CAPÍTULO I

Se daba como descontado, que todo cuanto ocurriera aquella tarde, no desmerecería en lo más mínimo, a la reputación que Horace P. Siskin, se había forjado como huésped extraordinario.

Sólo en el espacio donde se alzaba el Tycho Tumbling Trío había hecho gala de las más fascinantes y divertidas reuniones de todo el año. Pero cuando puso al descubierto, ante la mirada atónita de los presentes, la primera piedra hipnótica procedente de la región de Mars Syrtis Mayor, quedó bien patente que acababa de encumbrar su conocida distinción sobre un nuevo pináculo.

En cuanto a mí, tanto el Trío como la piedra, sin querer desmerecer sus propios méritos, habían caído al plano de la vulgaridad, bastante antes de que terminara la reunión, pues puedo asegurar con profundo conocimiento de causa, que no hay nada que produzca una sensación tan bizarra y extraordinaria como ver a un hombre… desaparecer.

Lo cual, dicho sea de paso, no formaba parte del espectáculo.

Como comentario a la profusión de excesos de Siskin, podría señalar que la gravedad en el Tycho Tumblers, era equivalente a la lunar. La plataforma de supresión de G, monstruosa y extrañísima en su constitución dominaba una de las habitaciones de la mansión totalmente rodeada de un sotechado, mientras que el zumbido de sus generadores, repercutía sobre el jardín exterior.

La presentación de la piedra hipnótica, era todo un compendio de producción por sí misma, complementado con dos doctores en servicio de guardia, para atender los imprevistos. Sin atisbo alguno de que los sucesos de aquella tarde fueran a degenerar en la incongruencia, yo contemplaba todo cuanto ocurría sin llegar a sentirme interesado.

Había una jovencita, muy delgada, morena, cuyos ojos penetrantes, negros, se deshacían en lágrimas mientras una de las caras de la piedra bañaba su cara con tenues reflejos azules.

Siempre con la misma lentitud, el cristal daba vueltas sobre la mesa giratoria, lanzando destellos de luz policromática a lo largo y lo ancho de la habitación, que semejaban los radios de una rueda gigante. El movimiento radial se detuvo unos instantes, y un rayo carmesí cayó de lleno sobre el rostro circunspecto de uno de los viejos asociados en los negocios de Siskin.

—¡No! —reaccionó instantáneamente—. ¡No he fumado en mi vida! ¡Y no lo haré ahora!

Un murmullo de risas cubrió la habitación, y la piedra continuó girando.

Tal vez preocupado por la idea de que yo podría ser el siguiente blanco de las miradas y las risas, me retiré a lo largo de las mullidas alfombras, y me dirigí hacia la habitación donde solían tener lugar las tertulias, y se tomaban unas copas.

En la barra del bar, yo mismo me serví un Scotchasteroide, y me entretuve contemplando, a través de la ventana, el parpadeo de las luces de la ciudad que se abría a lo lejos.

—Para mí, un burbon y agua, ¿quiere, Doug?

Era Siskin. Bajo la escasa luz de la habitación, parecía mucho más pequeño de lo normal. Le miré mientras se acercaba, y quedé perplejo ante la inconsistencia de su apariencia. A pesar de su estatura, que no debía sobrepasar el metro cincuenta, se erguía y se mostraba con la arrogancia y el paso firme de un gigante… aunque había que reconocer que lo era, financieramente hablando. La cabeza totalmente cubierta de cabello, apenas salpicada de trazos blancos, disimulaba sus sesenta y cuatro años, cuanto más que su rostro apenas presentaba una arruga, y sus ojos, grises, poseían una vivacidad fulgurante.

—Aquí tiene el burbón y el agua —confirmé secamente mientras terminaba de prepararlo.

Se recostó sobre la barra:

—Se diría que no disfruta usted mucho en la reunión —observó, con cierto tono de petulancia en la voz. Preferí no darme por aludido y no respondí. Apoyó su zapato del treinta y cinco sobre un taburete y añadió:

—Esto ha costado mucho dinero. Y todo es por usted. Creí que le haría más aprecio —medio bromeaba.

