Cuando llegó a casa ella no estaba pero sí su coche. Fue al establo y el caballo de Loretta no estaba allí. Empezó a volver hacia la casa pero se detuvo y pensó que tal vez le había pasado algo y fue al cuarto de las guarniciones y bajó su silla de montar y la llevó a la cuadra y silbó a su caballo y lo vio asomar la cabeza por encima de la puerta de su caseta al final del establo, agitando las orejas.

Se puso en marcha con las riendas en una mano, acariciando al caballo. Le habló al caballo por el camino. Qué agradable estar fuera, ¿verdad? ¿Tú sabes adónde han ido? Bueno. No te preocupes. Las encontraremos.

Cuarenta minutos después la vio y se detuvo y se quedó montado observando. Cabalgaba en dirección al sur frente a una loma de tierra roja sentada con las manos juntas sobre el borrén de la silla, mirando hacia la puesta de sol, el caballo andando pesadamente por la arenosa tierra suelta, la mancha roja que levantaban siguiéndolas en el aire quieto. Esa de allá es mi amor, le dijo al caballo. Siempre lo fue.

Cabalgaron juntos hasta Warner’s Well y desmontaron y se sentaron bajo los álamos mientras los caballos pacían. Palomas posándose en los depósitos. Se acaba el año. Ya no volveremos a verlas.

Ella sonrió. Se acaba el año, dijo.

Lo odias.

¿Vivir aquí?

Vivir aquí.

No pasa nada.

Por mi causa, ¿no es así?

Ella sonrió. Bueno, dijo, pasada cierta edad creo que ningún cambio es bueno.

Entonces me parece que tenemos un problema.

Todo irá bien. Creo que me gustará tenerte en casa para la cena.

A mí me gusta estar en casa a cualquier hora.

Recuerdo lo que dijo mamá cuando papá se jubiló: Yo dije para lo bueno y para lo malo pero del almuerzo no se habló para nada.

Bell sonrió. Apuesto a que le gustaría que él pudiera volver.

Seguro que sí. A mí también, ya que estamos.

No debería haber dicho eso.

No has dicho nada malo.

Siempre dices eso.

Es mi trabajo.

Bell sonrió. Si yo estuviera equivocado, ¿no me lo harías ver?

No.

¿Y si quisiera que lo hicieras?

Peor para ti.

Bell observó las pequeñas palomas moteadas del desierto abatirse en la apagada luz rosa. ¿Es verdad eso?, dijo.

Lo es. No del todo.

¿Te parece una buena idea?

Bien, dijo ella. Fuera lo que fuese supongo que tú lo resolverías sin que yo te ayudara. Y si fuera algo en lo que no estuviéramos de acuerdo me imagino que lo superaría.

En cambio yo quizá no.

Ella sonrió y puso sus manos sobre las de él. Guárdatelo.

Es bonito estar aquí.

Sí, señora. Ya lo creo.