CAPÍTULO V

Pasaron un par de días antes de que yo pudiera efectuar una nueva investigación en el Simulacron-3. Aparte de estar inundado de trabajo, tenía que tranquilizar a Siskin, que me pedía constantemente los planos preliminares para convertir el complejo simuelectrónico en una base de orientación política.

Entretanto, no podía apartar de mi mente, la renovada investigación policial. ¿Iba aquello por cauces normales? ¿O era Siskin el que movía las cuerdas de aquel embrollo, para demostrarme lo que me podría ocurrir si no decidía seguirle los pasos a él y su partido?

En una ocasión, aprovechando una conversación videofónica con Siskin, hice alusión al asunto de la visita del capitán Farnstock. Y comprendí que mis sospechas no iban muy descaminadas, al ver la escasa sorpresa que le causó, el repentino interés de la policía por la muerte de Fuller.

Para hacerme ver que saldría ganando si me quedaba de su parte se limitó a decir:

—Si cree que le molestan demasiado, dígamelo.

Decidí entonces probarle por otro lado:

—No creo que nos deba molestar que la policía insista sobre ello. Al fin y al cabo, Lynch, dejó bien aclarado que la muerte de Fuller no había sido accidental.

—¿Lynch? ¿Lynch?

Insistí de un modo ambiguo:

—Morton Lynch. El hombre que desapareció en su reunión.

—¿Lynch? ¿Que desapareció? ¿De qué está usted hablando, hijo?

Su reacción fue sincera. Y ello me sugirió que Siskin, como todo el mundo, excepto yo, había olvidado por completo a un hombre que había desaparecido en su jardín. De lo contrario era un excelente actor.

—Lynch —mentí— era un tipo que no hacía más que importunarme, haciéndome ver la conveniencia de liquidar a Fuller, para así poder ocupar su puesto.

Cuando por fin encontré un momento libre, para llevar a cabo la verificación que me había sugerido Whitney, me sorprendió descubrir en mí mismo que me iba a someter a aquella experiencia con más ganas de las que, desde un punto de vista técnico hubiera tenido que tener.

Chuck me acompañó a la sala de pruebas, y me condujo al sillón de reposo, especialmente concebido para tales demostraciones, más próximo.

—¿Qué tipo de visión desea tener? —me preguntó— ¿un circuito de vigilancia?

—No, algo más simple.

—¿Alguna unidad ID en particular?

—Escójala usted mismo. Evidentemente ya había pensado en ello:

—¿Qué le parece Thompson… IDU-7412?

—De acuerdo. ¿Cuál es su ramo?

—Pilota un carromato. Precisamente lo cogeremos ahora trabajando. ¿Dispuesto?

—Adelante.

Puso el casco de transmisión sobre mi cabeza, y luego bromeó:

—Ahora está en mis manos. Como me cause el menor problema le meto una buena descarga.

No me reí. Fuller había teorizado que el traspaso de un modulador podría ser rechazado y transmitido recíprocamente. Mientras un observador ego, se situaba temporalmente dentro de una unidad ID, esta última podía impresionarse y apoderarse del cerebro del observador en un instantáneo y violento cambio de fuerzas.

Eso no quería decir que la transmisión recíproca, no pudiera hacerse volver más tarde a su situación normal. Pero si entre tanto le ocurriera algo a la imagen de la unidad ID, teóricamente el observador quedaría atrapado entre tinieblas.

Haciendo todos los posibles por relajarme sobre el sillón de cuero, vi a Chuck que iba hacia el panel de transmisión, que realizaba los últimos preparativos, y que se dirigía hacia el botón de activación.

Hubo un estremecimiento breve pero agudo que se reflejó en todos mis sentidos, una luz caleidoscópica, una discordancia de sonidos, una afluencia instantánea de sabores, olores, y hasta de sensaciones táctiles.

De pronto me hallé en el otro lado. Y hubo en mí unos instantes de confusión y temor, mientras mi proceso conceptual se ajustaba a las facultades perceptivas de D. Thompson IDU-7412.

