CAPÍTULO VI

Más tarde me di cuenta de que debiera haber despertado a Jinx en el momento en que se produjo aquel fenómeno tan extraño. Entonces, a juzgar por su reacción, hubiera sabido si realmente toda la creación había desaparecido de la existencia, o simplemente había sido un efecto de mi imaginación. Pero bastante hice, en realidad con debatirme contra otro lapsus parcial de conciencia. Cuando por fin me recobré y pude alzar la vista nuevamente la carretera y todo lo que se abría a su alrededor aparecían normalmente en la distancia, descubriendo por todas partes campos serenos y suaves colinas bañados por la luz de la luna.

Ya tenía ante mí una prueba más. Un hecho más. La carretera había desaparecido.

Pero no podía ser, porque ahora estaba allí. Del mismo modo había desaparecido Lynch. Sin embargo, la evidencia indicaba que nunca había existido. No había manera de probar que yo había visto un dibujo de Aquiles y la tortuga.

Hasta el día siguiente por la tarde en que Chuck Whitney me trajo un problema bastante complejo de simuelectrónica, no conseguí alejar mis pensamientos de aquel laberinto de ideas y contradicciones.

Entró en mi despacho por la puerta privada, exclusivamente asignada al personal de la empresa, se dejó caer en un sillón, apoyó los pies sobre otra silla, y lanzando un suspiro dijo:

—Bueno, por fin hemos conseguido poner nuevamente en marcha el simulador.

Me separé de la ventana desde donde había estado contemplando a los grupos huelguistas de encuestadores.

—Pues no parece estar muy contento por ello.

—Hemos perdido dos días.

Pero los recuperaremos.

—Claro que sí —sonrió débilmente—. Pero esta avería en el sistema del medio ambiente ha sido un mal asunto para nuestros Contactos de Unidad. Hubo un momento en que creí que Ashton llegaría a volverse loco y lo tendrían que encadenar.

Miré un tanto disgustado hacia el suelo:

—Ashton es el único eslabón débil en el sistema Fuller. Ninguna mentalidad analógica puede enfrentarse al convencimiento de que es un simple complejo de cargas eléctricas en una realidad simulada.

—Pues no me gusta tampoco. Pero Fuller tenía razón. Tenemos que tener un observador allí. Hay muchas cosas que podrían funcionar mal, o empezar a hacerlo de un momento a otro, y nosotros no nos enteraríamos en muchos días.

Éste era un problema que había ocupado mi pensamiento durante muchas semanas, hasta el extremo de que tal preocupación me había llevado al extremo de tener que tomar aquel mes de vacaciones. En cierto modo no podía convencerme a mí mismo de otra cosa que no fuera que el permitir a una Unidad de Contacto el saber que no es más que una entidad simulada electrónicamente, era el colmo de las rudezas.

De pronto me decidí a decir:

—Chuck, vamos a profundizar en ese sistema lo antes posible. Vamos a crear un grupo de personal de vigilancia. Haremos todas nuestras observaciones a través del médium de proyección directa en el simulador.

Su expresión mostró cierto descanso por la solución adoptada, Y añadió:

—Buscaré al personal necesario. Pero entre tanto se nos plantea otro problema.

—Vamos a perder a Cau Non.

—¿A quién?

—A Cau Non. Es el que representa el tipo medio de inmigrante entre nuestra populación. Está identificado por IDU-4313. Ashton nos comunicó hace media hora que había intentado suicidarse.

—¿Por qué?

—Según pude comprender, algunas consideraciones astrológicas requerían que fuese así. El caos creado en el medio ambiente le convenció de que el día del juicio final había llegado, o era inminente.

—Pero eso es fácil de arreglar. Hay que darle una nueva motivación. Si actualmente se ha convertido en un suicida, hay que ajustarle a una nueva programación. Chuck se levantó y se acercó a la ventana.

—No es tan fácil. Gritando, desvariando, diciendo mil denuestos y despropósitos acerca de tormentas, meteoros y fuego, atrajo a toda una masa de gente.

—¡Oh! Eso es mal asunto.

Se encogió de hombros:

—Si fuera él sólo quizá se pudiera remediar. Pero si ocurriera algo con todas esas unidades de reacción irracionales, podríamos perder muchas. Quizá lo mejor que podemos hacer es apagar el Simulacron-3 durante otro par de días y esperar a que se disipen las tormentas y los fuegos completamente. Cau Non se tendrá que ir también.

—Su «obsesión» es demasiado profunda.

