CAPITULO 26

En la actualidad.

EL enfado de Sandra poco a poco ha ido remitiendo. El incidente del McDonalds parece ahora un suceso lejano.

Han pasado todo el día en silencio. En silencio, y en la carretera, claro está. No se han dirigido ni una sola palabra, ni un solo insulto. Ni siquiera cuando pararon a cenar y ella mareó con sus sugerencias al camarero. En esa ocasión Jairo tampoco dijo nada, y ahora que se han detenido a pasar la noche, la chica empieza a preocuparse. Sin embargo, como están inmersos en ese continuo tira y afloja, no quiere preguntarle a qué se debe su actitud. Por eso opta por aflojar un poco, sólo un poco.

—¿Otra vez tenemos que dormir en un mugriento hostal de carretera? —Le pregunta, pero no hay tanta sorna en sus palabras como otras veces.

Él la ignora. Es cierto que podría llevarla a cualquier sitio mejor, pero no le da la gana. Así de simple.

—Eres un carca y un cutre.

Jairo le dedica una mueca burlona, y sus ojos azules brillan un instante con ese halo característico. Sandra se relaja en cuanto aparece ese atisbo de sonrisa.

—Vaya, es lo más bonito que me has dicho en todo el día.

Y después, ese brillo se extingue y vuelven a estar tan opacos como lo han estado desde por la mañana.

—¿Estás cansado? —Inquiere ella, ahora ya si, completamente preocupada.

—¿Qué te importa? —Le responde él con brusquedad, temiendo por un instante que Sandra sospeche el motivo de su cansancio.

—¡Sólo te he preguntado que si estabas cansado!

—Y yo sólo te he preguntado que qué te importa. —La voz de Jairo ha sonado más borde de lo que pretendía.

—Capullo. —Murmura Sandra, y ella misma se esposa al cabecero. No quiere ni que se le acerque.

Se tumba en la cama dándole la espalda y cierra los ojos. Por lo menos últimamente duerme bien. Cae rendida todas las noches, tan cansada como está del viaje. Y las pesadillas parecen haber desaparecido. Sabe que en pocos minutos el sueño se apoderará de ella y se olvidará del idiota con el que comparte la cama.

Jairo ha observado con curiosidad como ella misma se esposaba. Eso no se lo esperaba. Definitivamente el comportamiento de Sandra es impredecible. Está chalada.

Se tumba en la otra punta de la cama, dejando todo el espacio posible entre ellos. No, mejor se sienta, que si está echado seguro que se duerme, y no se puede permitir ese lujo, porque entonces no puede controlar las pesadillas de la chica.

Se concentra en regular las emociones de Sandra, transmitiendo serenidad y tranquilidad. Hace unos meses, ni siquiera sabía que tenía esa capacidad. Lo descubrió un día, por casualidad, cuando comprobó que su deseo de consolarla era tan grande que de alguna manera traspasaba su cuerpo en forma de energía, de una energía capaz de calmarla a ella. El problema es que le resulta muy agotador, y más después de varias noches.

Se planteó la posibilidad de hacerlo sólo mientras ella conciliaba el sueño, pero las pocas noches que se ha descuidado, las pesadillas de la chica han vuelto. Y, aunque realmente piense que después de todo lo ocurrido Sandra no se merece que él pase las noches en vela vigilando su sueño, hay algo en su pecho que lo obliga a hacerlo.

Así, Jairo pasa la noche entera prendado de la acompasada respiración de Sandra. Sin embargo llega un momento, antes de la madrugada, en la que el cansancio lo vence y se queda dormido.

Hace un año y medio en la ciudad.

—Y esta es la versión de los hechos facilitada por Alejandro Muñoz Tardienta. —Concluye el oficial, tras haber leído dos folios mecanografiados.

Julián está tan blanco como el papel que acaba de dejar el hombre sobre la mesa.

A última hora de la tarde, dos policías aparecieron en su puerta y le pidieron que los acompañase a comisaría, para hacerle unas preguntas. Suerte que sus padres estaban de viaje, porque se hubiesen asustado muchísimo.

