Petrificado, permanecí en el claro del bosque, con el animal tendido a mis pies, y los ojos fijos, inmóviles, sobre el lugar de donde había desaparecido Jinx.
Ahora sí que estaba seguro de que ella era la Unidad de Contacto. Había estado tan equivocado en la interpretación de sus actos. Yo me había creído que ella sabía, como hija de Fuller, los detalles de su «descubrimiento básico», pero que había estado tratando de ocultármelos para que no fuera desprogramado.
En cuanto a la desaparición que en la otra ocasión había hecho de su casa, yo me había imaginado que se la habían llevado temporalmente, para desposeería de los conocimientos prohibidos que pudiera tener albergados en su circuito. Me di cuenta de que, a partir de aquel momento, ella se había mostrado amorosamente inclinada hacia mí.
Había actuado de un modo extraño, después de su primera desaparición, porque tanto ella, como el Simuelectrónico de Allá Arriba habían estado preocupados. Les inquietaba que pudiera llegar a averiguar el secreto de Fuller.
Después Collingsworth, programado para disuadirme de mis convicciones prohibidas, salió con la suya a hacerme creer que sufría de un mal tan poco probable como la pseudoparanoia. Esta idea estaba estrechamente inculcada en mí, la noche que sentí las convulsiones del acoplamiento estando en el restaurante con Jinx.
El operador se dio cuenta entonces de que yo me había salido del camino trazado. Y Jinx, como Unidad de Contacto, había empezado a hacer el papel de ardiente enamorada para alejar de mí toda sospecha.
Así habían sucedido las cosas hasta ayer, en que el operador se dio cuenta por Collingsworth, de que no sólo yo, sino que Avery también, dudábamos mucho de que nuestro mundo fuera real. Y Jinx había venido aquí, la noche anterior con un solo propósito: tenerme sujeto entre sus brazos hasta que las cosas se pudieran arreglar de manera que mi muerte pareciera «natural». ¡Tal vez me iba a matar ella misma!
De pronto, me di cuenta de la sangre caliente que bajando por el brazo, se perdía gota a gota por las yemas de los dedos. Terminé de romper la camisa y la até con fuerza alrededor del brazo. Después me dirigí hacia la cabaña.
Por más que lo intentaba no llegaba a comprender toda aquella serie de cosas extrañas. Por ejemplo, ¿cómo podía Jinx desaparecer con aquella facilidad? Ni uno solo de los caracteres ID del simulador de Fuller podrían hacer otro tanto, a menos que…
¡Pues claro! ¡Siempre que yo me proyectaba a mí mismo dentro del Simulacron-3 para un circuito directo de vigilancia, hacia lo mismo!
Entonces Jinx, no era ni una Unidad de Contacto, ni una entidad reaccional. ¡Era la proyección de alguna persona Física de aquella Suprema Realidad!
Pero aún había más cosas extrañas. ¿Por qué no se me había reorientado, como había sucedido con las otras unidades W, y se me había hecho creer como a los demás que Lynch no había existido nunca?
Y además, el operador, se había acoplado con bastante frecuencia con Collingsworth para programarle debidamente en la campaña para destruir el simulador de Fuller.
¿Por qué pues, no había sabido él por medio de Avery hasta ayer, que no se me podía disuadir de mis convicciones respecto a la verdadera naturaleza de la realidad?
El ruido seco y crujiente de un árbol que caía me sacó de mis pensamientos.
Sorprendido, alcé la vista.
¡Un pino enorme me estaba cayendo encima!
Luché desesperadamente por salir de allí, pero cayó al suelo produciendo un ruido sordo, no rozándome más que con las ramas. Pero ello fue suficiente para que me lanzara al suelo contra otro tronco.
Consternado, me levanté, retrocedí unos pasos, y me pasé la mano por la mejilla para suavizar el dolor que me había producido una rama en la cara. La cabeza empezó a darme vueltas nuevamente, sintiéndome acechado por los efectos del falso acoplamiento.
Corrí hacia la cabaña tratando por todos los medios de contener el dolor que me apresaba. Llegué al límite del claro del bosque, con la cabeza colgando contra el pecho y la vista nublada.
Un enorme oso negro estaba olfateando el coche de Jinx. Notó mi presencia y se giró.
Pero no quería arriesgarme. Lo maté instantáneamente.
Esto debió privar al operador de recrearme en su Sadismo. Pues tan pronto cayó el animal, se rompieron los lazos de la presión ejercida por el acoplamiento.
