No tenía ningún sitio a dónde ir, excepto mi cabaña en el lago. Era factible que pudiera estar a salvo allí, al menos de momento, si es que en verdad era un lugar adecuado para esconderse.
No me cabía la menor duda, mientras descendía con mi coche hacia un claro del bosquecillo de abetos de donde continué la marcha hasta esconderlo en el garaje, de que la policía tenía órdenes estrictas de tirar a matar. Si verdaderamente actuaban de acuerdo con la presión ejercida por las riendas de Siskin, mis temores eran ciertos.
Pero al menos aquí en el bosque, tenía una oportunidad de esconderme.
Por otra parte, si el operador estaba persiguiendo su propio propósito de eliminarme, independientemente de la acción de la policía, no podía seguir más que una de las dos vertientes:
O bien me hacía desaparecer de repente, sin advertencia alguna… en cuyo caso nada podía hacer en contra.
O bien enviaría a su agente para que se hiciera cargo del trabajo físicamente, para dar la apariencia de un suicidio o de una muerte accidental.
Y eso precisamente es lo que había estado deseando durante tanto tiempo: enfrentarme cara a cara con la Unidad de Contacto. En ese momento se le haría salir de su anonimato. Tendría que descubrirse y dar la cara en la soledad del bosque.
Entré en la cabaña y cogí uno de los rifles paralizadores que me pareció más oportuno.
Me cercioré de que estaba cargado y de que funcionaba perfectamente bien, y lo dejé en el lugar que creí más a mi alcance en todo momento. De todos modos mi intención no era matar al agente del operador inmediatamente. Al menos hasta que hubiera hablado con él y me hubiera sugerido un plan de acción.
Anduve un poco por la habitación escrutándolo todo, volví a coger el arma, y me senté al lado de la ventana, dejando el rifle descansar sobre mis piernas.
La única cosa que me inquietaba en aquellos momentos era la razón por la cual no se hacía desde el operador de la Suprema Realidad, desaparecer mi mundo en un solo instante. No podía hallar la razón por la que estuvieran esperando.
Y así permanecí durante horas, no perturbando la quietud de aquellos parajes, más que el movimiento furtivo de vez en cuando, de alguna alimaña salvaje, saltando entre la maleza del bosque o el suave murmullo de las olas al estrellarse contra el acantilado rocoso.
Poco después de la caída del sol, entré en la cocina y abrí una bolsa de raciones de campaña. Temeroso de encender las luces, me senté de nuevo junto a una de las ventanas, y me alimenté de un modo casi mecánico.
Era casi de noche cuando entré en la salita, descorrí las cortinas, y me dispuse a informarme de las noticias televisivas de la tarde. Puse el volumen de voz en lo que casi era un susurro.
En la pantalla apareció un desorden general y ruinoso de una calle que inmediatamente reconocí como la ocupada por Reactions Inc. Casi en un primer plano se veían tropas federales en el exterior del edificio, mientras que el comentarista deploraba «la sangre vertida y la violencia que habían sido el tributo a aquel día horrible».
—Pero —continuó— estos motines no hacen más que hacer resaltar más si cabe la empresa de Horace P. Siskin en las noticias de esta tarde.
»Y hay más… mucho más. Hay intriga y conspiración. Asesinato y un fugitivo. Y todo está directamente vinculado con la supuesta Asociación de Encuestadores, con cuyo complot quieren privar a un mundo de angustia de las bendiciones que emanarían del simulador de Siskin.
Apareció mi propia imagen en la pantalla y fui identificado por el comentarista.
—Éste es el hombre —dijo—, éste es el hombre reclamado por el asesinato de Hannon J. Fuller, antiguo director técnico de Reactions. Éste es el hombre en quien Siskin confió plenamente. En las manos de Douglas Hall se había depositado la obligación moral y material, del perfeccionamiento del simulador, tras la supuesta muerte accidental de Fuller.
»Pero, según averiguó la policía esta tarde, Fuller fue asesinado por Hall con fines lucrativos. Pero cuando Hall vio que le iban a ser denegados tales beneficios se revolvió de un modo traidor contra el Establecimiento de Siskin, e incluso contra el simulador.