Terminé de preparar su vaso y se lo tendí:

—¿Todo por mí?

—Bueno, no del todo —rió—. Debo admitir que todo ello posee también sus posibilidades promocionales.

—Así lo interpreté. Veo que la prensa y todo tipo de información están perfectamente bien representados en la reunión.

—¿No le importa, verdad? Una cosa como ésta puede dar a Reactions Inc., un impulso adecuado. Puede ser un trampolín extraordinario.

Cogí el vaso del lugar donde lo había dejado, y me bebí la mitad de su contenido de un trago:

—Yo creo que REIN no necesita impulso alguno. Tal como está se podrá mantener muy bien.

Siskin emitió un ligero suspiro, tal como suele hacer cuando presiente el menor síntoma de oposición.

—Hall, usted es un tipo que me gusta. Le he situado a usted ante un futuro posiblemente interesante… no sólo en REIN, sino también quizás, en alguna de mis otras empresas. Sin embargo…

—No tengo interés alguno por nada que vaya más allá de Reactions.

—Actualmente, sin embargo —continuó con firmeza— su contribución es singularmente técnica. Usted debería sumirse en la coordinación y supervisión propias de un director, y dejar que mis especialistas promocionales se cuiden de llevar a buen término lo demás.

Bebimos en silencio.

Después jugueteó con el vaso entre sus menudas manos:

—Ahora me doy cuenta, ¡pues claro! Que quizás usted se lamente, de no poseer participación alguna de intereses en la corporación.

—No es el llenarme de dinero los bolsillos lo que me preocupa. Me considero bien pagado. Lo único que quiero es que el trabajo se haga como es debido.

—Ya ve usted, con Hannon Fuller, era completamente diferente —Siskin oprimía los dedos alrededor del vaso—. Intentó la… la… quincallería, las minucias, el sistema.

—Vino a mi en busca de un respaldo financiero. Formamos una corporación… en realidad éramos ocho. Tras breves acuerdos, llegamos a la conclusión de que él se quedaría con el veinte por ciento de las ganancias.

—Después de haber sido su ayudante durante cinco años, excuso decirle que estoy enterado de todo eso —me acerqué a la barra para volver a llenar mi vaso.

—Entonces, ¿qué le hace mostrarse tan reacio?

Los reflejos de la piedra hipnótica, chocando en el techo de la habitación en que nos hallábamos, fueron a Incidir contra la ventana, retando por un momento el brillo de los de la ciudad. Una mujer chilló hasta que sus gritos quedaron ahogados por las risas.

Me levanté del taburete que estaba ocupando, y bajé la cabeza para mirar insolentemente a Siskin:

—No hace más que una semana que murió Fuller. Me siento como un chacal… celebrando el hecho de irrumpir en su trabajo.

Di media vuelta con intención de marcharme, pero Siskin dijo inmediatamente:

—De un modo u otro tenía usted que llegar a esa situación. Fuller, como director técnico, se estaba acabando a pasos agigantados. Últimamente no llegaba a alcanzar el ritmo y perfección de trabajo que se esperaba de él.

—Pues no es ésa la opinión que llegó hasta mí. Fuller dijo que estaba decidido a evitar que usted hiciera uso del simulador del medio social, con fines de previsión o proyecto de posibilidades políticas.

La demostración de la piedra hipnótica había terminado, y el ruido, que hasta entonces había sido sofocado acústicamente por la habitación distante, se fue acercando hacia nosotros, en forma de un grupo gesticulante de mujeres ricamente vestidas y sus escoltas.

Una joven rubia, que iba delante, se dirigió directamente hacia mí. Antes de que me pudiera alejar, me había cogido por el brazo y me había estrechado contra su corpiño repleto de brocados de oro. Poseía unos ojos terriblemente expresivos, y su pelo plateado, jugueteaba sobre sus hombros desnudos.

