En la actualidad.
SANDRA siente las piernas entumecidas y el culo plano. Normal, después de cinco horas seguidas metida en el coche. La hora de comer ya se ha pasado.
—¿Es que no piensas parar nunca? —Le recrimina a Jairo.
Este se vuelve para mirarla, y con un movimiento rapidísimo le quita las gafas. La chica se tapa los ojos con la mano izquierda, protegiéndolos del sol cegador.
—¡Idiota!
En ese momento oye su propia voz en la cabeza. “No, Sandra. Jairo no es idiota.” Se incorpora bruscamente en el asiento, asustada, provocando un ruido sordo con la esposa. ¿Eso ha sido un pensamiento involuntario? ¿O qué coño ha sido? Era su voz…
Jairo la mira de reojo, pero no hace preguntas. De todas formas, ella tampoco le hubiese contestado. Intenta relajarse. Se lo habrá imaginado.
Centra la atención en la canción que está sonando en ese momento, Got 2 luv U, de Sean Paul.
Le cuesta acostumbrar la vista a la radiante luminosidad que inunda todo el paisaje desértico. Jairo no le ha pedido las gafas en todo el rato que lleva conduciendo. Si ella está cansada no quiere ni imaginarse cómo estará él… Pero bueno, que se joda.
“Tranquila, Sandra. En breves kilómetros os acercaréis a las afueras de una gran ciudad. Allá podrás comer una hamburguesa.”
Sandra ahoga un grito. ¿Qué le está pasando? Sabe que todavía tienen que manifestarse algunos de sus poderes nuevos. ¿Se trata de uno de ellos? ¿Uno que le avisa de lo que va a pasar en el futuro? Se estremece.
—¿Estás bien? —Pregunta Jairo, pero ella no responde. Sigue enfadada por lo de Laura, aunque nunca lo reconocería.
La chica permanece en silencio, pensando en lo que acaba de ocurrir. Si lo piensa bien, tener ese poder podría resultar bastante útil. Es algo parecido a escucharse a sí misma avisándole de lo que va a suceder. Pero no sabe si en verdad eso son avisos sobre el futuro… ¿Cómo ha dicho la voz? ¿En breves kilómetros? Sólo tiene que esperar un poco para comprobarlo.
Hace un año y medio, en un pueblo cercano a la capital.
—¿Qué tal el viaje? —Le pregunta Maribel en cuanto se baja del coche.
—Pues hija, regular.
María suspira y le da un abrazo a su hermana.
—Elisa ha vomitado dos veces.
—¡Cariño! —Le dice su tía con voz melosa, y la coge en brazos—. ¿Ya te encuentras mejor?
La niña se restriega los ojos y asiente. Le hace un par de arrumacos y la deja en el suelo. Después le da dos besos a su cuñado.
—Gracias por acogernos una vez más.
—No seas tonta. Me encanta teneros en casa. Pero venga, pasad.
Todos se encaminan hacia el chalé.
—Marcos está trabajando, estará aquí en media hora. —Les informa.
—Justo a tiempo para ir a la cena de la congregación. ¿A qué hora era?
—A las diez.
—¿Y dónde está la princesita de la casa? —Inquiere María, mirando en rededor cuando llegan al hall.
—Viendo la tele. Está enganchadísima a unos dibujos de un cuadrado amarillo.
—¿De un cuadrado amarillo? ¿Algún programa educativo o algo así? —Pregunta María, dando por hecho que los amigos del cuadrado amarillo son un círculo verde y un triángulo azul.
—¡Bob esponja! —Exclama Elisa al entrar en el salón. Parece haberse recuperado repentinamente de todas sus dolencias estomacales, y corre veloz a sentarse en el sofá junto a su prima.
—Naroa, cielo, ¿por qué no vienes a decir hola a los tíos?
La niña no hace ni caso. Está fascinada con Patricio.
Su madre hace un ademán de ir a buscarla, pero su hermana la agarra del brazo.
—No te preocupes, déjala que disfrute. Luego la saludamos.
—¿Queréis tomar algo? ¿Una cervecita?
—¿Tienes Ambar?
—Espera, déjame que mire. —Le responde Maribel, a la cual todos los botellines le parecen iguales. Va al frigorífico y saca la marca solicitada, después de leer una por una las etiquetas.
—¿Y tú, María?
—Yo no quiero nada, gracias. Pero tengo que hacer una llamada a casa. ¿Puedo utilizar tu teléfono?
—¿A quién tienes que llamar? —Se extraña Ernesto, que con la ámbar en la mano ya se ha desentendido de todo lo que no sea la inminente cena.
—¡A Sandra! ¿A quién va a ser? —Le increpa su mujer, y se dirige al salón en busca del teléfono disgustada con la memoria de su marido.
Hace un año y medio, en casa de Clara, una hora antes de la fiesta.
—¿Seguro que estás en condiciones de plancharme el pelo? —Pregunta Sandra, mirando con preocupación a su amiga.
—Que sí, coño.
—Yo creo que va borracha.
Risas.
—¡Jolin! ¡Me has quemado la oreja!