En cuanto se fue, me senté ante mi mesa, y casi instintivamente, me hallé con la pluma en la mano. De un modo ausente, traté de reproducir el dibujo de Fuller en el que aparecía el guerrero griego y la tortuga.

Pero no tardé mucho en dejar la pluma de un lado, malhumorado por la falta de sugerencias que el mismo ofrecía. Recordé que la descripción que le había hecho a Avery Collingsworth del dibujo le había sugerido a la paradoja de Zenón. Pero yo estaba seguro de que aquella representación no se refería en absoluto a la paradoja ni a la explicación resultante de que el movimiento es imposible.

Con extrema atención repetí a viva voz la frase: «Todo movimiento es una ilusión».

Entonces me di cuenta de que había cierto alcance de referencia en aquello de que el movimiento es una ilusión…, ¡en el mismo simulador! Las unidades subjetivas se creían, estaban convencidas de que operaban dentro de un medio ambiente físico. Y sin embargo, se movían sin cesar dentro de aquel sistema, sin ir a parte alguna. Esto ocurría cuando una unidad reactiva, como Cau Non, «caminaba», por ejemplo, de un edificio a otro.

¿Me habría querido hacer ver Fuller esto en aquel dibujo? ¿Pero qué había querido decir?

De pronto salté de la silla.

¡Cau Non!

¡Cau Non era la llave de todo el problema! Todo estaba perfectamente claro ahora. ¡El dibujo sugería simplemente la palabra «Zenón»!

Al referirse a los caracteres de involucrados en nuestro simulador, el personal de Reactions, había adoptado la práctica de identificarlos por el apellido y la primera inicial.

De esa forma, Cau Non se convertía en C. Non, o sea, el equivalente fonético de Zenón.

¡Pues claro! Fuller se había visto ante la necesidad imperativa de comunicarme una información vital. Y para ello había utilizado la forma más secreta de hacerlo. ¡Y me había dejado un mensaje codificado identificando a la unidad clave!

Atravesé corriendo la sala de recepción de mi despacho, dejando tras de mi a la curiosa Dorothy Ford mirándome sorprendida.

Subí las escaleras con la ligereza que no lo había hecho nunca, y recriminándome por no saber cuál era la célula ID que albergaba a Cau Non.

Después de ojear en el índice que había sobre la pared. No estaba. Fui hacia el segundo. Tampoco. Me dirigía hacia el tercero cuando me di de bruces con Whitney haciéndole caer casi de espaldas. La caja que llevaba consigo cayó por el suelo sembrándolo de herramientas.

—¡La cabina de Cau Non!, —pregunté— ¿dónde está?

Hizo un gesto por encima del hombro:

—La última a la izquierda. Pero está muerto. Ahora mismo acabo de limpiar los circuitos.

Volví a mi despacho. A poco de llegar, luché desesperadamente aferrado a mi mesa, contra un nuevo y vertiginoso asalto de los mareos, tratando de no perder el conocimiento, mientras la cabeza me quedaba irremisiblemente suspendida hacia delante, un sudor frío cubría mi rostro, y miles de tambores redoblaban en mis oídos.

Cuando por fin la habitación se estabilizó de nuevo, caí desplomado sobre mi sillón, exhausto.

Era una coincidencia casi increíble, que Cau Non hubiera sido eliminado de la programación, exactamente unos minutos antes de que yo hubiera resuelto el enigma del dibujo. Incluso por unos instantes llegué a pensar que Whitney podía formar parte de la conspiración general.

Dejándome arrastrar por un impulso, le llamé por el intercomunicador:

—Antes me dijo que nuestra Unidad de Contacto había hablado con C. ¿No fue poco antes de que intentara suicidarse?

—Exactamente. Fue Ashton quien se lo impidió. Pero, dígame, ¿qué se lleva entre manos?

No es más que una idea. Quiero que prepare las cosas para meterme en el simulador sobre el circuito de vigilancia para una entrevista mano a mano con Phil Ashton.

—Hasta dentro de un par de días, no será posible… ahora estamos haciendo una reprogramación y reorientación.

Yo suspiré:

—De acuerdo. Haga cuanto pueda.

Desconecté el intercomunicador en el momento preciso en que la puerta se abría para la entrada a Horace P. Siskin, todo elegante e inmaculado embutido en un traje de color gris, impecable, y mostrando la más cordial de las sonrisas de su repertorio facial.

Se acercó a la mesa:

—Bueno, Doug, ¿qué piensa de él?

—¿De quién?

—Pues de Wayne Hartson. Es todo un carácter. El partido no pondría los pies en la puerta administrativa si no fuera por él.

