Hace un año y medio, en la fiesta de Clara, un rato antes de la muerte de Sandra.
—¿LO pasas bien, cariño? —Le pregunta Clara, que ha aparecido de la nada.
Ella ríe, alegre, consecuencia del Agua de Valencia más que por la fiesta en sí.
—Muy bien. Creo que voy un poco chispi. —Reconoce, un poco avergonzada.
Clara profiere unas sonoras carcajadas que se escuchan incluso por encima de Hello, de Martin Sloveig y Dragonette, que suena a todo volumen.
—¡Eres como Soraya de Aída, tía! —Le da un golpecito amistoso en el hombro y vuelve a reír otra vez, ahora por el ocurrente símil que ha encontrado. Mira alrededor, en busca de Patri o de Julia para contarles su última gracia, pero encuentra a alguien que le llama más la atención y se aleja de Sandra saludando a gritos a una tal Susana.
Sandra vuelve a quedarse sola. No se da cuenta de que ha acaparado totalmente la atención de unos ojos negros que se ocultan tras unas gafas de montura de pasta.
En ese momento alguien se acerca por detrás, y susurra en su oído.
—I just came to say hello… —Da un respingo y se gira, para encontrarse de frente con el chico de sus sueños. Le ha cantado al oído, con un acento que nuevamente deja mucho que desear, pero que ha enamorado a la chica. Bueno, más bien la ha reenamorado, pues hace tiempo que bebe los vientos por él. No hay como estar enamorada para perder totalmente la objetividad.
—¡Hola! —Exclama ella.
—Estás preciosa. —Le dice él, que empieza a alegrarse de haber acompañado al pesado de Julián a la fiesta. No sólo tuvo que hacer de detective para su amigo e investigar si Sandra acudiría. También lo ha tenido que acompañar, justo esa noche que no tenía ninguna gana de salir. Sin embargo, al ver lo guapa que está esa chica que tan poquita cosa parecía en el instituto, le han entrado las ganas de golpe.
—Ya pensaba que no vendrías. —Reconoce ella con inusitada sinceridad, gracias a la ayuda del tercer vaso de Agua de Valencia que lleva en la mano.
—Quería ponerme guapo para ti. —Le dedica una sonrisa burlona encantadora.
Ella abre los ojos de par en par, dubitativa. Pero finalmente parece que asimila que lo que acaba de escuchar ha ocurrido de verdad, y también sonríe.
Álex sabe que su amigo los está observando, pero no le importa. Despliega todos sus encantos sobre Sandra. Total, no cree que Julián se enfade. En cualquier caso su amigo no tiene ninguna posibilidad con la chica, que para ser sinceros, ni siquiera sabe de su existencia.
Julián se toca el flequillo, nervioso, y se coloca las gafas de pasta. Se parece a Luis Piedrahita, se lo han dicho muchas veces. Incluso en un par de ocasiones lo han parado por la calle para pedirle erróneamente autógrafos. Pero parece que a Sandra le llaman más los tipos duros, como Álex.
Los observa desde una esquina apartada. ¿Qué coño le estará contando, que la hace reír continuamente? ¿No tendría que ser él, el que se parece al humorista, el que arrancara esas carcajadas? Pero la vida no es justa, y si aún le queda alguna duda de ello, pronto las disipará.
Y lo peor de todo es que además está preciosa. Ese vestido le marca curvas. Aunque ella está guapa en cualquier circunstancia y con cualquier ropa, incluso las mañanas en las que llega con el pelo revuelto al instituto porque se ha levantado tarde y no le ha dado tiempo de peinarse.
Julián se siente insignificante, pequeño, invisible. Ahí, en su esquina del salón, totalmente fuera de lugar. No hace ni media hora que ha llegado y ya tiene ganas de marcharse a llorar a otro lugar. ¿Deberían irse a casa él y su destrozado corazón? Cree que sí, porque visto lo visto… ¡Espera un momento! Su roto corazón da un vuelco y los pedacitos saltan por los aires, provocándole un amago de paro cardiaco. ¿Eso que tiene Sandra sobre los hombros es el brazo de Álex? Pobre chico, si es que sólo vive para sufrir por amor. Dicen que ojos que no ven, corazón que no siente. Pero él prefiere aguantar el chaparrón estoicamente, y no se mueve de su esquina. No, no se va a ir a casa. Prefiere quedarse para ver si esos dos se lían. Para comprobar si esa noche va a perder a su amor platónico, y de paso y colateralmente, a un amigo con un curioso concepto de la amistad.
