En la actualidad.
SANDRA no le dirige la palabra. No desde que se fueron de aquel mirador. Y, dicho sea de paso, tampoco le devuelve las Rayban. Parece enfadada de verdad. Quizá pueda hacer algo para distraerla. ¿Lo hace? Lo baraja seriamente. Sería divertido. Es decir, sería divertido para él. Está seguro de que a ella no le haría ninguna gracia. Pero en ello está la diversión, en que no sepa que él es el culpable. La mira de reojo. Está muy pensativa. No, no es el mejor momento. Igual más adelante.
Aun con las gafas puestas, Jairo se ha percatado del cambio de dirección que acaban de realizar los ojos de la chica. Ahora están fijos en la guantera del R8.
Sandra odia a Jairo. Lo odia por arrastrarla con él en esa estúpida misión. Lo odia por impedirle hacer lo que más deseaba. Pero si él no se lo hubiese impedido… ¿se habría atrevido a hacerlo? No lo sabe. O al menos, no lo sabe con total seguridad.
Le duele la muñeca. Está cansada. El sol pega con demasiada fuerza. La música de la radio es pésima. El asiento no es lo suficientemente cómodo… ¡Qué horror! ¡Todo está mal! ¡Cómo le gustaría escapar de ese coche…!
Sus pensamientos la llevan inevitablemente a la guantera, y a la automática que Jairo esconde allí.
¿Y sí…?
—Ni se te ocurra.
Da un respingo. Jairo la ha asustado. Lo fulmina con la mirada. Ni siquiera le había dado tiempo de planteárselo, ¿cómo es posible que se haya adelantado? Y no, no se lo iba a plantear. Primero porque, aunque escapara, no tendría a donde ir. Además, aunque jamás lo reconocería, prefiere quedarse con él. Así, por lo menos lo podrá vigilar, no sea que aparezca alguna otra Laura dispuesta a ofrecérsele.
Y segundo, porque aunque pusiera todo su empeño en abrir esa guantera, Jairo se haría con la pistola antes de que ella pudiese ponerle un dedo encima. Bien le paralizaría el cuerpo, o haría que el arma desapareciera del cajón para reaparecer en sus manos, o utilizaría cualquiera de sus muchísimos poderes. Sandra no tiene nada que hacer contra él. Pocos lo tienen. Y menos ella, que acaba de despertar, como quien dice. A penas ha desarrollado sus poderes y no los controla en absoluto. Ni siquiera puede hacer que aparezcan a su antojo. Lo único que es capaz de hacer es mover de vez en cuando algún que otro objeto. Pero algún objeto pequeño, no os vayáis a creer, no más grande que un sacapuntas.
En la fortaleza sólo Samuel supera a Jairo. Lola le confesó en una ocasión a Sandra que el alcance de los poderes del chico es inimaginable. Y eso que sólo es su cuarto año como receptor en la orden.
Sí, a Sandra le resulta muy difícil hacerse a la idea de la magnitud de esos poderes, ya que su compañero rara vez los utiliza. Pocas han sido las demostraciones que le ha hecho de su poderío. Sin embargo, tiene clara una cosa: unos poderes como esos sólo se consiguen con una muerte muy violenta. Y está segura de que la muerte de Jairo tuvo que ser realmente terrible.
Hace cuatro años.
Se pone las Rayban y apura la última calada de aquel cigarro de liar en el que no sólo ha puesto tabaco. Arroja el filtro al suelo y con la punta de la bota lo aplasta contra la tierra seca.
Después se acerca al instituto en el que cursa un grado medio tras haber repetido varios cursos. Le sobra inteligencia, pero le faltan ganas. Ni siquiera sabe por qué está allí.
Se ha saltado las tres primeras clases y ahora, a las once de la mañana, ha decidido pasarse a ver con qué estupidez le sorprende hoy el profe de FOL.
Camina por los pasillos enfundado en su cazadora de cuero, con esa chulería que le caracteriza. Esa que hace que todos abran pasillo cuando pasa, esa que arranca los suspiros de todas las chicas. Especialmente de las más modositas y responsables. ¿Qué tendrán los chicos malos que tanto gusta a las chicas? Aun cuando se ve a simple vista que este no es un chico que convenga tener al lado, ¡ni mucho menos como novio! A no ser que quieras sufrir de lo lindo, claro está. Pero es comprensible que le pongan ojitos, es Jairo. Todos lo conocen. Todos le ríen las gracias. Muchos lo admiran y querrían ser como él. Muchos le temen. Sólo unos pocos tienen la suerte de ser considerados sus amigos y estar bajo su protección. Porque ya se sabe, si te metes con uno de esos pocos afortunados es como si te estuvieras metiendo con el mismísimo Jairo, y eso no lo quiere nadie.
Y ahí está él, aparentemente ajeno a las reacciones que provoca a su alrededor, camino del taller de mecánica, dispuesto a amargarle la mañana al profesor de FOL.