A la mañana siguiente, cuando estaba a mitad de camino de mi despacho en Reactions, decidí dar media vuelta y conducir mi coche aéreo en otra dirección. El morro del aparato giró totalmente encaminándose hacia la Babel Central.
Me sentía un tanto orgulloso de mí mismo, por no haber atacado a ciegas, como había hecho Cau Non en su mundo contrahecho y falseado. Cuando desperté en el estudio de Jinx, me pregunté si sería capaz de enterrar el descubrimiento de Fuller tan profundamente en mi mente… tanto, que no pudiera ser detectado en ningún acoplamiento.
¿Pero qué otra cosa podía hacer sabiendo lo que sabía? ¿Podía acaso enterrar la cabeza en la arena, y limitarme a aceptar lo que los Altos Poderes hubieran programado en su simulador para mí? Claro que no. Tenía que descubrir a la Unidad de Contacto de este mundo, si es que la había. Y Siskin no era mal punto de partida.
El coche descendió y tuve que esperar para aparcar que otros dos vehículos despegaran de la pista del Babel Central.
Con indiferencia, miré hacia la parte este de la ciudad, y me acordé de la noche en que yendo con Jinx nos vimos sumidos en una horrible e infinita sensación de la nada, siendo a la vez testigos de la creación de medio universo. Me di cuenta entonces de que allí había todavía otra cosa más que no tenía explicación. A menos que…
¡Pues claro! Un mundo simuelectrónico depende del principio Gestalt de su verosimilitud. La presencia de un número suficiente de muestras de una gama sugieren un módulo entero. El todo cognoscitivo es mayor que la suma de sus partes perceptibles.
Aún en el simulador de Fuller existía la posibilidad de una unidad ID pudiera ir a parar a una parte inacabada del «escenario». El averiguar tal cosa, naturalmente, requería una reprogramación de circuitos.
Para suerte mía, la carretera y en los campos de su derredor habían vuelto a su sitio.
¿Pero por qué se habían empeñado en hacerme creer que no ocurría nada, y que todo iba bien desde el primer momento?
El coche aterrizó por fin en un lugar que me debería conducir precisamente hacia el despacho de Siskin. Su recepcionista me miró con ese aire de reverencia que el establishment reserva a los desconocidos y me anunció.
Siskin salió en persona a recibirme y tomándome por el brazo me hizo pasar al interior. Tenía un aspecto exuberante, al sentarse sobre la mesa, con las piernas colgando.
—Precisamente le iba a llamar en este momento —me dijo—. No tendrá que disfrazar demasiado la imagen de Siskin cuando la programe en su máquina. ¡He sido aceptado como miembro del partido del Comité Central!
Se sintió un poco desalentado al ver que no me inmutaba lo más mínimo. Pero se recuperó enseguida.
—Y lo que es más, Doug, ¡se especula sobre la posibilidad de que pueda alcanzar de inmediato el puesto de gobernador!
Pensativamente, añadió:
—Pero, naturalmente, no me siento satisfecho con eso. Sesenta y cuatro, ¿sabes? Y no puedo vivir toda la vida. Tengo que moverme más deprisa.
En un momento de decisión precipitada, me acerque para ponerme frente a él.
—De acuerdo, Siskin. Ya se puede quitar la máscara. ¡Lo sé todo!
Sorprendido, se quiso desembarazar de la severidad de mi mirada. Miró de un modo angustiado hacia el intercomunicador, luego hacia el techo, y después a mis ojos de nuevo.
—¿Que lo sabe? —su voz expresaba toda la sorpresa y temor que yo había esperado mostrara la Unidad de Contacto cuando llegara el momento como ahora de revelarlo.
—¿Creyó usted que no llegaría a suponerlo?
—¿Y cómo lo descubrió? ¿Se lo dijo Heath? ¿Dorothy?
—¿También lo saben ellos dos?
—En principio creo que deberían estar al corriente.
Mis dedos se contraían y alargaban incesantemente. Tenía que verificar la identificación. Y después tendría que matarle, antes de que pudiera dar cuenta al Simuelectrónico de la Suprema Realidad de que yo había irrumpido en su camino.
—¿Se refiere usted —inquirí— a que hay tres Unidades de Contacto?
