse.

Tres hombres la siguieron, uno de ellos gritando:

—¡Es Hall! ¡Ese tipo es Hall!

Inmediatamente los alrededores quedaron evacuados. No estábamos en aquel sector de la plataforma, más que Jinx y yo.

Un policía que se hallaba cerca se acercó a nosotros, alzando su arma.

—¡No intente nada contra nosotros! —le advertí—. ¡Si me quiere paralizar a mí, mis reflejos la matarán!

Bajó el arma, y miró a un oficial que había llegado por fin junto a él, como si estuviera esperando órdenes.

—¡Están todos ustedes equivocados respecto al simulador de Fuller! —grité—. ¡No va a hacer uso de él para mejorar la raza humana!

Se produjeron algunas voces entre la gente, todas ella de desaprobación:

—¡Que le bajen de ahí! —gritó alguien. Cuatro policías más se abrieron paso hasta las inmediaciones.

—No creo que esto sirva de nada, Doug —dijo Jinx con bastante temor—. No querrán escuchar. Sin hacerle caso continué:

—¡Son todos unos imbéciles…, sí, todos ustedes! Siskin les está utilizando como a un rebaño de ovejas. ¡Lo único que está haciendo es utilizar su simulador para protegerlo de los encuestadores!

Se elevó un coro de voces:

—¡Mentira! ¡Mentira!

Uno de los oficiales trató de llegar hasta donde nos hallábamos. La estreché más contra mí y apoyé con mayor fuerza el revólver contra sus sienes.

Se retiró y miró con desgana hacia su revólver.

Empecé a dirigirme a la gente de nuevo, pero no pude más que quedarme temblando mientras el operador iniciaba un nuevo acoplamiento. Luché desesperadamente para apartar de mí tales sensaciones.

—Doug, ¿qué te ocurre?

—Nada.

—¿El… el operador?

—No —no era necesario de que ella se enterara del acoplamiento.

Noté su rigidez, era como si se sintiera desilusionada porque el tormento no había comenzado todavía.

La masa de gente pareció acallarse un poco y yo continué:

—¿Iba a arriesgar mi vida si lo que estoy diciendo no fuera verdad? Siskin sólo quiere vuestra simpatía y vuestro apoyo para que los encuestadores no puedan hacer nada contra él. ¡Su simulador no tendrá utilidad alguna para nadie más que para él!

El modulador del supremo Hall volvió a dejarse sentir sobre mí y con él fue en aumento la tortura. Sólo era sustituida de vez en cuando esta sensación por la risa brutal del operador.

Alcé la mirada. Continuaba sin haber la menor señal de una nube. O quería realmente destruir su creación simuelectrónica, o es que no había pensado en que yo podía reorientar a sus miles de unidades reaccionales.

—¡Lo único que quiere Siskin es dominar la nación! —grité con todas mis fuerzas—. ¡Está conspirando con el partido! ¡Contra vosotros!

Una vez más tuve que esperar a reunir nuevas fuerzas para poder continuar.

—¡Haciendo uso del simulador para sus fines políticos logrará ser elevado al cargo que quiera!

Ya había algunos que escuchaban. Pero la gran mayoría, continuaban dando voces para que me sacaran de allí.

Un grupo de policías había rodeado la plataforma. Uno de ellos estaba diciendo algo a través de un transmisor. No tardaría mucho en llegar hasta allí, uno de los coches aéreos de la policía. Y entonces Jinx no me podría respaldar de sus ocupantes.

A lo largo de la calle había varías personas que se dirigían hacia el edificio de Reactions. Reconocí a dos de ellos… Dorothy Ford, y al nuevo director técnico de Reactions, Marcus Heath.

Angustiado, me dirigí de nuevo hacia la masa:

—¡Conozco los planes de Siskin porque yo formaba parte de la conspiración! Si no me creéis ahora, no haréis con ello más que demostrar que sois en realidad los imbéciles que Siskin había confiado en que erais.

Desde lo alto del edificio, Heath se llevó un amplificador a los labios y gritó:

—¡No le escuchéis! ¡Está mintiendo! ¡Dice eso porque fue despedido del Establecimiento por míster Siskin y el partido…!

Se detuvo de repente al darse cuenta de lo que acababa de decir. Podía haber cubierto su desliz añadiendo: «y el partido y míster Siskin no tienen conexión alguna».

