8

—Necesito una copa de vino —anunció Lou por la noche. Acababan de cenar y seguían sentadas a la mesa de la cocina.

En la chimenea ardía un gran fuego, que crepitaba de vez en cuando, y la luz de la vela que había sobre la mesa creaba un ambiente agradable.

—Sí, nos la hemos ganado —coincidió Lisa-Marie.

—No quiero oír hablar más de corales, oraciones y ruegos —se lamentó Anne, a la vez que acariciaba al gato, que se había arrellanado a su lado en el banco rinconero—. ¡El cura ya me ha puesto al día!

—Menos mal que podemos contar con Bonnie. —Lou descorchó una botella de vino tinto italiano y sirvió tres copas—. Se ha comprometido a ocuparse de los detalles de la ceremonia.

—¡Es un tesoro! —corroboró Lisa-Marie.

—¡Por Bonnie! —Lou alzó la copa.

—¿Dónde está Jo? —preguntó Anne después de que todas echaran un trago.

—En el convento, arreglando el piano —contestó Lisa-Marie.

—¿Sabe arreglar pianos? Ese chico empieza a inquietarme.

Lisa-Marie sonrió satisfecha.

—Enseguida supe que era especial.

—Brindemos por ello. —Lou volvió a levantar la copa—. ¡Por el fantástico Jo!

—A estas horas siempre estás de buen humor —dijo Anne, asombrada.

—De noche siempre estoy bien, es cuando empiezo a despertarme.

—¡Estupendo! Entonces podríamos charlar un rato tranquilamente, sin discutir —empezó a decir Anne con cautela. No sabía cómo sacar el tema de la librería de Lisa-Marie. Cuando estaba a punto de dirigirse a su prima, tomó la palabra Lou.

—Sí, es un buen momento para hablar de temas delicados —dijo, dirigiéndole a su hermana una mirada compasiva. No esperaba que fuera la propia Anne la que sacara el tema de sus problemas con Stefan—. ¡Empieza, anda!

—A eso iba. Bueno, Lisa-Marie…

—¿Lisa-Marie? ¿Es que conmigo no se puede hablar? —gritó Lou, y, ofendida, se cruzó de brazos. Le molestaba que su hermana prefiriera abrirle el corazón a su prima.

—Pues claro que se puede hablar contigo, pero no sé qué podrías aportar tú en este tema.

Lou se levantó bruscamente.

—¿Desde cuándo es Lisa-Marie una experta en relaciones?

—¿Qué relaciones? —preguntó Anne, confusa.

—¿Y por qué dices que yo no estoy puesta en estos temas? —intervino Lisa-Marie—. ¡He tenido más relaciones que tú, Lou!

—¡Ajá! ¿Y qué significa eso?

Lisa-Marie tardó un momento en comprender.

—¡Qué mala eres! —masculló.

—¡Basta ya! —gritó Anne, enfadada—. Me tenéis harta. ¿No podéis comportaros como si fuéramos una familia? Al menos hasta que acabemos el trabajo aquí.

Al principio, ninguna de las dos contestó. Lou apretaba los labios, enfadada, y Lisa-Marie miraba ofendida al suelo. Sin embargo, cuando Lou interceptó la mirada suplicante de su hermana, cedió y volvió a sentarse a la mesa.

—Por mí, vale… Lo siento. —Bebió un buen sorbo de vino, como si de ese modo quisiera tragarse el enfado.

—Yo también lo siento —murmuró Lisa-Marie, en voz tan baja que apenas se la oyó.

—¿Alguien quiere más vino? —preguntó Lou, haciendo un esfuerzo por hablar en tono conciliador.

—Sí, por favor —contestó educadamente Lisa-Marie, y levantó la copa hacia su prima.

—¡Tendríais que veros! Parecéis niñas pequeñas… —Anne sonrió, pero no se hizo ilusiones. Habían firmado la paz, aunque no creía que fuese duradera. Bostezó—. Ya hablaremos mañana. Estoy muy cansada para seguir discutiendo. Me voy a la cama.