Frunció el ceño:
—¿De qué demonios está usted hablando?
Ya no estaba seguro yo tampoco.
—Es mejor que me lo cuente usted.
—Doug, tenía que hacerlo… por mi propia protección. Debes comprenderlo. Cuando Dorothy me dijo que intentabas traicionarnos a mí y al partido, no tuve más remedio que tomar mis medidas de precaución.
Perdí los nervios y no supe seguir el juego.
—No estábamos hablando de lo mismo.
—Y entonces traje a Heath —continuó— por si se ponía usted insoportable y hubiera que darle el relevo. No puede reprocharme el defender mis intereses.
—No —conseguí decir.
—Yo no mentía cuando le dije que usted me gustaba. Pero es una mala suerte que no vea las cosas del mismo modo que yo. Aunque no es demasiado tarde. Tal como dije, Heath no significa nada dentro de mi organización. No quiero hacer uso de él.
No sintiendo interés alguno por aquello, me dirigí hacia la puerta, convencido de que el localizar a la Unidad de Contacto no sería tan fácil como había imaginado.
—¿Qué es lo que vas a hacer, hijo? —preguntó viniendo tras de mí—. No hagas ninguna tontería. Tengo mucho poder. Hay muchas riendas pendientes de mi mano. Pero no quiero hacer uso de ellas… al menos contra ti.
Me volví para mirarle. Era más que evidente que él no era la Unidad de Contacto. La ambigüedad de nuestra conversación, había rozado derroteros tan delicados que si se hubiera descubierto en el caso de que fuera él. Además, una unidad de Contacto debería rebosar una frustración infinita. Se sentiría infinitamente atraído a creer en la futilidad de las cosas. Se sentiría más bien retirado, y hasta un tanto filosófico.
¿Siskin, eso? Nunca. Estaba demasiado atraído por las cosas materiales, el valor, la ambición, el poderío.
—Yo no le he abandonado, Doug. Puede rehabilitarse usted mismo. Diga una sola palabra y me desharé de Heath. Incluso despediré a Dorothy. Todo cuanto tiene que hacer es demostrarme que ha cambiado de parecer respecto a mí.
—¿Y cómo? —pregunté superficialmente.
—Yendo conmigo ante mi propio notario-psíquico para realizar una prueba de afirmación completa.
Más por salir del paso que por cualquier otra razón, respondí:
—Pensaré en ello.
Cuando volvía hacia REIN, di una pasada de atención a lo que había ocurrido en el despacho de Siskin. Era obvio que lo que trataba de hacer era ganar tiempo. Me había hecho la promesa de olvidarlo todo, como un medio de desalentarme en mi empeño de hacer públicos sus esquemas políticos.
Pero si temía tal amenaza, ¿por qué no hacia uso de sus riendas policiales arrestándome bajo acusación de la muerte de Fuller? Bien es verdad, que ello privaría al simulador de muchos perfeccionamientos que Fuller y yo habíamos planeado juntos.
Mientras descendía en vertical hacia la zona de estacionamiento de Reactions Inc., se me ocurrió pensar en una nueva y desconcertante sospecha. ¿Manipulaba Siskin con la policía para evitar que le traicionara? ¿O se había convertido la policía en una agencia de la Más Alta Existencia, predispuesta a arrestarme por la muerte de Fuller en el momento en que ellos se dieran cuenta de que yo había descubierto la verdad de su realidad?
No tenía fuerzas ni para moverme del asiento. Me hallaba terriblemente confundido, estrujado entre la calculada maldad de dos mundos, tan terriblemente confundido que no era capaz ya de reconocer de qué lado partían las más angustiosas amenazas.
Pero entre tanto, yo tenía que mantener mi compostura, pues tan pronto como diera pruebas de que estaba enterado de la existencia de un Mundo Real, era casi seguro que me harían desaparecer, sometiéndome a una desprogramación total.
Una vez en el despacho, me encontré a Marcus Heath sentado en mi mesa, indagando entre dos montones de papeles que había sacado de los cajones.
Cerré la puerta de golpe, y él alzó la cabeza para mirarme. No había perturbación alguna en sus ojos. Era evidente que no se consideraba atrapado con las manos en la masa.
—¿Sí? —dijo con cierta impaciencia.
—¿Qué está haciendo usted aquí?
