Yo era sheriff de este condado a los veinticinco años. Cuesta de creer. Mi padre no fue agente de la ley. Mi abuelo se llamaba Jack. Él y yo fuimos sheriff al mismo tiempo, él en Plano y yo aquí. Creo que eso le enorgullecía. A mí desde luego sí. Yo acababa de volver de la guerra. Tenía varias medallas y cosas así y como es lógico se había corrido la voz. La campaña fue muy dura. Tenías que poner toda la carne en el asador. Procuré ser justo. Jack solía decir que la mierda que le echas a la gente es abono perdido. Pero yo creo que simplemente no iba con él. El hablar mal de nadie. Y a mí nunca me importó ser como él. Mi mujer y yo llevamos casados treinta y un años. No tenemos hijos. Perdimos una niña pero no quiero hablar de eso. Serví dos legislaturas y luego nos mudamos a Dentón, Texas. Jack solía decir que ser sheriff era uno de los mejores empleos que uno podía tener y ser ex sheriff uno de los peores. Quizá ocurre así con muchas cosas. De modo que nos mantuvimos lejos. Hice cosas diversas. Fui inspector del ferrocarril durante un tiempo. En esa época mi mujer no veía muy claro lo de volver aquí. Que me presentara a sheriff. Pero vio que yo lo deseaba y así lo hicimos. Ella es mejor persona que yo, cosa que estoy dispuesto a reconocer ante cualquiera. Y tampoco es que eso sea decir mucho. Ella es mejor persona que nadie que yo conozca. Y punto.
La gente cree saber lo que quiere pero generalmente no es así. Aunque a veces, con suerte, consiguen lo que se proponen. Yo siempre tuve suerte. Toda mi vida. De lo contrario no estaría aquí. He pasado muchos apuros. Pero el día que la vi salir de Kerr’s Mercantile y cruzar la calle y pasar por delante de mí y yo me llevé la mano al sombrero y ella casi me respondió con una sonrisa, ese fue el día más afortunado de todos.
La gente se lamenta de las cosas malas que le pasa y que no merece pero raramente menciona las cosas buenas. Lo que ha hecho para merecerlas. Yo no recuerdo haber dado al Señor demasiados motivos para que me favoreciera. Pero lo hizo.