CAPITULO 6

En la actualidad.

—¿EN serio pretendes que pase la noche en esta pocilga? —Sandra se niega a cruzar la puerta de aquel motel de mala muerte.

—Entra. —Le dice él desde dentro, tras dejar la bolsa que llevan como equipaje a los pies de la cama de matrimonio—. Entra o saldré a por ti.

Suena a amenaza. Es más, es una amenaza. Pero Sandra se resiste.

—No quiero dormir ahí. —Su voz es lastimera y quejicosa, y sin ser consciente acaba de adoptar la actitud de una niña pequeña—. Seguro que hay pulgas… Puede que incluso cojamos algún piojo…

Jairo la mira un instante, contando hasta tres, tratando de relajarse.

¿Y si la esposa a la barandilla que hay frente a la habitación? Echa un vistazo a los barrotes. Sí, aguantarían sus tirones sin problema. Así él podría dormir tranquilo, la perdería de vista un rato, y se aseguraría de que no escapara. Pero, ¿y si la ve alguien?

Un escalofrío recorre la espalda de Sandra. Ha visto como su compañero evaluaba el hierro de la barandilla que tiene al lado. ¿Se está planteando lo que ella piensa?

Parece estar contando mentalmente, algo que suele hacer cuando está a punto de perder los nervios. Se apresura a entrar antes de que termine de contar, no sea que el tiempo se agote y decida esposarla allá mismo.

Jairo cierra la puerta y echa la llave por dentro.

—Me encanta este lugar al que me has traído. Es súper romántico. —Murmura ella mirándolo todo pero sin tocar nada.

Él le dedica una mueca y se tumba en el centro de la cama, ignorándola.

Sandra calcula mentalmente la cantidad de gérmenes que habrá en esa colcha. Cree que incluso ha visto un pelo. No uno cualquiera. Uno negro y rizado que vete tú a saber de qué parte del cuerpo ha salido… ¡puag!

Siente una ligera náusea. Sabe que si le hubiese pedido que la llevara a un hotel de cinco estrellas unas semanas antes él no se habría negado. Pero ahora no. La guerra ha estallado entre ellos y ya no hay tregua que valga.

—Quítate. Quiero tumbarme. —Dice tras haber pasado un rato evaluando los pros y los contras de quedarse ahí de pie toda la noche, sin tocar nada que esté dentro de esa habitación. Pero Jairo ni la mira. Está espatarrado, ocupando la totalidad de la cama.

—¿No me oyes? ¡He dicho que te apartes! —Sandra le zarandea el brazo, pero como si nada. El chico parece repentinamente fascinado por la lámpara del techo, de la que no despega la vista.

—Imbécil. —Murmura ella, y se tumba con cuidado de no caerse en los escasos centímetros que quedan libres.

Espera que las pulgas hayan decidido quedarse en el espacio ocupado por él. Ella apenas ocupa una décima parte de la cama. Malo será que justo los bichitos estén viviendo allí. ¿Qué probabilidades hay? ¿Un diez por ciento…?

Sus pensamientos se bloquean automáticamente. ¿Qué ha pasado? Jairo se ha colocado sobre ella con un movimiento rapidísimo, tanto que no le ha dado ni tiempo de verlo. Seguro que ha utilizado sus poderes. Sandra aguanta la respiración mientras el azul de los ojos del chico se le clava en la retina. Sus rostros están frente a frente, separados por escasos centímetros. Y como siempre, se siente fascinada por sus rasgos, por su belleza, por la grandeza de sus hombros. Su atrayente aroma aumenta con la cercanía. Sandra jadea. Tiene su enorme cuerpo sobre el de ella, y aunque no se rozan en absoluto, siente cómo se electrifica el pequeño espacio de aire que los separa.

Jairo sonríe y le guiña un ojo. Y con la misma rapidez que se ha colocado sobre ella, se retira. Antes de que la chica parpadee ya está junto a la puerta del cuarto de baño.

Sandra se incorpora bruscamente, buscando respuestas que llegan antes de ser formuladas, al sentir un tirón en la muñeca izquierda.

Se gira extrañada, bajo la divertida mirada de su acompañante.

—¿Qué coñ…?

¡La ha esposado al cabecero!

—¡¡Capullo!! —La chica se retuerce y patalea contra el colchón de pura rabia—. ¡Capullo y cien veces capullo!

Jairo se ríe y niega con la cabeza.

—¿Por qué me haces esto?

—¿Preferías que te esposara la mano derecha? Pensé que querrías darle un respiro, con lo entumecida que la tienes…

—¡Cabrón! —Vuelve a patalear y chilla.

—Voy a darme una ducha. Puedes venir conmigo, si quieres…

El chico esquiva sin dificultad el cojín que le acaba de arrojar con la mano libre junto a otro improperio peor que los anteriores. Vuelve a reír y desaparece por la puerta del baño.

Una vez dentro, suspira. Deja que los chorros de agua caigan por su espalda. Ya no sonríe. Su expresión es dura. Odia hacerle esto. Odia retenerla a su lado contra su voluntad. Y la odia a ella, con todas sus fuerzas, por haberla creído digna de una confianza que en realidad no merecía.

Se seca ligeramente. Se viste y vuelve a la habitación. Ningún insulto le da la bienvenida. Sandra ya se ha dormido. Su postura es extraña, casi imposible, por culpa de las esposas. Sin embargo su expresión es relajada, dulce, hermosa. No. Definitivamente no puede odiarla, aunque se empeñe con todas sus fuerzas.

