Hace un año y medio, en la fiesta de Clara, momentos antes de la muerte de Sandra.
IRRUMPE en el abarrotado salón y busca con mirada furiosa a sus amigas, pero no las ve por ningún sitio.
Está alicaída, está triste, se siente avergonzada… Pero sobre todo, está muy pero que muy enfadada. Álex ha resultado ser un cretino (teniendo en cuenta la magnitud de la palabra proviniendo de alguien como ella). Ha intentado meterle mano a la primera oportunidad. Pero ella le ha dado un guantazo y ha vuelto a la casa.
No ha habido feeling. No ha habido romanticismo. Por no haber, no había ni estrellas. Claro, que aunque las hubiera habido, sin gafas difícilmente podría haberlas visto. Pero eso no importa ahora.
Todo lo que quiere es marcharse a casa y esconderse debajo de las sábanas.
Pero ¿¿dónde se han metido sus amigas??
Álex entra en el salón justo en el momento en el que Sandra desaparece escaleras arriba. Él no sólo ha visto las estrellas con la bofetada que le ha arreado la chica, ha visto la vía láctea entera. Vaya humos se gasta la mosquita muerta. Pero su calvario aún no ha terminado. Desde la esquina unos ojos rencorosos lo fulminan detrás de unas gafas de pasta. No, definitivamente su noche aún dará de sí.
En la planta de arriba, Sandra cierra la puerta de la habitación de Clara de un portazo, sin llegar a entrar. Cuando la ha abierto su amiga Patri ha gritado un “¡No mires!” agónico. Pero, por desgracia para ambas, su vista ha sido más rápida que su pensamiento. ¿Sabrá Clara para qué está utilizando su habitación?
Suspira con resignación y mala leche. Sus gafas están dentro, junto con Patri. Y con Juan, por supuesto. A él también lo ha visto, aunque intentase taparse con la colcha.
¿Qué hace? Tiene las gafas, el bolso, el monedero, la ropa de persona decente, e incluso las manoletinas dentro… ¿Espera a que terminen? ¿Y cuánto rato les puede costar? No tiene ni idea del tiempo que suelen llevar esas cosas… En ese momento escucha la voz de Álex, que sube por el hueco de la escalera desde el piso de abajo. Está preguntando a alguien por ella. ¡El muy sinvergüenza! Espera unos minutos a que se vaya, y después baja al salón.
No, no va a esperar a que Patri decida salir de la habitación. Tampoco va a esperar a que Julia vuelva de su vuelta con Pablo. Se larga a casa ahora mismo.
Coge la cazadora que dejó en el recibidor. Por suerte tiene las llaves en el bolsillo.
Sale a la calle. La temperatura es buena, aunque las nubes avecinan tormenta.
Son sólo dos manzanas, pero de noche el camino parece más largo, los portales más oscuros, las esquinas más siniestras.
Una farola se apaga a su paso, y ella se sobresalta. Se gira varias veces para mirar tras de sí. No hay un alma. ¿Qué esperaba? Son cerca de las cuatro de la madrugada. Empieza a andar más deprisa, todo lo que esos horribles zapatos le permiten.
Vuelve a girarse. ¿Por qué tiene esa extraña sensación? Está muy nerviosa. Nunca ha vuelto a casa sola, y mucho menos a esas horas. Ni siquiera lleva el móvil encima, para hablar con alguien y hacer más llevadero el camino. De todas formas ¿a quién llamaría? Si sus amigas han estado ocupadísimas toda la noche…
Cree que ha oído pasos. Se gira, pero no ve a nadie. No llevar las gafas no ayuda. Se lo está imaginando. “Te lo estás imaginando.” Se repite, intentando tranquilizarse a sí misma.
Ahora lo oye más claramente. Sí, esta segura. Son pasos, y no de una única persona. Parecen varios. No se gira, por miedo a constatar lo que ya sabe.
Aligera el paso, y los que escucha detrás hacen lo mismo.
—¿A dónde vas tan deprisa?
Una voz terriblemente desagradable ha sonado a su espalda, y le ha erizado todos los poros de la piel.
Sandra echa a correr, y para su total espanto, los pasos que la persiguen también.
—El primero que la coja empieza con ella. —Dice otra voz de hombre mayor, aún más escalofriante que la anterior, retando a sus compañeros.
Es el pistoletazo que anuncia la salida de la cacería, y ella, la presa. Sandra echa a correr con todas sus fuerzas, con el corazón latiéndole a mil por hora, con el olor a peligro metido en la nariz. No tiene tiempo ni de sacar la angustia que siente en el pecho en forma de lágrimas. Todo lo que hace es correr lo máximo que le permiten sus piernas. Correr y rezar mentalmente para encontrar a alguien, a un policía, a una pareja de novios, a una anciana… ¡No le importa! ¡Pero que aparezca alguien, por favor!
Gira por una callejuela, intentando despistarlos, pero están muy cerca, los oye, los siente. Varios pares de fuertes pisadas corriendo tras ella, retumbando en sus oídos. Mete el tacón en una alcantarilla y cae de bruces, retorciéndose gravemente el pie. Ahora sí, solloza. Un sollozo de una angustia desgarradora. Mira hacia delante, pero todo lo que ve es un muro. La callejuela que pretendía utilizar para perderlos de vista ha resultado ser un callejón sin salida.
Está aterrada. Nunca ha pasado más miedo en su vida. Se gira lentamente, hacia el inicio de la calle por la que entró, y se le hiela la sangre. Cinco corpulentas sombras se acercan a ella. No puede pensar con claridad. Su terror se mezcla, extrañamente, con los recuerdos de sus padres. De sus padres que darían la vida por ella, pero que no se encuentran allí para auxiliarla. De su casa, de su habitación, de la cama en la que debería estar. Pero está allí sola, frente a cinco hombres, en un callejón sin salida.
Se acercan despacio, seguros de que es una presa fácil que no escapará, comiéndosela con la mirada, saboreando la victoria. Hay algo extraño en ellos, algo en sus ojos. Tienen algo que los hace diferentes, pero no ve con claridad lo que es.
—Te preguntaría qué hace una chica como tú en un callejón como este, pero sonaría demasiado peliculero. Pero aquí estás, a nuestra merced. —La voz está cargada de maldad.
¿Van a violarla? Por la desagradable manera en la que esos hombres recorren su cuerpo con la mirada parece que sí, que esa es su intención. Ese pensamiento es como una descarga eléctrica que recorre todo su cuerpo. En un último y desesperado intento se pone de pie y echa a correr hacia el muro, pero al dar la segunda zancada su tobillo quebrado falla, y cae con fuerza, dándose un tremendo y fatal golpe en la cabeza.