Pero no lo hizo. El pánico cundió sobre él. Y retrocediendo para ocultarse en el interior del edificio no hizo más que ayudar mis argumentos.

Eso solo hubiera podido ser suficiente. Pero Dorothy apareció también. Cogió el amplificador y habló tranquilamente.

—Lo que decía Douglas Hall, es verdad. Yo soy la secretaria particular de mister Siskin. Y puedo demostrar cuanto se pueda decir.

Suspiré por el alivio que me produjeron sus palabras, y vi a la multitud que corría hacia el edificio. Pero no pude contener un grito de angustia, mientras el operador, disgustado seguramente por mi éxito, lanzaba una descarga terrible de acoplamiento sobre mí.

Jinx exclamó:

—¡Te ha atacado!

Sobrecogido, asentí.

De pronto oí el ruido de un disparo que se había producido por encima del lugar que ocupábamos. Al caer vi a un policía, que me disparaba desde lo alto de una superestructura.

Extendí el brazo para empujar a Jinx hacia otra parte, pero la mano se hundió en el vacío. Se había ido. Por fin, había vuelto a su propio mundo.

Su desaparición produjo tal sensación que rompió el cordón de la policía, pero sólo duró un momento. Después dispararon otra vez sobre mí, alcanzándome en el pecho.

El tercero me dio de lleno en el abdomen. Y el cuarto me atravesó la mejilla.

La sangre afloraba a mis heridas, y yo noté cómo me hundía en un abismo.

Cuando volví en mí, noté bajo mi cuerpo algo que me pareció cuero, y la presión de algo que me oprimía la cabeza.

Pensativo, Permanecí inmóvil. No sentía ningún dolor, ni el malestar propio de mis heridas recientes. Contra lo que unos momentos antes había sido todo dolor, y sensaciones horribles, ahora no notaba más que paz y relajamiento.

Entonces, pude comprobar que no sentía dolor alguno, ¡porque no tenía heridas!

Confundido, abrí los ojos, y me encontré en una habitación que era totalmente extraña para mí.

Aunque la habitación no la había visto nunca hasta aquel momento, reconocí la naturaleza simuelectrónica de algunos de los aparatos que había en ella.

Miré hacia un lado, y vi un sillón muy parecido al que yo había usado para llevar a cabo los acoplamientos con las unidades reaccionales del simulador de Fuller. Me levanté, me quité el casco y me quedé observándolo todo a mí alrededor.

Había otro sillón al lado del mío. Y en su superficie de cuero, se apreciaban todavía las huellas de alguien que lo había ocupado recientemente… y durante bastante tiempo, a juzgar por lo bien que tenía marcada la silueta de quien lo había ocupado.

—¡Doug!

Miré rápidamente hacia todas partes, buscando el lugar de dónde procedía la voz de Jinx.

—¡Quédate ahí! ¡No te muevas! —me susurró—. ¡Vuelve a ponerte el casco!

Su voz procedía de la izquierda, de detrás de un cuadro de mandos.

Rápidamente empezó a conectar y desconectar aparatos.

En vista de lo apremiante de sus palabras, me volví a acostar sobre el sillón.

Oí que alguien entraba en la habitación. Después una voz recia de hombre, dijo:

—¿Estás desprogramando?

—No —respondió Jinx—. No tenemos que hacerlo. Hall encontró un medio mejor para evitarlo. Estamos suspendiendo las operaciones hasta que podamos programar algunas modificaciones básicas.

—¡Eso está bien! —exclamó el hombre—. El consejo se alegrará de oír tal cosa. Se acercó a mí: —¿Y Hall?

—Está descansando. La última sesión ha sido muy dura.

—Dile que sigo pensando que debería tomarse unas vacaciones antes de que empiece de nuevo sus actividades con el simulador.

Oí ruido de pasos que se alejaban.

Y me puse a pensar en aquel día en mi despacho cuando Phil Ashton había venido hasta mí con los rasgos y la apariencia de Chuck Whitney. ¡Al igual que Ashton, yo también había cruzado la barrera simuelectrónica entre dos mundos! ¿Pero cómo?

La puerta se cerró y alcé la vista para ver a Jinx junto a mí.

Hizo una mueca mientras se inclinaba sobre mí, y me quitaba el casco.

—¡Doug! ¡Ahora estás aquí arriba!

Continué mirándola.