»Pues Douglas Hall era el hombre a quien las fuerzas de seguridad del propio Siskin siguieron de cerca esta mañana para verle entrar en el cuartel general de la ARM, sellando con ello su traición. Con ello no hizo otra cosa que perpetrar el fracasado ataque masivo sobre REIN.
Quedé petrificado, Siskin, por tanto, había sabido inmediatamente de mi visita al cuartel general de los encuestadores. Y de ello había deducido que mis planes eran traicionar su conspiración con el partido. Se había dejado llevar por los nervios y había pulsado el botón del pánico, lanzando tras de mí a la policía con órdenes concretas de tirar a matar.
Y de repente, me di cuenta de una razón posible por la cual el operador no me había hecho desaparecer todavía. Se había dado cuenta de que Siskin era, involuntariamente, y en defensa de sus propios objetivos, ¡el que se cuidaría en arreglar el asunto por él!
¡Oh, el operador podría quizás ayudar un poco! Por ejemplo, si se daba cuenta de que la ley andaba tras mis talones, quizá podría poner en funcionamiento a otro acoplamiento, y entonces averiguar dónde estaba yo escondido, y así programar a la policía para que vinieran a buscarme a la cabaña.
Tal vez lo arreglaría de ese modo, o tal vez enviaría a su Unidad de Contacto para que zanjara el asunto.
El televisor continuaba todavía sobre el tema de mí supuesta traición:
—Sin embargo, las detestables actividades de Hall no terminaron con el asesinato de Hannon J. Fuller, ni su propósito de traición a Siskin y al simulador, según los últimos informes policiales.
Apareció un retrato de Collingsworth en la pantalla.
—No terminan ahí porque —bajó la inflexión de su voz para dar mayor gravedad a las palabras se le busca además por estar íntimamente ligado al asesinato más cruel y sádico registrado en los anales de la policía local… el asesinato de Avery Collingsworth, psicólogo graduado, perteneciente a la plantilla de Reactions.
Pasó un buen minuto antes de que pudiera recobrar la respiración. ¡El operador había caído ya sobre Avery!
El informador continuó describiendo «la brutalidad» empleada en el asesinato del doctor Collingsworth.
—La policía —dijo con tono muy emocional ha descrito la muerte como la mutilación más horrible jamás cometida. Fragmentos de su cuerpo arrancados de su sitio… dedos, antebrazos, orejas, aparecieron esparcidos por su estudio. Y cada herida, era a su vez, cuidadosamente cauterizada para controlar la pérdida de sangre y hacer con ello más larga la bárbara tortura.
Acongojado, apagué el televisor. Intenté poner en claro las ideas que me bullían en la cabeza, pero no veía más que visiones de Avery, indefenso, aterrorizado, sabiendo en todo momento que no podía escapar a lo que le estaba ocurriendo.
No había sido un agente físico, una Unidad de Contacto, quien había hecho aquello.
Había sido el mismo operador, haciendo uso de medios extrafísicos de tortura. Me imaginaba a Avery chillando hundido en la agonía, mientras le arrancaban el segmento terminal de su dedo índice, como si se lo segaran con un cuchillo.
Me levanté, estremecido a causa del horror. Tuve que reconocer que el operador era un médico. Tal vez, en aquella existencia más alta, todo el mundo lo era.
Me acerqué a la ventana, descorrí las cortinas y me senté con el rifle bien sujeto, y en actitud de espera. ¿Pero esperando qué? ¿A la policía? ¿A la Unidad de Contacto?
Por un instante, pensé que el operador tal vez no supiera donde me hallaba. Pero rechacé tal posibilidad. Quizá se había acoplado ya conmigo desde mi llegada aquí. Sí, era lo más probable. Pues me di cuenta de que yo había tenido conciencia de anteriores acoplamientos.
En el exterior, la oscuridad se había hecho intensa, mientras que minadas de estrellas parpadeantes parecían querer combatir contra la oscuridad. Sólo de vez en cuando se oyó el canto tímido de algún pájaro nocturno.
La ilusión de la realidad era así tan compleja. Hasta los más pequeños detalles habían sido tenidos en cuenta. Ellos no habían dejado escapar más que tal vez los detalles más imperceptibles.