Estaba yo sentado ante los mandos de un carromato aéreo, contemplando la ciudad que se abría a mis pies. Me daba cuenta hasta del jadear de mí (el de Thompson) pecho, y el calor de los rayos del sol que entraban por la cabina.

Pero todo ello era una asociación pasiva. Yo podía solamente mirar, escuchar y sentir.

Pero no tenía autoridad motriz. Ni había tampoco ningún medio de que mi unidad subjetiva se percatase del acoplamiento de que era objeto.

Descendí hasta lo más profundo de sus pensamientos, y me encontré con lo que en aquellos instantes expresaba su consciente:

Me fastidiaba que me trataran como a un simple objeto de inventario. Pero ¡qué demonios!, a mí (IDU-7412), me importaba un comino. Podía ganar casi el doble en cualquier otra firma de transportes.

Complacido, por el perfecto acoplamiento realizado, yo (Douglas Hall) me evadí de mí mismo para situarme en otra posición perceptiva, y vi, a través de los ojos de Thompson, en el momento en que contemplaba al hombre que estaba sentado en el otro asiento.

Y, me pregunté a mí mismo, si su ayudante sería una unidad ID, o simplemente uno de los tipos «de sostén». De estos últimos habíamos conseguido crear cientos de miles, para que nos provocaran la verdadera sensación de un medio ambiente simulado.

Esperé con impaciencia a que Chuck, me sometiera a la prueba del estímulo. Aquel día, quería salir temprano de la oficina, puesto que había quedado citado con Jinx en su casa para cenar, y echar una ojeada a los papeles del doctor Fuller.

Por fin, llegó el estímulo. Thompson había estado mirándolo durante unos buenos diez segundos, antes de que yo me diera cuenta de la finalidad perseguida.

En el tejado de uno de los grandes edificios que se abrían a nuestros pies, había un enorme tablero horizontal, que se encendía y apagaba constantemente:

SCOTCH SOROPMAN

PERFECTAMENTE ELABORADO… SUAVE

¿SABE USTED DE ALGÚN PRODUCTO

DE DESTILACIÓN MEJOR QUE ÉSTE?

Era un medio de conseguir que nuestras unidades subjetivas expresaran su opinión.

Thompson, que había estado sujeto al equivalente simuelectrónico del Scotch Soropman, durante un lapsus de tiempo que a él le pareció de años, reaccionó de un modo reflexivo:

¡Maldito veneno!, pensé (IDU-7412). No sería demasiado malo, si tuviera edad suficiente como para tener solera. Pero… Scotch, ¿en una botella en forma de pelota?

En el mismo momento, la reacción de miles de entidades ID, idéntica a la experimentada por Thompson, estaba siendo analizada y comprobada. Con el simple cambio de posición de un conmutador, se podrían obtener resultados comparativos extraordinarios, referentes a la edad, el sexo, la ocupación, y hasta la afiliación política.

En el transcurso de unos segundos, el simulador del medio ambiente de Fuller, había llevado a efecto lo que de otro modo hubiera costado largos meses de esfuerzos a todo un ejército de monitores de reacción. Lo que ocurrió a continuación, me cogió totalmente desprevenido, y fue una suerte que el acoplamiento efectuado fuese solo en un sentido, es decir, de mi cerebro al de Thompson. De no haber sido así, Thompson, se hubiera dado cuenta de que no estaba solo en sus pensamientos.

Un terrible relámpago pareció cubrir el cielo. Tres enormes bolas de fuego, parecía que iban a caer sobre nuestras cabezas. Empezaron a aparecer nubes por todas partes, hasta que casi ocultaron por completo la luz del día, y desataron un verdadero torrente de granizo. Súbitamente, un cúmulo de llamas, se apoderó de dos edificios.

Perplejo, rechacé la posibilidad de que Chuck se estuviera entreteniendo, o jugueteando en aquellas circunstancias.

Aunque una cosa similar podía ser llevada a efecto, hasta incluso sin un gran esfuerzo, por las unidades ID, bajo la apariencia de «un aborto de la naturaleza», Whitney no se hubiera atrevido nunca a arriesgarse a distorsionar el equilibrio de nuestra delicada balanza.