Pero se había hecho evidente que tenía que alejarme del bosque. Aquí y allá, por todas partes, había demasiados elementos de la naturaleza que se podían emplear en contra mía. Con un poco de suerte podría volver a la ciudad, donde el operador no tendría tanta libertad de acción y tantas posibilidades para emplearse contra mí.
En la cabaña, perdí el menor tiempo posible en arreglarme el brazo herido, y aplicar bálsamo al rasguño que me cubría desde la sien hasta la mejilla.
A través de la niebla que formaban ante mí el temor y la desesperación, fui capaz, no obstante, de pensar en Jinx. ¿Habría verdaderamente habido una tal Jinx Fuller en mi mundo? ¿O no había sido toda ella más que una proyección?
Fui a coger la chaqueta, degustando por fin la amarga ironía de haberme enamorado de ella. Yo no era más que un producto de la ilusión; ella, una persona real y tangible.
Me imaginaba su risa burlona, unida a la del operador.
De súbito, dudando, me detuve ante la puerta. ¿Volver a la ciudad? ¿Dónde la policía de Siskin estaría a punto para disparar sobre mí? ¿Donde, aun en el caso de que consiguiera eludirlos, tenían un sádico Aliado de Allá Arriba impaciente por programarlos en la dirección exacta?
Con el rabillo del ojo, vi algo que se movía cerca de mí, y me encontré con un horrible pajarraco que agitaba las alas sin cesar mientras se acercaba.
Pero no venía hacia mí. Confundido le seguí con la vista, y vi cómo sin dejar de mover las alas en un vuelo corto se metía en la casa y se dirigía hacia la cocina. La curiosidad pudo más que los temores y me metí tras él. El pájaro se había posado sobre el suelo, y estaba picoteando con todas sus fuerzas cerca de la puerta, donde se hallaban los cables de energía eléctrica y el regulador de gas.
Tuve unos horribles momentos de indecisión, y me sentí terriblemente mal dentro de la cabaña.
Corrí con todas mis fuerzas hacía el exterior, llegué hasta mitad del camino del claro del bosque, y dando un salto me tiré sobre el suelo.
La cabaña saltó por los aires, diseminando escombros alrededor del bosque, y llevándose al garaje con la explosión.
Afortunadamente ninguna de las piedras que habían volado por los aires me había alcanzado a mí, ni al coche de Jinx, en cuyas posibilidades pensé enseguida.
Viendo aquella demolición comprendí al fin, que no me quedaba otro remedio que volver a la ciudad.
A dos mil pies por encima del bosque, el motor empezó a fallarme. Conecté los mandos de emergencia, pero el motor producía ruidos espasmódicos y a cada Sacudida el coche descendía unos cien pies.
Hice cuanto pude con el volante para mantener algunos grados de control. Al fin, conseguí dirigir la nave hacia el lago, esperando que el agua amortiguaría el impacto del coche.
En aquel momento preciso, el operador se lanzó una vez contra mis facultades perceptivas. Sin embargo, los tormentos del acoplamiento, en esta ocasión eran más soportables.
De pronto, un fuerte viento de cabeza se levantó, convirtiendo la superficie lisa del lago, en una auténtica marejada, mientras que mi ángulo de descenso se hacía cada vez mayor. ¡Iba a estrellarme contra los árboles antes de que consiguiera traspasar la línea límite del acantilado!
Pero un golpe de viento inesperado me permitió elevarme de nuevo, para luego descender, yendo a parar por fin a cinco metros de la orilla sobre las amplias olas.
Los nudillos se me habían puesto blancos de aferrarme sobre el volante.
Traté de despegar de inmediato. Lo conseguí pero en cuanto me encontré a gran altura, nuevamente comenzó el viento a dominar el coche lanzándome otra vez contra el bosque. Una de las veces pasé tan cerca de las rocas que ya quedé convencido de que aquella vez me estrellaba, pero aun conseguí dominar el vehículo, y volví otra vez hacia el cielo. Me di cuenta de que temblaba y sudaba frío.
Notaba la reacción estática del operador. Y sabía, a través de la intensidad de su respuesta emocional, que no me iba a dejar tan fácilmente. Sin dejar de accionar los mandos, esperé el próximo ataque del operador, mientras que el coche, ganando altura se dirigía hacia la ciudad.
Recordé que con el simulador de Fuller, el acoplamiento se podía modificar, permitiendo llevar a cabo una transmisión recíproca. Tal procedimiento, se usaba, por ejemplo, cuando yo me quería comunicar con Phil Ashton sin necesidad de tener que proyectarme en su mundo.