Me encontré a mí mismo mirando hacia el cielo, tratando de ver a través de la ilusión universal, la realidad absoluta. Pero aquel Mundo Verdadero, no se hallaba en ninguna dirección física, mirándolo desde el mío. Él no estaba en mi universo, ni yo en el suyo. Aunque, al mismo tiempo, estaba en todas partes a mí alrededor, escondido tras un velo electrónico.
Intenté imaginarme lo que debió de sentir Phil Ashton cuando consiguió salirse del simulador de Fuller. Mis pensamientos erraron una y otra vez, a través de la más alta existencia. ¿Qué debía ser aquello de Allá Arriba? ¿Hasta qué punto sería distinto de la pseudorrealidad que yo conocía?
Pero llegué a la conclusión de que no podía ser totalmente diferente. El mundo de Phil Ashton, sostenido por la corriente del simulador de Fuller, había tenido que ser, en efecto, una réplica del nuestro.
Del mismo modo, mi mundo tenía que seguir las huellas de aquel de más alta existencia. La mayor parte de las instituciones tenían que ser idénticas. Nuestra cultura, nuestro pasado histórico, y hasta incluso la heredad y el destino tenían que corresponderse.
Y el operador, y toda la demás gente de allá arriba, tenían que ser seres humanos, como nosotros, puesto que nuestra existencia se podía justificar solamente como análogos de ellos.
La oscuridad exterior perdió intensidad ante una iluminación intensa que se reflejó contra los árboles. Después oí el murmullo del aire de un coche, a medida que las luces se acercaban.
Abrí la puerta rápidamente y salí corriendo al exterior, tumbándome tras un declive del terreno, y poniéndome el rifle en posición de disparo.
El coche aterrizó, se apagaron las luces y dejaron de funcionar los motores.
Desesperadamente, mis ojos trataban de profundizar en la oscuridad de la noche.
No era un coche de la policía. Y no había más que un ocupante.
La puerta se abrió y el conductor saltó al exterior.
Me dispuse a disparar.
La llamada de luz que salió del arma, me reflejó por un momento las facciones de…
¡Jinx Fuller! Y en aquel mismo instante la vi derrumbarse contra el suelo.
Gritando su nombre, tiré el rifle a un lado y salí corriendo hacia el claro del bosque, dando gracias al cielo, por haber cargado el arma a la intensidad más reducida.
Mucho después de la media noche, yo estaba todavía paseando por la cabaña, en espera de que ella volviera en sí. Pero sabía que estaría inconsciente aún durante algún tiempo, porque la descarga paralizadora le había alcanzado la cabeza. Sin embargo, sufriría poco después que le pasaran los efectos, porque el disparo se había producido a distancia.
Incontables veces durante las horas del amanecer, me había acercado a tientas hasta ella, para ponerle toallas frías en la cabeza. Pero hasta el alba no comenzaron a disiparse, las tinieblas de su estado, y en cuyo momento se llevó una mano a la frente.
Abrió los ojos y me sonrió:
—¿Qué ha sucedido?
—Que te disparé, Jinx —confesé contrito—. No fue mi intención. Creí que eras la Uni… la policía.
Me contuve en el momento oportuno. No podía consentir que las cosas se complicaran más al ponerla en antecedentes de cosas prohibidas.
Se esforzó por sentarse. La ayudé pasando una mano tras su espalda.
—Me… me enteré del lío en que estabas metido —dijo—, tenía que venir.
—¡No debiste hacerlo! No sabemos lo que puede ocurrir. ¡Tienes que irte otra vez!
Aunque hizo cuanto pudo por mantenerse en aquella posición, cayó de nuevo sobre la almohada. Sería incapaz de moverse, al menos en cierto tiempo. Y menos por sí misma.
—No, Doug insistió. Quiero quedarme aquí contigo. Vine tan pronto como deduje dónde estabas.
Con mi ayuda consiguió al fin ponerse en pie, y aferrada a mí, lloró en silencio sobre mi mejilla. La sostuve entre mis brazos como si fuera la única cosa verdadera que había en aquel mundo de ilusión. Y yo me sentía como transportado. Toda mi vida había necesitado a alguien como Jinx. Pero, sin embargo, el encontrarla, no había sido más que una circunstancia más de aquel tinglado.