No cabía más que otra posibilidad: ¡Que algo no hubiera funcionado bien en nuestro complejo simuelectrónico! Una avería, algún aparato que no funcionara bien, un desequilibrio inesperado en el proceso generador, o cualquier otra cosa de entre las mil que constituían el sistema de racionalización automática. Algo había ocurrido en el circuito, y Chuck no me había hecho volver a mi yo, porque el retroceso de un acoplamiento de inspección tenía que ser voluntario, o bien debía efectuarse en un intervalo de la programación. De no ser así, se podían perder una cantidad ingente de sujetos ego.

Vi como los ojos de Thompson se abrían de par en par, y noté su enorme preocupación junto con su reacción de perplejidad al leer el mensaje que emitían intermitentemente las luces de neón:

¡DOUG! ¡VUELVA! ¡VUELVA! ¡EMERGENCIA!

Instantáneamente, me deshice del acoplamiento, y procuré volver a mi auténtica orientación subjetiva. Todo el departamento se había convertido en un torbellino de gente que corrían en todas direcciones, voces estruendosas, un calor agobiante, y un insoportable olor a quemado.

Chuck, que trabajaba en aquellos instantes desesperadamente con un extintor, miró hacia el lugar que yo ocupaba:

—¡Ha vuelto! —gritó—. ¡Gracias a Dios! ¡Podía haber quedado abrasado en cualquier momento!

Inmediatamente después desconectó la llave principal de todos los circuitos. El ronroneo de todo el sistema eléctrico se detuvo repentinamente, como si alguien hubiera cerrado una puerta ante él.

Me quité el casco:

—¿Qué ocurrió?

—Alguien colocó una carga en el modulador.

—¿Pero en este momento?

—No lo sé. Yo salí fuera en cuanto le tuve a usted lanzado. ¡Si no llego a volver a tiempo, hubiera quedado usted abrasado!

Siskin aceptó el episodio de la carga con una compostura sorprendente, y hasta casi diría que con demasiada calma. Al cabo de unos minutos llegó a Reactions, echó un vistazo a los daños habidos, y no admitió paliativo de ningún género ante su determinación de que todo aquello tenía que estar terminado en dos días como máximo.

Como quien se siente responsable de una traición, tenía la respuesta preparada para todo, y aún daba mayor énfasis a sus palabras y explicaciones accionando desaforadamente:

—¡Esos malditos encuestadores! ¡Forzosamente tuvo que ser uno de ellos quien se las arregló para entrar aquí!

Joe Oadsen rechazó tal posibilidad con absoluta determinación:

—Nuestras medidas de seguridad están a prueba de cualquier imprudencia, míster Siskin. Siskin se volvió iracundo:

—Entonces ha tenido que ser desde el interior. ¡Quiero que todo el mundo trabaje de nuevo bajo la vigilancia constante de una pantalla doble!

Cuando me hallé de nuevo en mi despacho, comencé a pasear frente a la ventana, sin dejar de mirar de vez en cuando hacia la escena que había en el exterior. No se veían más que grupos de encuestadores. ¿Pero cuánto tiempo iba a durar todo esto? ¿Y cuál era el denominador común de aquella reacción de los encuestadores, de la carga situada en los aparatos, y de todas las cosas imposibles que habían sucedido?

En cierto modo, estaba casi seguro de que tenía que haber una relación fundamental entre las cosas tan extrañas ocurridas en los últimos días, la muerte de Fuller, la desaparición de Lynch, el significado del dibujo que representaba a Aquiles, ahora inexistente, la placa rectificada de un trofeo en la barra del Limpy’s, y la investigación, tan pronto olvidada tan pronto reemprendida por parte de la policía.

Tomando como ejemplo el último acontecimiento, el de la carga: Era ostensible que había habido una acción agresiva por parte de la Asociación de Encuestadores, contra la institución que amenazaba la existencia del grupo. ¿Pero había sido así? O… ¿acaso había sido yo la única y exclusiva finalidad de aquella reacción?