De modo que intenté alcanzar el límite opuesto, convencido en todo momento de que él se daría cuenta de mi intención. Pero no llegaba a percibir nada a través de sus sentidos. Era un acoplamiento de una sola dirección. Aunque, sin embargo, casi podía sentir su presencia. Era como si tuviera el presentimiento de él. Y con todo ella recibía una impresión auténtica de propósitos retorcidos y malignos.
Fruncí el ceño, perplejo. Tenía la profunda sugestión de que el lazo existente entre ambos era algo extraño, algo fuera de lo normal. Daba la impresión de que existiera cierta similitud entre los dos. ¿Similitud física? ¿De carácter? ¿O era simplemente el reflejo de nuestras circunstancias análogas… cada uno, simuelectrónico en su propio mundo?
Sin ninguna interferencia más por parte del operador me elevé a seis mil pies.
Entonces incliné un tanto el morro del coche, cambiando altura por velocidad, y me apresuré por llegar a la ciudad. El reflejo que emitían los vidrios que constituían las cúpulas de muchos rascacielos, y los vívidos uniformes de colores de los muros de cortina, aparecieron ante mí, a varias millas a lo lejos.
¿Lo conseguiría? Me recosté sobre el asiento. Allá en el bosque, a solas con el operador y su naturaleza hostil, tenía pocas probabilidades de sobrevivir. Por otra parte, en la ciudad no habría animales especialmente programados para atacarme.
¿Pero y las cosas inanimadas? ¿Los efectos de una cornisa descolgada? ¿Un coche fuera de control?
Angustiado, vi a través del parabrisas una nube gris que biseccionaba el horizonte.
Engrandecía de un modo alarmante mientras el coche me llevaba directamente hacía ella. Di un golpe de volante para alejarme, pero era demasiado tarde.
Al cabo de un momento me vi envuelto en una bandada de pájaros negros con alas rojas. ¿A seis mil pies de altura? Chocaban contra el coche y cubrían por completo el parabrisas. Quizá caían a cientos pero caían a miles sobre mí. Los ventiladores gemían, defendiéndose contra aquella masa casi sólida que inexplicablemente llegaba hasta ellos. Y nunca llegaba a salir de allí, y nunca se terminaba el ciclo.
El operador volvió de nuevo a la carga sobre mis facultades perceptivas. Pero una vez más el acoplamiento fue soportable. Y una vez más también, tuve la incongruente impresión de que la persona acechaba sobre mi desesperación y espanto, tenía incomprensiblemente cierta similitud conmigo.
Los ventiladores comenzaron a funcionar con normalidad. Aquella nube apestosa de pajarracos volaba por encima de mi cabeza. Miré hacia abajo para ver a qué distancia me hallaba del suelo. E, irónicamente vi que me acercaba casi directamente al amplio edificio de Reactions, Inc.
Ahora volaba tan bajo, que incluso veía las tropas de guardia. Y me pregunté si el operador, en un audaz golpe de estrategia, no me haría estrellar contra el edificio para eliminarnos al mismo tiempo a mí, y a la máquina de Fuller.
Si era ese su plan, se había olvidado de los sistemas de emergencia que protegían la ciudad. Pues cuando el coche estuviera unos doscientos pies del edificio, aparecerían tres brazos articulados que convergerían sobre el aparato indefenso.
Pero el Simuelectrónico Supremo no podía privarse de otro atentado brutal. El circuito eléctrico del coche irrumpió en llamas que al cabo de pocos segundos llegaron al sitio que yo ocupaba. Comprendí que no me quedaba otro remedio. Y aunque todavía me faltaban unos cien pies para llegar al área de aterrizajes, salté del coche.
Pero en aquellos momentos el operador había roto el contacto. De no ser así, le hubiera sido enormemente fácil que uno de aquellos brazos articulados que ya venía en mi auxilio pues había visto el fuego, me hubiera dejado caer al suelo. El brazo articulado se acercó al suelo, y poco después me dejó caer sobre una de esas sábanas salvavidas.
No tenía tiempo que perder allá encima, y menos con la policía y los bomberos que ya se estarían aproximando, pues el coche se había oído cerca. Salté de la sábana y me fui corriendo hacia uno de los transportadores públicos. Poco después descendí de éste y tomé otro para cambiar de dirección.
Dos manzanas más allá, descendí de nuevo, y cuando hacía unos veinte minutos que viajaba en él, bajé para meterme, mostrando la mayor naturalidad en el hotel más próximo.
En el vestíbulo, un vendedor de periódicos, automático, vociferaba los titulares de los acontecimientos del día, con una voz suave e impersonal:
—«El plan de Siskin de hacer una demostración pública del Simulacron-3 tendrá lugar mañana por la mañana». ¡La máquina que resuelve los principales problemas de las Relaciones Humanas!
