CAPITULO 3

En la actualidad.

SANDRA sonríe. No es una sonrisa disimulada, es una sonrisa abierta y cargada de chulería, incluso aderezada con algún que otro sonidillo prepotente.

A Jairo no le ha pasado desapercibida, al igual que todo lo demás que hace la chica. Qué fastidio tener que estar pegado a ella a todas horas, todos los días, y todas las semanas, él, que estaba acostumbrado a estar solo. Aunque la verdad es que supone una deliciosa tortura, pero eso no lo reconocería nunca, y menos después de lo que pasó. La sinceridad se ha acabado.

Sandra mira de reojo a Jairo. Está serio, pensativo. ¿No se da cuenta de que las esposas han provocado que una pequeña parte de la pintura de la puerta se haya desconchado? ¿De verdad que no se ha dado cuenta? ¿Ni siquiera al verla sobreactuar? Parece mentira, con lo observador que es. Lo mira unos segundos más. Sus ojos están cubiertos por los cristales oscuros de las Rayban, pero aunque estuvieran destapados sería lo mismo. Jairo es un experto en ocultar sus verdaderas emociones, de eso ya se dio cuenta hace tiempo.

¿En serio no ha reparado en el desperfecto que el metal ha causado en la tapicería? Pues nada. Tarde o temprano reparará en ello. Y seguro que le jode. Sandra suelta una pequeña risita, es su último intento fallido. Pero Jairo no aparta la vista de la carretera.

Un año y medio antes

—Tía, no me lo creo.

—Pues créetelo.

—¿Bromeas?

—No.

—¿Va en serio?

—Sí.

—¿De verdad?

—¡Que sí jolin!

—¿Qué pasa? —Las interrumpe Patricia.

—Que los padres de Sandra no le dejan venir a mi fiesta. ¿Te lo puedes creer?

Patricia abre mucho los ojos como respuesta a lo que acaba de decirle Clara.

—¡No!

Clara asiente.

—¿De verdad?

—Como lo oyes.

—¿En serio?

—¡Vale ya! No empecemos con la misma conversación otra vez. —Protesta Sandra, cansada del juego de las mil preguntas.

—¿Qué conversación? —Julia acaba de unirse al grupo.

—A Sandra le han prohibido ir a la fiesta de Clara. —Se apresuran a informar a la recién llegada.

—Qué pesadilla… —Murmura Sandra.

—¡No…!

—Sí, y es cierto, es verdad, y es así. —La corta rápidamente—. No hay nada que se pueda hacer.

—Joder, ¡pero si a mí me han levantado la hora de llegada por haber aprobado Lengua…!

Ahora la que no se cree lo que escucha es Sandra. ¿Que a Julia le dejan sin hora por haber sacado un cinco raspado? ¿Y las otras tres que ha suspendido? ¿Qué pasa con ellas?

—No la mires así, San. —Le reprocha Patricia—. Eso es lo normal. No lo tuyo.

—Totalmente de acuerdo. —Clara levanta la mano con gesto solemne—. Tus padres deberían de estar encantados de que, por una vez, te separaras del escritorio de tu habitación.

Piensa en las palabras de su amiga y se encoge de hombros.

—Dicen que no me puedo descuidar, que ahora me toca estudiar…

—¿¿Aún más?? —Julia parece a punto de tirarse de los pelos—. Eso, simplemente, ¡no es posible!

—No deja de ser una pena… —Clara cambia de estrategia y se dirige a ella con voz melosa. Se toquetea un mechón de pelo y consigue captar la atención de las presentes—. Precisamente ahora, que por fin Álex parece haberse fijado en ti…

—¿Qué quieres decir? —Sandra se incorpora del coche en el que están apoyadas automáticamente. Su amiga sonríe, feliz de haber conseguido su propósito.

—Que hoy me ha preguntado si ibas a venir a la fiesta.

—¿Qué? ¿En serio?

Clara asiente.

—¿De verdad?

La interrogada vuelve a asentir y ríe.

—¿No decías que te cansabas de este tipo de conversaciones?

—Sí, pero estamos hablando de Álex…

Julia ríe al ver los ojos enamoradizos que pone Sandra.

—¡Pero si no has cruzado ni dos palabras con él! ¡Lo tienes idealizado! Seguro que en realidad es un cazurro… ¡Ay! —No ha podido esquivar el puñetazo que su amiga le ha propinado en el hombro.

Puede que tenga razón, pero le da igual. Cada vez que lo ve por los pasillos del instituto su corazón se acelera. Qué pena que ella curse el Bachillerato de Ciencias Sociales. Si cursara el de Naturales quizá podrían sentarse en el mismo pupitre…

—Por eso, esta fiesta es más importante que las demás. —Patricia la saca de sus cavilaciones—. Nunca vienes a ninguna, y jamás te lo reprochamos. Entendemos que te guste ser una empollona. Pero esta vez es diferente.

—Esta vez tienes que venir. —La apoya Julia.

Sandra suspira. Puede que sus amigas tengan razón. Pero su madre es la que realmente mira por su bien, y le ha dicho que tiene que estudiar.

En ese momento se oye una sirena cercana. El recreo ha terminado. Las chicas apuran la última calada del cigarro y después pisan las colillas. Todas menos Sandra, por supuesto. Es la única que no fuma. Y juntas, como siempre, se encaminan hacia el edificio.