En la actualidad.
SANDRA permanece sentada en medio de aquel enorme salón. Sólo estaban los dos, pero cuando Jairo ha desaparecido por la puerta es cuando realmente se ha sentido sola. Y no sola en el restaurante, sino sola en el mundo.
Está petrificada. No sabe qué hacer. Después de unos minutos se levanta. Está claro que no puede quedarse ahí sentada.
La conversación de la última hora ha sido demasiado intensa. No sólo la historia de la muerte de Jairo, sino también su despedida. Su conmoción es enorme. Tanto, que recorre el camino hacia su habitación sin ser consciente de lo que hace.
Ha llegado hasta el final del pasillo sin darse cuenta. Eso quiere decir que ha pasado frente a su puerta sin verla siquiera. Vuelve sobre sus pasos, alicaída. Encuentra la habitación 446, e introduce la tarjeta en el lector.
Sin quitarse los zapatos, se tumba en la cama, boca abajo. Tiene ganas de llorar, y realmente no sabe por qué.
Por fin tiene lo que quería. Pero ¿realmente es eso lo que ella quería? No lo sabe. Introduce la cabeza en el almohadón y aprieta los dientes.
Si de verdad es lo correcto, ¿por qué se siente tan mal? ¿Por qué siente un terrible vacío en el pecho? Sus caminos se han separado, ya no tiene que preocuparse de que Jairo la arrastre con él. Pero ella no quiere que sus caminos se separen, quiere que permanezcan siempre unidos. ¿Cuándo ha cambiado de parecer? No lo sabe a ciencia cierta. En ese momento empieza a ser consciente de los sentimientos que se ha empeñado en enterrar todo este tiempo. Más allá del odio que le ha demostrado al chico, hay unas poderosas emociones. ¿Son amor? Nunca ha sentido nada parecido, nunca jamás. Lo que está claro es que no ha sido sincera con su respuesta, es decir, con ese par de palabras que ha balbucido a modo de contestación a su pregunta.
Había asumido que por su parte era agua pasada, y más viendo su actitud con ella desde que ocurrió.
La habitación de Jairo está dos plantas por encima de la suya. Y esas dos plantas que lo separan de él se le antojan como un abismo entero en ese instante.
Intenta serenarse. Seguro que a la mañana siguiente lo ve todo con más claridad y, sobre todo, con más optimismo del que siente ahora.
Se quita los zapatos y abre la colcha. Se mete en la cama y cierra los ojos, ordenándose a sí misma conciliar el sueño. Pero resulta ser una tarea imposible.
En la cena ha vuelto a sentir ese vínculo, esa confianza con la que Jairo y ella se trataban cuando estaban en la fortaleza. Esa confianza que se rompió con su traición.
Durante horas da vueltas. La cama es demasiado espaciosa. Echa de menos a la persona con la que ha compartido las noches de los últimos días. Siente un vacío tan grande en el otro extremo del colchón que hasta le duele. ¿Es eso posible?
Tiene que aceptarlo. Está enamorada de Jairo, pese a todas las cosas malas que le ha hecho. También ella se ha portado mal con él. Pero eso ahora no importa. Se lo tiene que decir, le tiene que confesar sus sentimientos. Si él aún piensa en ese beso, puede que lo que parecía arruinado por su equivocación aún pueda salvarse.
Se incorpora de un salto, dispuesta a hablar con él.