Pero como la estrategia de Siskin tenía muy poco interés para mí, me dirigí hacia la parte más alejada del vestíbulo, y allí encontré un par de sillas, medio ocultas tras una enorme planta natural. Macilento e insensible me dejé caer en la más próxima de las dos.
—¡Doug, eh, Doug…!, ¡despierta!
Sin duda, el cansancio, me debió rendir, y me había quedado dormido. Pero volví inmediatamente en mí, y de lo primero que me di cuenta fue del peso que notaba sobre las piernas. Después abrí los ojos y vi a Jinx sentada en la silla de al lado. Hice mención de levantarme y ella puso una mano sobre mi brazo. Hice una torsión con el cuerpo para evitar su contacto, y me quise alelar hacia el otro lado del vestíbulo. Pero mis piernas estaban como clavadas al suelo y casi caí. Me quedé temblando, tratando desesperadamente colocar un pie frente al otro.
Ella se levantó y me instó para que volviera a la silla. Consternado bajé la vista para mirarme las piernas.
—Sí, Doug —dijo ella—. Yo te las paralicé para que no pudieras escapar de mi lado.
Entonces vi la culata del diminuto revólver que asomaba todavía en su bolso.
—Lo sé todo —chillé casi—. ¡No eres una de los nuestros! ¡Ni tan siquiera eres una unidad ID!
En su rostro no apareció el menor atisbo de sorpresa.
—Es verdad —dijo pausadamente—. Y ahora sé, estoy enterada de todo cuanto tú sabes. Pero no era así hace una hora, cuando estábamos en la cabaña. Por eso me retiré hacia el bosque. Tenía que averiguar hasta qué extremo estabas al corriente de las cosas, si sabías mucho o poco de la verdad, o hasta qué punto él te había dejado saber.
—¿Él? ¿Quién?
—El operador.
—Entonces, ¿hay un operador? ¿Hay un mundo simuelectrónico?
No contestó.
—Y tú eres…, ¿una proyección? —pregunté.
—Sólo una proyección. —Se sentó.
Creo que me hubiera quedado más tranquilo si me lo hubiera negado. Sin embargo, ella se mostraba cariacontecida, dándome tiempo para que me diera cuenta por completo, de que yo no era más que una Unidad Reaccional.
Se inclinó hacia mí.
—¡Pero estás equivocado, Doug! ¡No estoy tratando de engañarte! Sólo quiero ser útil.
Me llevé la mano a mi mejilla herida, y me miré las piernas paralizadas. Pero ella no interpretó el gesto con la misma intención sarcástica que yo lo había hecho. En lugar de ello dijo:
—Cuando me fui esta mañana, era porque quería saber hasta qué punto tú estabas enterado de todo. Tenía que ver hasta qué extremo sospechabas. Y de esa forma sabría por dónde empezar a explicarte lo que te tenía que decir.
Puso la mano de nuevo sobre mi brazo y yo la aparte:
—Has estado casi completamente equivocado conmigo —continuó defendiéndose—. Al principio me sentí desesperada al ver que trabajabas por descubrir una serie de cosas que estaban prohibidas para ti.
—¿El saber prohibido para todas las unidades ID?
—Sí. Hice cuanto estuvo en mi mano para mantenerte alejado. Naturalmente, yo fui quien destruyó las anotaciones en el estudio del doctor Fuller… Sólo físicamente. Pero eso fue un error. Con eso no conseguí más que atraer más tu atención sobre el asunto. En su lugar deberíamos haberte alejado de tales sospechas por medio de una reprogramación simuelectrónica. Pero en aquellos días, estábamos demasiado ocupados, manejando a los encuestadores para que se lanzaran a la huelga.
Recorrió todo el vestíbulo con la mirada:
—Incluso programé a un encuestador para que se acercara a ti en la calle y te hiciera aquella advertencia de que debías desistir de tu empeño.
—¿Y a Collingsworth también? ¿También le hiciste que me hablara de ello?
—No. El operador fue el responsable de esta estrategia.
¿Acaso me querría hacer creer que ella no había tomado parte en el asesinato brutal de Avery?
—¡Oh, Doug! Intenté tantas veces conseguir que te olvidaras de la muerte de Fuller, que te olvidaras de Lynch y de tus sospechas… Pero la noche que me llevaste al restaurante, yo estaba dispuesta a admitirlo todo, a no negarte nada.
—Pero yo te dije aquel día que estaba convencido de que todo eran figuraciones de mi imaginación.
