En la actualidad
EN la radio suena S&M de Rihanna. En lo que llevan de viaje la habrá escuchado algo así como cincuenta veces. A esta le sigue On the floor, de Jennifer López, que habrá sonado el doble de veces que la anterior. Los encargados del track list de esa emisora no se complican mucho la existencia. Ponen los éxitos que más suenan ese verano, uno tras otro. ¿Que se repiten? No importa. Con lo que se esmeran seguro que tampoco tienen muchos oyentes que se den cuenta.
Sandra se ha cansado de intentar llamar la atención de Jairo sobre el arañazo que lleva la puerta. Parece que el coche le importa menos de lo que sospechaba.
El sol ya no pega con tanta fuerza, pero todavía hace mucho calor. Ir sin la capota ayuda bastante a soportarlo.
Mira la marca morada que rodea su muñeca. Ya se está acostumbrando a tenerla ahí, al igual que las esposas. Es curioso que, aún muerta, le sigan saliendo moratones. No logra comprenderlo.
Su captor se ha empeñado en ir por carreteras secundarias que atraviesan las zonas desérticas de Andalucía. Más seguro, sí, pero aburridísimo. Si no fuera imposible, dadas sus circunstancias, ya se habría muerto de aburrimiento. Matorral de esparto tras matorral de esparto. Como mucho, tendrás suerte de ver algún que otro matojo de romero rompiendo la serie. Y eso es todo. Secarral total.
Jairo la mira de reojo con disimulo. ¿Lleva más de diez minutos callada? ¿Es eso posible? ¿Se encontrará bien? Frunce el ceño ligeramente, pero no se le nota. ¿En qué estará pensando? Espera, ¿qué le importa a él? Nada. “Nada”. Repite de nuevo en su cabeza, esta vez con más convicción.
El chico intenta mantenerse sereno, pero es increíble el poder que ejerce Sandra sobre él. Mientras más calla la chica, más intenta él suponer sus pensamientos. ¡Y no consigue parar de hacerlo! Igual está callada porque se encuentra mal. Sí, quizá sea eso. A lo lejos se adivina el cartel de una gasolinera. Parará allí, por si necesita ir al servicio.
Un año y medio antes.
La profesora de Filosofía ha entrado y está explicando algo sobre Kant. Es uno de sus filósofos preferidos, no le hace falta prestar atención. Sólo piensa en Álex, y en lo que le habrá dicho a Clara realmente. ¿De verdad está interesado en que ella vaya a la fiesta? Quizás le ha preguntado por todas las chicas, por Patricia y Julia también, pero Clara ha omitido esa información para hacer más jugosa la noticia. No la ve capaz, sabiendo que le gusta.
Un papelito le impacta en la frente y cae a su mesa. Se gira para mirar a Julia, que le insta con gestos a que lo abra.
“Tienes que intentar convencer a tus padres para que te dejen ir. Puede que esta sea tu oportunidad con Álex. ¡Júrame que esta tarde lo vas a intentar!”
Sandra le da la vuelta a la nota y escribe la respuesta disimuladamente.
“No puedo. Mi madre me ha dicho que no. Y además, ya sabes que no juro.”
Se la lanza a Julia aprovechando que la docente está escribiendo algo en la pizarra.
Su amiga la mira con disgusto tras leerla, y niega para sí misma, como si no tuviera remedio.
No importa que Álex haya preguntado o no por ella. Le han dejado claro que no puede ir. Es cierto que los exámenes de Filosofía y de Matemáticas de la semana siguiente son importantísimos, pero ya se los sabe al dedillo. No tendrá ningún problema en alcanzar de nuevo el sobresaliente. Aunque bueno, la noche del sábado no iba a dedicarla a estudiar de ninguna manera. Como mucho verá alguna película. Es una pena… Pero no. Su madre ha dicho que no.
Patricia se ha saltado la clase porque Juan la ha invitado a dar vueltas con su nuevo coche, así que Sandra se ha sentado sola.
Mira a Julia y a Clara, que ocupan el pupitre de la izquierda. Julia está mascando chicle sin ningún disimulo y mira distraída por la ventana. Da a un muro de piedra, pero a la chica parece interesarle más aquella visión que lo que le tengan que explicar sobre Kant.
Clara está garabateando algo en su cuaderno. Parece la lista de invitados a su fiesta.
Ninguna de las dos atiende. No les hace falta. Para eso tienen a Sandra, que siempre les echa una mano.
Sandra sabe que es diferente a sus amigas. Lo ha sabido desde el principio. ¡Incluso parecen de especies distintas! Pero ella, como tantas veces le han dicho, no es como el resto de las empollonas. No hay más que ver que está sentada en la última fila de la clase. No le gusta creerse más que nadie. Mientras el resto de chicas como ella intentaban sobresalir por encima de las demás y poner todas las zancadillas posibles al prójimo, ella se esmeraba en ayudar a los más necesitados (aunque estuviesen necesitados, precisamente, de horas de estudio y no de capacidad). Siempre prestaba sus apuntes y dejaba que le copiaran en los exámenes. Gracias a eso tenía amigas, y un estatus social que de otra forma jamás habría conseguido.
En ese momento suena la campana. ¡Por fin viernes!
Cientos de alumnos bajan veloces las escaleras que les devolverán a la libertad durante dos días. Efímera, pero libertad al fin y al cabo.
Clara y Julia conversan sobre la fiesta de camino al autobús. Han dejado a Sandra por imposible, ya no le insisten más.
—¡Hola chicas!
Sandra se gira para encontrarse con Álex, que acaba de alcanzarlas. ¿Se dirige a ellas? Normalmente sólo habla con Clara… Las tres le devuelven el saludo.
