En la actualidad.
JAIRO odia con todas sus fuerzas la melodía del móvil que sirve de despertador. No importa que canción escoja, aunque sea una de sus preferidas. En cuanto es utilizada como tonadilla con la que despertarse, automáticamente le coge manía. Se fuerza a abrir los ojos, pues como los vuelva a cerrar se quedará frito.
Sandra no ha oído nada, y sigue plácidamente dormida. Tiene la boca ligeramente abierta, y Jairo contiene la risa al verla. Esa risa contenida pronto se convierte en una triste sonrisa. No importan las circunstancias, no importa la ropa que lleve, no importa si está totalmente despeluchada. Ni siquiera importa que lleve patatas fritas o toda la mugre del suelo del McDonalds pegada en el pelo. Ella siempre está guapa.
Jairo no es de los que creen en el amor a primera vista. En un flechazo sólo te enamoras de la idea que te haces de cómo es la otra persona, de la personalidad que supones que tiene. No, Jairo no cree en esas tonterías del amor a primera vista. Ni en el amor de esa clase ni en ningún otro. Él, simplemente, no cree en el amor. La vida (y lo que lleva de muerte) le ha enseñado que las personas son tremendamente egoístas. Pero sabe que aunque se hubiesen encontrado en otras circunstancias, se habría fijado en ella igualmente. Hay algo en esos preciosos ojos felinos que lo invitan a desear conocer más y más de ella. Y eso son palabras mayores, pues Jairo nunca ha buscado a ninguna chica. Las chicas simplemente iban a él, atraídas como hacia un imán, y él elegía a alguna privilegiada con la que pasar un rato. Sólo eso.
Y de nuevo esa estúpida pregunta, rondando por su cabeza. Una pregunta sin respuesta. Una pregunta que se repite continuamente, desde aquella noche.
Esa duda recurrente lo crispa ya a primera hora. Se pone de pie de mala leche, cabreado con el mundo, cabreado con ella y cabreado consigo mismo. Se encierra en el baño de un portazo, sin importarle que pueda despertarla.
Se da una ducha con agua fría, intentando despejar la mente y alejar el sueño que se cierne sobre él con pesadez. ¿Por qué le da tantas vueltas al asunto? De sobras sabe la respuesta. Pero hay algo dentro de él necesita oírlo de los labios de Sandra. Con un poco de suerte, aderezado con algún insulto, para no perder la costumbre.
Hace seis meses, en la Fortaleza.
Sandra ha salido de su estado vegetativo. No sabe cuánto tiempo lleva bajo las sábanas, tampoco le importa. No es relevante si han pasado meses o incluso años. Sólo quiere salir de ese horrible lugar en el que la tienen retenida. Ya no le quedan lágrimas para seguir llorando. Las ha gastado todas.
Se levanta de la cama y camina lentamente por la habitación, siendo consciente de su propio cuerpo por primera vez desde hace meses.
Pero lo más importante de este nuevo despertar de Sandra, es la férrea determinación con la que se ha puesto en pie, dispuesta a afrontar su destino.
Tiene un plan, un plan meticulosamente elaborado. Y está dispuesta a llevarlo a cabo cueste lo que cueste. Se lo debe a sí misma. Se lo debe a su familia.
Si tras ver los recortes que contenía la carpeta, quería estar frente a Jairo para increparlo y culparlo de haberlos falsificado, ahora lo que desea es preguntarle. Preguntarle y que él pueda responder a una serie de dudas que no la dejan vivir.
En ese momento entra la mujer rubia en su habitación, bandeja en mano, y no puede reprimir su sorpresa al verla de pie, junto al escritorio. La impresión hace que la comida esté a punto de resbalar de sus manos.
—¡Hola! —Le dice con una amable sonrisa que ilumina su cara regordeta.
Sandra le devuelve el saludo, pero no la sonrisa.
—¿Tienes hambre? —Pregunta la mujer, intentando alargar la conversación que tanto anhelaba que se produjese. La verdad es que empezaba a temerse que esa chica nunca más volviese a hablar.
Ella niega con la cabeza.
—Bueno, te lo dejo aquí, por si luego te apetece. —Dice colocando la bandeja sobre el escritorio—. La cocinera hace unas natillas estupendas, seguro que te gustan. —Y tras dedicarle otra sonrisa se dirige a la puerta.
Sus años de experiencia le dicen que es mejor no forzar a los nuevos receptores a hablar, pues se consigue el efecto contrario al deseado. Además, el mero hecho de verla en pie ya constituye un buen augurio.
—Lola. —La llama la chica con voz ronca, con una voz que no ha sido utilizada en mucho tiempo.
La mujer se gira, sorprendida no sólo de que se dirija a ella, sino de que recuerde el nombre que le dijo meses atrás.
—¿Necesitas algo? —Inquiere con voz dulce, animándola a continuar.
Sandra tose, aclarándose la garganta antes de volver a hablar.
—Sí. Hay un chico, Jairo. Es mi responsable o algo así. —Lola asiente con la cabeza, y ella continúa—. Me gustaría hablar con él.
—Yo me encargo. —Dice la mujer, y con una última sonrisa sale de la habitación.