En la actualidad.
JAIRO finalmente ha accedido a dejarla entrar sola al cuarto de baño. ¿Pero qué pretendía? ¿Estar presente también cuando se duchara? Porque ya es lo único que le falta por hacer.
Sale con el pelo todavía húmedo, sintiéndose infinitamente mejor. Pero en cuanto lo ve se le gasta la alegría. Sí, efímera alegría. Vuelta a la realidad. A la realidad de su captura, al estúpido viaje que tienen que realizar y a su primera misión juntos. Bueno, más bien es la misión de Jairo y ella el bulto que él se empeña en arrastrar. Pero una orden es una orden.
El chico se levanta al verla y coge la bolsa. Salen al exterior del motel. Vista a la luz del día, la fachada tampoco tiene tan mala pinta como anoche. Ya no se asemeja tanto a la escena de un crimen.
Un hijo y su padre dan vuelvas al R8, asombrados. Cuando se acercan el padre emite un silbido de admiración.
—Vaya cochazo. ¿Es tuyo chaval?
Jairo sonríe ligeramente mientras las luces del vehículo parpadean emitiendo un chasquido.
—Es alucinante. —Añade el hijo, inmerso en plena adolescencia.
Sandra los ignora y ocupa en lugar del copiloto.
—¿Te gustaría que te lo dejara? —Jairo le guiña un ojo mientras guarda la bolsa en el maletero.
—Claro. Mucho más si viene con esa belleza dentro. —El chico con acné inmediatamente se sonroja, temiendo haberse extralimitado en el comentario. Pero para su tranquilidad y la de su padre, que ya han calado la pasta de la que está hecho Jairo, este suelta una carcajada.
Echa un rápido vistazo a la chica. No hace falta que se lo digan, ya lo sabe. Es preciosa. Por fuera, como ellos han señalado, y por dentro, como sólo él sabe. Y está totalmente ajena a la conversación.
Se acerca al chaval en un gesto de confidente. El chico se intimida.
—A esta te la regalo. Pero sin opción de devolución, ¿eh?
Y, poniéndose las Rayban como si fuera el modelo de un anuncio se aleja de sus nuevos admiradores.
Se coloca en el asiento del conductor. Revoluciona el coche y salen disparados a la carretera. Mira de reojo a Sandra, que no le ha dedicado ni una mirada desde que salieron del motel. No. No sólo no la regalaría. Si por él fuera, no se separaría de ella por nada del mundo.
Un año y medio antes, el día de la fiesta de Clara.
No ha pegado ojo en toda la noche. ¿Cómo iba a hacerlo? Ha decidido saltarse las reglas, y como no es algo que haga todos los días, la preocupación la ha mantenido en vela.
Dicen que cuando estás enamorada sientes mariposas en el estómago. Lo que ha sentido Sandra es algo parecido, sólo que sus mariposas estaban tan estresadas como ella y revoloteaban nerviosas en su tripa chocando de un lado para otro, impidiéndole dormir.
Con los nervios instalados en el estómago sale de la cama y se dirige al cuarto de baño. Se lava la cara, y sus enormes ojeras se hacen más evidentes. Vaya, qué mal aspecto. Le faltan horas de sueño, pero le sobran ganas de salir esa noche. Además sus padres se lo han puesto en bandeja.
Ayer se enteró de que tenían cena con la comunidad de creyentes. Su madre es una buena cristiana, temerosa de Dios, y no se la perdería por nada del mundo. Como tantas otras veces dormirán en casa de su tía Maribel, que vive en el pueblo, al ladito mismo de la parroquia a la que pertenecen.
Cuando se mudaron a la ciudad Ernesto le propuso a María buscar una nueva parroquia. Pero su mujer no quiso oír ni una palabra más al respecto. No había argumentos suficientes ni explicaciones que la pudieran convencer. Había pertenecido desde que era niña a esa congregación, y no pensaba dejar de hacerlo. Mucho menos teniendo la suerte de que Maribel tuviese un enorme chalé en el que alojarse cuando se celebraban este tipo de eventos.
Normalmente Sandra también acude a esas reuniones, y duerme en una cama supletoria que le ponen en la habitación de su prima Naroa. Pero con la excusa de los exámenes se ha librado.
Cualquier padre, como mínimo, albergaría una pequeña sospecha al dejar sola en casa a una hija que se muere de ganas de ir a una fiesta. Pero no Ernesto y María. Pondrían la mano en el fuego por su pequeña. Es decir, por su pequeña ya crecidita. Y, siendo sinceros, se quemarían.
Un año y medio antes, varios días después de la muerte de Sandra, en la Fortaleza
No se entiende a sí mismo. No es la primera persona a la que salva. Tampoco es la primera persona que trae a la fortaleza. ¿Entonces por qué no puede parar de pensar en ella? Ni siquiera sabe su nombre. Tampoco le hace falta. Tiene sus rasgos grabados a fuego en la memoria, y por el momento con eso le basta.
No sabe por qué se extralimitó. No supo responder a la pregunta que le hizo Samuel. Tampoco se la ha podido responder a sí mismo la centena de veces que se la habrá formulado. No sabe por qué no le dejó el trabajo a sus compañeros. No sabe por qué, con una misión de rastreador, actuó como luchador. No sabe nada. Y aún así, ¡no puede parar de pensar en ella!
“Todo es cuestión de tiempo”, se dice. Y si hay algo que le sobra a Jairo es, precisamente, tiempo. Dispone de todo el del mundo. Bueno, más o menos.
Además la chica está en una cámara de seguridad, esperando a desarrollar sus poderes. Tardará mucho tiempo en despertar. Algunos tardan incluso años. El estómago le da un vuelco. ¿Años? ¿Tanto tiempo tiene que esperar? Respira hondo. Él despertó en tan solo quince días, con los poderes ya desarrollados. Pero sabe que es la única excepción. Samuel se lo ha dicho muchas veces. No. Tiene que hacerse a la idea de que la chica no va a despertar de la noche a la mañana, o si no acabará por volverse loco.
Se recoloca en la cama. Se tumba, se incorpora, se sienta. Cruza las piernas, se vuelve a tumbar. No hay posición en la que esté cómodo. Al final opta por dirigirse a la sala de tiro. Por lo menos gastará el tiempo mejorando su puntería.