—Por fin it’s weekend! —Dice con un acento que deja mucho que desear, pero ellas le ríen la gracia—. Por cierto Sandra, te veré en la fiesta, ¿no?
Y para el asombro de ésta, le guiña un ojo. ¿Ha ocurrido de verdad?
—Bueno guapetonas, me voy que me espera mi padre aparcado en doble fila.
—Adiós Álex.
—Ciao, Álex.
Responden sus compañeras. Sandra no dice nada. Las pocas palabras que Álex le ha dirigido han hecho que se rompan todos sus esquemas, y que su férrea decisión de no desobedecer a su madre acabe de desmoronarse.
En la actualidad
—¿Qué haces? —Pregunta Sandra con desgana cuando lo ve salir de la carretera.
—Parar para ir al servicio.
—Vaya, ¿tienes incontinencia o algo así?
Jairo le devuelve la falsa sonrisa a la que ya está acostumbrada, y que cada vez la saca más de sus casillas.
Entran en un bar de carretera bastante cutre, que de seguro no cumple las condiciones sanitarias mínimas. Sólo hay dos camioneros con ligero sobrepeso frente a la barra. Ni siquiera los saludan al entrar.
La camarera, una chica rubia del Este, tampoco es mucho más simpática que ellos.
Jairo pide una Cocacola, y ambos miran a Sandra para ver qué se le antoja.
—¿Tenéis bocadillos?
—No.
—¿Y sándwiches?
—Sí.
Sandra se pone el dedo bajo la barbilla adoptando una expresión pensativa. Tiene hambre, pero lo que más quiere es crispar los nervios de Jairo, aunque en ocasiones parezca que sus esfuerzos son inútiles.
—Bien. Me gustaría un sándwich vegetal, sin tomate y sin cebolla. Con atún, con mayonesa y…
—No tenemos de ese.
—¿Ah no?
—Sólo jamón de york. —La corta la camarera de malas maneras, pronunciando de manera exagerada la r.
—¿Sólo jamón de york?
La chica del Este no se molesta en contestar. Con determinadas miradas sobran las palabras.
—Bueno, pues un sándwich de jamón de york y queso.
—Sólo jamón de york.
—¿No tenéis queso? ¿Es una broma?
Jairo está disfrutando de la escena. Los camioneros miran a Sandra como si fuera un bicho raro, una niña repelente. Se lo tiene merecido. Él sabe que no es así, que sólo se comporta de esa manera para fastidiarle. Pero está lejos de conseguirlo. En realidad, ya echaba de menos sus salidas de tono.
—Pues entonces no quiero nada.
Sandra se sube en un taburete y se cruza de brazos. Observa cómo Jairo se bebe su Cocacola. ¿No iba al servicio? Ella tiene unas ganas horribles de ir. Se bebió dos Aquarius hace rato, y desde entonces no han parado… Decide aguantarse un poco, y más después de lo que le ha dicho a él sobre la incontinencia. Se lo ha dejado a huevo para que se la devuelva.
Uno de los camioneros se marcha de la misma forma que cuando han entrado, sin despedirse.
Vale. Ya está. Ya no aguanta más. Se pone en pie.
—¿A dónde crees que vas?
—¿Tú que crees? —Le dedica una mueca que pone en duda su inteligencia mientras señala el cartel de los servicios.
Sandra avanza por el pasillo que le indica el cartel, y entra al de señoras. Cuando se gira para cerrar la puerta da un respingo.
—¿A dónde piensas que vas? —Le recrimina nerviosa a Jairo, que ha entrado tras ella en el lavabo.
Jairo ríe.
—¿Tú qué crees? —Se burla, imitando su voz.
El chico cierra la puerta tras de sí y se apoya en la pared con gesto despreocupado.
Sandra no puede reprimir un grito crispado, y se dirige a una de las cabinas.
—No, a esa no. A la otra.
La chica mira a la que le señala. Es la única que no tiene ventana.
—Claro, ¡¿cómo no se me ha ocurrido?! —Hace un aspaviento y sale de la primera cabina, en la que no le había dado ni tiempo de entrar—. Me cago en tu leche Jairo. Me cago en ti quinientas veces.
—¿Sólo quinientas?
—No, tienes razón. Me cago en ti mil veces.
El chico frunce el ceño ante sus palabras. Sandra da un portazo y lo pierde de vista. Reprime una carcajada. Qué tonto es.
Termina en seguida, pero no piensa salir ya. Va a tardar un rato, que se fastidie. Seguro que con ese calor se le derriten los hielos de la Cocacola… Mejor, que se la tome como una sopa, que en pleno verano apetece.
Se dispone a lavarse las manos, pero no hay jabón. Bueno, pues sólo con agua… Vaya, tampoco hay máquina de aire para secárselas, ni siquiera hay servilletas. Coge el rollo de papel higiénico y corta un trozo. Parece una lija. ¿Se puede ahorrar más en un bar? Sí, si directamente no comprasen papel…
—¡Venga Sandra que es para hoy!
El vozarrón de Jairo traspasa la puerta. Ya le está metiendo prisa. Aunque en realidad esa no es su intención. El chico teme que se encuentre mal y quiere asegurarse de que está bien. Pero se quedará un par de minutos más con la duda, pues no obtiene respuesta.
Sandra apoya las manos en los extremos del lavabo. Hay un pequeño espejo de bordes redondeados colgado en la pared. Ha cambiado mucho. Está casi irreconocible. Además no se acostumbra a ver sus grandes ojos marrones sin las gafas de por medio. Tras su muerte, su vista mejoró milagrosamente. Las viejas gafas para corregir la miopía ya no eran necesarias.
Se mira una vez más antes de salir. Sí. Definitivamente está mucho mejor sin ellas.