¿Quién se escondía tras todo aquello? Desde luego, Siskin no. Pues aunque era casi totalmente evidente que hubiera deseado que yo fuera sustituido, él tenía medios suficientes de llevar a efecto sus propósitos, a través de una investigación policíaca, a la que manejaba.

La muerte de Fuller, la desaparición de Lynch, la carga colocada en aquel complejo de mecanismos. ¿No seria todo ello una campaña, perfectamente planeada para asegurar la eliminación de los dos únicos simuelectrónicos capaces de asegurar el éxito de REIN?

El dedo señalaba a la Asociación de Encuestadores. Pero, una vez más la lógica gritaba que no podían ser ellos. Aquello tenía que estar ligado con poderes extra-físicos, o con algún medio convincente, capaz de simularlos.

No pude quitarme de la cabeza toda aquella sucesión de enigmas, ni aun en los momentos en que me hallaba tranquilo y pensativo, cenando junto a Jinx.

Mas de pronto se le cayó el tenedor. Éste chocó contra su plato y ella sonrió débilmente para terminar riendo:

—Me ha asustado.

Pero yo apenas había susurrado su nombre:

—¿Te ocurre algo?

Llevaba un vestidito de color crema, que dejaba una gran parte de su preciosa espalda al descubierto. Tenía la piel tan bronceada que en algunos momentos se confundía con su pelo negro.

—No, no. Me encuentro bien —dijo al fin—. Estaba pensando en papá.

Miró unos instantes hacia el estudio, y casi inmediatamente escondió la cara entre sus manos. Di la vuelta alrededor de la mesa para tratar de consolarla, pero me limité a quedarme a su lado, un tanto confuso ante la realidad de que algo no funcionaba muy bien. No llegaba a comprender su comportamiento, pues aquel rasgo emocional, no era propio más que de las costumbres del siglo veinte.

Las cosas habían cambiado mucho después de que las nuevas corrientes culturales habían modificado la actitud hacia la muerte y habían ido haciendo desaparecer la crueldad de las convenciones funerales. Por aquellos días, la prueba de la muerte tenía que establecerse desde un plano práctico. Los que se entregaban a la atención de un velatorio o servicios funerales, veían y creían. Y se iban convencidos de que el ser amado se hallaba más allá de la vida, y que no habría compilaciones de ningún género, en el caso de que una persona a quien se suponía muerta volviera a aparecer de nuevo. Y la herida más profunda que se le podía infringir a una familia era decirle que allí había habido un muerto, y que se habían deshecho del cuerpo.

Lo que quiero explicar y dar a entender con todo esto, es que como yo había conocido a Jinx bajo el aspecto de una muchacha normal, su actual estado de desolación estaba muy lejos de su verdadero carácter.

Y cuando me dejó en el estudio unos momentos después, me pregunté de pronto silo que había querido hacerme creer, era que el dolor era el responsable de aquella explosión de lágrimas. ¿No me estaría ocultando una causa de amargura, mucho más profunda?

Me indicó con un gesto la mesa de despacho de Fuller:

—Mire cuanto guste, mientras voy a retocarme un poco la cara.

Pensativo, la vi alejarse de la habitación, alta, graciosa y encantadora, a pesar de sus ojos inflamados.

Estuvo fuera el tiempo suficiente como para permitirme revolver entre los efectos profesionales de Fuller. Pero hubo dos cosas que atrajeron mi atención. Primero, las poquisimas anotaciones que había en la mesa y en los cajones, además de que faltaban algunos textos determinados de anotaciones. ¿Que cómo lo sabía? Pues bien, Fuller me dijo en varias ocasiones que estaba trabajando en su casa, sobre las consecuencias de las simuelectrónicas en los términos de la comprensión humana. Allí no había ni una palabra sobre aquel sujeto.

Segundo, uno de los cajones de la mesa —en el que había guardado siempre sus anotaciones más importantes— había sido forzado.

En cuanto a los papeles que hallé, no había ninguno que despertara lo más mínimo mi interés. No hallé nada que me descubriera lo más mínimo.

