CAPITULO 20

Un año del momento presente, seis meses después de la muerte de Sandra, en la Fortaleza.

JAIRO cruza buceando la piscina olímpica diez veces seguidas, sin coger aire. Se detiene unos instantes y se da cuenta de que Samuel lo está observando a través de la cristalera. Sale del agua, se pone un albornoz negro sobre los hombros y espera a que las puertas automáticas se abran. Samuel no aparta la vista de la enorme piscina. Se coloca a su lado, y al igual que él, mira a través de la cristalera. Permanecen un largo rato en silencio. El agua se mueve provocando cientos de olitas, que entran y salen del suelo embaldosado.

—Dime, Jairo. —La grave voz del viejo por fin rompe el silencio—. Desde que llegaste aquí, ¿cuántas veces he intentado convencerte de la necesidad de entrenar?

—Muchas.

—¿Y cuantas me has hecho caso?

—Pocas, la verdad. —Reconoce el joven.

No se miran. Ambos mantienen la vista fija en el agua.

—¿Y a que se debe este cambio?

Jairo se encoge de hombros.

—¿Intentas mantener la mente ocupada? —Aventura Samuel.

—Es posible.

—Hay que afrontar los actos con valentía, incluso los malos actos.

—Ya estoy pagando mi castigo. Y, si me lo permites, te diré que el precio es demasiado alto.

Se hace el silencio de nuevo. Pero esta vez es Jairo el que habla primero.

—Supongo que no tendrás ninguna misión para mí, ¿no?

Silencio. Los labios de Jairo dibujan una triste sonrisa. Sabe la respuesta. Ya no hay misiones para él. Perdió el derecho.

—No, claro que no. No se ni para que pregunto. —Dice dando la conversación por terminada, dispuesto a marcharse.

—Te equivocas.

Jairo lo mira sorprendido. ¿Ha vuelto a recuperar la confianza en él?

—No la he perdido nunca, muchacho. —Le responde el viejo tras leerle la mente.

Al chico no le gusta que haga eso, pero en esta ocasión no se lo recrimina. Es complicado conseguir que alguien de quinientos años cambie las costumbres de una vida tan longeva.

—Te veré mañana en mi despacho, a las doce. Y esta vez, no me hagas esperar.

Samuel se transporta a otro sitio, provocando un pequeño chasquido. Jairo se queda sólo, preguntándose cuál será esa misión que tiene preparada para él.

Hace cuatro años.

Iñaki y Andrés caminan a ambos lados de Jairo, como si lo estuviesen escoltando.

Las clases han estado muy animadas desde que este apareció a cuarta hora. Se lo han pasado de lo lindo con sus ocurrencias. Hasta que el aburrido del profesor de FOL se ha hartado, lo ha expulsado y ha terminado con la fiesta. ¡Con lo bien que lo estaban pasando…!

Iñaki se despide de ellos y cruza la calle.

El móvil de Jairo suena de nuevo y por segunda vez ignora la llamada. Lo silencia y lo guarda en el bolsillo de la chupa.

—¿Quién es? —A Andrés ya le empieza a picar la curiosidad.

—Alicia.

—¿Alicia? ¿Alicia la macizorra?

Jairo ríe. La chica lleva varios días buscando un acercamiento, sin mucho éxito por el momento.

—¿Y por qué no le contestas?

Se encoge de hombros. No está interesado.

—Qué cabrón.

Andrés niega con la cabeza, muriéndose en silencio por la envidia. ¡Y su amigo ni siquiera le ha respondido el teléfono!

—Tú eres más de la acera de enfrente que de esta, ¿no?

Hubiese tumbado a cualquiera que osara dirigirse a él de esa manera. Pero a Andrés sólo le da un puñetazo en el hombro.

—Te corroe la envidia, capullo.

Andrés no se molesta en negarlo.

—Envidia sana. —Matiza.

—Enviada igualmente.

—¿Cómo no? Tienes a la tía más buena de la ciudad detrás. Cabronazo…

En ese momento el móvil vuelve a sonar.

—Toma. Contesta tú y queda con ella. —Le tiende el móvil.

Parece que lo dice enserio. Pero no, deja. A la hora de la verdad Andrés no tiene valor para hacer lo que le propone su amigo. Nadie lo diría, con lo seguro y fiero que parece a simple vista.

Jairo vuelve a guardar el móvil.

—Por cierto, uno de los de bachiller te quiere comprar maría. Me ha pedido tu número.

—¿Quién?