—¡Espera! —Lisa-Marie la retuvo y señaló una caja de zapatos que había encima de una silla—. Tengo una cosa para vosotras.

Anne se inclinó hacia delante.

—¿Qué es?

—¿Te has comprado unos zapatos? —preguntó Lou.

—No. He encontrado la caja esta mañana en el armario ropero del tío Horst —explicó Lisa-Marie—. ¡Tenéis que verlo!

—¿Y qué tiene de extraordinario?

—El contenido.

—¿Qué hay?, ¿zapatos de mujer del número 46?

—No, cartas.

—¿Cartas? —preguntó Anne, sorprendida—. ¿De quién? ¿Podemos leerlas?

Lou se encogió de hombros.

—¿Por qué no íbamos a poder? Somos las sobrinas de Horst, ¿no?

—¡Exacto!

Lisa-Marie puso la caja encima de la mesa y la abrió. Sus primas miraron con curiosidad. Lo primero que vieron fue un pañuelo de color crema.

—¿Qué es esto? —preguntó Lou.

—Un chal de seda.

—Tiene que ser muy antiguo. —Anne lo tocó con cuidado—. Está descolorido, pero aún es una preciosidad.

Sacó el chal de la caja y lo dejó aparte. Debajo había un puñado de cartas atadas con un lazo rojo.

—¿Las has leído, Lisa-Marie? —preguntó Lou.

—No. Os esperaba a vosotras.

—Yo no habría podido esperar —confesó Lou—. Soy muy curiosa.

—Ya lo sabemos —dijo su hermana con una sonrisa.

—¡Empezamos!

La discusión estaba olvidada. Lisa-Marie sacó el manojo de cartas, deshizo el lazo y desdobló la primera.

—No es la letra del tío Horst —constató sorprendida.

La carta estaba escrita con letra florida, inclinada y elegante.

Lou pasó el dedo por el nombre que aparecía al final del escrito.

—«Marie Thune» —leyó en voz alta—. ¡Es de la abuela!

—Creía que no había papeles de la abuela Marie —dijo Anne, asombrada—. Al menos, eso es lo que Horst decía siempre: que todo se había perdido cuando huyeron de Masuria.

—Por lo visto, no decía la verdad —murmuró Lou—. Me gustaría saber por qué.

—A lo mejor lo averiguamos si leemos las cartas.

Las tres se inclinaron sobre la primera misiva.

Lunes, 23 de mayo de 1944

Queridísimo señor Zabel:

Muchas gracias por haberme acompañado ayer a casa. Permítame que le diga de nuevo que no me causó ningún daño con su motocicleta. Al contrario. Su compañía me resultó muy agradable y sus explicaciones sobre las mariquitas me impresionaron. ¡Le deseo mucha suerte en sus excursiones por los pantanos!

¿Sabía usted que poetas tan célebres como Brentano y Von Armin también dedicaron su tiempo a los pequeños insectos? He encontrado estos versos en uno de mis libros:

Mariquita, pósate en mi mano,

no te ocurrirá nada,

no te haré daño.

Solo quiero ver tus coloridas alas,

alas coloridas de mi dicha.

¿Verdad que es un poema precioso?

Afectuosamente,

Marie Thune

PD: Si deseara contestarme, puede dejar su carta en mi casa, en la granja Thune. Yo, por mi parte, le entregaré este escrito al párroco, que todas las mañanas pasa por la escuela.

—¡Qué preciosidad! —Anne fue la primera en levantar la cabeza.

Lisa-Marie asintió, conmovida.

—Debió de escribirle la carta a Johann poco después de conocerlo —dijo Lou.

Anne se echó a reír.

—¿Os acordáis de la historia?

—Cómo no vamos a acordarnos —dijo Lou—. Mamá nos la ha contado mil veces: Johann, Marie y el accidente con la motocicleta…

—Pero nunca dijo nada de unas cartas. ¡Qué raro!