—Mr. Hall, ¿no fue realmente asombrosa esa piedra hipnótica marciana? ¿Tuvo usted algo que ver en todo ello? Me temo que sí.

Miré de soslayo a Siskin que se alejaba en aquel momento. Inmediatamente reconocí en la muchacha a una de sus secretarias particulares. La maniobra era evidente. La joven estaba sumida, aunque aparentemente fuese lo contrario, en sus funciones características de trabajo, si bien, en aquel instante, sus deberes tuvieran un amplio signo conciliatorio.

—No. Más bien me temo que la idea haya sido exclusiva de su jefe.

—¡Oh! —exclamó llena de admiración, mientras miraba a Siskin que se alejaba.

¡Qué hombrecillo más ingenioso e imaginativo! Y no es más que un muñeco, ¿verdad? ¡Un vivaracho muñequito!

Traté de alejarme, pero ella había sido perfectamente bien instruida.

—Y su campo, Mr. Hall, ¿es esti… estimulativas…?

—Simuelectrónicas.

—¡Qué fascinante! De manera que cuando usted y Mr. Siskin tengan su máquina… ¿le puedo llamar máquina, verdad?

—Es un auténtico simulador del medio ambiente. Dimos con él, al menos, al tercer intento. Y le llamamos Simulacron-3.

—Bueno, pues eso…, que cuando tengan a punto su estimular, no habrá necesidad alguna de los encuestadores, que al fin y al cabo me parecen bastante chismosos.

Con lo de encuestadores y chismosos, ella se refería, naturalmente, a los monitores de reacciones, con su certificado de aptitud, a quienes más comúnmente se denominaba papagayos. Por mi parte, yo nunca censuré a un hombre bajo el prisma del medio que tuviera de ganar su vida, aunque fueran encuestadores, que al fin y al cabo no hacían más que meter las narices en los hábitos y actos cotidianos del público.

—Nuestra intención no es dejar a todo el mundo sin trabajo —expliqué—. Pero cuando la automatización caiga de lleno sobre los muestrarios de la opinión, estoy seguro de que habrá que hacer algunos ajustes, en la cuestión social del empleo. La joven, casi materialmente colgada de mi brazo, me fue llevando poco a poco hacia la ventana:

—¿Y qué es lo que se propone, Mr. Hall? Hábleme de su… simulador. ¡Ah!, y todo el mundo me llama Dorothy.

—No es que haya mucho que contar.

—¡Oh!, es usted muy modesto. Me encantaría que contara algo.

Si ella iba a continuar en su proceder, manifestándose siempre bajo la inspiración de Siskin, no había razón por la que yo no pudiera hacer otro tanto… sólo que manifestándome a un nivel un tanto superior al de ella.

—Bueno, pues verá, miss Ford, vivimos en una sociedad muy compleja, que prefiere arriesgarlo todo de la empresa hacia fuera. De ahí, que haya muchos más organismos que se ocupan de la opinión pública de los que usted pueda imaginar. Antes de lanzar al mercado un producto, queremos saber quién va a comprarlo, cuántas veces al mes o al año lo adquirirá, y cuánto está dispuesta a pagar la gente por él; cuáles son las causas más influyentes en materia de conversiones religiosas; las posibilidades que puede tener el gobernador tal de ser reelegido; cuáles son los artículos que privan en un momento determinado en la demanda; si tía Bessy preferirá el azul o el rojo en la moda de la próxima estación.

La muchacha me interrumpió con una sonora carcajada metálica:

—Me imagino a los encuestadores al acecho tras cada arbusto.

Yo asentí:

—Se cuentan a porrillo los que acechan la opinión pública. Por descontado que en muchos aspectos es una tontería. Pero hay muchos que disfrutan del status actual amparándose en el Código de Monitores de Reacciones.

—¿Y Mr. Siskin va a acabar con todo eso… Mr. Siskin y usted?

