CAPITULO 41

Cuatro años antes del momento presente.

JAIRO tiene los nudillos ensangrentados, pero no se da cuenta. Continua golpeando con fuerza la puerta, de la misma forma en la que le gustaría golpearlo a él. De la misma forma en la que él ha golpeado a la mujer que le dio la vida.

Golpe tras golpe, patada tras patada. No sabe cuánto rato lleva solo, pero cree que su madre se ha marchado.

Da otra patada. No sabe de dónde saca las fuerzas, pero cada golpe es más contundente que el anterior. Otra patada más, pero todo lo que ha conseguido es hacer un hueco del tamaño de su bota en la parte inferior de la puerta. En ese momento oye a sus espaldas un tremendo estruendo, parecido a una explosión.

En la actualidad.

Jairo hace zapping con la televisión a un volumen tan bajo que una persona normal no podría escuchar ni una sola palabra. Un relámpago atraviesa el cielo nocturno e ilumina la pequeña habitación del motel de esa noche. Parece que pronto estallará una de esas fugaces tormentas de verano. Quizás así se refresque el ambiente y pueda despejarse un poco. Es complicado no sucumbir al sueño con ese soporífero calor.

Sandra duerme a su lado con expresión tranquila. Jairo también tiene sueño, pero no va a dormir. Sigue pasando los canales, con la esperanza de encontrar algo que le resulte mínimamente interesante. Aunque ahora viva en un mundo paralelo lleno de demonios y de poderes sobrenaturales, totalmente distinto a su anterior vida, la televisión sigue siendo igual de mala que cuando estaba vivo. Teletienda. Reposición de programa de cotilleos. Anuncios. Lectura del tarot. Más anuncios. Y es que a esas horas no hay nada que merezca la pena ver. No le interesa ninguna de las emisiones. Lo que a él le interesa está a su izquierda, en el mismo colchón en el que está tumbado.

No puede dormirse. No debe. Apoya la espalda contra el cabecero y se frota los ojos con el dorso de la mano. Deja un canal al azar y se incorpora ligeramente, decidido a prestar atención.

Se escucha un trueno cercano. Un susurro lo devuelve a la realidad. Sandra ha dicho algo. ¿Se ha despertado? Parece que no… No, sigue dormida. Sólo ha murmurado algo inteligible en sueños.

Al mirarla siente por milésima vez esa acuciante sensación, apremiante. Irrefrenable. Su piel. Sus labios. Ese deseo que lo está volviendo loco. La desea de una manera que supera lo irracional. Y no es sólo una necesidad física lo que Sandra le provoca, sino también una asfixiante necesidad emocional. Una necesidad de ella que a duras penas puede contener.

Eso es lo que más le preocupa, los desconocidos sentimientos que la chica ha despertado y de los cuales no sabe cómo deshacerse. No sabe cómo, pero tiene que enterrarlos para siempre. Se la va a sacar de la cabeza. ¡Hombre que si se la va a sacar! Escuchó en una ocasión que nunca se puede cometer el mismo error dos veces, porque la segunda vez no es un error, sino una elección. Y él está decidido a elegir bien esta vez, que de algo le ha tenido que servir el batacazo que se dio.

Con cierto dolor recuerda el momento en el que creyó que había encontrado a una persona especial, a alguien en quien confiar. A alguien a quien abrirse sin miedo. Se equivocó, y constatar su error fue un duro golpe para él. Quizás el más doloroso que había recibido nunca, y eso que los anteriores venían con fuerza. Pero este golpe era diferente. Sandra ni siquiera había movido un solo músculo para dárselo.

Puso un corazón casi muerto en sus manos, un corazón que de repente volvía a tener motivos para creer. Jamás le había importado nadie tanto como le había importado ella. Jamás había querido a otra persona de esa manera. ¿Y todo para qué? Para que lo destrozara. Y es curioso que esa chica que yace a su lado, de poco más de cincuenta kilos, haya conseguido lo que nadie más. Introducirse poco a poco, y de manera muy profunda, en esa férrea coraza que Jairo había levantado con los años. Y es que él, aunque quizás no lo aparentase externamente, se había entregado en alma a ella. A una esperanza, a la esperanza de ser feliz a su lado. A la esperanza de que ella le dejase hacerla feliz.

Se siente estúpido, vulnerable. Estúpido por haber creído que de verdad había una oportunidad para que él fuese feliz.

En ese momento se fumaría un cigarro. Es curioso, porque cuando era mortal, fumaba, pese a lo nocivo del tabaco. Y ahora que es inmortal lo ha dejado. Otra de sus incongruencias. Aunque la peor de todas es que sea capaz de regular las emociones de Sandra y conseguir que duerma tranquila y sin pesadillas, y sin embargo no pueda refrenar las suyas propias. Pero es que en esta situación no hay control posible, y menos cuando la tiene tan cerca.

Quizás sí aparentemente, viéndolo desde fuera, pero por dentro es otra cosa. Si fuese capaz de serenarse no sufriría por Sandra como lo hace. Aunque a Jairo le de miedo el simple hecho de pensarlo, debe reconocer que continúa perdidamente enamorado de ella, incluso después de su traición.