En la actualidad.
JAIRO ha conseguido serenarse. Le ha llevado toda la tarde y parte de la noche conseguirlo, pero ya está más calmado. Poco a poco ha logrado que la imagen de Sandra y de Ángel desaparezca de su mente. Bueno, o al menos que no haga acto de aparición cada dos minutos.
En ese momento están en un cutre motel de carretera. Sandra acaba de entrar al cuarto de baño, y ahora que se ha quedado solo, por primera vez se plantea la posibilidad de que él tenga algo de culpa.
No debería utilizar de nuevo ese poder, y menos viendo cómo se lo ha tomado su compañera, pero aún así lo hace.
Sandra se está lavando los dientes y da un respingo al escuchar dentro de su cabeza la odiosa voz de Jairo.
“Lo reconozco. Me he pasado.”
Se atraganta con el dentífrico, y tose escandalosamente. Qué imbécil. ¿Se supone que eso es una disculpa?
La chica sale del baño y lo ignora. Él la observa desde la esquina en la que está estudiando un mapa de carreteras. Está seguro de que su mensaje le ha llegado. Esas toses asfixiadas que se escuchaban tras la puerta son la prueba de ello. ¿Entonces por qué no dice nada?
Le encantaría poder leerle la mente. Pero no. Por desgracia ese poder sólo lo tiene Samuel, al igual que el de teletransportarse. Tiene muchos poderes, sí, pero carece de los dos que le parecen más útiles.
Al lado de Sandra Jairo se siente inseguro. Y, si hay algo que odia Jairo, es sentirse inseguro. ¿Qué estará pensando?
Sandra, ajena, se toca distraída la entumecida muñeca. Son muchos días con las esposas, y aunque no le duele continuamente, cuando hace determinados giros ve las estrellas. Entonces se da cuenta de que la observa.
—¿Qué coño miras?
—A ti.
—Eso ya lo veo. —Le hace una mueca que pone en entredicho su inteligencia—. ¿Y en qué estás pensando para tener esa cara de estúpido?
Jairo la mira con ojos maliciosos, incitándole a pensar cualquier cosa opuesta a la verdad.
—No querrías saberlo.
—Imbécil.
El chico suspira. Siempre están igual. Y la verdad es que empieza a cansarse.
—Déjame ver. —Dice en repentino tono amistoso, levantándose de la silla.
Para la sorpresa de Sandra, se acerca a ella y le coge el brazo. Repasa con su pulgar el trazo que forma la moradura alrededor de la muñeca, con una suavidad que la chica no esperaba. Se estremece al sentir el contacto de su piel en la suya. Retira bruscamente la mano al mismo tiempo en el que un escalofrío recorre su espalda.
Jairo frunce el ceño. Se da por aludido y pone espacio de por medio, no sin antes esposarla de nuevo.
Con la expresión pétrea entra en el cuarto de baño y cierra de un portazo que bien podría haber tirado el tabique entero. Se quita bruscamente la ropa y deja que el agua de la ducha lo relaje.
Sólo intentaba ser amable. ¡Incluso se ha disculpado! ¡Él! ¡Pidiendo disculpas!
¿Qué se ha creído la muy estúpida? ¿Que se le estaba insinuando? ¡Ya querría ella!
Hace un año, en la Fortaleza, la tarde en la que Sandra despierta.
Sandra está encogida en la esquina de la habitación más rara que ha visto en su vida, y totalmente descolocada. Le recuerda al decorado de alguna película. ¿Ha perdido la razón? ¿Está en un manicomio o algo así?
En ese momento se escucha un zumbido eléctrico y una de las paredes metálicas se abre, dejando espacio para que entren dos personas. No sabe quiénes son, pero desconfía inmediatamente.
Sandra presiona aún más la espalda contra la pared, deseando poder traspasarla, deseando salir de allí.
El señor, de pelo cano y rondando los sesenta, se presenta como Samuel. Lo acompaña un chico de poco más de veinte años, de increíble belleza y cuerpo esbelto y musculoso. El señor lo presenta como Jairo.
Sandra no dice nada, ni siquiera cuando le preguntan por su nombre.
Los mechones de pelo negro azabache caen por el perfecto rostro del chico. Con unos profundos ojos azules le dice que no tenga miedo. Pero ella tiene motivos suficientes para tenerlo. Le recuerda enormemente a Damon Salvatore. Sí, si estando en una situación como esa ha pensado justamente eso es que ha perdido la cabeza.
El hombre se acerca, pero se detiene cuando ve a Sandra replegarse todavía más sobre sí misma.
Y, para sorpresa de ella, empiezan a relatar con aparente coherencia la historia más incoherente que ha escuchado en la vida. Le dicen que ha muerto a manos de cinco Askar, que son algo así como demonios. Que por suerte ellos intervinieron y salvaron su alma y su energía. Que crearon un nuevo cuerpo receptor, una réplica exacta del anterior solo que mejorado, para que albergase su alma, recibiese energía y desarrollase poderes. Que ha tardado seis meses en despertar…
Sandra no puede escuchar una palabra más. Esos perturbados deben de haberla secuestrado. Pero no sabe cómo ha llegado allí. Tiene los recuerdos borrosos, desde la fiesta de Clara. ¿Dónde está su amiga? No lo sabe. Sólo sabe que tiene que salir ya mismo de esa extraña habitación y poner toda la distancia posible con esos dos dementes.
Se pone en pie con mayor dificultad de la que había supuesto, y echa a andar hacia la puerta todo lo deprisa que le permiten sus pies descalzos y sus extrañamente entumecidas piernas.
El hombre ha parado de hablar y la observa con curiosidad. Sandra no dice nada cuando pasa a su lado. Todo lo que piensa es en alcanzar la puerta.
Sin embargo el chico se pone delante de ella, bloqueándole el paso. Intenta bordearlo, pero él no la deja. Ella reúne todas sus fuerzas para empujarlo, pero no consigue moverlo ni un milímetro. Entonces empieza a darle puñetazos en el torso, y Jairo reacciona. Sujeta con fuerza sus muñecas, inmovilizándola completamente.
—¡Suéltame! ¡Suéltame! —Grita ella—. Dejadme marchar, por favor… —Ahora habla en un ligero susurro, cargado de súplica—. Por favor… Mis padres tienen dinero, os darán lo que pidáis…
Empieza a llorar y grita con más fuerza.
—¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! ¡Sacadme de aquí! —Los gritos retumban por todo el subsuelo 3.
En ese momento aparece Lola, que con la ayuda de Jairo le inyecta un calmante en el hombro.
Cuando pierde la consciencia, el chico la coge en brazos y la lleva a la que a partir de entonces será su cámara, en el ala D.