—¿Leemos otra? —Lisa-Marie abrió el siguiente sobre—. Creo que es la respuesta de Johann…

Martes, 23 de mayo de 1944

Querida Marie:

Muchas gracias por su amable carta y por los versos. Es un alivio saber que ha salido ilesa del pequeño accidente de ayer.

A decir verdad, ya he ido dos veces a los pantanos. No obstante, el párroco me ha advertido del peligro de los lodazales y ha insistido en que lleve conmigo a un guía que conozca la zona.

¿Me permite preguntarle si querría acompañarme? Usted es la primera persona que conocí en Peterstal y aprecio mucho su compañía.

Atentamente,

Johann Zabel

—Vaya, ¡no se anda por las ramas! —comentó Lou, divertida—. «Aprecio mucho su compañía». Seguro que ya había encontrado un rinconcito acogedor en los pantanos para pasar unas horas…

—Amor a primera vista —elogió Lisa-Marie—. Ya sé de dónde he sacado la vena romántica.

—Lees demasiadas novelas de amor —murmuró Lou.

—Puede. Pero esto es mejor que todo lo que he leído hasta la fecha.

—Ten, hay más…

Miércoles, 24 de mayo de 1944

Querido Johann:

Me siento muy honrada por su petición. Pero ¿está seguro de que no podría encontrar mejor compañía?

No sé si sabría darle conversación todo el tiempo. Soy más bien callada. Además, debo confesarle que no veo muy bien: soy miope.

Así pues, tal vez sea preferible que busque otra compañía. Suya,

Marie Thune

—No quiere —constató sorprendida Anne.

—Sí quiere, pero se hace de rogar un poco. —Lou tomó la siguiente carta y la desplegó—. Espera y verás. Una o dos cartas más de Johann y dirá que sí.

—¿Sabíais que Marie era miope? —preguntó Lisa-Marie, poniéndose bien las gafas—. No solo he heredado de ella la vena romántica, sino también la miopía.

—¡Vete tú a saber qué más descubrimos!

Miércoles, 24 de mayo de 1944

Querida Marie:

No voy a los pantanos a hablar, sino a observar escarabajos. Y aunque no fuera así, no creo que su compañía me disgustara. En cuanto a la miopía, ¿no tiene gafas? Yo mismo utilizo lentes para leer y escribir. ¡Ya tenemos algo en común!

No, no quiero otra compañía. La quiero a usted, ¡solo a usted! Saludos cordiales,

Johann

—La quiere a ella, ¡solo a ella! —repitió Lisa-Marie fascinada—. ¿Por qué a mí no me escriben cartas tan bonitas?

Jueves, 25 de mayo de 1944

Querido Johann:

De acuerdo, si insiste, iré con usted a los pantanos. Y llevaré mis gafas. Por las mañanas estoy en la escuela, así que no podremos salir hasta la tarde. ¿Mañana mismo? Llevaré una cesta con mosto de manzana y galletas.

Suya,

Marie

—¿No os lo he dicho? —comentó Lou—. Marie ha picado.

—La siguiente carta es muy breve —dijo Anne, echándole una ojeada.

Jueves, 25 de mayo de 1944

Querida Marie:

¡Sí, mañana! Pasaré a buscarla a las tres. Espero ansioso nuestra primera tarde juntos.

Suyo,

Johann

Sábado, 27 de mayo de 1944

Querido Johann:

¡Gracias por las maravillosas horas de ayer! He aprendido muchas cosas de las mariquitas. Además, fue usted muy amable al comentar que no le molestaban mis gafas. A partir de ahora, las llevaré siempre que vayamos a los pantanos.

¡Hasta mañana!

Suya,

Marie

Sábado, 27 de mayo de 1944

Querida Marie:

Mañana me encargo yo de la merienda. ¡Deje que la sorprenda! Ardo de impaciencia por volver a verla.

