CAPITULO 49

Jairo, en la actualidad.

LLEVA el puñal de granito escondido en la bota. Siente el frío de la empuñadura de plata rozando su piel. Es la única arma que lleva encima. Sabe que no tiene oportunidades reales de batir a uno sólo de los Askar estando marcado, pero aún así tiene la férrea determinación de al menos intentar llevarse alguno por delante, antes de que lo maten.

Quizás haya perdido el juicio. Él sólo acudiendo a la boca del lobo. Como un insecto que por voluntad propia decide acercarse a dar un paseo por la tela de araña, terreno peligroso, terreno que no es el suyo y donde sólo puede haber un vencedor, conocido de antemano.

No está nervioso. Hace tiempo que asumió su porvenir.

Él mismo le insistió a Samuel para que le encargase una misión. Había pasado los últimos meses relegado al último puesto entre los luchadores de la fortaleza. Él, que siempre había encabezado las misiones más peligrosas. El, que poseía tantas habilidades que era el único al que Samuel encomendaba trabajos no sólo de luchador, sino también de rastreador y de informador. Porque él era el mejor en lo suyo, un chico todoterreno. Pero eso era antes. Últimamente el viejo se había encargado de ocultarle todo, de dejarlo al margen.

Y sí, sabía que era peligroso andar por el exterior llevando la marca. Por ello Samuel le encargó la misión de Andalucía porque era de las más simples. Aparentemente, claro, porque cuando Eneko le comunicó que Daro y no cualquier otro demonio era el que encabezaba el comando de Cádiz, esa simple misión se convirtió en la más peligrosa que había encarado Jairo jamás.

Ni siquiera llamó a su superior para informarle de que tendría que verse las caras con el demonio que había impreso su marca. ¿Para qué? ¿Para que se la encargase a otro receptor y a él lo hiciese volver de inmediato en la fortaleza? Según Samuel, la única forma que tenía de estar a salvo era entre esos muros, y siendo sinceros, Jairo no se veía pasando el resto de su vida inmortal encerrado por miedo a salir.

Él es de los que piensan que la única forma de mirar a los problemas es de frente. Y eso es lo que está haciendo precisamente ahora.

Camina bajo el cielo estrellado de la noche linense. Poco a poco va dejando atrás las transitadas calles, alejándose del centro. Baja las escaleras lúgubres y llenas de pintadas de un pasadizo subterráneo, sobre el que corren las vías del tren. Las barras fosforescentes del techo parpadean, y sus pisadas resuenan a cada paso que da, produciendo un eco sordo en las paredes de hormigón. El viento sopla levemente, y le revuelve el oscuro cabello cuando sube de nuevo al exterior. A lo lejos se adivina un maltrecho y oxidado cartel que en sus buenos tiempos daba la bienvenida al recinto circense. Está cerca de ellos. Puede sentirlos. Su cuerpo se pone alerta instantáneamente. Él sólo, dispuesto a afrontar su destino. Se pregunta cuántos acompañarán a Daro. Eneko sólo pudo informarle de que el grupo estaba compuesto al menos por tres Askar. Y eso abre las posibilidades a un gran número de demonios.

Lo único que lo reconforta en ese momento es pensar que Sandra está a salvo, muy lejos de allí. Es fuerte, sabrá cuidar de sí misma. Sólo espera que no cometa los mismos errores que cometió él, y que se olvide de la idea de reencontrarse con su familia.

Recorre el lugar con sigilo, manteniéndose cerca de las antiguas casetas de feria. Escucha sus voces, amortiguadas. Deben de haber establecido el campamento dentro de alguna de esas barracas. Se acerca al lugar del que provienen. Hay un demonio haciendo guardia frente a una desvencijada puerta. Es menos corpulento de lo habitual. Está de espaldas, y lleva el larguísimo pelo negro recogido en una coleta baja. ¿Es posible que sea…? No, seguro que no. Samuel le explicó que los Askar sólo son antiguos varones, debido a que el cuerpo de las mujeres está creado para dar vida y no para quitarla, como hacen ellos. Aunque claro, eso sólo son suposiciones del viejo. Si el demonio que tiene delante hubiese sido en algún momento remoto una mujer, ¿cambiaría en algo la situación? Tiene que reconocer que no. No le temblaría el pulso a la hora de poner fin a su miserable existencia.

En ese momento el demonio se da la vuelta. Sus rasgos son de hombre, como todos los que ha visto hasta el momento.

Jairo sale con paso tranquilo de su escondite, y se coloca a plena vista del Askar, que con un grito pone en alerta a sus compañeros.

Otros cuatro salen rápidamente de la caseta, y adoptan una postura de media luna alrededor del recepto, dispuestos a atacar. Entonces los ojos de Jairo se encuentran con unos separados por una fea cicatriz. Daro lo reconoce al instante.

—Vaya, vaya. Mirad a quién tenemos aquí. —Comenta, con una voz espeluznante.