—Ahora éste es mi despacho. Son órdenes directas del establishment. De momento puede trabajar en la misma mesa que míster Whitney en el departamento de generadores de función.
Comprensiblemente indiferente ante tan prosaico desarrollo de las cosas, di media vuelta para marchar. En la puerta, sin embargo, me quedé dudando. Aquélla era una oportunidad tan buena como cualquier otra para saber si él era o no una Unidad de Contacto.
—¿Qué es lo que quiere? —preguntó un tanto irritado.
Me acerqué de nuevo a la mesa, y me quedé mirando sus facciones frías, casi teniendo temor de tener que descubrir de un momento a otro que yo no existía. Me rebelé contra aquella incongruencia de pensamiento. ¡Yo tenía que existir! La filosofía cartesiana me proporcionaba refutaciones suficientes contra mi duda: Cogito ergo sum: Pienso, luego existo.
—No me haga perder el tiempo —dijo Heath molesto—. Tengo que dejar el simulador a punto para efectuar una demostración pública dentro de una semana.
Haciéndome hacia un lado, espeté:
—Ya puede dejar de hacer teatro. Sé que usted es un agente de otro simulador.
Se limitó a quedarse rígido. Pero por la ferocidad de sus ojos noté que aquellas palabras le habían hecho mella. ¡Entonces me di cuenta de que en aquel momento podía estar el acoplado con la suprema Realidad!
Tranquilamente, me preguntó:
—¿Qué es lo que ha dicho?
¡Lo que quería ahora era que lo repitiera para mayor constatación y seguridad de ellos!
Corrí hacia el otro lado de la mesa, lanzándome desesperadamente sobre él. Pero antes de que pudiera dominar sus movimientos sacó la mano de un cajón, con un revólver de relajación en ella.
Lanzó un chorro de humo rojizo que me cubrió los brazos, el pecho y el abdomen, y que me hizo caer sobre la mesa, privado instantáneamente de todo control muscular desde la cintura hasta el cuello.
Fue muy fácil para él hacerme recobrar la verticalidad y mantenerme en pie. Entonces me obligó a ir hacia una silla y sentarme. Con el revólver de relajación me cubrió también las piernas.
Estaba sentado de medio lado, siendo capaz de mover únicamente la cabeza.
Haciendo un esfuerzo supremo, traté de mover el brazo para ver qué grado de parálisis se me había suministrado. No pude mover un poco el dedo índice, lo que era tanto como decir que tendría que permanecer inmóvil durante varias horas. Y todo cuanto él necesitaría serían minutos. No podía hacer otra cosa que quedarme allí y esperar a que se produjera la desprogramación.
—¿Cuándo va a ser? —pregunté con desesperación.
No me contestó. Al cabo de un momento se acercó a las puertas para cerrarlas con llave. Después se apoyo sobre el borde de la mesa.
—¿Cómo lo descubrió, Hall?
En los días anteriores no había dedicado ni un solo minuto a pensar en cómo debería reaccionar si me veía atrapado en una situación como la presente. Pero ahora que estaba aquí, no me encontraba tan aterrorizado como había imaginado que lo estaría.
—Por Fuller —respondí.
—¿Y cómo lo pudo saber él?
—Eso no lo sé puesto que fue quien lo descubrió. Mejor lo podría saber usted.
—¿Y por qué yo?
—¿Acaso hay más de un agente?
—Si lo hay es totalmente secreto y desconocido para mí.
Miró hacia el intercomunicador, y luego otra vez hacia mi. Era evidente que había algo que le preocupaba. Pero no podía llegar a saber el qué.
Más de pronto sonrió, vino nuevamente hacia mí, y cogiéndome por los cabellos me tiró la cabeza hacia atrás. Me obligó a abrir la boca y me roció ligeramente con el humo de relajación.
Nuevamente quedé perplejo. Si iba a tener que desaparecer de un momento a otro, ¿por qué me tenía que paralizar temporalmente las cuerdas vocales?
Se pasó un peine por el pelo y se arregló la chaqueta. Sentándose de nuevo tras la mesa, habló reposadamente por el intercomunicador:
—Miss Ford, ¿quiere, por favor, localizarme y ponerme en contacto por el vídeo con míster Siskin? Cuando lo haya hecho, páseme la comunicación por el circuito de seguridad.
