En la actualidad.
ELISA está en la puerta de su habitación. Mira el interior, sin terminar de atreverse a entrar.
Sandra la observa dudar, sentada en el borde de su cama. Todo está igual que siempre, bueno, excepto por esa maleta rosa que hay junto a la puerta, que no recuerda haber puesto ahí.
Finalmente su hermana se decide a entrar, con pasos cautelosos.
—Cariño, ¿te pasa algo? —Le pregunta, viendo el cuidado con el que se mueve. Elisa nunca tiene reparo alguno en entrar gritando o saltando en su cuarto. No importa que Sandra esté estudiando, esté durmiendo, o esté chateando en el ordenador. La niña es así, todo alegría y alboroto.
Por eso se sorprende tanto cuando la ve mirar con recelo a la balda superior de su estantería.
Vale, ahora Sandra ya comprende la actitud de su hermana. La niña tiene los ojos fijos en la cajita de música que le regalaron sus padres cuando terminó 4º de la ESO con sobresalientes en todas las asignaturas. Tiene un gran valor, pues a excepción del mecanismo interno, está totalmente realizada con cristal.
Es obra de un artesano, que la fabricó a mano. Al hombre le llevaba casi tres meses de trabajo realizar cada una de sus creaciones, y es una auténtica joya. Sandra se enamoró de ella cuando la vio en un escaparate. Había una decena de cajitas, pero quedó prendada de esa en concreto. Los ornamentos de vidrio irisado destacaban sobre la tapa, de cristal rosáceo. Resultó ser extremadamente cara, tanto que Sandra ni se planteó el tenerla.
Sin embargo, sus padres decidieron comprársela en secreto, y dejársela sobre la estantería a modo de sorpresa, justo el día del inicio de las vacaciones de junio.
Sandra se sorprendió tanto que incluso lloró. Ya no fue sólo por la cajita, sino por el detalle que tuvieron sus padres, de recordar qué era lo que tanto le había gustado y su disposición de volver a la tienda para comprarlo.
Al ser de cristal es tremendamente frágil, y es lo único que Elisa tiene prohibido tocar en su habitación. La niña parecía haberlo aceptado. A regañadientes, pero aceptado. Sin embargo, ahora parece que la cajita ha vuelto a llamar su atención.
Sandra mira con cariño la caja de música, y se le enternece el corazón al adivinar el anhelo en los ojitos de la niña.
—Cógela princesa. Te la regalo. —Le dice con voz suave.
Sin embargo la niña está tan ensimismada que no la oye.
—¿Me escuchas, Elisa? Es para ti. —Repite Sandra.
En ese momento todo se vuelve borroso, y se despierta sobresaltada en la habitación de un motel. Le cuesta comprender dónde está, y en cuanto lo hace, las lágrimas empiezan a correr por sus mejillas. Por desgracia ha sido un sueño, ¡pero era tan real…! Su hermana estaba distinta, más guapa, con los rasgos más perfilados. Pero es que hace mucho tiempo que no la ve, y en ocasiones le cuesta recordar su cara con precisión.
Suspira y se tiende en la cama, con cuidado de no despertar a Jairo. Se coloca de lado, de forma que su rostro queda frente al suyo. Los primeros rayos de luz se cuelan por la persiana de lamas, revelando sus perfectos rasgos.
Hace un año y medio, en la ciudad.
Por suerte para Álex, Julián ha confirmado su coartada. Tras pasar la peor noche de su vida en el calabozo, por la mañana lo han dejado marcharse.
Julián no sabe que si hubiese decidido sentenciar injustamente al chico, al mismo tiempo hubiese firmado su propia sentencia, porque su mentira se hubiese descubierto. La Policía ha conseguido un par de grabaciones de las cámaras de seguridad de unos grandes almacenes cercanos a casa de Julián, en las cuales se los ve a ambos caminando a la hora del crimen, confirmando así su coartada.
