Hace un año y medio, en la ciudad.
ANITA está de los nervios. Se muerde con ansiedad las uñas, cosa que no hacía desde que iba al instituto, y ha llovido mares desde entonces. También hace mucho que no fuma, pero con manos temblorosas saca el paquete del Marlboro de la chaqueta de su marido y se mete uno en la boca. Tras varios intentos fallidos de encender el mechero, el oficial que tiene enfrente se ofrece a hacerlo él. Con semblante serio acerca la llama al cigarro de la mujer, pero ella ni siquiera lo mira.
Está a punto de que le dé un jamacuco. Mira de reojo a los dos policías que no tendrían que estar en su salón y vuelve a llamar a su hijo al móvil, pero al igual que las cien veces anteriores, no contesta. Desde que anoche se fue a la fiesta de una compañera del instituto, no ha tenido noticias suyas.
Con la mano izquierda va dando profundas caladas al Marlboro, y al mismo tiempo se muerde las uñas de la derecha. Está echa un manojo de nervios.
No entiende por qué aquellos hombres quieren hablar con él. Su hijo es un buen chico que nunca se mete en líos. No es de los más estudiosos, eso tiene que reconocerlo, pero está segura de que no ha hecho nada que justifique la presencia de esas dos personas uniformadas, que están terminando con su paciencia y empezando sus jaquecas.
La pobre Anita ha intentado razonar con ellos. Les ha dicho que en cuanto apareciese se dirigiría a la comisaría más cercana con él. Que ella se encargaría, que les daba su palabra. Pero ellos no parecen haberla creído, o simplemente han pensado que estarían más cómodos si esperaban sentados en su sofá hasta que el chaval decidiese hacer acto de presencia.
¡Si por lo menos Paco estuviera con ella! Pero no, después de comer se ha ido a echar el guiñote, sin ninguna preocupación por el paradero de su hijo. No es la primera vez que vuelve a casa bien entradito el día. Claro, que ninguno de los dos pensaba que iban a recibir una visita tan inquietante como esa.
En ese momento se escucha cómo una llave se introduce en la cerradura de casa. Anita da un brinco, pero uno de los oficiales le hace un gesto para que permanezca sentada.
El otro se dirige a la puerta que acaba de abrirse, placa en mano.
A Anita se le desencaja la expresión al ver los moratones y arañazos que trae su hijo en la cara. Independientemente de la razón por la que lo busquen, ese aspecto no lo va a ayudar en absoluto.
—¿Alejandro Muñoz Tardienta? —Le pregunta al asombrado chico, que abre mucho el ojo izquierdo. El derecho se queda cerrado, de tan hinchado y morado como lo tiene.
El otro policía se levanta del lado de Anita y se cuadra al lado de su compañero.
—Queda usted detenido como presunto sospechoso de la violación y asesinato de Sandra Sánchez Valero.
—¿Quéééé? —Es lo único que logra articular el chico, que mira a su madre, que parece haber sufrido un colapso nervioso en el sofá.
—Acompáñenos. —Ambos policías lo sujetan con firmeza por los brazos y lo conducen a un coche patrulla que han aparcado en una calle perpendicular, para no advertir al sospechoso de su presencia.
Álex intenta pensar con claridad, pero le resulta imposible. ¿Sandra Sánchez es la Sandra del instituto? ¿Y que le ha pasado qué?
—¡Soy inocente! ¡Yo no he hecho nada! —Se defiende.
Pero los policías no parecen escucharle. Lo meten en la parte trasera del vehículo, y se ponen en marcha hacia la comisaría.
Hace once meses, en la Fortaleza.
“Así que sus ojos eran marrones…” Piensa Jairo, tumbado en la cama de su cámara. Se lo había preguntado anteriormente, y ya tiene la respuesta. Antes incluso de lo que pensaba, pues nadie imaginaba que fuese a despertar tan pronto de su periodo de inhibición. Pero la chica ha resultado ser peor que lo que su angelical apariencia hacía presagiar.
Jairo ya no sabe qué hacer para acercarse a ella, se le han acabado las ideas. Ha utilizado todas las tácticas que se le han ocurrido: ha intentado hablar con ella, ha intentado razonar, le ha preguntado por su anterior vida a ver si así se animaba a hablar… ¡incluso ha intentado que comiese! Pero todo ha sido en vano. Lo único que ha conseguido sacar de sus labios es su nombre. Aunque Jairo se enteró hace tiempo, por las noticias. Se llama Sandra.
Y Sandra es tremendamente testaruda, y no le está poniendo nada fácil llevar a cabo su misión.
Ya ha pasado un mes desde que despertó, y no han avanzado nada. Nada de nada.
Jairo jamás ha fallado en una misión encomendada. Como mucho ha traspasado los limites, como la vez que la salvó a ella, precisamente. Y Jairo odia fallar.
Pero ya no es sólo cuestión de tener éxito o no en su encargo. Se trata de algo más personal. Sabe que Sandra está sufriendo, y mucho. Sus ojos son un mar de lágrimas en todo momento, y sus ojeras las más oscuras que ha visto nunca. Se ha encontrado a gente con muy mal aspecto en su vida, pero lo de esta chica ya raya lo dantesco. Si no estuviese muerta, temería por su salud.
Imagina su habitación, en el ala D. Seguramente seguirá dentro de la cama, llorando, que es el estado en el que habitualmente la encuentra. Pero sabe que lo único que la chica necesita realmente, es lo único que no le pueden permitir. No puede reencontrarse con sus familiares, pues acabaría en tragedia. Y eso es lo que más les cuesta asumir a los nuevos receptores.