Yo no podía ver la pantalla. Pero la voz de Siskin se me hizo inconfundible cuando preguntó:
—¿Alguna cosa no va bien por ahí, Marcus?
—No. Todo está bien controlado. Horace, usted me ha proporcionado un asunto muy interesante aquí, y que puede darnos grandes provechos a los dos porque estamos totalmente de acuerdo el uno con el otro… en todos los asuntos —hizo una pausa y dudó.
—¿Sí?
—Eso es muy importante, Horace, el hecho de que estamos completamente de acuerdo.
—De acuerdo en el partido político y en todo. Hago resaltar este punto, porque quiero aparecer con usted mañana ante un notario-psíquico.
Cada vez yo comprendía menos. No solamente no me había sacado de programación, sino que la conversación incluso, era totalmente irrelevante.
—Bueno, espere un momento —protestó Siskin—. Yo no veo razón alguna para dar validez a nada de lo que yo le haya dicho.
—No, no es por usted —las facciones de Heath denotaron sinceridad—. Soy yo quien debo convencerme de que de ahora en adelante seré el tipo más leal que haya habido nunca en su organización. No es solamente que aprecie en mucho los beneficios que puedo obtener. La razón principal es que usted y yo pertenecemos al mismo bando.
—No le comprendo muy bien, Marcus. ¿Qué es lo que se propone?
—Nada más que esto: Vine aquí como agente de otro proyecto de simulador.
—¿Barnfeld?
Heath asintió:
—Hasta ahora he estado pagado por ellos. Mi misión consistía en apoderarme de todos los secretos de Reactions. De manera que Barnfeld pudiera perfeccionar un simulador que rivalizara con el suyo.
A pesar de mi disminución de facultades, al fin comprendí. Una vez más había caído en la ambigüedad. Heath había sido un agente interno de simuelectrónica, de acuerdo, pero sólo para un simulador rival de este mundo.
—¿Y les ha dado usted alguna información? —preguntó inquieto Siskin.
—No, Horace. Nunca fue mi intención. Desde la segunda vez que conversamos acerca de mi venida aquí, nunca tuve auténtica intención de trabajar para Barnfeld. El notario-psíquico se lo demostrará.
Siskin quedó en silencio.
—¿No lo comprende, Horace? Quiero ser leal con usted. Casi desde el principio he querido servirle con toda mi capacidad y facultades. Todo era cuestión de decidir cuándo dejar todo bien en claro y solicitar la prueba de notarial-psíquica.
—¿Y qué ha sido lo que le ha decidido?
—Me he decidido cuando Hall ha entrado aquí hace unos minutos para decirme que estaba enterado de mis relaciones con Barnfeld, y amenazarme con propagarlo a los cuatro vientos.
Las siguientes palabras de Siskin traslucían cierta sorna:
—¿Y está dispuesto a demostrarlo todo ante un psíquico?
—En cualquier momento. Ahora mismo, si quiere.
—Mañana será suficiente —y entonces Siskin se puso a reír complacido—. ¡Barnfeld enviando un agente aquí! ¿Se imagina usted eso? De acuerdo, Marcus, continuará con nosotros, si el notario da una respuesta afirmativa Y luego ya veremos si le damos a Barnfeld, las informaciones secretas que quiere. Y le daremos desde luego las más falsas para ver si así le hacemos estallar de una vez.
Heath desconectó para acercarse después a mí:
—¿Y ahora, Hall, se ha quedado usted sin armas contra mí, verdad? Y además me parece que tampoco se va a encontrar muy bien tras el baño de humo que le he dado —hizo una pausa como para saborear su triunfo—. Haré que Oadsen le mande a casa.
Ni Siskin ni Heath habían demostrado ser la Unidad de Contacto. ¿Con quién podría intentar después? Con franqueza, no tenía ni la menor idea. La Unidad, reconocí por fin, podía ser cualquiera, hasta el oficinista más insignificante de la compañía. Y yo estaba desesperadamente convencido de que mucho antes de que mis investigaciones terminaran, me encontraría de pronto ante el inevitable impacto de sufrir un acoplamiento. Y entonces ellos se darían cuenta de que yo estaba completamente enterado de Su Superior Realidad.