Además, se han hecho con otras grabaciones que fueron filmadas lejos de allí, en otra parte de la ciudad. Por desgracia son de muy baja calidad, pertenecientes a pequeños comercios, y la identificación de los cinco sujetos que en ellas aparecen está siendo realmente complicada.
Los padres de Sandra, Julia, Clara, Patricia, Julián, Alejandro y prácticamente todos los alumnos que cursan bachiller en el instituto en el que estudiaba la chica, han sido llamados para colaborar en la identificación de los mismos. Pero nadie ha podido reconocer a los agresores.
La Policía investigará durante meses al círculo más próximo de la chica, sin ningún resultado. Más tarde ampliará el cerco, pero todo será en vano. Mucho tiempo después, el caso será cerrado, archivado sin resolver, y sin haber encontrado a los culpables para que paguen por su delito.
Hace siete meses, en la Fortaleza.
Sandra tardó más de una semana en decidirse a abrir la carpeta. Primero, porque se decía a sí misma que su contenido no le interesaba lo más mínimo. Después, porque se intentó convencer de que nada de lo que escondiese podría hacerla cambiar de opinión. Y más tarde, por miedo. Sí, por miedo a lo que contuviese. Las palabras de Jairo “Ahí te dejo una sorpresa, a ver si abres los ojos de una maldita vez” no aventuraban nada halagüeño.
Aunque había barajado diferentes opciones, ninguna se acercaba ni por asomo a lo que finalmente encontró: decenas de recortes de periódicos, reportajes enteros, fotografías y pequeñas noticias, sacadas de diferentes medios. Pero todas ellas relativas al mismo suceso: la brutal muerte de la adolescente Sandra Sánchez Valero.
Su primer impulso fue arrojar la carpeta al otro extremo de la habitación y resguardarse bajo las sábanas. No sabe de dónde sacó las fuerzas para obligarse a mirar todos y cada uno de los recortes. En un estado mezcla de shock y mezcla de horror, vio noticias relativas a la marcha de la investigación, a la búsqueda de sospechosos, a la reacción de la gente de su entorno…
Los recortes estaban sacados de todos los medios impresos del país: de revistas del corazón, de periódicos locales y autonómicos, e incluso algunos de medios de tirada nacional.
Ahí ponía que habían abusado de ella, para después acabar con su vida. Pero ella, en realidad, no se acordaba de nada de eso. Lo último que recordaba era la fiesta de Clara.
En un principio deseó tener a Jairo delante, para increparlo por cometer semejante vileza. Seguro que eran falsos. Pero después empezó a encontrar caras vagamente conocidas en las fotografías, caras desencajadas por el dolor. Expresiones que no podían haber sido falsificadas, al igual que tal volumen de noticias y precisión de datos personales. Había una foto, en la que una demacrada chica parecida a Julia intenta sostener una pancarta que reza “Justicia para Sandra”. Había otra de la puerta de su instituto, en el que alguien había montado un improvisado altar lleno de velas, cirios, fotografías suyas, flores, peluches… No podían ser falsas.
Sandra tuvo que aceptarlas como verdaderas, pese a que el horror desgarró su alma por completo.
Habían pasado muchos días de la dantesca lectura. Quizás semanas enteras. Tal vez incluso meses. Sandra se había refugiado debajo de las mantas y no salía de allí. El resto de receptores, y especialmente su responsable, habían decidido que la mejor opción era darle tiempo.
También llevaba muchos días sin comer ni beber lo que le traía la señora rubia. Alguna vez probaba un pequeño bocado de algo, para volver después a la cama. Inexplicablemente seguía con vida, aunque se encontraba muy débil. Estaba en tal estado de conmoción que no podía pensar. Su encefalograma estaba completamente plano.
Cuando era pequeña y se acostaba triste, a la mañana siguiente todo parecía mejor, como si el recién salido sol arrojase una nueva luz. Pero desde que llegó a la fortaleza, Sandra se acuesta llorando y al despertar su situación no ha mejorado, ni hay una luz diferente con la que mirarla. Es terrible dormirse llorando y retomar el llanto al despertar, sin optar a la tregua que el sueño da sólo a los problemas livianos.