Dijo que yo era severo conmigo mismo. Que eso era un síntoma de vejez. Tratar de dejar las cosas claras. Supongo que en parte es verdad. Pero no es toda la verdad. Yo le reconocí que muy pocas cosas buenas se podían decir de la vejez y él dijo que sabía una y yo le pregunté cuál era. Y él dijo que no dura mucho. Esperé verle sonreír pero no lo hizo. Vaya, le dije, un comentario muy frío. Y él dijo que no era más frío que lo que los hechos requerían. Y ahí terminó la cosa. Yo sabía lo que él diría, bendito sea. Cuando quieres a las personas tratas de aliviarles la carga. Aunque sea de cosecha propia. Lo otro que tenía yo en la cabeza no llegué ni a mencionarlo pero creo que está relacionado porque creo que todo lo que haces en la vida revierte en ti antes o después. Si vives lo suficiente. Y no se me ocurre el menor motivo para que aquel inútil matara a la chica. ¿Qué le había hecho ella? Lo cierto es que para empezar yo no debería haber ido allí. Ahora tienen a ese mexicano en Huntsville por matar al policía que le disparó y por prenderle fuego al coche con él dentro y yo no creo que lo hiciera. Pero la pena de muerte le ha caído por eso. ¿Cuál es mi obligación? Creo que en cierto modo esperaba que todo este asunto se alejara de mí de un modo u otro y por supuesto no es así. Y creo que lo supe cuando empezó. Me dio esa sensación. Como si yo hubiera querido drogarme con algo a sabiendas de que quitarme de eso iba a ser largo y duro.
Cuando me preguntó que por qué surgía eso después de tantos años yo le dije que siempre había estado ahí. Que simplemente lo había ignorado. Pero lleva razón, la cosa surgió. Creo que a veces la gente prefiere una mala respuesta que no obtener respuesta. Cuando lo conté, bueno, tomó una forma que yo no habría imaginado que tuviera y en eso también le doy la razón. Es como lo que me contaba una vez un jugador de béisbol, me dijo que si tenía alguna lesión y le fastidiaba un poco, generalmente jugaba mejor. De ese modo estaba concentrado en una sola cosa en lugar de en muchas. Eso lo puedo entender. Claro que no cambia nada.
Yo pensaba que si vivía con la máxima rectitud nunca más volvería a tener algo que me royera por dentro de esa manera. Decía que tenía veintiún años y que estaba en mi derecho de cometer un error, sobre todo si podía aprender de él y convertirme en la clase de hombre que quería ser. Pues no, me equivocaba de medio a medio. Ahora quiero jubilarme y en buena parte es porque así nadie me pedirá que persiga a ese hombre. Digo yo que es un hombre. O sea que podríais decirme que no he cambiado nada y me temo que yo no tendría argumentos con que rebatirlo. Treinta y seis años. Es algo que duele saber.
Otra cosa que dijo. Si un hombre ha esperado ochenta y tantos años a que Dios entre en su vida, bueno, uno piensa que al final va a entrar. Y si no lo hace, cabe suponer que sus motivos tendrá. No sé qué mejor descripción de Dios se podría dar. Al cabo lo que cuenta es que aquellos a quienes ha hablado son los que más necesidad tenían de ello. No es cosa fácil de aceptar. Sobre todo porque podría aplicarse a alguien como Loretta. Claro que quizá estamos todos mirando por el lado equivocado del cristal. Quizá siempre ha sido así.
Las cartas de tía Carolyn a Harold. El motivo de que ella tuviera esas cartas era que él las había guardado. Fue tía Carolyn quien le crió y le hizo de madre. Las cartas estaban manoseadas y rasgadas y cubiertas de barro y qué sé yo. Lo que pasa con las cartas. Para empezar te dabas cuenta de que eran gente de campo. No creo que él saliera jamás del condado de Irion, mucho menos del estado de Texas. Pero lo que pasa con las cartas es que veías que el mundo que ella le tenía pensado para su vuelta no iba a estar ahí. Ahora es fácil de ver. Pasados más de sesenta años. Pero ellos no tenían la menor idea. Puede que os guste o puede que no pero eso no cambia nada. Más de una vez les he dicho a mis ayudantes que uno arregla lo que puede arreglar y el resto lo deja correr. Si no tiene solución entonces ni siquiera es un problema. Solo es un agravante. Y lo cierto es que yo tengo tan poca idea como tenía Harold del mundo que se está cociendo por ahí.
Al final claro está resulta que no volvió. No había nada en las cartas que indicara que ella contaba con esa posibilidad.
Pero claro que contaba. Simplemente no quería decírselo a él.
Todavía conservo esa medalla, claro. Venía en un lujoso estuche morado con cinta y todo. Estuvo en mi escritorio durante años y luego un día la saqué y la puse en el cajón de la mesa de la sala de estar donde no tuviera que mirarla. No es que la mirara nunca, pero estaba allí. A Harold no le dieron ninguna medalla. Él volvió metido en una caja de madera. Creo que no había Gold Star Mothers en la guerra del 14 pero si las hubo a tía Carolyn no le habrían dado una estrella puesto que Harold no era su hijo natural. Pero se lo merecía. Tampoco cobró la pensión de guerra.
Bueno. Volví allí una vez. Estuve caminando por la zona y apenas había indicios de que hubiera ocurrido nada. Recogí un par de casquillos. Nada más. Me quedé mucho rato allí de pie y pensé cosas. Era uno de esos días cálidos que a veces se dan en invierno. Un poco de viento. No dejo de pensar que quizá tiene que ver con el país. Más o menos lo que decía Ellis. Pensé en mi familia y pensé en él condenado a su silla de ruedas en esa vieja casa y me pareció que este país tiene una historia bastante extraña y tremendamente sanguinaria además. Lo mires por donde lo mires. Podría ponerle distancia a las cosas y sonreír por el hecho de tener semejantes pensamientos pero eso no quita que los tenga. Yo no justifico mi manera de pensar. Ya no. Le hablo a mi hija. Ahora tendría treinta años. Sí, de acuerdo. Me da igual que suene raro. Me gusta hablarle. Llamadlo superstición o lo que sea. Sé que con los años le he entregado el corazón que siempre quise para mí mismo y me parece bien. Por eso la escucho. Sé que siempre obtengo de ella lo mejor. No se mezcla con mi ignorancia o con mi ruindad. Sé que suena raro pero debo decir que no me importa en absoluto. Ni siquiera se lo he contado a mi esposa y eso que no tenemos apenas secretos el uno para el otro. No creo que ella dijera que estoy loco, pero algunos tal vez sí. ¿Ed Tom? Ah, sí, al final lo detuvieron por demencia. Creo que le pasan la comida por debajo de la puerta. Me da igual. Escucho lo que ella dice y lo que dice tiene sentido. Ojalá me hablara más. Ahora mismo necesito toda la ayuda posible. Bueno, ya basta de eso.