—Sí, ya lo sé. Sólo que no te creí. Pensaba que estabas intentando engañarme. Pero cuando me retiré de la proyección directa a últimas horas de aquella noche, el operador me dijo que había efectuado una investigación sobre ti. Me dijo que estabas completamente convencido de tu enfermedad pseudoparanoia, y que ahora ya podíamos concentrarnos en la destrucción del simulador de Fuller.
—Me di cuenta, al día siguiente cuando hablé contigo por el vídeo, de que habías entrado en mi casa tras de mí, Pero lo disimulé y tú pareciste aceptar la explicación. Al menos no hiciste nada que hiciera creer que sospechabas.
Me revolví sobre mi asiento:
—Y entonces tú te mostrarte enamorada de mí, confiando en que con ello, me mantendrías alejado de la verdadera pista. —Pareció luchar consigo misma para intentar demostrarme que no solamente me había estado manejando a su antojo.
Pero en cambio dijo:
—Entonces, cuando te empezaron a ocurrir esas cosas ayer, vi que todo había ido mal. Mi primera intención fue correr hacia donde tú estabas lo antes posible. Pero cuando llegué allí, vi que no había actuado de la forma más aviesa, ya que no había previsto lo difícil que sería hablarte de esto sin saber hasta qué punto sospechabas de todo, y lo que realmente pensabas de mí.
»De modo, que en la primera oportunidad que tuve. Oh, no fue fácil, Doug. El operador había estado de una forma casi constante en contacto contigo. Yo tenía que coger un circuito paralelo. Tenía que hacerlo todo con el mayor de los cuidados para que no se diera cuenta de lo que estaba haciendo.
»Pero cuando hice… lo vi todo inmediatamente, lo comprendí todo. No había soñado… Oh, Doug, ¡es tan inhumano, tan degenerado!
—¿El operador?
Bajo la cabeza apesadumbrada:
—Yo sabía que él era algo así. Pero no me imaginaba hasta qué extremo. No sabía, que en gran parte, estaba jugando contigo, por el placer sádico que le pudiera proporcionar el juego.
Una vez más volvió a mirar hacia el vestíbulo.
—¿Qué estás buscando?
Se volvió hacía mi para decir:
—A la policía. Puede haberles programado haciéndoles saber que habías vuelto a la ciudad.
Ahora lo vi todo. Comprendí su propósito de tenerme allí sentado hablándome.
Quise apoderarme de su bolso, pero ella apartó la silla.
Me puse en pie, y haciendo un esfuerzo sobrehumano fui hacia ella.
—¡No, no…, Doug! ¡No lo entiendes!
—¡Lo comprendo muy bien! —me dolían terriblemente las piernas porque apenas podían aguantar mi peso—. ¡Lo que intentas es tenerme aquí sujeto, hasta que el operador mande a la policía tras de mí!
—¡No! ¡Eso no es cierto! ¡Tienes que creerme!
Comencé a cercarla, y casi había conseguido que no pudiera escapar.
Sacó el revólver y me paralizó los brazos y el pecho. Accionó el regulador del revólver, y haciendo más débil la intensidad de la descarga me paralizó ligeramente la garganta e incluso una parte de la cabeza.
Quedé erguido, tambaleándome como un borracho, los ojos medio cerrados, y los pensamientos turbios. Guardó el revólver, me cogió por el brazo, teniendo precaución de no tocar el herido, y se lo pasó por el cuello. Me cogió por la cintura y fuimos hacia el ascensor. Un matrimonio, ya mayor, pasó cerca de nosotros, y el hombre sonrió a Jinx, mientras que la mujer nos lanzó una mirada de reprobación. Jinx sonrió a su vez y les dijo:
—¡Oh, el recato y los convencionalismos…! En la planta quince, se debatió contra mi peso casi muerto, para llevarme hacia la primera puerta de la izquierda.
Abrió la puerta y entramos.
—Tomé esta habitación poco antes de que te despertaras en el vestíbulo —me explicó—. No creí que sería tan fácil.
Me dejó tumbado sobre la cama, y luego se quedó mirándome. Y yo me pregunté qué habría tras de aquella expresión impasible y tras sus facciones tan atractivas.
¿Triunfo? ¿Piedad? ¿Inseguridad?
Sacó el revólver de nuevo, y apuntó hacia mi cabeza:
—No tenemos que preocuparnos por el operador por ahora. Gracias a Dios tiene que descansar cierto tiempo. Y tú también necesitas descansar.
Y sin temblarle el pulso apretó el gatillo.