Despertaré a Loretta en cuanto me despierte yo. Nos quedaremos allí tumbados y ella dirá mi nombre. Como preguntándome si estoy. A veces iré a la cocina y le llevaré un ginger ale y nos quedaremos sentados a oscuras. Ojalá tuviera su serenidad. El mundo que he visto no me ha hecho ser una persona espiritual. No como Loretta. Pero está preocupada por mí. Lo noto. Supongo que pensé que como yo era el hombre y más viejo que ella sería ella la que aprendería de mí. Pero yo sé quién le debe más a quién.
Me parece saber hacia dónde vamos. Nos están comprando con nuestro propio dinero. Y no son solo las drogas. Hay por ahí fortunas acumuladas de las que nadie tiene ni idea. ¿Qué pensamos que va a salir de ese dinero? Un dinero que puede comprar naciones enteras. Ya lo ha hecho. ¿Puede comprar este país? Lo dudo. Pero hará que tengas tratos con quien no deberías. No es ni siquiera un problema policial. Dudo que lo haya sido nunca. Narcóticos siempre han existido. Pero la gente no decide drogarse así porque sí. A millones. No tengo respuesta para eso. En concreto no tengo una respuesta que me dé ánimos. Hace un tiempo se lo dije a una periodista, una chica joven, parecía simpática. Ella solo intentaba hacer su trabajo. Dijo: Sheriff, ¿cómo permite que el crimen campe por sus respetos en este condado? Sonaba como una pregunta bastante sensata. Y quizá lo era. El caso es que le dije: Todo se origina cuando se empiezan a descuidar las buenas maneras. En cuanto dejas de oír Señor y Señora el fin está a la vuelta de la esquina. Le dije: Y ocurre en todos los estratos. Habrá oído hablar de eso, ¿no? ¿En todos los estratos? Y al final acabamos prescindiendo de toda ética mercantil y dejando a gente tirada en el desierto, muerta dentro de sus vehículos, pero para entonces es demasiado tarde.
Me miró con una cara bastante rara. Lo último que le dije, y quizá no debería haberlo dicho, fue que no puede haber negocio de la droga sin drogadictos. Muchos de ellos van bien vestidos y tienen además empleos bien pagados. Le dije: Hasta puede que conozca usted a unos cuantos.
La otra cosa son los viejos, y vuelvo otra vez a ellos. Me miran y es siempre con una pregunta en la mirada. Años atrás no recuerdo que eso pasara. No cuando yo era sheriff allá por los años cincuenta. Los ves y ni siquiera parecen confusos. Solo parecen locos. Eso me molesta. Es como si se despertaran y no supieran cómo han llegado allí. Y en cierto modo así es.
Esta noche durante la cena me ha dicho que estaba leyendo a San Juan. El Apocalipsis. Como cada vez que me pongo a hablar de la situación ella encuentra algo en la Biblia, le he preguntado qué decía el Apocalipsis sobre el cariz que estaban tomando las cosas y ella me ha dicho que lo miraría. Le he preguntado si había algún pasaje que hablara de cabellos verdes y huesos en la nariz y ella me ha dicho que con esas mismas palabras no. No sé si es una buena señal. Luego se me ha acercado por detrás y me ha rodeado con sus brazos y me ha mordido la oreja. En muchos sentidos es una mujer joven. Si no la tuviera a ella no sé qué tendría. Bueno, sí lo sé. Y no haría falta ni siquiera una caja para meterlo.