—Eso he oído —dije con aspereza—. Pero le aseguro que no he dado saltos y castañetas de alegría por el privilegio de haberle visto y oído.

Siskin se echó a reír. Se sentó en mi sillón y giró sobre él para mirar hacia la ventana.

—Pues yo no pienso mucho en él, hijo. Pero estoy seguro de que es una influencia extraordinaria para cualquier partido de la nación.

Ello me cogió por sorpresa y respondí:

—¿Y me imagino que usted va a sacar partido de ello?

Miró hacia el techo y dijo pausadamente:

—Pues yo creo que sí…, pero con su ayuda también, naturalmente.

Permaneció en silencio por espacio de más de un minuto, recreándose en mi silencio.

Cuando vio que yo no reaccionaba, continuó.

—Hall, estoy convencido de que usted es un observador lo suficientemente bueno como para comprender que yo soy un hombre de grandes ambiciones. Y me siento orgulloso de la forma en que me conduzco y de mis recursos. ¿Le gustaría ver esas mismas cualidades aplicadas a los asuntos administrativos de la nación?

—¿Bajo un sistema unipartido? —pregunté cauteloso.

—Un partido o diez partidos…, ¿qué y a quién importa eso? Lo que queremos es la jefatura nacional de mayores y mejores recursos. ¿Sabe usted de algún imperio financiero mayor que el que yo he creado? ¿Conoce usted de alguien más lógicamente cualificado que yo para sentarse en la Casa Blanca?

Cuando su expresión pareció interrogar a mi paciente sonrisa, respondí:

—No me lo imagino a usted derribando a caracteres como Hartson.

—No será difícil —me aseguró—. Y sobre todo con la apreciable ayuda del simulador. Cuando programemos nuestra comunidad electromatemática sobre una base de orientación política, habrá un Horace P. Siskin que se convertirá en una prominente unidad W. Quizá no sea una copia exacta. Tal vez lo tengamos que pulir un poco.

Se detuvo para reflexionar:

—De cualquier modo, quiero que todo suceda de forma que cuando consultemos al Simulacron-3 para que nos proporcione un consejo político, la imagen de Siskin aparezca inmediatamente como el tipo de candidato ideal.

Me limité a mirarle. Lo podía hacer. Vi que su plan podría tener éxito sólo a causa de la lógica que entrañaba.

Ahora estaba más contento que nunca de haber aguantado en Reactions, para así poder contribuir a la alianza entre Siskin y el partido.

Dorothy Ford apareció en el intercomunicador:

—Hay aquí dos hombres que pertenecen a la Asociación de Encuestadores y que…

La puerta se abrió, mientras que los dos individuos, un tanto impacientes, entraron.

—¿Es usted Hall? —preguntó uno de ellos. Cuando asentí, el otro empezó a chillar—: Bueno, pues… ya puede decirle a Siskin que…

—Dígaselo usted mismo —invité haciendo un gesto hacia el sillón. Siskin hizo dar vuelta al sillón para ponerse frente a ellos:

—¿Sí?

La pareja quedó terriblemente sorprendida.

—Representamos a la Asociación de Encuestadores —dijo el primero—. Y lo que tenemos que decirle aquí va sin florituras de ningún género: O deja de trabajar en el simulador ese, u organizaremos una huelga de todos los encuestadores de la ciudad.

Siskin quitó importancia a la amenaza con una risotada. No era muy difícil saber por qué. Si se manifestaban de una forma global era tanto como conceder una gran importancia a su empresa, y con ello atraer mucho más la opinión pública. Y una gran parte del éxito y los beneficios de los Establecimientos Siskin dependían de que funcionaran a pleno rendimiento. Además, si aquella gente se declaraban en cierto modo en huelga, llegaría un momento en que no podrían resistir aquella situación ya que sus reservas monetarias eran limitadas. Siskin, por el contrario podía resistir aquella situación respaldándose en sus reservas económicas. Y con ello, al cabo de unas semanas de semejante situación continuada, no habría ni un solo hombre de negocios y ni una sola ama de casa que no le diera la espalda a la Asociación de Encuestadores. La posible destrucción de dicha Asociación formaba parte en realidad de la estrategia del Establecimiento Siskin.

Sin esperar su respuesta, aquella pareja de individuos salió sin decir palabra a la calle.

—Bueno —dije un tanto divertido—, ¿qué hacemos ahora?

Siskin sonrió:

—Yo no sé qué es lo que va a hacer. Pero yo, voy a buscar unos cuantos cabos y voy a tratar de anudarlos.