—Gracias a Hannon J. Fuller hemos hallado un medio mejor. Podemos, electrónicamente, simular un medio ambiente social. Podemos popularizar las situaciones subjetivas, las unidades reaccionales. Apoyándonos en el medio ambiente, aguijoneando las unidades de identificación, podemos llegar a hacer una estimación de la conducta de un pueblo en situaciones hipotéticas.

Sonrió de un modo forzado, dio paso a una expresión incierta, y luego recuperó su estado normal:

—Ya comprendo —musitó. Pero era evidente que no había entendido una palabra.

Esto dio un nuevo impulso a mi táctica.

—El simulador es un modelo electromatemático aplicable a una comunidad de tipo medio. Permite realizar previsiones a largo plazo. Y tales previsiones poseen un valor mucho mayor que los resultados que lleguen a obtenerse enviando a todo un ejército de papagayos encuestadores a recorrer a pie de un extremo a otro toda la ciudad.

Ella rió tímidamente:

—Claro que sí. Bueno, ¿vamos a tomar un trago… cualquier cosa… quiere, Doug?

Movido por el sentido de la obligación que imperaba en los Locales Siskin, yo, quizá hubiera terminado por ir a buscarle algo para beber. Pero, la barra, se hallaba situada exactamente al otro extremo de la habitación, y mientras me lo pensaba, uno de los jóvenes que formaban la reunión se acercó decidido hacia Dorothy.

Relevado pues, de mis obligaciones caballerescas, caminé despacio e indiferente hacia el bar. Cerca estaba Siskin, rodeado de algunos periodistas, a quienes hacía declaraciones explosivas acerca de las maravillas, que próximamente serían reveladas a todo el mundo del simulador REIN.

Manifestaba con efusión:

—En realidad, es posible que esta nueva aplicación de las simuelectrónicas —que como ustedes saben es un procedimiento secreto— produzca un impacto tal en nuestra cultura que el resto de los Establecimientos Siskin se tendrán que ver quizá relegados a un segundo orden ante la importancia y magnitud de Reactions, Inc.

Uno de los hombres hizo una pregunta, y la respuesta de Siskin fue como un reflejo:

—Las simuelectrónicas en sí, es algo primitivo comparado con esto otro. El cálculo de probabilidades previsibles por los medios actuales, está subordinado a una línea de la investigación del estímulo-respuesta. El simulador total del medio ambiente REIN —que dicho sea de paso, nosotros le llamamos Simulacron-3— nos proporcionará la respuesta a cualquier pregunta concerniente a reacciones hipotéticas a lo largo del espectro del comportamiento y conducta humanos.

Sin lugar a dudas, se estaba esforzando por imitar a Fuller, como una cotorra. Pero en boca de Siskin, las palabras no alcanzaban más que un sentido de jactancia. Fuller, por el contrario, había confiado en su simulador, poniendo en él, toda la fe y respeto, como si de una creencia religiosa se tratara, en lugar de considerarlo como un edificio de tres pisos, repleto de complejos circuitos.

Pensé en Fuller, y me sentí incapaz una vez más de seguir sus pasos directoriales.

Había sido para mí un superior, pletórico de abnegación, y al mismo tiempo un verdadero y considerado amigo. Estoy de acuerdo en que era un hombre un tanto excéntrico. Pero ello no era más que la consecuencia de su propósito, que era para él la cosa más importante del mundo. En lo concerniente a Siskin, el Simulacron-3, quizá no fue más que una inversión monetaria. Pero en lo tocante a Fuller, era una intrigante y prometedora puerta, cuyos batientes no tardarían en abrirse a un mundo nuevo y mejor.

Su alianza con los Establecimientos Siskin, no había pasado de ser un expediente financiero. Pero su propósito fue siempre de que mientras el simulador fuese arañando de los ingresos contractuales, también iría explorando los insospechados campos de la interacción social y de las relaciones humanas, como medios para sugerir una sociedad más ordenada, en todos sus estamentos sociales.