Sandra se siente capaz de todo, incluso de dar un paseo por el jardín subida encima de esos instrumentos de tortura de doce centímetros. Porque eso es lo que le ha propuesto Álex, dar una vuelta por el jardín de Clara.
Está eufórica, está pletórica… ¡está que se sale! Por fin su amor le hace caso.
—Además podremos ver las estrellas.
Sandra se estremece. Madre mía. Ver las estrellas. Qué bonito. Qué HISTORIA DE AMOR. Así, con mayúsculas y todo. Y lo mejor: ella es la protagonista.
El chico interpreta mal el estremecimiento de la chica.
—¿Es que no te apetece?
—Claro que sí.
—¿Seguro? Podemos quedarnos aquí, si te sientes más cómoda. —Ya no tiene dudas de que ella quiere, pero aparentar ser un caballero nunca está de más.
—Que sí me apetece, jolín.
—¿Has dicho jolín? —El chico parece divertido.
—No me gusta decir palabrotas. Eso es todo. —Se defiende ella.
—Y eso es algo de ti que me encanta. —Dice Álex con aplomo, pese a que acaba de enterarse.
Aprieta la mano que tiene sobre el hombro de una enamoradísima Sandra, y la conduce hacia el jardín.
En la actualidad.
Un grito sale amortiguado a través de la puerta de los servicios y cruza el McDonald’s.
“¡¡CAPULLOOOOO!!”
Se puede decir más alto, pero no más claro. Aún así Sandra opta por repetirlo, por si no ha sido lo suficientemente concisa.
—¡Capullo y cien veces capullo! —Grita en los lavabos, mientras patalea, fuera de sí.
Para no gustarle las palabrotas, últimamente anda todo el día con alguna en la boca. Pero es comprensible que esté enfadada, está muerta. Aunque su enfado en esta ocasión no tiene que ver con ese detalle.
En la actualidad, minutos antes del estallido de Sandra.
Ve sus ojos azules fijos en sus movimientos. No tiene que contárselo. No quiere contárselo. ¡Pero la tentación es tan grande…!
—Sé algo que tú no sabes. —Dice con voz cantarina y melosa, al pasar a su lado.
Entra en los servicios. No tenía que haberlo hecho. ¡Pero se moría de ganas! Ojalá se quede con la duda. Seguro que en esos momentos está atormentado, preguntándose a qué se refería.
Se mira al espejo y se dedica una mueca triunfal. “¡Sandra!” Escucha en su mente, y da un respingo. ¡Ay Dios! ¿Otra premonición?
Se agarra a la encimera del lavabo y se prepara para escuchar lo que la voz tenga que decirle.
“Yo también sé algo que tú no sabes… ¡Que tu estupidez no tiene límites!”
Sandra ruge de camino al coche. ¿Cómo ha podido engañarla de esa manera? Sus piernas quieren patalear de pura rabia, y hacen que de vez en cuando trastabille. Se gira para mirarlo.
—¡Te odio! ¡Te-o-dio! —Repite a grito pelado, esta vez silabeando.
Jairo no dice nada. También está enfadado con ella. ¿Cómo puede haber sonreído ante las tonterías que le habrá dicho ese idiota? “Un bonito nombre para una bonita chica”. ¡¿Se puede ser más imbécil?!
Los dos cierran las puertas del R8 con fuerza. Pobre coche. Es el único que no tiene culpa de nada. Ninguno habla. Jairo va a más de 180 kilómetros por hora. Ni siquiera le ha puesto las esposas. En ese momento no le importa que se escape. Por él, como si se quiere tirar del coche en marcha.