Andrés le explica de quién se trata. Ya cae. Lo conoce de verlo por el instituto. Es uno de esos pijos que va de bueno por la vida y luego son peor que ninguno.

—¿Le doy tu número?

—¿A ese estirado?

Estallan en carcajadas ante la evidencia. No, claro que no. La clientela de Jairo es muy selecta. Casi tanto como su mercancía.

En la actualidad.

El tic del ojo de Sandra ha estado incordiándole durante más de dos horas después del altercado en el McDonald’s. No ha mirado a Jairo ni una sola vez en toda la tarde. Ha conducido cientos de kilómetros como un loco, echando mano de los 500 CV de su R8 Spyder, pero ella no le ha dicho nada. Total, como siempre le dice, de un accidente de tráfico no van a morir ninguno de los dos. Y por suerte nadie más, pues en esas carreteras secundarias no hay un alma, sólo matojos de esparto.

No le habla. Está enfadada con él, enfadada de verdad. Y no le falta razón. Lleva todo el día riéndose a su costa. Primero con el falso poder, y después con el numerito de la caída en el restaurante.

Pero lo que más le preocupa a la chica es ese poder que desconocía en Jairo. ¿Y si no sólo tiene la capacidad de hablarle telepáticamente adoptando su propia voz? ¿Y si también puede leerle el pensamiento? No, ¿verdad? ¿¿Verdad?? Porque entonces sabrá que no para de pensar en él, y en aquella noche en la que se fastidió todo entre ellos.

Hace un año, seis meses después de la muerte de Sandra, en la Fortaleza.

Jairo se queda petrificado. ¿Ha oído bien? ¿Ser el encargado de informar a la chica sobre su nueva situación? ¿Encargarse de su entrenamiento? Samuel quiere echarle el muerto encima, y nunca mejor dicho.

—No. De ninguna manera. Mándaselo a otro.

Se evalúan durante unos largos segundos, retándose con la mirada. Ojos azules contra ojos grisáceos. Ojos jóvenes contra ojos añejos. Ojos imprudentes contra ojos sabios.

Es el primer encargo que le encomienda desde aquella fatídica noche. Podría volver a recuperar su confianza. Pero él, increíblemente, está rechazando la propuesta.

—No es una propuesta. —Matiza, para disipar posibles dudas.

—No quiero hacerlo.

—¿Por qué no?

—De sobras lo sabes. —Le dirige una mirada feroz. Si las miradas mataran a los que ya están muertos, Samuel ya habría dejado de respirar—. No soy la persona indicada para esa “misión”, si es que puedo calificarla como tal. —Acompaña la frase con un aspaviento crispado.

—Recuerda, Jairo, que eres tan buena persona como la mejor de las acciones que hayas realizado.

El chico no puede creer lo que está oyendo.

—Sí, pero también tan mala como la peor de ellas. Y los dos sabemos que he hecho cosas imperdonables. —Coge aire, y señala a Samuel con un dedo amenazante—. Así que te lo repito. Mándaselo a otro.

El viejo podría estamparlo contra la pared con sólo un pestañeo, pero opta por serenarse. Aunque un par de coscorrones se los tiene bien merecidos.

Intenta explicárselo con calma.

—No, Jairo. Tienes que ser tú.

—¿Yo? ¿Por qué yo? —Vuelve a adoptar una postura chulesca.

—Porque esa chica va a ser tu compañera.

—¿¿Qué?? No. Imposible. Yo no tengo compañero.

—No es a ti a quien corresponde decidirlo.

—Tienes razón. Por eso fuiste tú el que así lo determinó.

—Sí, pero he cambiado de opinión.

—Dijiste que era tan poderoso que no necesitaba a nadie para cubrirme las espaldas. ¿También has cambiado de opinión respecto a eso?

El viejo no contesta. Jairo no tendría que haber preguntado. Conocía la respuesta de antemano. Este fósil de quinientos años está empezando a chochear.

Samuel levanta una poblada ceja, formando un arco. Vaya qué casualidad. Justo en ese momento le estaba leyendo la mente.

—No estoy poniendo en duda tu capacidad de decisión.

—A mi me parece que sí.

—Pues no es mi intención. —Jairo intenta calmarse—. Es solo que pienso que es pronto para decidir el futuro de esa chica. Todavía no ha recibido toda la energía proveniente de sus familiares, ni sabemos qué poderes desarrollará ni hasta dónde alcanzarán estos. ¡Joder Samuel! ¡Ni siquiera ha despertado!

En ese momento llaman a la puerta. Lola los interrumpe.

—La ocupante de la cámara de seguridad número nueve acaba de despertar.