Alzó la cabeza, me miró de un modo compasivo, y la volvió a esconder sobre mi hombro. Después, selló sus labios contra los míos, poniendo en ello toda su vida. Era como si ella también supiera lo que iba a suceder.
Mientras la besaba, pensé en lo que todo aquello podía haber sido en otras circunstancias. ¡Si al menos el operador hubiera conseguido destruir el simulador de Fuller! ¡Si hubiera sido posible continuar en Reactions! ¡Si el simuelectrónico de la suprema realidad me hubiera reorientado como lo había hecho con Jinx!
—Nos vamos a quedar juntos, Doug —susurró—. Nunca te dejaré cariño.
—¡No puede ser! —protesté.
¿No se había dado cuenta de la situación en que se hallaba? Tal como Siskin me había puesto las cosas, no había salvación para mí.
Me separé de ella, consternado, tratando de hallar alternativas razonables. O su amor por mí era tan firme que no había barrera que pudiera interponerse ante él, o bien no se había dado cuenta de los cargos que la policía había hecho contra mí. Con toda seguridad no se habían enterado de cómo había muerto Collingsworth, de lo contrario no estaría ahora aquí.
—¿Sabes que se me busca por el asesinato de tu padre, verdad?
—Pero tú no lo hiciste, cariño.
—¿Y… Avery Collingsworth? —Dudó unos instantes.
—Tampoco… tú no pudiste hacer eso.
Era como si hablara con un conocimiento personal y absoluto del caso. Así eran de intensos su lealtad y su amor. Ahora estaba contento de que ellos hubieran conseguido reorientarla, de que no tuviera que afrontar los peligros que afrontaba yo.
Cogió mi mano entre las suyas y se volvió hacia la puerta:
—¡Quizá podamos salir de aquí, Doug! Ya encontraremos algún lugar donde escondernos.
Al ver que yo no me movía, soltó mi mano y ésta escapó de entre las suyas.
—No —se dijo a sí misma—, no podemos ir a ningún sitio. Nos encontrarían.
No sabía hasta qué punto eso era verdad. Y me sentí infinitamente aliviado al ver que no había captado la ambigüedad del «nos» que había empleado.
Oí un ruido en el exterior, e inmediatamente cogí el rifle. En la ventana, separé las cortinas, y no vi más que un gamo que saltaba un seto, para acercarse al recipiente donde solía dejarles comida, y que ahora estaba vacío.
Suspicaz, alzó la cabeza y miró hacia la cabaña. Alejados mis temores, dejé caer de nuevo las cortinas. Era difícil ver un gamo por allí en esta época del año. Volví a mirar por la ventana. El animal se dirigía hacia el coche de Jinx. Se detuvo a escasos pasos de distancia, y se quedó mirando hacia la puerta abierta. Cogí el rifle de nuevo, pues se me ocurrió de pronto que no había razón alguno que impidiera que un animal de éstos estuviera convenientemente programado para errar por aquel claro del bosque, acercarse a la cabaña, y a través de un acoplamiento adecuado, espiar lo que ocurría por allí.
El animal volvió una vez más la cabeza hacia la cabaña, alzó las orejas y retorció el hocico.
—¿Qué ocurre? —preguntó Jinx.
—Nada —dije para disimular mi ansiedad—. Si te sientes capaz de ello, podrías preparar un par de tazas de café.
La vi cómo se alejaba hacia la cocina, y entonces abrí la ventana, sólo lo justo para poder asomar el cañón del rifle.
De pronto el gamo se alejó de allí, encaminándose hacia el garaje.
Disparé, rociando al animal de aquella carga paralizante durante casi diez segundos, concentrando sobre todo la descarga sobre la cabeza ya que permanecía inmóvil sobre el suelo.
Al oír el silbido de la descarga, Jinx se asomó a la puerta de la cocina.
¡Doug! ¡No será…!
No, es un gamo. Le he dejado paralizado para un par de horas. Iba a entrar en tu coche.
Tomamos el café en silencio, en la misma cocina. Tenía el rostro terso, no apreciándose en su piel traza alguna de cosméticos. Un mechón de su cabello le cubría una parte de la mejilla. De todos modos su aspecto general no se podía describir como macilento. Pues carente de toda sofisticación, la belleza de su juventud se patentizaba sin mácula alguna.