Pese a que Julián les insistió durante todo el trayecto que realizaron en coche, ellos se negaron a darle más detalles. No sabía sobré qué le iban a preguntar.

Una vez en la sala de interrogatorios, la misma en la que un par de horas antes había estado sentado Álex, le explicaron lo sucedido.

¿Sandra muerta? ¿Violada? ¿Su Sandra?

Julián había vomitado lo poco que había comido ese día. Los asqueados policías tuvieron que llamar a una señora de la limpieza, antes de comenzar con el interrogatorio.

—¿Corrobora usted la versión del señor Alejandro Muñoz Tardienta? —Pregunta el oficial, pero el chico apenas escucha su voz.

Su amigo, más bien ex amigo, es el principal sospechoso. ¿Cómo puede ser? Excepto el rato en el que el muy capullo salió al jardín con la chica, estuvo todo el rato con él. En cuanto lo enfrentó le dijo que su amistad se había acabado para siempre, y se marchó a casa.

Álex le pidió disculpas por lo sucedido, pero él lo ignoró. Que lo hubiese pensado antes. Sin embargo se empeñó en conseguir que lo perdonase, y lo siguió todo el camino a casa dándole excusas e insistiendo. Un pesado de báscula. Había resultado un auténtico calvario caminar más de media hora con él suplicándole detrás. Cuando llegaron a casa, Julián le cerró la puerta en las narices.

Álex no se había dado cuenta de la gravedad de sus hechos hasta que no se encaró con su amigo. Mientras desplegaba sus encantos con Sandra no le importó lo más mínimo lo que él pensase, segurísimo como estaba de que lo perdonaría sin dificultad. Pero después estaba muy angustiado. Julián no se merecía su traición. Y aunque para Álex Sandra era una más, acababa de comprender que para Julián era alguien especial, aunque no tuviese ni una sola posibilidad con ella.

“¡Venga Julián, abre la puerta!” Y llamó al timbre del chalet quince veces seguidas. “¡No pienso marcharme hasta que no lo hagas!” Y golpeó el llamador otra veintena de veces más, hasta que acabó con la paciencia del sosegado Julián, que salió hecho una furia y le arreó cuatro o cinco puñetazos. Alejandro ni siquiera se defendió, pues en lo más hondo del pecho sentía que se los merecía. Cuando su amigo por fin paró, lo siguió hasta el salón, y se sentó a su lado. Volvió a pedirle disculpas un centenar de veces más, pero él ni siquiera lo miró.

No sabe en qué momento ocurrió, pero entre el alcohol que habían bebido, y el aburrimiento provocado por el repetitivo discurso de Álex, los dos cayeron profundamente dormidos hasta bien entrada la tarde. Uno con la cabeza apoyada en el hombro del otro, tirados en el sofá.

—¿A qué esperas para contestar, muchacho? ¿Corroboras su coartada o no?

Julián se sobresalta al escuchar la profunda voz, y mira al oficial como si acabase de aparecer de la nada en ese mismo instante.

Antes de contestar, piensa en el aspecto que tenía Alejandro cuando se marchó de su casa. Lo había dejado hecho un cromo. Pero es que le pegó con rabia. Él está perfectamente, es decir, en apariencia, porque las heridas internas no se ven a simple vista. Si él negase la versión de Álex, todos lo creerían.

El chico duda. Nunca ha tenido tan claramente el futuro de una persona en sus manos. De las palabras que a continuación formule, depende la vida entera de Álex. De su ex amigo, ese mismo que la noche anterior provocó que el mundo entero se hundiese bajo sus pies. Tiene en sus manos la posibilidad de devolvérsela, de devolvérsela con intereses. Tras un largo silencio, habla.

—Sí. —Responde Julián arrastrando las palabras—. Todo lo que Álex ha relatado ocurrió tal y como lo ha contado.

Los policías suspiran, y él también. Ni siquiera sabe por qué ha dudado. La traición que ha cometido su amigo no justificaría una mentira de tal envergadura.

Julián se encuentra un poco mejor, dentro de su estado de nervios. Ha actuado bien.

No podía hacerlo de otra manera. La injusta condena de Álex sería la suya propia, obligado a cargar de por vida con ello sobre su conciencia.