Suyo,

Johann

—¿Sois conscientes de que estamos leyendo la historia de amor de nuestros abuelos? —preguntó Lisa-Marie ceremoniosamente.

—Es hermoso y triste a la vez —murmuró Anne—. Es hermoso leerla y es muy triste sabiendo cómo acabó.

—Aún no hemos llegado tan lejos. —Lou abrió otra carta.

Lunes, 29 de mayo de 1944

Querido Johann:

Espero que ayer encontrara el camino de regreso a casa desde los pantanos sin mi ayuda. Por favor, disculpe mi conducta descortés, pero su beso repentino no me dejó más opción que huir.

No espero disculpas por lo que pasó. Pero exijo que no vuelva a ocurrir nada semejante entre nosotros.

Asimismo, querría pedirle que en el futuro deje sus cartas —si aún desea escribirme— debajo del felpudo de la entrada al edificio de la escuela, en vez de traerlas a la granja. Mi abuela Helene es una mujer muy mayor, pero también muy cotilla, y no quiero que piense mal.

Saludos, Marie

—¡Vaya! Por lo visto, Johann se ha vuelto descarado. ¡No solo quería estudiar las mariquitas! —Lou sonrió, picarona.

—Eso ya se sabía, ¿no? —Lisa-Marie también sonrió—. De lo contrario, nosotras no estaríamos aquí.

—Aunque, por lo visto, Marie no se lo puso fácil.

—Pero se besaron. ¡Eso se merece un brindis! —Lou chocó su copa con las demás—. ¡Por Johann y Marie!

Lisa-Marie ojeó la siguiente carta.

—El pobre Johann tuvo que esforzarse mucho —dijo—. Leed, leed.

Lunes, 29 de mayo de 1944

Querida Marie:

¿Cómo puede nadie «pensar mal» tratándose de los sentimientos que profesamos el uno por el otro? No hay nada de malo en besar a otra persona. Especialmente cuando nuestras emociones son tan profundas y puras.

No me importa lo que piensen los demás. Solo atiendo a mis sentimientos. Y en estos momentos están embriagados…, embriagados por ti. Y sé que tú sientes lo mismo. Tu beso me lo dijo.

Por eso no puedo prometerte que no vuelva a ocurrir, porque sé que volverá a pasar…

Sin embargo, respeto que tengas en consideración a otras personas. No me importa que quieras mantener en secreto nuestro amor. Los prados cubiertos de flores y los pantanos que rodean Peterstal son extensos, y el verano está a punto de despertar con toda su hermosura. ¿Puede haber mejor escenario para nuestro amor? No me dejes solo con las mariquitas, queridísima Marie. ¡Te espero!

Tuyo,

Johann

Martes, 30 de mayo de 1944

Querida Marie:

Ayer no viniste, pero mantengo la esperanza. Tuyo,

Johann

Miércoles, 31 de mayo de 1944

Queridísima Marie:

Hoy tampoco te he visto. ¿No te das cuenta de cuánto sufro? ¡Tengo que volver a verte!

Tuyo,

Johann

Jueves, 1 de junio de 1944

Querida Marie:

Si hoy no vienes, no te molestaré más, aceptaré que no me quieres. Se me romperá el corazón, pero si es eso lo que deseas, me iré de Peterstal esta misma noche. ¿Será esta misiva realmente una carta de despedida?

Tuyo siempre, Johann

—Pobre hombre, casi da pena —dijo Anne suspirando.

—Sí, Marie se lo pone muy difícil —añadió Lou—. Me cae simpática.

—¡Menos mal que sabemos que todo acabó con un final feliz!

—Cierto —asintió Lisa-Marie—. Y aquí llega…

Jueves, 1 de junio de 1944

Querido Johann:

Te espero esta tarde a las tres y media en el estanque de Altenstein.

Marie

—La nota es muy sobria y breve para considerarla un final feliz —constató Anne.

