VIII

He perdido a muchos amigos estos últimos años. Y no todos mayores que yo. Una de las cosas que aprendes cuando te haces viejo es que no todo el mundo envejece contigo. Tratas de ayudar a las personas que pagan tu salario y naturalmente no puedes evitar pensar en el recuerdo que dejarás. En este condado no había quedado un solo homicidio por resolver en cuarenta y un años. Ahora tenemos nueve en una sola semana. ¿Quedarán resueltos? No lo sé. Cada día que pasa es un día menos. El tiempo no está de tu parte. No sé si es digno de elogio que te conozcan por adivinar las intenciones de un hatajo de camellos. Claro que a ellos no les cuesta nada adivinar nuestras intenciones. ¿Qué no tienen respeto por la ley? Eso es solo una parte. Ellos ni siquiera piensan en la ley. No parece que les preocupe. Aunque hace un tiempo en San Antonio mataron a un juez federal. Supongo que ese sí les preocupaba. Súmese a esto que a lo largo de la frontera hay agentes de la ley que se hacen ricos con el narcotráfico. Una mala noticia donde las haya. Al menos para mí. Yo no creo que eso ocurriera hace apenas diez años. Un agente de la ley corrupto es una abominación. No se puede decir otra cosa. Es diez veces peor que un criminal. Y esto no se arregla. Es prácticamente la única cosa que sé con certeza. Esto no se arregla. ¿Y cómo?

Esto os parecerá de ignorantes pero para mí lo peor de todo es saber que el único motivo de que aún esté con vida es probablemente que ellos no me tienen ningún respeto. Y eso duele mucho. Mucho. La cosa ha ido más allá de lo que nadie hubiera podido pensar unos años atrás. No hace mucho encontraron un DC-4 en el condado de Presidio. En medio del desierto. Habían llegado una noche y habían improvisado una especie de pista de aterrizaje poniendo hileras de barriles de alquitrán a modo de luces pero no había modo de hacer despegar de allí aquel aparato. Dejaron solo las puras paredes. Solo quedaba el asiento del piloto. Se podía oler la marihuana, no hacía falta perro. Pues bien, el sheriff de allí —no voy a dar su nombre— quería tenderles una emboscada y atraparlos cuando volvieran a por el avión y al final alguien le dijo que no iban a volver. Que nunca habían tenido intención de hacerlo. Cuando el hombre comprendió por fin lo que le estaban diciendo se quedó muy callado y luego dio media vuelta y subió a su coche y se marchó.

Cuando había las guerras entre narcos allá en la frontera no podías comprar un tarro de vidrio de cuarto de litro en ninguna parte. Para meter conservas y esas cosas. Encurtidos. No quedaba ni uno. Lo que pasaba era que estaban utilizando los tarros para meter granadas de mano dentro. Si volabas sobre una casa o una finca y lanzabas granadas estas explotaban antes de tocar tierra. De modo que lo que hacían era quitar la espoleta y meterlas en el tarro y enroscar la tapa otra vez. Y cuando tocaban el suelo el cristal se rompía y liberaba el cebo. El seguro de transporte. Llevaban cajas enteras de tarros así. Cuesta de creer que alguien pilotara una avioneta de noche con semejante cargamento, pero lo hacían.

Yo creo que si uno fuera Satanás y estuviera buscando algo que hiciera doblegar a la humanidad probablemente la respuesta sería las drogas. Quizá se le ocurrió a él. Lo comenté el otro día mientras desayunaba y me preguntaron si yo creía en Satanás. Y yo dije, hombre, es que no se trata de eso. Y dijeron, ya, pero ¿crees o no? Tuve que pensarlo. Creo que de chico sí creía. Hacia la mitad de mi vida esas creencias se habían diluido un poco. Ahora vuelvo a inclinarme del otro lado. Satanás explica muchas cosas que de lo contrario no tienen ninguna explicación. O no la tienen para mí al menos.