Me fui acercando hacia la puerta, y con el rabillo del ojo vi a Siskin que se separaba repentinamente de los periodistas. Cruzó la habitación, y sujetó la puerta a medio abrir ante mí, entre sus manos:

—¿No nos va a abandonar usted, verdad?

Naturalmente, se refería a la posibilidad de que abandonara la reunión. Pero… ¿se había referido a eso? Me di cuenta en aquellos momentos de que a la sazón, yo era una pieza indispensable para él. No, REIN podría continuar sus éxitos sin mí. Pero si Siskin tenía que recuperar todas sus inversiones, yo tendría que quedarme para llevar a efecto algunos detalles muy importantes que Fuller me había confiado.

En aquel instante, se oyó un timbre, de tono sordo, y la pantalla de televisión se iluminó, produciendo una serie de rayas en todas direcciones, hasta que un momento después la imagen quedó centrada, apareciendo un hombre correctamente vestido, y cuya manga izquierda lucía el distintivo de los Monitores de Reacciones Colegiados.

Siskin frunció el ceño con sorpresa:

—¡No podía ser más que un encuestador! Pues ahora mismo hemos dado por terminada la reunión. —Apretó un botón. La puerta se abrió y el que había llamado se anunció a sí mismo:

—John Cromwell, CRM Número 1146-A2. Represento a la Fundación de Opinión Diversa Foster, bajo contrato del State House of Representatives Ways and Means Committee. El hombre separó por unos instantes la mirada de Siskin, para contemplar el racimo de gente que se apiñaba alrededor de la mesa y de la barra. Se mostraba impaciente y apologéticamente incómodo.

—¡Pero hombre de Dios! —protestó Siskin haciéndome un guiño—. ¡Pero si es prácticamente la mitad de la noche!

—Es el Tipo A de vigilancia prioritaria, ordenada y respaldada por la autoridad legislativa del estado. ¿Es usted Mr. Horace P. Siskin?

—Sí, yo soy. —Siskin se cruzó de brazos y con ello redobló la apariencia con que Dorothy Ford le había descrito poco antes, un muñequito.

—Bien. —El otro sacó un manojo de papeles oficiales y una pluma—. Quiero que usted me dé su opinión sobre la situación económica del próximo año fiscal, desde el punto de vista de la repercusión que pueda ejercer sobre los ingresos del estado.

—No voy a responder a ninguna pregunta —dijo Siskin con testarudez.

Intrigados por el desenlace que podría tener aquello, algunos de los invitados detuvieron sus chismes y comentarios para ver en qué terminaba. Sus risas anticipadas, sobresalían del murmullo de la conversación.

El encuestador frunció el ceño:

—Pues debería hacerlo. Es usted en estos momentos un hombre interrogado oficialmente, y a quien se tiene catalogado en la categoría de los hombres de negocios.

Sus palabras y la manera que tenía de expresarlas, resultaban pomposas. Por regla general, cuando se lleva a cabo una investigación comercial, el procedimiento ya no es tan formal.

—De todos modos, no pienso responder —se reiteró Siskin—. Si se fija usted en el artículo 326 del Código RM…

—… podré darme cuenta de que las actividades recreativas no se pueden interrumpir con fines investigadores de encuesta —se le anticipó el otro. Y añadió—: Pero el privilegio de esta cláusula es inaplicable, cuando la investigación se lleva a efecto en interés de las agencias públicas.

Siskin rió de buena gana ante la obstinada formalidad del hombre, lo cogió por un brazo y lo condujo a lo largo de la habitación:

—Vamos. Tomaremos un trago. A ver si así me decido a responderle.

La puerta comenzó a cerrarse. Pero se detuvo y quedó entreabierta, en deferencia a una segunda llamada.

Calvo, de rostro enjuto, recorrió impaciente la habitación con la mirada, mientras entrecruzaba unos con otros los dedos incansablemente. Él no me había visto todavía, porque yo estaba tras la puerta, viéndole a través del panel televisor movible.

Avancé para que pudiera verme.