Dos días después me acomodé de nuevo en otro de los sillones del departamento de transmisión, mientras Whitney me colocaba un tipo distinto de casco de transmisión en la cabeza. En esta ocasión no hubo preparación de género, ya que Whitney había comprendido mi impaciencia.

Yo le observé a través del circuito de vigilancia.

La proyección tuvo efecto suavemente. Tan pronto tuve la sensación de hallarme sobre el sillón, como un instante después me vi transportado hacia un lugar desconocido con sensaciones extrañas. Puesto que no se trataba de un acoplamiento normal, no tuve que verme respaldado por la mente de una unidad ID como en el caso de Thompson. En cuenta de eso, yo estaba allí… en un modo pseudofísico.

Un hombre alto, delgado, salió de la cabina de al lado de donde yo había ido a desembocar.

Se acercó a mí, y observé que estaba temblando:

—¿Míster Hall? —preguntó con incertidumbre.

Asentí mientras paseaba la vista por el salón de recepción del hotel a donde habíamos penetrado.

—¿Ocurre algo?

—No —dijo de un modo lastimoso—. No ocurre nada que usted pueda apreciar.

—¿De qué se trata, Ashton? —hice mención de cogerle por el brazo pero él lo retiró rápidamente.

Después dijo con palabras que desbordaban de agobio:

—Imagine que en su mundo, descendiera ante usted un dios y comenzara a hablarle.

Reconocí la humildad y el recogimiento que había en sus palabras. Sin que lo pudiera evitar en esta ocasión le puse una mano sobre el hombro.

—Olvídelo. En este momento no soy más que como usted, un ente inundado de cargas simuelectrónicas.

Se giró de medio lado:

—Dejemos esto. Ya puede volver —irguió la cabeza para mirar en una dirección indefinida.

—No creí que el contacto directo tuviera tantas dificultades.

—¿Pues qué se creía? —me dijo con cierta destemplanza—. ¿Que esto era una excursión?

—Ashton, quisiera que averiguáramos algo. Tal vez podamos relevarle de su trabajo de Unidad de Contacto.

—Pues sáquenme de una vez. Libérenme de esto. No podría continuar, sabiendo lo que sé.

Viendo que estaba empezando a ganarle la confianza, me lancé de lleno sobre el punto que más me interesaba:

—Me gustaría hablar con usted acerca de Cau Non.

—Ése tuvo suerte, saliéndose de la programación.

—¿Habló usted con él antes de que tratara de suicidarse?

Asintió:

—Le estuve vigilando por algún tiempo. Presentí que iba a desmoronarse de un modo u otro.

Le miré fijamente a la cara:

—Phil, ¿no fueron solamente las tormentas y los meteoros lo que pudo más que él, verdad?

Me observó con agudeza:

—¿Cómo lo supo?

—¿Había pues, algo más?

—Sí —dijo hundiéndose de hombros—. Preferí no decir nada. Yo me sentía vindicativo, despechado. Yo quería que Cau Non hubiera reaccionado de otro modo, echándolo todo a rodar. Entonces ustedes hubieran tenido que deshacerlo todo, y volver a empezar de nuevo.

—¿Y qué fue lo que le hizo tomar tal determinación?

Dudó unos instantes y respondió:

—Lo sabía todo. No sé de qué modo descubrió lo que era, y la clase de ciudad imaginaria o falsa, y hasta podrida en que vivía. Sabía que él no era más que una parte de un mundo contrahecho y que su realidad no era más que la reflexión de un proceso electrónico.

—¿Y cómo llegó a saber todo eso?

No lo sé.

—¿Habló de alguna otra cosa?

—No. Sólo estaba obsesionado con la idea de que no era nada.

Miré la esfera de mi reloj. Lamenté no haberme concedido más que diez minutos para aquella entrevista.

—Se me ha acabado el tiempo dije encaminándome hacia la cabina videofónica.

Volveré a venir por aquí y ya nos veremos.

—¡No! —gritó Phil Ashton tras de mí—. ¡Por lo que más quiera no lo haga!

Me metí en la cabina y cerré la puerta.

Como todavía me quedaban cuatro o cinco segundos, pasé la vista rápidamente por la sala de recepción. Apenas pude contener un grito de angustia por lo que vi.

Mientras lamentaba infinitamente que no me quedara más remedio que efectuar la retransmisión y volver a mi estado normal, vi la silueta y la imagen, muy familiares para mí de Morton Lynch o mejor dicho, un análogo de Morton Lynch —que atravesaba el salón de recepción.