—¿No lo ves? —continuo—. Cuando yo no hacía más que preguntarte si él había establecido el contacto, era porque quería tener tiempo de volver.

—Desapareciste —dije— y volviste aquí. Sabías que lo encontrarías acoplado. ¡Y no tuviste más que invertir el circuito para que se produjera el cambio!

Jinx asintió:

—Tenía que ser así, cariño. Estaba destruyendo el mundo entero, cuando en realidad lo podía haber salvado fácilmente.

—¿Pero por qué no me dijiste lo que ibas a hacer?

—No podía. De haberlo hecho, lo hubiera sabido él también.

Un tanto preocupado, me levanté. Sin creer en mí mismo, me tocaba el pecho, el abdomen, la mejilla. Parecía imposible que no tuviera herida alguna. No hacía más que unos instantes, todo era totalmente opuesto. Y al cambiar de personalidad con el otro Hall, él había llegado a posesionarse de las heridas mortales que momentos después le harían exhalar el último suspiro.

Yendo de un lado a otro de la habitación pasé junto a la superficie metálica de uno de los moduladores, y vi mi propio reflejo. Facción por facción era tal como había sido siempre.

Jinx no había exagerado al decirme que los rasgos físicos de Hall el operador y Hall el análogo, eran idénticos.

En la ventana, miré hacia la calle, para encontrarme con las mismas escenas familiares de siempre coches aéreos, gente que corría de un lado a otro, de idéntica constitución física y hasta vestidos de la misma forma que las unidades reaccionales de mi mundo. ¿Pero por qué tenía que haber algo distinto? Mi ciudad análoga, tenía que ser un reflejo exacto de ésta, si es que quería llevar a cabo sus propósitos.

Pero mirando más detenidamente, vi que había una diferencia perceptible. Bastantes personas fumaban tranquilamente por la calle. Aquí no había prohibición treinta y tres.

Me giré hacia Jinx:

—¿Pero podemos salir con bien de esto?

Ella se puso a reír:

—¿Y por qué no? Tú eres Douglas Hall, Él iba a tomar dos meses de vacaciones. Y con el simulador sin funcionar, yo podré marcharme también. Cogeremos las vacaciones juntos.

Animada por la idea, continuó:

—Yo te familiarizaré con todo…, con la gente, con las cosas más sobresalientes de nuestro mundo, con tus costumbres personales pasadas, con nuestra historia, la política, las costumbres. Al cabo de unas semanas desempeñarás el papel de Hall perfectamente.

¡Saldría bien! ¡Lo veía con toda claridad!

—¿Qué hay del mundo de allá abajo?

Jinx sonrió:

—Haremos de él uno nuevo. Tú sabes la cantidad de reformas y modificaciones que hay que hacer. Antes de que perdiera el contacto con él, vi el disgusto tan enorme que le costó a Heath su error. Cuando vuelvas a poner en marcha el simulador, creo que lo encontrarás allí.

—Creo que será difícil convencer a las masas para que no derrumben todo aquello.

Habrá muchas cosas que hacer y muchas reorientaciones que programar.

Me llevó hacia la mesa:

—De momento, vamos a empezar ahora mismo. Vamos a redactar una lista con todas las instrucciones de lo que hay que hacer y se la dejaremos al personal. Ellos se cuidarán de los trabajos preparatorios mientras estamos fuera.

Me senté en la silla de Hall, siendo entonces cuando verdaderamente me di cuenta de que había saltado de la ilusión a la realidad.

Había sido una transición sorprendente, pero pronto me acostumbraría a la idea. De momento tenía a mi favor que siempre había vivido con el convencimiento de que pertenecía a esta existencia material.

Jinx me besó suavemente en la mejilla:

—Te gustará estar aquí, Doug, aunque aquí no se respire la extraña atmósfera de tu mundo. La verdad es que Hall sintió un goce casi romántico cuando programó su simulador. Creo que incluso tuvo un cuidado esmerado a la hora de escoger nombres propios como Mediterráneo, Costa Brava, Pacífico, Himalaya. Se detuvo, como si se disculpara por la monótona comparación de su mundo de absoluta realidad:

—También verás, que nuestra luna no es más que una cuarta parte del tamaño de la vuestra. Pero estoy segura de que te acostumbraras a todas las pequeñas diferencias.

La cogí por la cintura y la estreché entre mis brazos. Yo también estaba seguro.

FIN