Volvió Jinx, y se sentó muy seria, con las manos entrelazadas alrededor de las rodillas. Su rostro había recuperado la frescura.

—¿Está todo tal como lo dejó el doctor Fuller? —pregunté.

—No se ha tocado nada.

—Pues faltan algunas notas dije, mirándola fijamente para observar su reacción.

Sus ojos se abrieron de par en par:

—¿Cómo lo sabe?

—Me dijo que estaba trabajando sobre un asunto determinado, y no he podido encontrar la menor referencia de ello.

Miró hacia otro lado —¿incómoda?— y luego me volvió a mirar a mí:

—¡Oh! Se deshizo de muchos papeles la semana última.

—¿Y qué hizo con ellos?

—Los quemó.

Le indiqué el cajón que había sido forzado:

—¿Y qué me dices de esto?

—Yo… —de pronto sonrió y se acercó a la mesa— ¿qué clase de inquisición es ésta?

Tratando de serenarme cuanto pude, respondí:

—Estoy tratando simplemente de recoger el mayor número de piezas posible, que constituyen todo un compendio de investigación para la resolución de muchos asuntos.

—Pero no será tan importante, ¿verdad? —pero antes de que pudiera responder sugirió de repente—. Vámonos a dar una vuelta, Doug.

La hice sentarse de nuevo, y yo a su lado:

—Sólo unas cuantas preguntas más. ¿Qué hay de esa cerradura rota?

—Papá perdió la llave. De esto hace tres semanas aproximadamente. Se vio obligado a abrir el cajón con un cuchillo.

Yo estaba seguro de que eso era una mentira. Un año antes le había ayudado a Fuller a colocar un seguro secreto en la mesa, para que sólo él la pudiera abrir en todo momento sin la llave, ya que muchas veces no sabía dónde la había puesto.

Ella se puso en pie:

—Si vamos a ir a dar una vuelta en el coche, me abrigaré un poco.

—Y de ese dibujo que hizo tu padre…

—¿Dibujo?

—Sí, el dibujo representase a Aquiles y la tortuga, en tinta roja… en su despacho. ¿Tú no lo cogiste, verdad?

—Ni tan siquiera lo vi nunca.

No sólo lo había visto, sino que además lo había estado estudiando, mientras yo la observaba furtivamente, durante un buen rato. Decidí hacerla reaccionar con algo, para ver el efecto que le causaba:

—Jinx, lo que estoy intentando descubrir, es si tu Padre murió verdaderamente a causa de un accidente.

Su boca quedó abierta de par en par, y retrocedió un paso:

—¡Oh, Doug! ¿No hablará en serio, verdad? ¿Quiere decir usted que alguien podría… haberle matado?

—Eso creo. Y también creí que podría encontrar algo entre sus notas que me diera una pista para saber quién y por qué.

—¡Pero si nadie le hubiera deseado nunca una cosa así!

Quedó en silencio durante unos instantes y añadió:

—¡Y si eso es cierto… usted también estaría en peligro! ¡Oh, Doug, tiene que olvidarse de todo este asunto!

—¿No quieres que la persona que sea culpable sea descubierta?

—No lo sé —dudó un momento—. Estoy asustada. Lo que quiero es que no te ocurra nada a ti.

Me sorprendió aquel espontáneo tuteamiento, y observé con interés que ni por un momento sugirió el entregar el caso a la policía:

—¿Por qué crees que puede ocurrirme algo?

—Yo… oh, Doug estoy confundida y asustada.

Un brillante disco lunar transformó la cabina transparente del coche en una cúpula plateada que cubría de luz la figura de la muchacha sentada a mi lado.

Reticente y distante, con los ojos sumidos en la preocupación, mirando al frente mientras la carretera se desplegaba ante nosotros me recordaba un frágil Dresde que pudiera desmoronarse de un momento a otro bajo los suaves rayos de la luz de la luna.

Estaba concentrada en sus pensamientos, aunque no lo había estado unos minutos antes. Poco antes, me había suplicado, casi con desesperación, que olvidara que su padre podía haber sido asesinado.