—Pero al menos vuelve a escribirle. —Lou volvió a llenar las copas.

—Qué lástima, solo queda una carta. —Lisa-Marie desdobló el papel. Lou y Anne se arrimaron a su prima y miraron por encima de su hombro llenas de expectación.

Viernes, 2 de junio de 1944

Mi queridísima Marie:

Ayer me hiciste el hombre más feliz del mundo cuando te vi en el estanque. Jamás pensé que el amor pudiera ser tan maravilloso. ¡Tus ojos, tu pelo, tu piel, tu cuerpo! Ayer pude disfrutarlo todo y sigo desbordado por los sentimientos.

Ardo en deseos de volver a verte hoy. Tenemos toda la tarde para nosotros solos en los pantanos, y solo compartiremos el paraje con las mariquitas. Y aunque el domingo tenga que volver con mi unidad a Allenstein, sé que tú me esperarás aquí. ¡Me gustaría pasar todos los días de permiso contigo! Ahora terminaré esta carta, la llevaré a la escuela y luego pasearé un poco por Peterstal. ¡Estoy tan gozosamente confundido que no puedo dormir! Joseph von Eichendorff lo describía así:

No puedo seguir callado,

recorre mi pecho una canción,

mas hay demasiada luz para escribir, y siento tan gozosa confusión.

Paseo, pues, por las callejas,

la gente va aquí y allá,

no sé qué hago o no hago,

solo que soy muy feliz.

Con todo mi amor, Johann

—¡Hay que ver! —dijo Lou, y carraspeó—. Me he quedado sin habla, con lo difícil que es que eso me pase a mí.

—Es con mucho la carta de amor más bonita que he leído en mi vida —susurró Lisa-Marie.

—Preciosa —corroboró Anne, conmovida—. Los dos se avinieron muy pronto.

—Sí, fueron… —Lisa-Marie hojeó las cartas y examinó las fechas—. No habían pasado ni dos semanas.

—Christoph y yo tampoco tardamos mucho —dijo Lou, moviendo soñadora el vino en la copa.

Anne sonrió.

—Stefan esperó tres meses antes de besarme.

—Erais muy jóvenes —replicó su hermana—. Diecinueve o veinte años, ¿no?

—Diecinueve y medio.

—¿Diecinueve y medio? Entonces, seguro que fue cuando Stefan empezó a estudiar en la universidad y tú fuiste a verlo.

—No pienso decírtelo. A no ser que tú me cuentes la primera vez que Christoph y tú…

—¡Olvídalo! —Lou levantó la copa para brindar con su hermana—. ¡Por el amor!

—¡Por el amor de los abuelos! —Anne también levantó la copa y miró a Lisa-Marie, invitándola a brindar con ellas.

Al parecer, no había seguido la charla de las hermanas. Seguía hojeando las cartas y murmuraba cifras con el ceño fruncido.

—Lisa-Marie.

—¿Sí?

—¿Qué haces?

—Cuento. —Pensativa, Lisa-Marie se rascó la cabeza—. Aquí hay algo que no cuadra.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Anne. Dejó la copa y tomó en sus manos la última carta.

—Mira la fecha.

—Viernes, 2 de junio —leyó Anne en voz alta.

—¿Y qué más?

—Mil novecientos cuarenta y cuatro.

—Exacto, ¡1944!

Anne se sorprendió.

—No lo entiendo. Creía que se habían conocido mucho antes de la guerra.

—Y así tuvo que ser. El tío Horst fue su primer hijo y nació en 1927.

—Y en 1944 Marie ya tenía 36 años.

—Tal vez pone 1926 o 1927, y no lo leemos bien —dijo Anne.

—No, en todas partes pone clarísimamente 1944 —replicó Lou.

—Pero si Johann y Marie se conocieron en 1944 y Horst nació en 1927, no podía ser su hijo —dedujo Lisa-Marie.

—A lo mejor lo adoptaron —sugirió Anne.

