CAPITULO 11

Hace un año y medio, en casa de Clara, dos horas antes de la fiesta.

LA anfitriona le abre la puerta. Lleva vestida desde las seis de la tarde. En cuanto Sandra entra en el recibidor se planta delante de ella y gira sobre sí misma. La mira expectante, esperando el veredicto de su nuevo modelito.

—¡Guau! ¡Estás increíble!

Y de verdad que lo está. Aunque Sandra jamás se pondría una falda tan corta ni tan ceñida como esa.

—Esa es la reacción que esperaba. —Clara sonríe triunfal y agarra a su amiga del brazo. Tira de ella escaleras arriba y la arrastra precipitadamente hasta su habitación.

Sentada en la cama está Julia, que ha llegado un poco antes. No hay nadie más en casa, sus padres se han marchado el fin de semana a la playa. Están solas… hasta dentro de un par de horas, cuando esperan colgar el cartel de completo.

—¡Bienvenida! —Julia se abalanza sobre ella y le da un beso—. ¡No sabes lo orgullosa que estoy de ti!

—Vaya. No tengo muy claro que mi comportamiento sea motivo de orgullo…

Clara ríe.

—¡Vamos a brindar! —Exclama, pletórica, con sus grandes pendientes de aro moviéndose en todas direcciones.

Y saca del escritorio una botella de Peché de piña que no debería guardar ahí. Ya hay dos vasos de chupito sobre la mesilla, que hacen sospechar a Sandra que no es la primera vez que sus amigas proponen un brindis esa tarde.

La dueña de la casa busca otro vasito y lo llena del líquido amarillento.

—Ya sabes que yo no bebo mucho…

—¿Te parece “mucho” esto? —Inquiere Julia metiendo el dedo meñique hasta el fondo de uno de los vasos vacíos, para hacer más patente su profundidad.

Clara profiere una escandalosa carcajada, que contagia a las demás.

—Está bien… ¿pero cuántos grados tiene?

—¿Esto? Nada, uno o dos.

—Ya, seguro. —Sandra coge la bebida que le tiende su amiga.

—Por la primera vez que nuestra angelical Sandra rompe las reglas.

—¡Eso! ¡Y por que no sea la última! —Grita Julia, y Clara la corea.

Las tres amigas ríen y se beben el líquido de un trago. Es el primero de los muchísimos chupitos de aquella noche.

Un año y dos meses antes, cuatro meses después de la muerte de Sandra.

Jairo empieza a sospechar que ha perdido la cabeza. ¿Cómo se puede explicar si no su obsesión por esa chica a la que ni siquiera conoce? No tiene remedio. Aunque igual está focalizando su atención en ella para apartar la mente de problemas más importantes. De esos problemas que se buscó hace tres meses, la noche en la que la vio por primera vez.

Claro que es normal que se pegue todo el día pensando. ¡Si no tiene otra cosa que hacer en la fortaleza! Samuel ha perdido la confianza en él, y ya no le encomienda ninguna misión. Ni como rastreador, ni como luchador… ni siquiera como informador de fuentes de energía, ¡que son los que menos responsabilidades tienen! Pero, para ser sinceros, prefiere que no lo haga. Después de todas las misiones que ha llevado a cabo él sólo con éxito, sería muy triste pasar a ser un mero recolector de información sobre las fuentes de los nuevos receptores. Eso le recuerda algo. ¿Lola ya tendrá el informe con las fuentes de la chica? Ha pasado tiempo más que suficiente para que todas las personas de su círculo sepan que ha muerto y hayan llorado su pena. El informe debe llevar hecho días, incluso semanas… ¿Cómo no se le ha ocurrido antes?