Miró el reloj por segunda vez, desde que cogiera las tazas de la vajerillería, y se acercó a mí para cogerme las dos manos:
—¿Y qué vamos a hacer ahora amor mío?
Mentí con la mayor naturalidad:
—No tengo más que quedarme escondido durante uno o dos días. Después los acontecimientos vendrán por sí solos. —Hice una pausa que me permitiera improvisar más todavía—. Whitney puede demostrar que yo no maté a Collingsworth, ¿comprendes? Tal vez lo esté haciendo en estos momentos ya.
Tales palabras no parecieron aliviar sus preocupaciones. Volvió a mirar el reloj.
—Y por eso, lo que vas a hacer es meterte en tu coche y salir de aquí tan pronto como te sientas lo suficientemente restablecida. Si se dan cuenta de que tú también has desaparecido, eso redoblará sus posibilidades de encontrarme. Incluso pueden llegar a pensar en buscarme por aquí.
Dando muestras de gran testarudez, respondió:
—Yo me quedaré contigo.
Como no tenía ganas de discutir tal asunto en aquellos momentos, confié en mi habilidad para persuadirla más tarde:
—Vigila bien nuestra fortaleza —bromeé—. Me voy a afeitar ahora que puedo.
Cuando hube terminado diez minutos después, fui a la sala de estar y encontré la puerta de entrada abierta. Jinx estaba reclinada ante el gamo tendido. Miró hacia la cabaña y emprendió su camino a lo largo del claro del bosque.
Vi cómo desaparecía entre los árboles, moviéndose con la gracia y la delicadeza de una ninfa. A pesar de que estaba totalmente decidido a hacerla marchar cuanto antes, me alegraba el que hubiera venido.
Pero de repente un interrogante se abrió ante mí:
¿Cómo había sabido ella que yo estaba en la cabaña?
Estaba seguro de que nunca le había hablado de este lugar.
Cogí el rifle y me fui tras ella. Cruzando a toda velocidad a lo largo del claro del bosque me interné en la maleza. Entre aquellos abetos gigantes, me detuve, y conteniendo la respiración, traté de escuchar con toda atención para ver si averiguaba su posición, por el ruido que sin duda produciría al andar sobre las hojas caídas.
Al cabo de unos segundos llegó hasta mí el ruido que esperaba, y me lancé a toda velocidad en aquella dirección. Anduve entre la maleza, y al salir a un pequeño claro, me encontré cara a cara… con un ciervo de diez puntas.
Lejos, mucho más lejos, divisé a Jinx expuesta a la luz del sol del amanecer.
De pronto, los dolores terribles de un falso acoplamiento estallaron sobre mi cabeza.
Agobiado por el impacto de aquel ruido estremecedor, y la desorientación vertiginosa, dejé caer el rifle. Sumido en aquel desbarajuste, aquel manicomio, volví a oír aquella risa simuelectrónica, que en aquel instante ponía en conjunción todas mis facultades con las del operador.
Anduve sobre mis pasos anteriores, y vi de nuevo al ciervo que alzaba al aire de un modo extraño sus patas delanteras para terminar quieto y expectante. Después vi que se lanzaba contra mí.
Me tambaleé como consecuencia del terrible acoplamiento a que me estaban sometiendo, pero conseguí esquivar la acometida de aquella fiera.
Sólo una de las astas me cogió la camisa, por la manga y me la dejó totalmente destrozada. Me imaginé que a causa de ello la risa del operador, se convertiría casi en un ataque de histeria.
El animal volvió a cargar contra mí, pero en esta ocasión quise esquivar la acometida para escapar al peso de las patas. Casi lo conseguí. Pero la fuerza y el peso del animal me dieron de lleno en la espalda, lanzándome sobre el suelo, por donde anduve unos metros a gatas.
Sin embargo, cuando conseguí ponerme de nuevo en pie, tenía el rifle entre mis manos. Detuve al animal a mitad de su nueva acometida. Y casi en el mismo momento me sentí liberado del acoplamiento.
A lo lejos divisé a Jinx, que continuaba a la luz del sol, totalmente ignorante de lo que había ocurrido tras ella.
Pero mientras la miraba, alzó la cabeza hacia el cielo, y desapareció.