Y yo me hallaba en un mar de confusiones. Era como si ella se hubiera constituido en un escudo, y se hubiera situado entre yo, y lo que sea que le hubiera ocurrido a su padre. Y hasta incluso, me era totalmente imposible rechazar de plano la idea de que ella estaba extendiendo una capa protectora, sobre quienquiera que fuera el responsable.

Puse mi mano sobre las suyas:

—Jinx, ¿te ocurre algo?

Su reacción normal tendría que haber sido preguntarme qué era lo que me había dado tal idea. Pero se limitó a responder:

—No, no, claro que no.

Sus palabras eran tranquilas y llenas de firmeza, propias de la carrera que había escogido. Y yo sabía que no conseguiría nada de esa manera. Tenía que enfocar el asunto de otra forma, aunque Jinx fuese el camino más recto en aquellos momentos para mi objetivo.

Entonces me concentré en mis propios pensamientos, pulsé el botón de marcha automática, y dejé que el coche se guiara por sí mismo por aquella carretera desconocida y desierta. No había más que dos explicaciones posibles capaces de cubrir tan incongruentes circunstancias. Una: Que una organización, muy extensa y malévola de una ferocidad sin límites e imposible de desenmascarar estuviera tejiendo su red fantasmagórica. Y la otra: Que en ningún momento había ocurrido nada de extraordinario… excepto en mi imaginación.

Pero yo no podía quitarme de la cabeza la insidiosa idea de que había una fuerza indescifrable que quería a todo trance hacerme desistir de proseguir en el asunto de la muerte de Fuller sin dejar de mostrarme al mismo tiempo la esperanza de que, al igual que me hacía entrever Jinx, todo iría bien si me decidía a obrar de ese modo.

Y yo quería que todo saliera bien. Miré de soslayo a la muchacha y me di cuenta mejor que nunca de lo mucho que ansiaba que todo volviera a la normalidad. Estaba preciosa en aquellos momentos en que la bañaba la luz de la luna, y era como un imán potentisimo que me invitara a olvidar mis problemas y aceptar las cosas tal como eran, dentro de toda su aparente sencillez.

Pero ella era algo especial.

Y como si hubiera leído mis pensamientos, se acercó a mí, cogió mi brazo entre los suyos, y apoyó la cabeza en mi hombro.

—Hay tantas cosas hermosas en la vida, ¿verdad, Doug? —dijo con voz que reflejaba una extraña mezcla de melancolía y esperanza al mismo tiempo.

—Tantas como uno se pueda imaginar —respondí.

—¿Y a ti qué te gustaría imaginarte?

Pensé en ella, formando parte de mi existencia en el momento crítico en que necesitaba alguien como ella a mi lado.

—Durante el tiempo que estuve fuera de aquí, nunca dejé de pensar en ti —me dijo—. Me sentía en todo momento como una niña frustrada y tontuela. Pero nunca dejé de pensar en ti.

Preferí esperar que ella continuara hablando, pero no oí más que el siseo de una respiración profunda. Estaba dormida.

Ella trataba de escapar de algo, al igual que yo. Pero estaba seguro de que, aunque quizá compartiésemos el mismo problema, no había forma de comunicárnoslo el uno al otro, ya que por alguna razón incomprensible para mí, ella no quería.

El coche remontó hacia una colina, bañando la vertiente con sus luces, y dejando al descubierto un trozo de la campiña circundante que no había visto en mi vida.

Llegamos a la cima de la colina y de repente una angustia y miedo infinitos se aplastaron sobre mi pecho.

Jinx se revolvió en su asiento pero no se despertó.

A mí me pareció una eternidad el transcurso de aquellos minutos aunque en ningún momento dejé de mirar al frente sin convencerme de lo que veían mis ojos por inverosímil.

La carretera terminaba a menos de cien metros.

A cada lado de la carretera, daba la impresión de que el mundo hubiera desaparecido, abriéndose una sima enorme a uno y otro lado, formando una barrera impenetrable de oscuridad.

No se veía ninguna estrella, ni la luz de la luna… solo la nada, dentro de la nada, como si nos halláramos en el rincón más apartado del infinito.