—¡Qué tontería! —Lou meneó la cabeza—. En 1944, Horst tenía diecisiete años. A nadie lo adoptan a esa edad. Además, en esa época la gente tenía otras preocupaciones.

—O era hijo ilegítimo de una relación anterior de Marie.

—Podría ser.

—Pero lo habría mencionado en las cartas, ¿no?

—No, no creo. Esas cosas enfrían rápidamente el interés de cualquier hombre.

—Entonces, el tío Horst tal vez no era nuestro tío biológico —constató Lisa-Marie—. ¿Por qué no nos lo dijo nunca?

—Era de otra generación. Quizá le daba vergüenza.

Anne asintió.

—Es probable que por eso adoptara el apellido Zabel, para que nadie supiera que era hijo ilegítimo.

—Sí, podría ser… —Lou miraba las cartas, indecisa—. Pero eso no encaja con su carácter.

—Tal vez lo hizo para que le dieran la tutela de sus hermanas pequeñas —conjeturó Lisa-Marie—. Eso también sería posible.

—Lástima que no tengamos más información —dijo Anne, mirando apenada la caja de zapatos vacía—. ¿Y qué hacemos ahora?

—Está claro, ¿no? —preguntó Lou, y ella misma se dio la respuesta—: Buscar más cartas y papeles.

—¿Dónde? En el armario ropero ya no queda nada —objetó Lisa-Marie.

—En algún sitio tiene que haber algo. Si hace falta, pondremos la casa patas arriba —decidió Lou—. Me gustaría saber qué pasó. ¿A vosotras no?

—Sí, claro —asintió Anne—. No tenemos alternativa. No quisiera enseñar las cartas a nuestras madres sin tener antes a punto una explicación. No hay que alterarlas innecesariamente.

—Pues sigamos buscando. —Lou volvió a poner las cartas en la caja—. ¿Subimos y empezamos ya?

En ese momento se abrió la puerta de la casa y enseguida entró Jo en la cocina. Se quedó sorprendido al ver a las tres mujeres sentadas a la mesa.

—Buenas noches. ¿Tan tarde y todavía despiertas?

—¿Tan tarde y todavía rondando por ahí? —replicó Lou, mirando el reloj de la cocina—. Ya pasan de las diez. ¿Tanta diversión hay en el convento?

Jo sonrió burlón.

—Pues sí.

—Te ofrecería una copa de vino, pero la botella está vacía.

—No importa, prefiero beber agua. —Agarró una botella de agua del frigorífico y se detuvo un momento delante de la mesa—. ¿Contravengo alguna norma si me siento con vosotras?

—Eh… —Indecisa, Lisa-Marie dirigió una mirada a sus primas y después a la caja de zapatos con las cartas—. No sé…

—Pues claro que puedes sentarte. —Anne se apartó un poco y tomó al gato en brazos—. Ya hemos terminado. ¿Has cenado algo?

—Sí, sor Bonaventura me ha dado de cenar.

—¿Y el piano ya funciona? —preguntó Lou, mientras guardaba el chal de seda en la caja y la cerraba con la tapa.

—Ha quedado como nuevo. —Jo desenroscó el tapón de la botella de agua y bebió un trago largo.

—Tenemos vasos —lo reprendió Anne.

—Ya lo sé, pero voy a llevarme la botella al cuarto.

—Aun así. No se bebe de la botella.

—De acuerdo. —Se levantó y fue a buscar un vaso al armario de la cocina.

—¿Qué hacemos ahora con esto? —preguntó Lisa-Marie, señalando la caja.

—Mañana será otro día. —Anne bostezó con ganas por enésima vez—. Tengo que irme a la cama. Ya tendremos tiempo de buscar con calma.

Jo miró la caja de zapatos con extrañeza.

—¿Qué queréis buscar?

—Es un secreto —contestó Lou, guiñando un ojo—. Un secreto nuevo y a la vez muy antiguo.