—Te habrá parecido.
—¡Si claro!
—Claro no, se llama Clara.
Más risas. Qué bien se lo pasan. No hay como estar en buena compañía, tener una fiesta en mente y aderezar esa mezcla con un poquito de alcohol. Las carcajadas fluyen solas, es inevitable.
Sandra no sabe cómo ha podido siquiera dudar si acudir o no. Aunque no sea más que por esos preliminares, ya ha merecido la pena.
—¿Puedo echarme un piti? —Pregunta Julia con el paquete de Nobel ya en la mano.
—No, tía. En mi casa no se fuma, ya lo sabes.
En ese momento llaman a la puerta.
—¡Yo abro! —Julia desaparece escaleras abajo, para volver segundos después de la mano de Patri.
—Mirad quién se ha dignado en aparecer.
—¿Qué horas son estas, señorita?
—¡Tardona!
Todas increpan a la recién llegada, que se defiende.
—Tampoco llego tan tarde.
—¡Nooo! ¡Qué va! ¡Sólo son las nueve! —Clara exagera los gestos, pero no de forma intencionada. Va borracha.
—¿Qué le pasa a esta? —Pregunta Patri señalando con el pulgar a su amiga como si estuviese loca.
—Que tanto brindis le ha afectado.
—¿A quién? ¿A mí? —Se sorprende la aludida poniéndose la mano en el pecho, mientras las mira con ojos incrédulos. Después se encoge de hombros—. Será que tengo muchos motivos para brindar. Esto es el efecto secundario. —Dice señalándose a sí misma.
Todas se ríen ante la seriedad con la que ha hablado.
—No os riáis, que es algo positivo.
—Ya, pero si sigues así no llegarás viva al principio de tu fiesta.
—Me infravaloras, cariño. —Le lanza un beso a Julia, que niega con la cabeza, divertida.
—Clara, jolin, céntrate. —Se queja Sandra, a la que le ha vuelto a planchar la oreja.
—Ay, sí, perdona.
Patri se troncha.
—¿Ha vuelto a decir “jolin”? —Pregunta a Julia. Después se gira hacia la autora de semejante barbaridad, para encararla con los brazos en jarras—. ¿Has vuelto a decir “jolin”? ¿Cuántas veces te hemos dicho que no digas esa palabra?
Julia ríe y Sandra se defiende.
—No me gusta decir palabrotas. ¿Algún problema?
—Ya, pero es como si dijeras “jopetas”. Más risas por la ocurrencia de Julia.
—Que te queramos y te aceptemos tal y como eres, no implica que no nos meemos con tu forma de ser. —Apunta Clara.
—Muy graciosas. —Sandra las ignora y mira a Patri—. Bueno, ¿y tú dónde has estado?
La recién llegada abre la boca para responder, pero Clara se le adelanta.
—¡Ya te lo digo yo! Ha estado con Juan, de ruteo con su nuevo coche. ¿O me equivoco? —Adopta una pose perspicaz, señalándola con la GHD. Más risas.
La aludida frunce el ceño.
—¡Envidiosas!
—¡Uhhh! ¡Ni siquiera lo niega! ¡Quien calla otorga!
—Patricita, no te enfades. Ven aquí y dame un besito. Uno como los que le das a Juan… —Le dice Julia con tono vacilón mientras se le acerca con los brazos abiertos.
Las carcajadas estallan de nuevo, mientras intenta zafarse el abrazo de su amiga.
Finalmente Patri decide abandonar su actitud defensiva. Quiere pasárselo tan bien como ellas. Exhala un sonoro suspiro, un suspiro de pura rendición.
—A ver, ¿dónde está eso que habéis bebido? Que yo también quiero un poco…
—¡Bieeen! ¡Esto se anima!
—¡Propongo un brindis por Patri! ¡Y por esos paseos inocentes que da en el coche de Juan!
—¡Esperad, esperad! ¡Quitad la música!
Todas miran a Sandra, que tiene el móvil vibrando en la mano.
—¡Tssshhh!
Se produce un silencio total, impensable tras tanto alboroto.
Sandra echa un vistazo a sus amigas para asegurarse antes de responder. No sólo no hablan, sino que ni siquiera se mueven. Parecen petrificadas.
—¡Hola mamá! ¿Ya habéis llegado? —La chica reprime la risa al ver que Clara empieza a hacerle la burla—. Ah, muy bien. Sí, me ha cundido. No, no he descansado. Me sé el examen de Filosofía al dedillo. —En ese momento el libro de la asignatura pasa volando a su lado, y a duras penas puede esquivarlo. Se estampa contra la pared que hay tras ella con un sonido sordo. Levanta el dedo corazón y se lo enseña a Patri, que es la que se lo ha lanzado—. Estaba a punto de acostarme. Sí, ya he cerrado la puerta con llave. Vale… Que lo paséis bien. Yo también te quiero. Un besito.
Cuelga y suspira aliviada. Todo ha salido bien, no sospecha nada. Alboroto generalizado. Risas estridentes. Y la música, de nuevo, con el volumen al máximo.