—¡Lynch! —exclamé—. ¿Dónde estuviste metido durante toda la semana pasada?

La misión de Morton Lynch era la seguridad interior de REIN. Últimamente, había trabajado en el turno de noche, lo cual le hizo estar bastante en contacto con Hannon Fuller, que por su parte también prefería el trabajo nocturno.

—¡Hall! —susurró nervioso, clavando los ojos en los míos—. ¡Tengo que hablar contigo! ¡Dios, tengo que hablar con alguien!

Le dejé entrar. Anteriormente ya había faltado al trabajo en dos ocasiones, para volver, macilento y deshecho al cabo de una semana de soportar una estimación cerebral electrónica. En las últimas ocasiones se había especulado la posibilidad de si su ausencia había sido motivada por una reacción de congoja producida por la muerte de Fuller, o bien si se habría metido en alguna covacha de ESB. No, en realidad él no era adicto a tales cosas. Y aún en aquel momento se podía apreciar perfectamente que había estado bajo los efectos de una borrachera.

Le saqué de allí inmediatamente y le llevé al jardín.

—¿Es algo que tenga que ver con el accidente de Fuller?

—¡Oh, sí! —sollozó, dejándose caer en una silla y ocultando el rostro entre sus manos—. ¡Sólo que no fue un accidente!

—Entonces…, ¿quién le mató? ¿Cómo…?

—Nadie.

—Pero…

Hacia el sur, más allá de las luces parpadeantes que cubrían la ciudad como una alfombra de simétrico resplandor, un Cohete Lunar, empezaba a despegar, entre el silbido de sus motores y los destellos rojizos que invadieron la oscuridad de la noche, mientras el cohete se iba abriendo paso hacia el espacio.

Lynch, sorprendido por el ruido instantáneo, casi cayó de la silla. Le cogí por los hombros y trate de reanimarle y tranquilizarle.

—Espérate aquí. Te traeré algo de beber.

Cuando volví con un burbón seco, se lo bebió de un trago y dejó escapar después el vaso de entre sus manos.

—No —comenzó a decir mostrando la misma agitación—, Fuller no fue asesinado. La palabra asesinato no sería suficiente para describir lo ocurrido.

—Se metió en un tendido de alta tensión —le recordé—. La noche estaba muy avanzada. Sin duda estaba exhausto. ¿Lo vio usted?

—No. Tres horas antes habíamos estado charlando. Llegué a pensar que estaba loco… por las cosas que me dijo. Me dijo que no quería que yo me viera envuelto en todo aquello, pero que bien se lo tenía que explicar a alguien. Usted no había regresado todavía. Entonces… entonces…

—¿Sí?

—Entonces me confesó que creía que le iban a matar, porque había tomado la determinación de no callar por más tiempo un secreto.

—¿No callar qué secreto?

Pero Lynch estaba demasiado concentrado en sus pensamientos como para que se le pudiera interrumpir:

—Y me dijo también, que si él llegaba a desaparecer o a morir quería que supiera que no había sido un accidente.

—¿Pero cuál era ese secreto?

—Más no se lo podía decir a nadie… ni a usted. Porque si lo que había dicho era verdad… bueno, creo que no he hecho otra cosa en toda la semana que andar dando vueltas de un lado a otro tratando de llegar a decidir lo que tenía que hacer.

La cacofonía de las voces de la reunión, surgió de pronto en el jardín, al abrirse las puertas que hasta entonces habían permanecido cerradas.

—¡Oh! ¡Pero si estás aquí, Doug, cariño!

Ojeé un instante a Dorothy Ford, cuya silueta quedaba recortada ante la puerta, dando la impresión, a juzgar por el balanceo, que se hallaba bajo los efectos de una buena dosis de combinados. He hecho resaltar la palabra «ojeé» como un medio de señalar y dejar bien patente, que mis ojos no se separaron de Morton Lynch durante más de una décima de segundo.

Pero cuando volví a mirarle, la silla estaba vacía.