El día era frío y ventoso cuando salió por última vez del juzgado. Algunos hombres podían abrazar a una mujer llorosa pero eso a él nunca le había parecido natural. Bajó los escalones y salió por la puerta de atrás y montó en su camioneta y se quedó allí sentado. No podía definir la sensación. Era de tristeza pero también de algo más. Y ese algo más fue lo que le tuvo allí sentado en lugar de arrancar. Se había sentido así antes pero no desde hacía mucho tiempo, y cuando lo dijo supo de qué se trataba. Era la derrota. Era ser vencido. Algo más amargo para él que la muerte. Tienes que superarlo, dijo. Luego arrancó.