Un año y medio antes, un par de días después de la muerte de Sandra, en la Fortaleza.

Dando por acabada la conversación con Samuel, Jairo abandona el despacho sin despedirse. Lola se ha marchado del pequeño recibidor.

Está cansado, cansado de todo. Cansado de vivir, si es que a esa vida en muerte se le puede calificar como tal. ¿Es posible que un muerto se canse de vivir? Supone que sí, y más teniendo en cuenta la encrucijada en la que se ha metido. Las palabras de Samuel retumban en sus oídos. “Todo ha cambiado”. Y es verdad. Ahora todo ha cambiado.

Enfila un largo pasillo blanco, cruzando las puertas automáticas de cristal ahumado que se van abriendo a su paso. La luz es artificial, blanquecina, la misma en todas las estancias. Es difícil que el sol pueda colarse por algún recoveco, especialmente cuando te encuentras decenas de metros bajo el suelo.

En esa fortaleza viven alrededor de setenta receptores, pero no se encuentra con ninguno de ellos. La mayoría estarán durmiendo, entrenando o llevando a cabo alguna misión.

Cuando llega al ala B tuerce a la derecha. La última puerta es su habitación. Presiona la palma de la mano sobre el lector, y la puerta se abre dejando paso a una de las cámaras más grandes de todo el recinto.

La primera sensación de bienestar en varios días. Por fin en casa. No muchos consideran aquello un hogar. Él si. Al menos, es lo más parecido a uno en lo que ha estado nunca.

Sin quitarse la ropa se tumba en la cama, blanca al igual que las paredes, y exhala un largo suspiro. Ya era hora. Un lugar conocido donde pasar la noche. Se deshace con facilidad de las zapatillas utilizando los pies, y se recuesta. Ahora, en la soledad de su cámara, los mismos pensamientos que se repiten tanto últimamente vuelven para atormentarlo.

Su misión era de rastreador, no de luchador. No debió de meterse en la pelea. Ese era el encomiendo encargado a sus compañeros, no el suyo. Se extralimitó, llevando a cabo el trabajo de otros, asumiendo las funciones de otros. Pero, ¿qué podía haber hecho? No tenía elección.

Intenta despejar su mente. Quizás así pueda conciliar el sueño, a diferencia de las dos noches anteriores que ha pasado en vela.

Pero no, esa noche Jairo tampoco pegará ojo.

Un año y medio antes, la noche anterior a la fiesta de Clara.

—¿Tú crees que se habrán liado?

—No se… Juan le va muy detrás, pero ya sabes que a Patri no le interesa.

—Ya, eso es lo que dice ella. A saber qué han hecho esos dos en el coche…

Las dos amigas ríen al mismo tiempo.

—Espera un momento…

Clara espera a que Julia vuelva a ponerse al teléfono.

—Ya.

—¿Qué pasaba?

—Nada. Mi madre, que dice que cuelgue de una vez.

Vuelven a reír.

—¿Irá Juan a tu fiesta?

—Sí. Dijo que seguro cien por cien.

—Pues a ver si pasa algo de una vez. Que ya sabes, todo arde si “le aplicas la chispa adecuada…”

Más carcajadas.

—Para el asunto con Sandra y Álex haría falta más bien un lanzallamas…

—Totalmente de acuerdo. Aunque hoy parecía muy interesado, ¿no crees? Me he quedado muerta con lo que le ha preguntado al salir del insti.

—Qué pena que esta chica no piense más que en estudiar. Si saliera un poco de casa y se pusiera lentillas seguro que los tendría a todos comiendo de su mano.

—Pues eso tampoco nos conviene, que el mercado está muy mal últimamente y hay poco donde escoger, y ella sería competencia. —Responde Julia en broma, y Clara suelta una risita.

—Sabes que la adoro, pero una cosa te voy a decir. Mi madre siempre dice que cuando a alguien de nuestra edad le prohíben algo, le entran más ganas de hacerlo. ¡Y Sandra va al revés del mundo! ¡A ella se le quitan! Es un caso clínico digno de estudio tía… Ay, espera Juli, que tengo una llamada por la otra línea. ¡Espérame un segundo, no cuelgues!

Julia acepta de mala gana. Ya sabe cuánto cunden los segundos de su amiga. Se levanta de la cama sujetando el inalámbrico con el hombro, y se dirige al ordenador. Cierra el Tuenti y el Messenger, que todavía estaban abiertos.

Después se tumba en la cama. Espera unos instantes y baraja la posibilidad de colgar, pero en ese instante escucha el pitido que indica que Clara ha retomado la conexión.

—¡Tíiiia! No sabes quién me acaba de llamar.

—Pues no, si no me lo dices. —Julia sonríe por su ocurrencia.

—Sandra.

—¿A estas horas? —Pregunta mirando de reojo el despertador de la mesilla.

—Dice que viene a la fiesta.

—¿En serio? —Se emociona la chica.

—Sí. Y necesita ropa, porque como ya sabes su fondo de armario no es precisamente “válido” para un sábado noche.

—Ya buscaré algo.

—Sí, algo intermedio, que no sea demasiado atrevido, no se vaya a arrepentir.

Y las dos vuelven a reír.

—Me ha dicho que estará aquí a las ocho, así que ven tú también y nos arreglamos juntas. Yo me encargo de avisar a Patri.

—Qué bien que los haya podido convencer.

—No los ha convencido.

—¿Qué quieres decir? —Se extraña Julia.

—Que Sandra se va a escapar.