En la actualidad. Jairo.
JAIRO se despierta de bien entrada la mañana. Hace mucho tiempo que no dormía de un tirón durante tantas horas seguidas. Pide que le sirvan un desayuno continental en la habitación y toma una ducha mientras se lo preparan. No puede evitar mirarse la espalda. Si ya es difícil olvidar por un instante lo que sucedió aquella noche, tener esa marca grabada no hace más que recordárselo.
Lo ha pasado muy mal estos últimos meses. Sólo la compañía de Sandra ha conseguido aliviar su angustia. Y sí, Samuel tiene razón. Han pagado un alto precio por ella pero, sinceramente, lo volvería a hacer. Volvería a dejarse marcar por salvarla. Y es que fue incapaz de dejarla sola en ese callejón oscuro, a merced de esos cinco desalmados. Los receptores encargados de la misión no hubiesen llegado a tiempo de salvar su energía ni de crear un nuevo cuerpo. No, definitivamente no se arrepiente de lo que hizo, pese a las consecuencias personales que su decisión ha tenido para él.
¿Y qué será de ella tras su muerte? No tiene claro si Samuel intentará llevarla de regreso a la fortaleza.
Cuando sale del cuarto de baño el desayuno ya está servido sobre el escritorio. Han puesto un mantel blanco y sobre él han colocado leche, café, zumo, bollos, tostadas con mermelada, cruasanes y un plato con fiambre. Desayuna tranquilamente, con el sonido de la televisión de fondo. Cuando termina, mete sus pocas pertenencias en la bolsa de deporte.
Echa un vistazo a la habitación. No se deja nada. Aún así permanece unos instantes más junto a la puerta, sin decidirse a abrirla. No es que esperara que Sandra fuese a hablar con él. Sabe que le ha dado su ansiada libertad, y que eso implicaba inevitablemente no volver a verla. Sin embargo, tiene una sensación de profunda tristeza instalada en el pecho desde anoche. “Vale ya”. Se dice a sí mismo. “Por mucho rato que permanezcas ahí parado como un pasmarote, Sandra no va a aparecer”. Abre la puerta con decisión y sale al pasillo, dispuesto a poner tierra de por medio con ese hotel y con la chica que se aloja en él.
Arroja la bolsa a la parte trasera del R8 y cierra la puerta de un golpe. Se pone las Rayban y sale por la rampa del garaje al soleado exterior. Recorre los 250 kilómetros que lo separan de La Línea de la Concepción en tan sólo una hora y veinte minutos.
Sandra, en la actualidad.
Durante un año y medio ha estado paralizada, de luto por su propia muerte. Pensaba que todo acabaría cuando se reencontrase con su familia. Pero no fue capaz. Ni lo será nunca, si existe un riesgo tan grande para ellos. Sólo le queda una cosa por hacer. La misma que Jairo le ha repetido tantas veces. Pasar página, superarlo. Tiene que dejar atrás el recuerdo de su anterior vida, de sus seres queridos. Eso no significa que vaya a dejar de pensar en ellos con un anhelo desgarrador y con un cariño infinito. Lo que significa es que esos recuerdos, aunque estarán ahí, ya no le impedirán avanzar en su camino como receptora, ni serán un lastre nunca más. Está dispuesta a realizar su primera misión, aunque sea la última.
Desde la visita de Samuel la noche anterior, no ha dejado ni un momento de pensar en sus palabras. Le dijo que, dadas su falta de habilidades para la lucha y sus inexistentes poderes, la sorpresa era su única baza. Al viejo se le podrá acusar de muchas cosas, pero no de falta de sinceridad, eso está claro. A penas han coincidido en un par de ocasiones, pero sospecha que no le cae muy bien. Seguramente debido a las consecuencias que tuvo para Jairo su rescate.
Repasa los pasos mentalmente, una vez más. Su objetivo está claro: acabar con Daro, que es el demonio que vio en su sueño. Cuando él haya muerto, la capacidad de anticipación que los demás demonios tienen sobre Jairo desaparecerá, y él podrá combatirlos. Es una misión simple. Matar al demonio de la cicatriz. Sí, claro, una misión sencillísima.
En cualquier caso, está segura de que es lo que tiene que hacer. Se siente como predestinada a ello. Y sabe que hay una posibilidad muy grande de que muera. Es curioso, porque jamás ha apreciado su vida como receptora, y aún así no quiere morir. Pero es su vida o la de Jairo, y no le importa ser ella quien se lleve la peor parte. Se lo debe a su compañero. Fue marcado por su culpa. Ha tenido que cargar durante todo este tiempo con su marca, en silencio. Y por si eso no fuera poco, también ha tenido que cargar con ella. Sí, con ella, que se ha resistido con uñas y dientes a aprender, que se ha opuesto a todo lo que tuviese que ver con la orden. Que se escapó en cuanto tuvo oportunidad, y que se ha pegado todo el viaje incordiándolo, dirigiendo hacia él el odio que sentía hacia sí misma por no haber sido de capaz de acercarse a su familia, responsabilizándolo de un encuentro que no se llevó a cabo sola y exclusivamente por su culpa.